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En mi próximo libro, “El Sueño de España”, abordaré, entre otros temas, el de los nacionalismos separatistas en España, proponiendo 17 enfoques posibles, sin ánimo de exhaustividad, en absoluto excluyentes entre sí y, a menudo, complementarios. Los tres primeros enfoques serían de tipo puramente histórico, los cuatro siguientes tendrían un sentido político-cultural, del sexto al decimosegundo obedecerían a un punto de vista socio-económico, y los últimos serian de tipo psicológico o político-partidista. En el libro estarán convenientemente desarrollados, lo que no impide que trabajos monográficos de otros autores puedan centrarse en alguno de ellos y extender dicho desarrollo que, en mi caso, no puede ser todo lo extenso que la temática merecería, por tratarse la mía de una obra generalista y de divulgación, que pretende ofrecer un panorama completo de España y la Hispanidad, y no un libro de investigación histórica sobre ningún aspecto en concreto. Invito, pues, a todos los autores patriotas al debate y a profundizar en cualquiera de los enfoques que les susciten curiosidad o interés:
Los nacionalismos-separatismos como expresión de un problema histórico, bien procedente de la Reconquista, bien generado por la Guerra de Sucesión. Esto es, en realidad, una pista falsa, porque las regiones con más separatismo no coinciden con los reinos medievales en la Reconquista (Cataluña era un conjunto de condados vasallos del ducado de la Septimania y, por lo tanto, del rey franco y, tras el tratado de Corbeil, de la Corona de Aragón, y Vascongadas unos señoríos de la Corona Navarra que pasaron después a la Castellana) y en la Guerra de Sucesión el héroe de la Diada Casanova llama a luchar por la libertad de toda España, pero su estudio nos sirve para saber cuál es la realidad histórica y regional de la que partimos, las tensiones que originó el debate entre el centralismo y el federalismo liberales, frente al regionalismo tradicional, y como toda esta situación será deformada por el relato nacionalista.
Los nacionalismos-separatismos en relación al carlismo, no como evolución del mismo, como se ha pretendido en algunos sectores, sino como instrumento del estado liberal para acabar con los últimos restos de carlismo y catolicismo político en algunas regiones.
Los nacionalismos-separatismos como falsificación de la Guerra Civil y el franquismo, buscando la sobrelegitimación de las oligarquías locales de algunas regiones (como de la izquierda en toda España) presentándose como “víctimas de la dictadura” y explicando sus excesos como una reacción antifranquista a la autocracia española, expresión de la “lucha por la libertad” de determinados pueblos. Se trata de una falacia de reductio ad francum muy habitual en la retórica separatista que excusa así sus evidentes abusos.
Los nacionalismos-separatismos como choque cultural entre la imagen de España transmitida por el exotismo romántico liberal del siglo XIX, todavía perdurable en el imaginario popular, basada en cierta parte de la cultura andaluza (la tauromaquia, el flamenco, etc.) y la realidad cultural de las regiones periféricas, sensiblemente distinta.
Los nacionalismos-separatismos como expresión del marxismo / liberalismo cultural. En efecto, estos suponen una forma de indigenismo impostado, de victimismo enfermizo y de identificación falsificada con un “pueblo oprimido” en lucha ancestral contra el imperio opresor.
Los nacionalismos-separatismos como manifestación extrema de la desmoralización nacional colectiva generada por la asunción de los infundios de la leyenda negra creada por nuestros enemigos dentro de la propia España, representando los intentos de suicidio del enfermo depresivo o los tumores que crecen localizados en determinadas zonas, pero provocados por un cáncer sistémico con metástasis. Este es, posiblemente, uno de los enfoques clave del problema y, sobre todo, de la solución al mismo si conseguimos superar la enfermedad.
Los nacionalismos-separatismos como muestra de regeneracionismo extremo hasta llegar al punto del liquidacionismo, como reacción al desastre del 98 y a la reacción de autocrítica desmesurada hasta el punto de considerar la historia de España como equivocada o enferma.
Los nacionalismos-separatismos como manifestaciones de la antipatía de la izquierda a la idea de España (extendida después a la derecha liberal), por considerarla vinculada a los valores tradicionales que ella combate. Esta causa explicaría el nacionalismo de izquierdas, pero no tanto el conservador. Lo que sí que explica son las simpatías de la izquierda por los separatistas. Está relacionada con la asunción de la leyenda negra y con el marxismo cultural, y juntas componen un paisaje preocupante.
Los nacionalismos-separatismos como excusa ideológica de grupos de presión económicos o lobbies, para imponer políticas concretas en beneficio de determinados intereses. No en balde la primera gran reivindicación del nacionalismo catalán fue… que España no firmara un tratado de libre comercio con Inglaterra e imponer que todo el territorio nacional fuera un mercado cautivo de las algodoneras catalanas. Se trata del otro punto clave, especialmente en los casos catalán y vasco, regiones protagonistas de los primeros intentos de industrialización de España.
Los nacionalismos-separatismos como expresión de insolidaridad territorial y clasista. No solo en España sino en toda Europa y sin perjuicio de las características particulares de cada lugar, se observa una tendencia al egoísmo de los territorios más ricos y a no querer compartir recursos con las regiones más pobres. Sería también el caso del nacionalismo del norte de Italia rico contra el sur pobre, por ejemplo.
Los nacionalismos-separatismos como talasocracias comerciales de valores progresistas (civilización del mar) frente a los restos del Imperio hispánico, telúrico y terrestre, con valores tradicionales, según la concepción de Carl Schmitt. Representaría la batalla entre el “comerciante catalán” y el “terrateniente castellano” a partir de cierto momento de la historia.
Los nacionalismos-separatismos como expresión de la tensión campo-ciudad y como intento de las élites urbanas de anular las reivindicaciones del mundo rural. Las primeras expresiones exitosas de nacionalismos periféricos son siempre rurales y tradicionalistas y, con el paso del tiempo y a través del odio a España como vector principal pasan a ser urbanitas y revolucionarias/progresistas, arrastrando el descontento del campo al chivo expiatorio de la unidad nacional y anulándolo políticamente.
Los nacionalismos-separatismos como expresión de las tensiones generadas por la modernidad, primero transfiriendo el descontento de los perjudicados por su avance al estado nacional, como responsable de su imposición, y luego, transmutando su sentido, como adalides de esa misma modernidad frente al centro anquilosado y anticuado. De la culpabilización a los “españoles” por los trastornos de la modernidad de los primeros nacionalistas catalanes o de Sabino Arana en Vascongadas se pasa a la frase de Pujol de “nos hicimos nacionalistas cuando España no nos dejó ser modernos”, denotativa de su cinismo.
Los nacionalismos-separatismos como mesianismo pseudoreligioso, donde se sustituye a Dios por la falsa nación oprimida, el “pueblo mesías”, siguiendo al teórico del nacionalismo Fichte cuando dice “el nacionalismo es la vida divina que irrumpe en nosotros”. Se trataría de la secularización de la herejía gnóstica, donde, como dice Stefano Abbate: “la voz de Dios se convierte en la voz del pueblo”. El nacionalismo se trataría así de la trasposición de elementos religiosos al mundo secular, colaborando en la creación de pseudoreligiones políticas con las que sustituir a las verdaderas religiones, como definitorias del marco de ideas compartidas necesario para formar una comunidad viable, constituyendo una “divinización del poder”.
Los nacionalismos-separatismos como supremacismo, donde los habitantes de algunas regiones se consideran superiores, racial o culturalmente a los de otras, en ocasiones como sobrecompensación de un complejo de inferioridad subyacente o en la tradición del racismo científico del mundo protestante antiespañol.
Los nacionalismos-separatismos como expresión extrema de la irresponsabilidad de una clase política mediocre. Eso se ve con claridad en la crisis cantonalista, en los problemas de la Segunda República y en el actual sistema autonómico, en gran medida creado para duplicar primero y multiplicar después los puestos políticos y dar trabajo a la oposición al franquismo sin quitárselo a la clase política franquista, reconvertida en derechista o centrista.
Los nacionalismos-separatismos como reparto de poder entre oligarquías locales y centrales, y entre sectores políticos durante la transición, tanto entre los partidos políticos nacionales y autonómicos, como dentro de los de ámbito estatal, entre su burocracia central y los barones regionales, lo que explica la poca resistencia de estos a los desmanes nacionalistas y su tendencia a replicar en sus comunidades las políticas nacionalistas que los partidos de esta significación adelantan en las suyas. En ese sentido, el reparto de poder político se asemejaría al reparto de territorios de una mafia de delincuentes, entre sus familias y clanes.
En definitiva, cuando aparecieron los primeros lobbies representativos de los intereses de la nueva burguesía industrial en las regiones protagonistas de los primeros intentos de industrialización de España, Cataluña y las provincias vascas, buscaron una ideología que les sirviera de excusa para canalizar sus reivindicaciones y la encontraron en el nacionalismo fraccionario-periférico, porque la asunción de la leyenda negra creada por los enemigos históricos de España en nuestra propia patria, predisponía al auto-odio y a la desmoralización colectiva, impulsada por desastres como el del 98. A partir de ahí, el nacionalismo separatista se aprovechó para resolver conflictos derivados de la modernidad como la brecha campo-ciudad o para acabar con los últimos restos de carlismo y catolicismo militante, utilizando para ello la burda falsificación de la historia y los mecanismos victimistas del marxismo cultural, y aprovechando la existencia de una clase política mediocre, predispuesta a ser manipulada con tal de repartirse el pastel de los fondos públicos.
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