06/07/2024 05:49
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 Ellos le llamaron «Revolución», pero aquello fue un verdadero Golpe de Estado, ya que había un objetivo claro. cargarse la Monarquía y proclamar una República… y con todos los elementos del golpe de estado malapartiano: una dirección, un Plan de actuación, una organización civil, unas fuerzas militares, unos medios de prpaganda y unas fuerzas políticas y sindicales.

    O sea, un Golpe de Estado en toda regla (incluso mejor planteado y organizado que el de Primo de Rivera o el posterior del general Sanjurjo).

Lo que pasa, lo que les pasó, es que, por culpa de todos, aquello fue un desastre y como tal terminó, como el rosario de la aurora, con los fusilamientos de los capitanes Galán y García Hernández (tal día como hoy de 1930…y en domingo), la huída a uña de caballo de otros (el primero más astuto, como siempre Indalecio Prieto) el escondrijo de los cobardes y la cárcel para los máximos responsables (Largo Caballero, Alcalá Zamora, Miguel Maura y otros).

        Pero, vayamos paso a paso. Primero la sublevación de Jaca.

              

          El adelanto suicida

 

  Ante el desencanto por las promesas incumplidas de Berenguer, las fuerzas políticas de izquierdas y republicanas se reunieron en San Sebastián en agosto de 1930 y, con reuniones y adhesiones posteriores, se acordó finalmente buscar la proclamación de la república mediante un Golpe Militar. Se formó un comité revolucionario para organizar la sublevación de diferentes guarniciones militares y, dentro de esta, destacó el capitán Fermín Galán, líder del regimiento de infantería Galicia, destinado como guarnición en Jaca. Fermín fue uno de militares que más activo estuvo en la preparación del golpe en favor de la república. No en vano, ya había estado en la cárcel por haber participado en la organización de otro pronunciamiento militar, en este caso contra Primo de Rivera. 

Sin embargo, el Comité Revolucionario no fue todo lo expeditivo que Galán pretendía, y la fecha para comenzar el golpe fue pospuesta en repetidas ocasiones, hasta que finalmente se fijó para el 15 de diciembre de 1930. Pero Galán había recibido informaciones de que el gobierno sabía que estaba tramando algo. Esto, junto al miedo de que las inminentes nevadas cayeran antes del día 15 y cerraran los pasos pirenaicos impidiendo el transporte de tropas, hizo que anunciara al comité que iniciaría el golpe el día 12. Algunas fuentes dicen que para tratar de convencerle de que retrasara el golpe hasta el día 15, el comité envió a Jaca a Casares Quiroga y a otros dos delegados. Pero estos llegaron, según sus propias palabras, «a una hora intempestiva», por lo que no contactan con Fermín Galán y deciden esperar a la mañana siguiente. Pero el capitán es madrugador, y a las cinco de la mañana del día 12 subleva a la guarnición jacetana, ocupa las sedes de correos, telégrafo, telefonía y la estación de tren y proclama en el ayuntamiento la Segunda República española. 

Galán espera que su acción haga que el resto de militares favorables a la República se alcen también, provocando la caída del gobierno de Berenguer. Pero muchos esperan a ver cómo se desarrollan los acontecimientos, y lo cierto es que la escasa previsión de la guarnición jacetana hace que se retrase la salida hacia Huesca más de nueve horas, al no contar con vehículos. Esto da tiempo al gobierno central para preparar la ofensiva, encargada a la V Región Militar, la de Zaragoza, desde donde se mandan tropas a defender la capital oscense. 

Mientras, las dos columnas en las que se dividen las fuerzas de Galán, avanzan a duras penas, debido al mal estado de la mayoría de los vehículos de los que disponen y que sufren averías constantemente. Consiguen por fin llegar a Ayerbe, pero han perdido un tiempo precioso, y al día siguiente se encuentran en los alrededores del santuario de Cillas, a apenas 3 km de Huesca, con el grueso de tropas del gobierno que han llegado desde Zaragoza, que rechazan el avance de los sublevados. Galán tarda mucho en reaccionar al verse superado y fracasado el movimiento revolucionario por falta de apoyos, y de hecho sus tropas se retiran y se lo tienen que llevar prácticamente a rastras. Pero finalmente asume la situación y acude a Biscarrués junto a otros oficiales donde se entregan a la Guardia Civil. 

La sublevación prevista inicialmente para el día 15 también fracasa, pues apenas hay un intento de tomar el aeródromo de Cuatro Vientos, en Madrid, y que no se logra tomar. Mientras tanto, Fermín Galán fue sometido en Huesca a un consejo de guerra sumarísimo, en el que el capitán asumió todas las responsabilidades y pidió que eximieran de culpa a sus oficiales, que solo cumplían órdenes. Pero en los apenas cuarenta minutos que duró el consejo, Galán y el capitán García Hernández fueron condenados a muerte, mientras que el resto de oficiales lo fueron a cadena perpetua. El mismo 14 de diciembre a las dos de la tarde y a pesar de ser domingo, día en el que no se acostumbraba  en el ejército a realizar ejecuciones, los capitanes Fermín Galán y García Hernández fueron fusilados. Esto provocó una gran conmoción en toda España, despertándose un profundo sentimiento antimonárquico. Manuel Azaña escribiría en sus memorias «La monarquía cometió el disparate de fusilar a Galán y García Hernández, disparate que influyó no poco en la caída del trono». Y así fue, porque apenas cuatro meses después de su ejecución, unas elecciones de carácter municipal mostraron un apoyo mayoritario en las grandes ciudades a los partidos republicanos, provocando así la salida de Alfonso XIII y la proclamación de una República que siempre tuvo a los sublevados de Jaca como mártires por la causa. (Martínez

                                    MAÑANA, ESPAÑA SERÁ REPUBLICANA

   Pero el fracaso de Galán había dejado claro que los «republicanos» no podrían hacer nada sin los socialistas. ¡Sin las masas cualquier intento estaba abocado al fracaso! …Y en aquellos momentos las masas eran socialistas, pues sólo en Madrid la UGT contaba con 90.000 afiliados de cuota, lo que prácticamente hacía que el «mundo obrero» estuviese bajo la bandera del PSOE. Y ello —¡ironías del destino! — gracias a la «colaboración» con la Dictadura, ya que a lo largo de esos casi siete años tuvieron todas las facilidades para organizarse y completar sus cuadros a nivel nacional. La labor de Largo Caballero en el Consejo de Estado de Primo de Rivera había dado, pues, sus frutos…  

¿Y por qué no salieron a la calle los socialistas el «15-D» …? Según Largo Caballero porque alguien del propio partido socialista había «traicionado» los acuerdos con los republicanos, lo que le había hecho casi llorar de rabia y de pena. Otras fuentes señalaron a Besteiro como el responsable de la «no participación» en el «golpe», por considerar el «profesor» que los obreros no debían ayudar a los burgueses a hacer su «Revolución».  

Pero dejemos que sea el propio Largo Caballero quien lo cuente, desde (curioso, ¿verdad?) «Berlín. Cuartel General del Ejército ruso de ocupación. 28 de mayo de 1945»:  

 

                                 La versión de Largo Caballero

 

Querido amigo: El Partido Socialista ha sido requerido muchas veces por elementos republicanos para embarcarle en sus conspiraciones, que eran dignas de ser representadas como espectáculo en un teatro de revistas.  

El Partido contestó siempre de modo negativo, diciendo que no se comprometería en ninguna conspiración, en tanto no estuviese convencido de que se trataba de algo serio. Esta actitud se explotaba por los republicanos, propalando que no estaba destronado Alfonso XIII por culpa de los socialistas. No obstante, la Ejecutiva, el Comité Nacional y el Congreso, seguían imperturbables. No se dejaban conquistar.  

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En representación del Partido asistí al Congreso Socialista Internacional en Bruselas. A mi regreso y en reunión de la Comisión Ejecutiva de la Unión General, oí la lectura del Acta de la sesión anterior, según la cual había comparecido una Comisión de republicanos para invitar al Partido y a la Unión a adherirse al Comité revolucionario que estaba trabajando para instaurar el régimen republicano. Se decía también que la impresión causada había sido favorable porque se trataba de algo serio. «Siendo así —manifesté— ha llegado el momento de poner en acción el primer punto del Programa del Partido y ayudar al movimiento, moral y materialmente.» Aquel mismo día se recibió la invitación para designar un representante para dicho Comité revolucionario, y, cambiadas impresiones, me designaron a mí.  

En el Ateneo de Madrid, donde se reunía dicho Comité, conocí las personas que lo componían y que, si no recuerdo mal, eran:  

Niceto Alcalá Zamora, en calidad de Presidente.  

Manuel Azaña, como Ministro de la Guerra.  

Marcelino Domingo, como Ministro de Agricultura.  

Álvaro de Albornoz, como Ministro de Justicia.  

Miguel Maura, como Ministro de Gobernación.  

Alejandro Lerroux, como Ministro de Estado.  

Fernando de los Ríos, como Ministro de Instrucción Pública.  

Indalecio Prieto, como Ministro de Obras Públicas.  

A mí me adjudicaron el Ministerio del Trabajo.  

Todavía no estaba destinado el de Hacienda. Naturalmente todo eso era en previsión de que el Comité llegara a ser Gobierno. El señor Sánchez Román asistía como asesor jurídico.  

¿Quién había nombrado a De los Ríos y a Prieto? Nadie. Ellos, siguiendo su conducta de indisciplina y procediendo por su sola voluntad. ¿A quién representaban? A nadie. Era uno de tantos actos de indisciplina. Por mucho menos habían sido expulsados del Partido otros correligionarios. ¿Por qué se les toleraba esas indisciplinas? Porque, según algunos, expulsados podrían hacer más daño al Partido. ¡Buena teoría!  

Me informaron de que a Lerroux no quisieron darle el Ministerio de Justicia por temor a que las sentencias se vendiesen en la calle de San Bernardo. Era el Ministerio que deseaba.  

Como era la primera vez que yo asistía, Alcalá Zamora se creyó obligado a pronunciar un discurso informándome de la situación militar y de las personas comprometidas. Con esto estaba en posesión de los secretos de la conspiración.  

Para ratificar en sus puestos a los tres presuntos ministros, se reunieron las dos Ejecutivas. Andrés Saborit, apoyado por Besteiro, propuso que se retirara a la representación del Comité revolucionario, ya que tratándose de proclamar una República burguesa la clase trabajadora nada tenía que hacer allí. Toda su argumentación era: «Los trabajadores no deben hacer otra revolución que la suya.» Durante la discusión manifesté que no era ése el criterio del Partido, puesto que en su programa político consignaba como su primera aspiración la de implantar la República, sin especificarse fuera burguesa o social, pero establecida como estado transitorio, se sobrentendía que habría de ser la primera. Además, no era correcto separarse del Comité revolucionario estando ya enterados de los secretos de la conspiración, pues si se descubría algo se nos achacaría la responsabilidad. Entre los asistentes causó sorpresa aquella nueva actitud de Saborit y Besteiro.  

La discusión fue larga y empeñada, causando cierta irritación ese cambio de frente inesperado, si se tiene presente la actitud mantenida al declarar la huelga de agosto del 17.  

Con los votos en contra de Besteiro y Saborit —no recuerdo si hubo algún otro— se acordó ratificar los nombramientos de los tres.  

Me interesa decir que nunca he creído que la República burguesa pudiera ser la panacea para curar todos los males del régimen capitalista; pero la consideraba como una necesidad histórica. Desgraciadamente muchos trabajadores la consideraban imprescindible, como paso ineludible para llegar al fin de sus ideales. «Es preciso subir el primer escalón de la escalera para alcanzar el último.» Ésta era la expresión más generalizada. Una experiencia de la República burguesa les convencería de que su puesto de lucha estaba en el Partido Socialista para la transformación del régimen económico. Que no me equivoqué lo han demostrado los hechos. L 

a discusión habida en las Ejecutivas llegó a conocimiento del Comité revolucionario, y el señor Alcalá Zamora solicitó una entrevista con dichas Ejecutivas. Se celebró en la casa de Besteiro.  

Alcalá Zamora iba acompañado de algunos militares. Informaron detalladamente de cómo estaba la situación, y declararon que sin la cooperación del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores no se podría realizar el movimiento revolucionario.  

Después de marcharse los informantes todos reconocieron que se trataba de una cosa seria. Besteiro y Saborit seguían muy reservados. 

Por el Comité revolucionario se proseguían los trabajos con alguna rapidez. Lerroux se lamentó de que por su Partido no hubiera más representante que él en un ministerio sin importancia, y propuso para el de Hacienda a su amigo y correligionario señor Marraco. Prieto se opuso diciendo, con razón, que dicho señor era odiado por los trabajadores, y que éstos le verían con recelo en un ministerio, cualquiera que fuese. En compensación se aceptó, a propuesta de Lerroux, al republicano de Sevilla don Diego Martínez Barrio, creando para él el Ministerio de Comunicaciones. El más sorprendido por ese nombramiento fue el propio interesado.  

El Presidente daba cuenta de entrevistas, acuerdos o proyectos con los elementos comprometidos. Se acercaba el momento decisivo…  

Al fin se fijó una fecha para el movimiento. A cada uno se le señaló el lugar donde debía actuar, pero se recibió la noticia de haberse publicado en la Gaceta un Decreto licenciando parte de los soldados en filas y llamando a un nuevo contingente, y como los militares vieran en esto una dificultad, la fecha quedó aplazada.  

Dimos cuenta a las Ejecutivas del aplazamiento. Saborit y Besteiro volvieron a la carga para que se retirase la representación del Comité revolucionario. El argumento era que nos engañaban, que no había propósito de hacer la revolución; calificaban de comedia lo sucedido. Esto es, primero se Opusieron al ¡movimiento porque se trataba de hacer una revolución burguesa; después, según ellos, porque nos engañaban y no se hacía la revolución. ¿Qué espíritu maligno se paseaba por sus cuerpos? 

El día 12 de diciembre, Galán y García Hernández, capitanes del Ejército, impacientes, se anticiparon al movimiento que debía comenzar días después y sacrificaron sus vidas en aras del ideal. Si estos héroes fracasaron, su sangre no cayó en tierra estéril; sirvió para levantar el espíritu del pueblo y para que éste los vengase como lo hizo el 14 de abril de 1931, proclamando la República.  

Llegó el momento de señalar definitivamente la fecha del movimiento. Fue ésta la del lunes 15 de diciembre de 1930.  

El señor Lerroux redactó el Manifiesto, ya cada uno de los miembros del Comité se le asignó una misión.  

Yo tenía que comunicar a las Ejecutivas del Partido y la Unión General, así como a las Sociedades de la Casa del Pueblo, el acuerdo de declarar la huelga general pacífica; único compromiso contraído por nuestra parte. Lo demás lo harían los militares.  

El lugar en que debía situarme era la casa de un médico republicano. Las órdenes e indicaciones las daría durante el movimiento, por conducto de dos enlaces, de la Casa del Pueblo. La resolución se tomó el sábado por la noche y, para trasladarme, tenía que esperar al día siguiente domingo. Se dio la circunstancia de que ese día por la mañana se celebraba un festival en el «Teatro Alcázar», de la calle de Alcalá frente a la de Peligros, para conmemorar el aniversario de una de las Sociedades Obreras; a él acudían las Juntas Directivas de las entidades de la Casa del Pueblo con sus respectivas banderas. Aproveché la oportunidad y fui temprano al teatro. Reuní a los dirigentes, les expuse el asunto y quedaron de acuerdo en imprimir unos manifiestos invitando a los trabajadores a la huelga total, pacífica y sin provocar incidentes. El Manifiesto se repartiría a las entradas de Madrid, a los obreros del extrarradio y de los pueblos inmediatos y asimismo en el centro de la capital.  

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Terminado mi cometido, me avisaron con urgencia que los señores Araquistain y Negrín querían hablarme. Éstos me dijeron que habían sido detenidos los señores Alcalá Zamora, Miguel Maura y Álvaro de Albornoz, y que buscaban a los demás firmantes del Manifiesto suscrito por el Comité, Me invitaron a salir con ellos; montamos en el auto de Negrín que esperaba en la puerta del escenario en la calle de Cedaceros y me llevaron al laboratorio de Negrín en la calle de Serrano. Allí me encontré con Álvarez del Vayo, que había pasado la noche en dicho laboratorio. Quedaron en volver por la tarde para llevarme en el mismo auto a la casa del médico. Impaciente, a la caída de la tarde, salí solo, y andando llegué a la casa citada. El médico republicano no estaba. Acomodado en un piso alto, esperé hasta las dos de la madrugada las noticias de los enlaces. A las diez de la mañana me dijeron que no había huelga ni indicios de que fuera declarada. Entonces di orden a los enlaces para que poniéndose al habla con las Ejecutivas y las Juntas Directivas, se cumplieran los acuerdos adoptados en el Teatro el día anterior.  

Al anochecer se me presentaron Araquistain y Negrín indignados, para decirme que la huelga había sido boicoteada y que debía trasladarme a la calle de Carranza 20, donde estaban reunidas las Ejecutivas. Inmediatamente nos fuimos allá. Cuando llegué había terminado la reunión. Pregunté a los que allí quedaban por qué no se había declarado la huelga y, en vez de darme una explicación, me contestaron que Besteiro estaba encargado de comunicarme lo acordado.  

Araquistain, Negrín y yo nos trasladamos a la casa de Besteiro. Al llegar quedé yo en el coche, y los otros subieron a avisarle; bajó y, en el auto, los cuatro nos dirigimos al Paseo de la Castellana que estaba completamente a oscuras. En el ca– mino le hice a Besteiro las consideraciones del caso, recordándole el compromiso contraído y la manifestación de los militares hecha en su propia casa de que si nosotros los trabajadores no cooperábamos, no sería posible el movimiento. Le hice observar que si no cumplíamos con nuestro deber, ello constituiría un descrédito para la clase obrera organizada y que, en el porvenir, pagaríamos cara la deserción. Besteiro a todo decía que sí, pero sin poderle sacar la declaración del porqué no habían declarado la huelga. Al fin prometió que comunicaría que se declarase al día siguiente, martes.  

Nos separamos y volví a mi escondite.  

El martes vinieron a verme los enlaces y me dijeron que no había huelga; esperé hasta la tarde, y lo mismo. No había duda; la huelga estaba saboteada; consumada la traición por los enemigos de formar parte del Comité revolucionario.  

Decidido a salir con objeto de informarme y a adoptar la resolución exigida por las circunstancias, me disponía a hacerlo cuando llegaron Araquistain y Negrín para comunicarme que Fernando de los Ríos me esperaba en el domicilio de don Francisco Giner. Allí los encontré, acompañados del Señor Sánchez Román. Cambiamos impresiones sobre lo sucedido, y acordamos presentarnos espontáneamente al día siguiente ante el General Juez Instructor de la causa, haciéndonos responsables solidarios del Manifiesto y del movimiento.  

Antes de ir al cuartel del Pacífico donde se hallaba el juzgado, pasé por la Casa del Pueblo. Vi a Besteiro y a Saborit, les di cuenta de lo resuelto por De los Ríos, Sánchez Román y yo, esto es, presentarnos ante el Juez de instrucción… y se encogieron de hombros, sin decir una sola palabra.  

La indignación que esto me produjo fue tan grande, que no pude evitar que se me saltasen las lágrimas.  

Nunca creí que los odios y los rencores de los hombres, por rivalidades de ideas o de apreciación, llegasen a tal extremo.  

 

Como habrá observado el lector, sólo he subrayado unas palabras de la carta de Largo Caballero. Aquellas que dicen:  

«Durante la discusión manifesté que no era ése el criterio del Partido, puesto que en su programa político consignaba como su primera aspiración la de implantar la República…» 

…Y lo he hecho para no pasar por alto algo que —con rigor histórico— no admite la menor duda: el «hecho» de que el Partido Socialista Obrero Español es —y lo fue siempre— republicano. Pues a estas palabras de Largo Caballero podía añadir un millón más en el mismo sentido, comenzando por los puntos programáticos fundacionales y por las definiciones tajantes de Pablo Iglesias; sin embargo, no lo voy a hacer, ya que a este tema pienso dedicarle algún día un libro exclusivo. Sí quiero recordar aquí las palabras de Julián Besteiro que he puesto al comienzo de este «Todos contra la Monarquía» … y que son éstas:  

«Los socialistas hemos sido y somos, en el orden político, fundamentalmente republicanos… y ponerlo en duda sería monstruoso.»  

Así pues, que nadie se llame a engaño cuando los jóvenes socialistas de hoy se lanzan a la calle con esas pancartas donde, bien claro, puede leerse eso de que «mañana, España será republicana» y con la bandera «morada» de los años treinta. Lo anormal es que un socialista español sea monárquico o simplemente «posibilista», ya que eso levantaría de su tumba al mismísimo don Pablo Iglesias. 

                                   El hecho es que con aquel Golpe las Izquierdas, y los socialistas los que más, quedaron inhabilitados para condenar cualqyuier otro Golpe de Estado.

             Pero, las Derechas son tan «ineptas» o tan cobardes que no saben airear las «barrabasadas» de las Izquierdas y se esconden avergonzados de las suyas.

              Y además el Golpe de Diciembre de 1930 les sirvió para apoderarse del Estado, tan solo cuatro meses después. ¡Qué le vamos a hacer!.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.