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“Aquellas primeras noches quemaron y destruyeron las iglesias. Oímos con nuestras orejas y con nuestros ojos lo vimos, los golpes de hacha y la luz siniestra del incendio de la joya preciosa, que no creía nunca más que tendría, de la iglesia del Pino. Pasamos al ´siguiente por la Rambla y sin comprender podíamos ver cono se había podido hundir [la iglesia de] Belén hasta poderse ver el cielo desde los altares. Mi hijo Miquel me explicó el espectáculo escalofriante de la quema de la magnificente Santa María del Mar. Lo que más pena me causó fue la quema de San Jaime, porque fui testimonio desde sus inicios. No fue cosa fácil. Tres o cuatro veces lo intentaron sin conseguirlo. Las puertas eran muy resistentes y cada vez alguna alma caritativa les quería hacer comprender la barbaridad que suponía quemar aquella iglesia encajada entre casas de vecinos y que podía producir el incendio de todo aquel grupo de edificios. La noticia debió correr hasta los dirigentes de aquella lucha que cada vez iba dibujándose más y más con su verdadero carácter. Ellos enviaron, seguramente, gente conocedora a la cual no detenía ningún buen pensamiento de persona sentimental. La iglesia se tenía que destruir. Como que la puerta principal ofrecía mucha resistencia se lanzaron hacia la de la Virgen del Remedio, más pequeña, al lado mismo de la principal, que si bien era fuerte, consiguieron abrirla después de mucho esfuerzo. Era digno de ver a aquellos energúmenos luchar con fuerza para arrancar de un golpe los dos batientes. Primero trajeron un trozo de biga y a golpes la querían derribar. Después hicieron palanca con unas barras de hierro e iban penetrando poco a poco la junta de la puerta. Cada golpe que daban, aquella gente (más de veinte), parecía que abría un poco más y, por fin, después de una hora de trabajar, la puerta se abrió… y aquellas fueras, en ese momento, sintieron miedo de la oscuridad que había dentro y recularon dejando vacío completamente y por todo la anchura de la calle todo el margen de la puerta. Nadie se atrevía a entrar… “¡Los sacerdotes están armados!”… “¡No entréis!”., iban diciendo. El pobre señor rector, me consta positivamente, sólo tuvo tiempo de huir con su hermana, con la ropa que llevaba… Un tiempo corto, pasa tranquilo sin ningún disparo, ni nadie que contestara y entraron dentro del templo de Dios. Acto seguido los mismos cirios del altar sirvieron para guiarlos. Y comenzó el incendio según tipo y reglas establecidas, como fueron quemados todos los templos e iglesias de Cataluña. Mientras se oía el ruido infernal de los destrozos, cayó la furia de aquellos “valientes” encima de una pobre vitrina de muy mal gusto, en la cual había unas insignificantes imágenes de devoción sencilla que se vendían a bajo precio”.

Si Josep Pla tomó como inspiración a Rafael Puget para escribir su obra Un señor de Barcelona, al autor de las palabras que acaban de leer lo podríamos definir como un señor de la hostelería barcelonesa. Su nombre Miquel Regàs Ardèvol. Nació el 8 de abril de 1880, en la calle Gignàs, en un entresuelo de la chocolatería del número 13 de Barcelona. Regàs fue una de las figuras más influyentes e importantes de la restauración. Antes del os grandes cocineros estuvo Regàs.

Su familia era propietaria de Can Culleretes, el restaurante más antiguo de Barcelona. Ahí aprendió el oficio. El gran salto fue cuando lo designaron el encargado de los hoteles y la restauración de la Exposición Internacional de Barcelona, del 20 de mayo de 1929 al 15 de enero de 1930. Posteriormente regentó el Hotel Ritz, el restaurante de la Estación de Francia, el Hotel Colón, el Café España, entre otros.

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Tuvo tres hijos: Xavier, Jaume y Miquel. Era una persona extremadamente religiosa. Miquel Regàs Castells, su hijo pequeño, murió el 19 de agosto de 1939 en Villalba de los Arcos, siendo alférez del laureado Tercio de Nuestra Señora de Montserrat. En su libro de memorias Confessions (Confesiones) escribe esta dedicatoria: “A mi hijo Miquel, el cual me demostró la ruta del sacrificio”. En la foto Miquel Regàs y mosén Nonell con los restos mortales de Miquel Regàs Castells, en la esplanada delante de la cripta, en la Abadía de Montserrat, donde fueron enterrados con sus compañeros fallecidos del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat.

En el libro Confessions da detalles de cómo sus compañeros de Tercio recogieron su cadáver, le sacaron un anillo de compromiso que llevaba para dárselo a su padre y lo depositaron en un improvisado ataúd, que Regàs se llevó en una camioneta para enterrarlo junto con los suyos.

Miquel Regàs escribió dos libros. El primero Una generación d’hostelers (Una generación de hosteleros) en 1952 y el segundo Confessión en 1960. Ambos en catalán, en pleno franquismo. Para aquellos que luego dicen que se prohibió la publicación de obras en catalán, aquí tienen dos ejemplos.

Xavier Regàs Castells, periodista y autor teatral , tuvo que exiliarse, al finalizar la guerra civil, al ser miembro de Esquerra Republicana de Catalunya. Como periodista escribió en La Publictat, La Ciutat, L’Opinió o L’Esport Català. Como autor teatral, su primera obra, Cèlia, la noia del carrer Aribau, se la estrenó Enric Borràs, en 1935, el Regàs del Ciclo de Teatro Latino, luego, tras su muerte, Memorial Xavier Regàs. Casado con Mariona Pagès i Elías, hermana de Pere Pagès “Víctor Català”, tuvieron cuatro hijos: Xavier, Georgina, Rosa y Oriol. Los niños, durante la guerra civil fueron repatriados a Holanda y Francia. Formaron parte de aquello que se conoce como los niños del exilio. Ya en el exilio Mariona Pagès abandonó a Xavier Regàs y vivió el resto de su vida con Matilde. Como escribe Rosa Regàs en Luna lunera

No supimos su historia, una preciosa historia de amor que se prolongó hasta su muerte en 1999 cuando ya tenía 93 años, hasta que fuimos mucho mayores, ya habíamos salido de la infancia y con la mayoría de edad nos desprendimos de la tutela del abuelo Regàs, del Tribunal Tutelar de Menores y de la Iglesia católica, y nos sentimos definitivamente libres, o al menos definitivamente en el camino de la libertad.

Ni cuando la conocimos se nos ocurrió relacionarla con aquel pecado tan ignominioso que había cometido nuestra madre del que el abuelo nos hablaba en el colegio sin decirnos el nombre de un delito tan espantoso que ni las serpientes lo cometían, que para ser perdonado había que ir a Roma a confesarse, porque era un pecado contra el Espíritu Santo -que tampoco entendimos qué tenía que ver aquel ser tan espiritual y volátil con un amor tan profundo-. Ni conocimos hasta que ya fuimos mayores a Matilde, la querida Matilde, que se convirtió también hasta su muerte, el mismo año de 1999, en nuestra segunda madre”.

Mariona Pagès era nombrada por Regàs como “el ángel de la tinieblas”. Teniendo en cuenta la trayectoria vital y política de su hijo y su nuera, “de conducta desviada”, Miquel Regàs no descansó hasta que consiguió que el Tribunal Tutelar de Menores le concediera la patria potestad de sus cuatro nietos. El pensamiento de Xavier Regàs queda plasmado en la novela biográfica de Rosa Regàs Luna lunera, cuando uno de los personajes llamado Manuel Vidal -Xavier Regàs- dice…

El nacionalismo, si es de derechas es siempre fascismo (…). Porque si algo puede ser el nacionalismo, es de izquierdas, lo que quiere decir que jamás las creencias irán por delante de las ideas, porque el nacionalismo, por intenso que sea, no es más que una creencia, y cuando se antepone a las ideas y ocupa su lugar se convierte en una religión, en una moral que hay que imponer a los demás, en un fanatismo que no admite crítica, discrepancia ni oposición, y que no tiene más remedio que actuar como una dictadura.

Rosa Regàs definió así a las ramas familiares de las cuales descendía ella y sus hermanos. Recordemos que Rosa ha sido una destacada escritora; Oriol como empresario fundó la mítica sala de fiestas Bocaccio, Xavier se dedicó a la decoración e interiorismo y Georgina se dedicó como cocinera a la divulgación de la cocina tradicional catalana…

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Las dos ramas de la familia de las que descendíamos los cuatro hermanos eran como la noche y el día. Los Pagès Elías, de la parte de mi madre, eran gente culta, artistas de una u otra disciplina con un acerado sentido crítico y con ideas de un talante progresista y republicano, lo que en Cataluña se llama gente tocada por la rauxa que yo he traducido como el desvarío. No eran partidarios del ataque directo y por eso sus obras se teñían de una ironía punzante y de un gran sarcasmo. Esta manera de ser y de pensar es lo que a muchos de ellos los obligó a exiliarse… Los Regàs Castells , en cambio, que descendían de familias menestrales y del campesinado acomodado de Porrera y otros lugares del campo de Tarragona o Lleida, eran más partidarios de las creencias que de las ideas, sensatos y enemigos de aventuras y cambios que les alejasen de la tradición más inflexible y empedernida, tenían una mentalidad profundamente conservadora y presumían de un gran amor al país. El dinero, el movimiento del dinero, era lo único que les orientaba sobre la situación y la dirección que tomaba el progreso. Ellos representan la gente del seny, del sentido común”.

Volviendo a Miquel Regàs Ardèvol y a su libro de memorias Una generación d’hostelers, cita a Jean Anthelme Brillat-Savarin (1755-1826), autor del primer tratado de gastronomía. La cita dice así: “Los animales engordan; los hombres comen. Sólo el hombre de espíritu sabe comer”.

Como hemos dicho, durante la Exposición Internacional que se celebró en Barcelona regentó los hoteles construidos para el evento. Regàs explica la siguiente anécdota…

El Marqués de Casablanca murió en el hotel y su viuda reconoció las atenciones que había recibido, procurando que se perdiera de su memoria y de su conocimiento que se encontraba en un lugar forastero y en un hotel público. La cama donde murió se envió a la residencia de la señora marquesa”.

Escribe esta especie de epitafio dedicado a las generaciones futuras…

La vida es indiscutiblemente la juventud, porque es en ella donde radica, donde ha de radicar, el anhelo, la fuerza. Nosotros también fuimos jóvenes y hemos hecho cosas buenas y malas, y que nosotros creíamos, hasta ahora, dignas de elogio; es menester que nosotros, los jóvenes de hoy, hagáis cosas y podáis quejaros un día de los viejos, pero siempre produciendo, dejando, bien o mal, la huella que señale vuestro paso por la vida”.

Miquel Regàs i Ardèvol, el señor de la hostelería barcelonesa, falleció en la ciudad que lo vio nacer un 26 de marzo de 1965.

Autor

César Alcalá