El siglo XI estaba dando sus últimos estertores. En el valle de Ambles estaba acampado de ejercito de Abdalla Alacen. Ávila desguarnecida tenía a sus hombres al servicio de Castilla. Unos en Ocaña. Otros en Toledo. Muchos en fortalezas fronterizas con la morería,
Primero Nalvillos Blázquez, después Fernán López de Trillo, habían sido destacados hasta la Corte, para pedir tropas que hicieran posible que Ávila siguiera siendo bastión de la Cristiandad, pero ambos fracasaron en el intento.
El obispo Sánchez Zarruquines en el Consistorio aquella noche solo recibía negativas noticias procedentes de los vigías que, esparcidos por las almenas de la muralla, observaban al ejército moro del cual todo hacía prever que a primeras horas de la mañana se dispusiera al asalto de la ciudad.
Alvar Fáñez, gobernador interino, abatido estaba hundido en el más profundo de los pesimismos.
Cuando las perspectivas eran más oscuras; cuando el ánimo más entristecido estaba, surgió la voz de una mujer, de la que fuera esposa de Fernán López Trillo; la voz de Jimena Blázquez, la cual ante el asombro de los escasos y taciturnos varones, con voz segura y recia dijo: “Si non hay homes quedamos fembras…”
Quizás resulte extraño, pero siempre he pensado que el valor de los hombres tiene como último asiento, como pilar fundamental a la mujer. Así pasó en el momento del que aquí hablamos. Las palabras de Jimena Blázquez avivaron la reunión. La totalidad de los asistentes, por unanimidad, tomaron la decisión de nombrar a la animosa mujer gobernadora y jefe de la plaza.
Todas las mujeres mayores de catorce años recibieron la orden de vestirse de hombres. Las tres hijas y la nuera de Jimena Blázquez fueron nombradas jefes de cada uno de los cuatro lados de la rectangular muralla. En todas las almenas fueron encendidas hogueras en donde hirvieron grandes calderos. Unos con aceite; otros con agua. Los distintos lienzos de la muralla comenzaron a bullir con mujeres disfrazadas. En las calles de la ciudad fueron encendidos fuegos. La depresiva pasividad que, hacía tan solo unas horas, reinaba en Ávila, se trocó en animosa vitalidad.
Con cuernos y trompas se entonaban toques militares que hacían intuir a quien los escuchaba fornida y ordenada estrategia defensiva.
A la mañana siguiente Abdalla Alhacen, desde el humilladero de los Cuatro Postes, observó la ciudad. Tal impresión de fuerza le produjo lo que desde allí pudo contemplar; tal apariencia de inexpugnabilidad mostraba la ciudad objeto de su codicia; tan recia y robusta percibió la estrategia defensiva de la plaza que, tras profunda reflexión, cabizbajo y meditabundo, regresó al campamento donde su ejército esperaba inquieto la orden de entrar al asalto. Pero esta no se produjo.
Por el contrario, Abdalla Alhacen ordenó levantar la acampada.
Poco a poco las huestes sarracenas emprendieron la retirada. Despacio atravesaron el Valle de Ambles camino de Menga. Lentamente llegaron al Puerto de El Pico. Paulatinamente atravesaron el Valle del Tiétar antes de llegar a Talavera de donde había partido, hacía ya tiempo, su expedición al objeto de tomar Ávila.
La estratagema urdida por Jimena Blázquez había tenido éxito. Ávila, enhiesta en sus roquedales y envuelta en su silencio, quedó liberada del grave peligro que la había acechado..
La otra tarde yo, desde los Cuatro Postes, miraba a esta Ávila nuestra; la sonrosada palidez crepuscular al atardece teñía la totalidad de sus recovecos. La Catedral, allá lejos, parecía más erguida que nunca. No sé por qué, pero el recuerdo de aquella mujer, el recuerdo de Jimena Blázquez, la otra tarde, me hizo ver Ávila de forma diferente a como hasta ahora la había visto.
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La historia de España está cuajada de grandes mujeres que han tenido magníficas actuaciones en todos los ámbitos: político, intelectual, religioso e, incluso militar, sin desgañitarse escondidas en una masa vociferante que me lleva a pensar en aquellas que se sentaban haciendo punto para disfrutar del espectáculo que les brindaba la guillotina durante la «gloriosa e intelectual» revolución francesa.
Otra historia reconfortante que recuerda lo imprescindible que son los líderes con ideas y con la palabra justa en el momento necesario. Jimena Blázquez es una figura que no conocía y vale la pena darla más a conocer: auténtica “influencer”.