21/11/2024 15:20

Felipe VI

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El poder absoluto del presidente del Gobierno acabará siendo reconocido en Derecho. Pedro Sánchez ya sólo es responsable ante Dios; ante Satán, en su caso. Detenta, que no ostenta, todos los poderes, especialmente el de traicionar a su patria y venderla al mejor postor. Y el de legislar a capricho, puesto que él es la ley viviente; y el de juzgar, ya que es el juez supremo y sus decisiones no pueden ser apeladas.

Y al contrario que el Rey, a quien los paniaguados justifican sus dejaciones constitucionales y sus complicidades con delincuentes, Pedro Sánchez no parece estar obligado a respetar ningún artículo de la Constitución, ni contratos, ni costumbres, ni leyes, ni juramentos, ni promesas.

De hecho, ninguna libertad privada o pública puede oponerse a la voluntad de Pedro Sánchez. Porque el esperpento en España ha llegado a tal nivel que mientras el jefe del Gobierno y sus asesores pueden quemar la Carta Magna y encenderse con sus pavesas un puro, sin sentirse limitados en sus atropellos constitucionales, el jefe del Estado no sólo está obligado a respetarla, algo lógico, sino que también está abocado, en nombre de la democracia, a la catástrofe de aceptar y firmar las leyes antidemocráticas que le presentan los transgresores, desde una postura de humillante sumisión y sospechoso silencio.

Pedro Sánchez es señor de la administración de justicia, del ejército, de la policía, de la propaganda, de la enseñanza…, y de la Zarzuela. Y el Rey es sólo uno más entre sus siervos. Si Pedro Sánchez no se ha decidido aún a ceñirse la corona se debe a la estrategia: no le conviene dar ese paso todavía. Sus funcionarios, oficiales, clientes y lóbis son cada día más numerosos y gravosos. Toda función frentepopulista es un cargo; todo cargo, un don del presidente.

Los agentes del poder público, dominadas ya las instituciones, se convierten en representantes y sicarios del jefe. La más numerosa, proporcionalmente, administración de Europa, hace o hará ejecutar en todas partes la voluntad del absolutista. Alrededor de éste, un profuso y sectario Consejo, integrado por gentes de su confianza, le ayuda en la adopción de medidas políticas. Jueces funcionarios y Parlamentos controlados registran las leyes, ejercen funciones judiciales y administran apoyándose en abusivos decretos que el Rey monigote no deja de refrendar.

Los presidentes autonómicos, aunque lo disimulen, aceptan la autoridad del jefe de Gobierno o la comparten ideológicamente. Y quien no acate en todos sus términos su autoridad, como puede ser el caso de Madrid, será suprimido mediante las consabidas técnicas oportunistas, insidiosas y violentas del agitprop. Incluso la autoridad presidencial se ha impuesto a la de la Iglesia. Los obispos también son considerados vasallos del jefe de Gobierno y deben acudir en su defensa, porque Pedro Sánchez es así mismo el jefe temporal de la Iglesia española, algo bien palpable.

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En este sentido falta por ver cuanto esperará el presidente para obligar a la Iglesia a contribuir a las cargas del reino. Algo que quizá no le interese de momento porque «con la Iglesia hemos topado». Pero, como decíamos, Pedro Sánchez es señor de los señores autonómicos, pues en su reino no hay más que vasallos. Todas las municipalidades, provincias, regiones o autonomías son feudos, y cada señor feudal no depende sino del presidente. Los vasallos no son más que súbditos.

El presidente impone su voluntad en el señorío, percibe impuestos de los vasallos y luego los reparte entre los señores regionales, pues entre ellos se han conchabado para depredar al pueblo. Todos los súbditos pueden apelar a la justicia, tanto a la de los señores como a la del presidente, quien, amparándose en el bien común, finalmente zanjará las diferencias mediante sus jueces presidenciales, violando a capricho toda suerte de tratados y de causas justas.

Pedro Sánchez, finalmente, tras arruinar y degradar la Sanidad y culparle de ello a Madrid, busca dirigir la economía doméstica y acabar con la propiedad privada, poniéndolas al servicio de su Estado, lo mismo que a la juventud. Del mismo modo busca adoctrinar ideológica y sexualmente a la infancia, y convertir al reino en un macabro paraíso para los pandemonios, eutanásicos y feticidas, en particular, y para los genocidas, en general. Representarse a sí mismo como el paladín de la cultura de la muerte, ya exhumado -ultrajado- el insigne cadáver, será otro de sus méritos para participar en la historia de la infamia.

El presidente es fuente de toda clase de gracias y mercedes; oficios honorables y lucrativos, oenegés, lóbis, clientelismos, pensiones, regalos, sinecuras, privilegios, fondos públicos malversados, exenciones de impuestos, honores, financiaciones al NOM y a cualquier enemigo de la patria, sediciones a la carta, efectos llamada migratorios, etc. Todo ello a costa del dinero del pueblo, pues ya es sabido que el dinero público «no es de nadie». La Moncloa, nueva Corte, transformada en un nuevo organismo, creado por el absolutismo a imagen de su inquilino principal, se convierte en una jerarquía, una carrera y una seducción.

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De este modo los órdenes del Estado, separados unos de otros por sus respectivos privilegios y vinculados al príncipe republicano por su sujeción, aseguran el poder absoluto del líder frentepopulista al neutralizarse por sus rivalidades y, sobre todo, al agruparse bajo la coincidencia de sus ambiciones e intereses.

Y mientras así se desenvuelve el jefe de Gobierno, carbonizando impunemente la Constitución Española, día tras día, ¿qué hace, amable lector, el jefe del Estado? Nada, salvo firmar aberraciones y callar. La Constitución Española, aprobada en base al deseo de establecer la justicia, la libertad y la seguridad, garantizar la convivencia democrática, consolidar un Estado de Derecho y proteger a todos los españoles en el ejercicio de los derechos humanos, es en la actualidad, por mor de la traición del jefe de Gobierno y de la deslealtad del Rey, una burla hacia la soberanía nacional, que reside en el pueblo español.

Según el artículo 56 de la Carta Magna, el Rey, como jefe de Estado, simboliza su unidad y permanencia, y arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones. A estas alturas de la película, el espectador objetivo tiene muy claro quién o quiénes son los asesinos; quiénes los instigadores; quiénes los cómplices o colaboradores necesarios, y quién es la víctima. Lo único que a ese espectador objetivo aún se le resiste es el papelón que la corona representa en la tragedia.

Y aunque ante sus ojos el rol monárquico venga tiznado de iniquidad y envuelto en la peor de las sospechas, el espectador a veces prefiere esperar al inminente desenlace, pues le resulta increíble que todo un Rey de España, aunque pertenezca a la nefanda dinastía borbónica, sea capaz de aliarse con trileros para vender metódicamente el Reino a sus enemigos.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Miguel Sánchez Asenjo

¡AMÉN! Mi querido compañero articulista. ¿Cuántas veces he dicho y he escrito esto mismo con diferentes palabras? Ya no soy capaz de contarlas.

¡Enhorabuena! Por este artículo, valiente, claro y dentro de la realidad que padecemos en esta España desconocida.

Un abrazo,

Geppetto

La Constitución igual sirve para un roto que para un descosido y en nombre de la,para muchos , santa constitucion se ha anulado a la sociedad y se ha destruido la unidad nacional
Y rotas ambas la Monarquia, que segun el Rey esta indisolublemente unida a la Constitución tiene los días contados.
NO hara falta tocar dicho bodrio, sencillamente se hara un referendum que sera ganado por los republicanos, despues «el pueblo se echara a la calle exigiendo la república y de esta manera se consumara la instauración de la III Republica federal

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