15/10/2024 17:13

La experiencia nos hace desconfiar de los llamados impulsos desinteresados en general y de ese amor al pueblo o al prójimo que siempre está dispuesto a prometer prosperidad, dar consejos y prestar ayuda. Apoyándose en dicha vivencia, en las hipocresías y demagogias de las elites político-financieras y del común de su tiempo y de todos los tiempos, Nietzsche defendía que sólo los decadentes justifican que la compasión es una virtud. Y, ciertamente, la verdadera virtud es la justicia, y debemos esforzarnos en enaltecerla y establecerla, relegando a la otrora compasión.

Si viviera, el filósofo alemán reprocharía ahora a los buenistas y demás comprensivos por carecer también de vergüenza, de respeto y de un mínimo sentimiento de delicadeza que lleva a guardar las formas y las distancias. Y es que la comprensión, el diálogo, el buenismo o la solidaridad, como antaño la compasión, apesta a chusma inmediatamente cuando viene de los instalados y de sus clientes, y se parece tanto a los malos modales de los saqueadores que es imposible distinguirla de ellos. Son forajidos bajo máscara buenista, déspotas ocultos tras carátula de dialogantes y solidarios.

Cuanto más progresa la civilización de las oligarquías, más obligada se cree a cubrir, paliar o desaprobar, con el manto de la caridad o de la hipocresía, los males que ha engendrado fatalmente. En una palabra, sus plutócratas mentores, introducen una convencional estratagema de la simulación que no conocían las primitivas formas de la sociedad, ni aun los primeros grados de la civilización, incluidas las antiguas democracias, y que a la postre pretenden convencernos, como apuntó Engels, de que la explotación de la clase oprimida la ejerce la clase explotadora únicamente en beneficio de la clase explotada.

Es obvio que el principal fin que lleva a los hombres a unirse en Estados y a ponerse bajo una autoridad, es la defensa contra la depredación de los fuertes, es decir, la preservación de su propiedad, sea esta material, espiritual o vital (cosa que no puede asegurar en el estado primario de naturaleza o de «ley de la selva», pues en dicho estado se hallan expuestos a la incertidumbre de ser violentados por otros semejantes), acogiéndose a leyes establecidas, conocidas y aceptadas por consentimiento común, como normas de lo bueno y lo malo, y como criterio para arbitrar las diferencias que surgen entre los seres humanos.

Lo aberrante se da cuando los dirigentes, los jueces públicos que debieran ser imparciales, que están elegidos para administrar orden y justicia, para resolver los pleitos que surjan ateniéndose a la legislación establecida, se comportan como salteadores aprovechándose del poder conferido y pisoteando toda autoridad y todo derecho. Cuando eso ocurre, como es el caso de nuestra patria hoy, cada uno tiende a convertirse o se convierte en juez y ejecutor de la «ley de la selva», y como los hombres son parciales consigo mismos, la pasión, la venganza y la codicia puede llevarlos a cometer todo tipo de excesos al juzgar con vehemencia sus derechos, y a tratar con indiferencia u olvido sus obligaciones.

Y, así, España y la civilización occidental, padecen una gravísima enfermedad generada por sus propios autorizados, sin que hasta ahora las víctimas hayan conseguido asociarse con sentido común y claridad de ideas para liberarse de los delincuentes en el poder, castigar sus transgresiones y buscar protección al amparo de una nueva legislación razonable a fin de procurar la conservación de su propiedad, es decir, de su persona y patrimonio, condenando de manera inexorable a los usurpadores.

LEER MÁS:  El gobierno satánico de España. Por Gil De la Pisa

El caso es que, tras décadas de desafueros y casi agotadas por sus propias desmesuras, las ya viejas sociedades políticas, originadas -en nuestro caso- en la Transición o Régimen del 78, y estructuradas para hacer de la perversión y del atraco una extensión ilimitada, dan síntomas de postrimería. No me atrevo a decir que están desahuciadas, porque el rescoldo de la maldad jamás se extingue, pero entra dentro de lo posible que los primeros poderes, los que saben actuar oportunamente para preservarse a sí mismos, estén viéndose obligados a dar un paso atrás; siempre pensando, por supuesto, en dar tres adelante en un futuro más o menos próximo y más o menos oportuno.

El problema consiste en que, si hipotéticamente se dieran estas favorables circunstancias para iniciar la regeneración, nos encontramos sin alternativas sociopolíticas capaces de enfrentarse al Sistema y desmantelarlo, pues no existen grupos renovadores organizados para tomar el testigo, ni existen proyectos firmes para regirse en el futuro por leyes hechas por la sociedad, según lo requiera su bienestar y su progreso, así como el de la patria. De modo que si, en el mejor de los horizontes imaginables y reduciendo el asunto global a nuestros límites nacionales, el chiringuito de corrupción socialcomunista se viniera abajo, ¿ qué tenemos para sustituirlo?

¿El PP? ¡Horror! No puede suponerse, sin asombro, que criatura racional alguna cambie su situación con el deseo de seguir igual o incluso de ir a peor, que es lo que ocurriría si Feijóo y su equipo ocuparan la Moncloa. ¿VOX? Sería una opción más digerible, pero insuficiente, pues ni ha conseguido permeabilizar el tejido social para gobernar sin ayuda, ni están claros sus propósitos patrios en asuntos cruciales como la neutralidad y las relaciones y compromisos exteriores, en especial con los adversarios tradicionales y las organizaciones supranacionales que, precisamente, sostienen este Sistema hostil que es preciso demoler. Con lo cual los españoles se encuentran sin recursos para servirse de la coyuntura, si se diera al fin, como digo, la caída puntual -provisional- del socialcomunismo.

Es amargo aceptarlo, pero, desafortunadamente, España carece de líderes y, más allá, de grupos con capacidad operativa para enfrentarse con eficiencia a esta fase histórica que sufrimos. Se ha perdido un tiempo sustancial por culpa de una clase civil ilustrada, indiferente ante las vicisitudes nacionales, que durante todos estos años ha disipado su fuerza natural en asuntos domésticos o en tertulias inofensivas, sin enfrentarse nunca seriamente a la vileza de los poderes ejecutivos e institucionales.

LEER MÁS:  El combate de Tizzi Azza, junio de 1923: Análisis crítico. Por el General Salvador Fontenla Ballesta (R)

No veo legisladores de altura, guías que ostenten con habilidad y firmeza el supremo poder legislativo del Estado, dispuestos a gobernar generosamente, por amor a la patria, al dictamen de las leyes justas y promulgadas por un pueblo participativo, y a resolver los litigios de acuerdo con dichas leyes, empleando la fuerza de la comunidad para limpiar la nación de injurias separatistas, instituciones parasitarias y mafias clientelares, ni de hacer respetar nuestra unidad patria en el concierto internacional, partiendo de la más inequívoca neutralidad activa. Además, claro está, de proteger a los españoles contra incursiones e invasiones extranjeras. Y todo ello dirigido al sagrado objetivo de lograr la paz, la seguridad y el bien de la ciudadanía.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
Suscríbete
Avisáme de
guest
0 comentarios
Anterior
Reciente Más votado
Feedback entre líneas
Leer todos los comentarios
0
Deja tu comentariox