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En artículos pasados comenzamos a realizar un recorrido, que deseamos sea lo más amplio posible, para localizar y descubrir las fiestas más singulares y extrañas de cuantas se celebran a lo largo y ancho de España.
Fiestas que guardan, celosamente, vestigios de viejas celebraciones, muchas de ellas perdidas en los anales de los tiempos y algunas recuperadas para el tiempo presente por entidades o grupos de personas amantes de las tradiciones y de la historia de la localidad que sirve de escenario.
Las tradiciones, heredadas de nuestros antepasados, son parte de nuestra alma colectiva, un legado maravilloso que tenemos la obligación de conservar para transmitir a los que vengan detrás de nosotros y, así, generación tras generación. Un patrimonio inmaterial que nos pertenece y, por ello, no podemos dejar morir.
Vivimos tiempos extraños en los que ese globalismo totalitario y asesino quiere uniformarnos a todos como si de un gran rebaño se tratase, haciéndonos perder nuestras señas propias de identidad, nuestra esencia. Ellos pretenden decidir lo que podemos comer, con que ropa debemos vestirnos, que medios podemos utilizar para el transporte, que vacunas debemos ponernos, a que temperatura debemos ducharnos, es decir, convertirnos en esclavos de esa sociedad secreta globalitaria que maneja los hilos desde la oscuridad en beneficio de su enriquecimiento y propio interés.
Tarde o temprano, cuando nos hayan convertido en una manada de borregos adocenados, comenzarán a atentar contra nuestras costumbres y tradiciones. Desaparecerá el rito comunal de las matanzas, llegado noviembre, por ese animalismo perverso que quiere castigarnos si damos muerte a una rata que invade nuestra casa; no podremos salir a los bosques a recoger piñas ni musgo para nuestros tradicionales Belenes, por ese malsano ecologismo estúpido y enfermizo; por supuesto no celebraremos ni la Navidad ni la Semana Santa por tratarse de fiestas religiosas; llegado el verano o las fiestas patronales no podremos quemar fuegos artificiales por temor a estresar a los pájaros; ni siquiera podremos utilizar un caballo de cartón o madera sobre el que fotografiarnos, como antaño, al constituir, y es el colmo de la memez humana, una apología al maltrato animal y, con todo ello, muchas de nuestras costumbres y tradiciones serán suprimidas de un plumazo con normas publicadas en el BOE a instancias de gobiernos canallas como el que tenemos.
España, nuestra patria, es rica en costumbres y tradiciones que hemos heredado de generación en generación. Ya las celebraban y festejaban nuestros padres y los padres de ellos y así hasta perderse en la nebulosa de los tiempos. Todas ellas forman parte de nuestra alma colectiva, el alma de España que debemos defender a ultranza.
Si la primera etapa de nuestro largo camino la iniciamos en Béjar, vamos a continuar nuestro viaje para detenernos en la localidad pacense de Valverde de Leganés, donde se celebra, llegada la última decena del mes de agosto, la llamada “Fiesta de la Diabla” o “Fuga de la diabla”, una representación teatral popular que ha sido distinguida con el título de fiesta de interés regional por la Comunidad de Extremadura y que posee unas características y connotaciones muy singulares.
La Diabla y su corte
La trama de la fiesta es relativamente sencilla. La diabla se encuentra encerrada en la Torre de la iglesia de donde logra liberarse, huyendo en un largo recorrido que, a modo de pasacalles, tiene por escenario las calles de la localidad.
En este deambular nocturno, que comienza a las diez de la noche, la diabla, con todo su maligno ejército, quema, en diferentes lugares, los llamados “Altares de la Vida”, hasta llegar a la plaza donde prende fuego a unos muñecos de trapo -los “bartolos”- que representan al pueblo.
Finalmente llega junto a su comitiva al Auditorio donde tiene lugar la lucha final entre el bien y el mal, con triunfo final de aquel personificado en la figura del Angel que vuelve a apresar a la diabla y la traslada nuevamente a su cautiverio en la torre de la iglesia.
La programación festiva se completa con otros números como “la ruta de la tapa de la diabla”, juegos infantiles, mercado mágico y la apertura de los altares del bien y el mal.
En esta representación popular participan alrededor de 500 vecinos de la localidad lo que exige de un gran esfuerzo para la coordinación de sus movimientos y puesta en escena.
La fiesta, tras haber sido recuperada, alcanzó en el pasado año de 2017 su decimoquinta edición y se celebra uno de los fines de semana de agosto.
Si origen es centenario, aunque a principios de la década de los 70 del pasado siglo dejó de celebrarse, siendo recuperada a principios de los 2000 por un grupo entusiasta de vecinos de la localidad.
Se trata de una representación lúdico-teatral-popular en la que se pone de manifiesto el tradicional enfrentamiento del bien contra el mal, con la derrota de este último.
La Diabla en plena acción
Valverde de Leganés, es una localidad de la provincia de Badajoz, cuenta con una población de 4.202 habitantes y su Patrón es el Santo Cristo de la Misericordia.
Las fiestas de la “Fuga de la diabla”, por sus singulares peculiaridades y por el contexto en el que se celebran, creemos que merecen la pena ser conocidas y divulgadas, ocupando un puesto destacado en la nómina de fiestas extrañas y singulares de España.
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