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Como todos ustedes saben, mi camarada Arturo es Arturo Robsy. Me gusta decirlo así, citarlo así, porque gracias a esa palabra, «camarada», tuve el privilegio de recuperar el contacto con él, siquiera fuese a través del correo electrónico. Ya habíamos tenido un breve encuentro -también a distancia- cuando en Juntas Españolas intentamos hacer un libro de homenaje a Rafael García Serrano, muchos años antes, pero eso ya lo conté.
No recuerdo exactamente cómo fue, pero si que alguien le hizo llegar un escrito mío donde denominaba camarada al autor de cierto artículo. Le extrañó el uso de esa palabra, tan poco usual ya en aquellos tiempos -en estos, no digamos- y me lo agradeció. A partir de ahí nos reconocimos como hermanos -porque la camaradería supera la simple amistad- y me obsequió con una correspondencia que para mi fue motivadora, auténtico acicate para tratar de mejorar, y a la que respondí con mis mejores intentos.
Duró aquella correspondencia, intercambio de artículos y de vivencias, hasta que la muerte se lo llevó al Paraíso. Y ahora, desde su Lucero, nos llega su mano, su palabra, en una colección de cuentos editada por su hijo Eduardo, que en el prólogo explica su origen. De forma gratuita y de libre disposición, como todo lo que Arturo escribió y difundió y nos regaló.
Cuentos del martes, se llama, y la tienen ustedes disponible en https://www.textos.info/arturo-robsy/cuentos-del-martes.
También tienen ustedes a su disposición muchas de las obras de mi camarada Arturo en https://www.textos.info/arturo-robsy.
Porque esta es la grandeza de los mejores, como Arturo: que siempre vuelven, y nos dan su ánimo, su palabra de fe, su valor y también su humor.
Y hoy, Arturo Robsy está -como manda el Evangelio, por sus obras- más presente que nunca.