21/11/2024 11:55

Aprobada ya por el Parlamento la abominable Ley de Amnistía, deseo recordar que casi cien asociaciones y agrupaciones fueron las convocantes de la manifestación del pasado día 9, en Madrid, para protestar y denunciar el golpe de Estado que constituye dicha Ley. Y, más allá, para enfrentarse a su artífice, ese Partido Frentepopulista 2030, que se erige como partido único de este Régimen globalista y tiránico que nos han impuesto. La destructora Ley de Amnistía, que sucede a otras numerosas leyes execrables creadas por la casta partidocrática, es el irracional colofón a una época dirigida por psicópatas, malhechores, traidores y pervertidos en la que la malevolencia, la insania y el delito se han convertido en categoría de ley social y moral y, por lo tanto, en guía del rebaño.

La esperanza de una voz joven, representante de la juventud universitaria. La esperanza de un portavoz de la Guardia Civil confirmando su disposición a cumplir con el juramento de defender al pueblo. La esperanza de una autorizada voz de la judicatura, denunciando al fiscal general por su venalidad y expresando su confianza en el Tribunal Supremo, que presuntamente está haciendo las cosas bien en estos arduos momentos. Y la esperanza de un heraldo de la sociedad civil y, a la vez, del ámbito político, que, por fin, hace pública la certidumbre de que, dadas las gravísimas circunstancias por las que atraviesa la patria, la solución no se halla en la alternancia, sino en arrancar de raíz las malas hierbas e iniciar una regeneración, una nueva época que entierre definitivamente el albañal que ha supuesto la Transición pretendidamente democrática. Cuatro parciales esperanzas que, fundiéndose en una gran esperanza, constituyen la lectura resumida de una oxigenante manifestación que, a pesar del desapacible ambiente climático, fue seguida por dos decenas de miles de entusiastas patriotas.

Lo cierto es que España agoniza bajo una mafia política y civil delictiva, una mafia predatoria. Tan cierto como que, si bien hace ya mucho tiempo que se ha detectado el problema, hasta ahora no se ha buscado la forma de remediarlo. Y esa dejadez, por suicida, no puede continuar. La experiencia nos dice que, aun sin olvidarnos de la muchedumbre, la rebelión y posterior regeneración tiene que nacer entre los sectores cultos, avisados y cívicos de la sociedad, sobre todo intelectuales y juristas independientes dispuestos a avivar los derechos históricos del pueblo y su participación en el Gobierno y a dar expresión a sus agravios.

Un grupo consciente de que el fin prioritario es la hermandad y la igualdad de los españoles, es decir la unidad. Y que por tanto debe evitar por todos los medios que los objetivos, bien por disparidad o por dispersión, carezcan de contundencia y determinación y, en consecuencia, no inmuten al poder, es decir, al Sistema. Pero llegados aquí, debemos apuntar que un cambio esencial no puede hacerlo sólo la economía ni la política, sino sobre todo ha de basarse en la cultura. En la llamada batalla cultural.

Se trata de educar al pueblo en el sentimiento y el espíritu de las leyes y las cosas, más que en la letra, para así estar más preocupados por observar mejor la rectitud de los actos, pues son ellos los que generan opinión depurada. Hoy más que nunca es necesaria la irrupción en nuestra sociedad de un grupo selecto de intelectuales genuinos que tenga como prioridad la modificación de la Constitución en el sentido de hacer de España no un país más débil, a merced de los espurios intereses interiores y exteriores, como desea el globalismo y sus sicarios, sino más vigoroso, seguro y respetado. Y en este punto se incluye la urgente necesidad de reafirmar la unidad y neutralidad activa de la patria, ratificar la preeminencia del idioma español y proclamar la ineludible reintegración de Gibraltar al territorio común.

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Porque España necesita motivos para ilusionarse y enfrentarse al futuro y son estas tres cuestiones, y su correspondiente desarrollo las que España ha de resolver con especial premura. Se trata sencillamente de difundir el noble -y perdido- espíritu de la ciudadanía, facilitar y defender el honor y la estabilidad de la familia, la independencia de la justicia, la educación humanista, el derecho a la propiedad privada; se trata de reivindicar los mejores frutos del pasado, para con su ejemplo caminar hacia ese futuro de excelencia que por todos los hombres y mujeres de buena voluntad debe ser construido.

Aunque suene a utopía no queda otro remedio que buscar al hombre interior y formarlo pacientemente a que se esfuerce y sacrifique, a que elabore un día y otro sin descanso la obra de su regeneración. Algo en lo que VOX no incide, a pesar de sus excelentes diatribas contra la mafia partidocrática, como tampoco incide en la imperativa y tradicional neutralidad de España en el último siglo, ni en la obligación de acabar con la humillante imagen de Gibraltar, una colonia en manos de uno de nuestros enemigos históricos cuyos lóbis tratan ahora, con ominosa impostura, de reconvertirlos en amigos, a través incluso de desleales compatriotas vendidos al adversario.

Y la batalla cultural significa, en resumen, que la esperanza del galardón social, del prestigio cívico, sea estímulo para las acciones justas y honrosas. De este modo, al ver los hombres que los cargos de confianza no se reciben por herencia o por medro, sino que se confieren al mérito, procurarán sobresalir en virtudes, para conseguir la recompensa. Y sobre cuatro bases hay que sustentar la regeneración social: hacer libre al pueblo español, que hoy es esclavo; elevar su religiosidad y su cultura, es decir, su capacidad crítica y autocrítica, reivindicando el humanismo cristiano y la cultura clásica occidental; crear disciplina social, fomentar el civismo y la ética, enaltecer los principios; y, finalmente, hacer pedagogía insistiendo en las reglas del Derecho, que se resumen en vivir honestamente, no perjudicar a nadie y dar a cada cual lo suyo, de acuerdo con sus méritos personales y comunitarios.

El proyecto regenerativo o revolucionario ha de tener claro que no es que las buenas leyes no existan, sino que nadie se cuida de que se cumplan. No hay un vacío legal ni una ausencia de inquietud, al menos en el seno de la masa crítica, lo que hay es un incomprensible vacío de acción jurídica y de organización civil. Dentro del pueblo, su masa crítica se ha sublevado en protesta por tener una justicia laxa y un Gobierno enemigo de la patria, de la honradez y de la libertad. Pero, aun habiendo organizadores, no acaba de aparecer el Sumo Organizador que aglutine los dispersos y numerosos malestares existentes, y de eso se están aprovechando los facinerosos, a pesar de su extrema debilidad moral. Porque en cuanto se caiga una carta, el templo de naipes del tahúr monclovita se puede derrumbar, y con él toda la bazofia frentepopulista. Pero no acaba de aparecer el líder individual o grupal que dé la patada definitiva a este tinglado de socialcomunistas y cómplices de izquierdas y derechas que sustenta el chiringuito del oprobio.

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El problema es cómo inculcar un objetivo moral al pueblo y cómo dar homogeneidad a tan amplio conjunto de asociaciones, agrupaciones o partidos extraparlamentarios -VOX, si aclarara ciertas ambigüedades, podría ser el aglutinador- preocupados por el declive de España. El destino de la lengua, como compañera de la nación, y la omisión de todo tipo de regionalismos o de autonomismos centrifugadores son esenciales para tal fin, como instrumentos idóneos a la hora de proporcionar forma y unidad. Como tan esencial es el respeto a nuestra historia y la vuelta a nuestra cultura tradicional y a nuestra religión cristiana, porque todas ellas son gérmenes de cohesión y entendimiento.

En cuanto al pueblo, el intelectual genuino, el espíritu libre, desea su libertad cuanto pueda desearse, mas esta libertad consiste en tener un Gobierno y unas leyes gracias a las cuales la vida del pueblo y sus bienes puedan llamarse suyos. No consiste la libertad para el pueblo en gobernarse a sí mismo, como pretenden las democracias liberales, es decir, tramposas. Esto no pertenece a la realidad, en absoluto. Un ciudadano común y un gobernante justo son seres, prácticamente hablando, rigurosamente diferentes, aunque compatibles dentro de un orden armonioso y legal.

Lo que está claro es que en nuestra enferma sociedad existen unos firmes militantes de la regeneración empeñados en la lucha de resistencia. Y que hay que seguir golpeando el yunque con el mazo sin perder la esperanza, pues no olvidemos que la Providencia tiene sus sorpresas. Por la boca de una sierpe de piedra sale un chorro de agua fresca, y los Evangelios nos recuerdan que a veces recibimos salud de los enemigos sin ellos pretenderlo, y soluciones a nuestros males de la mano de aquellos que nos aborrecen, porque la vida es así de imprevisible.

El cielo -como más o menos leemos en el Quijote-, por extraños y nunca imaginados rodeos, suele levantar a los caídos y favorecer a los justos. Pero es necesario armarse de razón y de fe para poder resistir a las insidias del diablo, a los malos espíritus, a los dominadores globalistas y a sus sicarios que pretenden crear un mundo tenebroso. Sabiendo, eso sí, que no sólo es necesaria la verdad; necesitas también apoyos políticos y mediáticos para darte a conocer y hacerte creer. Y sabiendo que, si conseguir la libertad tiene su coste, también todo esfuerzo tiene su recompensa.

Lo que está claro es que, del mismo modo que hay que recordar que la rebeldía, la insumisión, significa pensar, optar en nuestros días por otros valores distintos a los democráticos, por una sociedad solidaria que repugne la miseria y la injusticia, también hay que recordar y fomentar los sueños con el rigor del marino que mantiene la mirada clavada en las estrellas. Porque nada hay peor que la resignación.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Aliena

Lucidísimo artículo, en el que se plantea lo que sería una revolución en todos los frentes con apariencia de mesura. Lamento no ver en VOX ni los atisbos de lo que pudiera llegar a ser el «aglutinante». Y, como curiosidad, casi chascarrillo, no hace ni una semana que he leído, en una carta escrita por Enrique Jardiel Poncela, que éste declaraba que Franco era la primera persona que había tenido España al frente desde los Reyes Católicos, que organizaba ( y aclaro que el genial autor tenía, en conjunto, una visión muy positiva de España y de su Historia ).

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