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Como mostrábamos en las páginas precedentes, Tolstoi no temía cuestionar los dogmas imperantes en su época por asentados e indiscutibles que pudieran parecer. Sosteniendo,  por ejemplo, una perspectiva interesante respecto a la originalidad a todo trance, glorificada por las vanguardias como su máxima cualidad. Así, afirma lo siguiente del arte contemporáneo de su tiempo: “[…] su campo de acción, a fuerza de limitarse más y más, se empequeñece hasta tal punto que a los artistas de las clases superiores se les antoja que todo ha sido dicho ya y que no puede decirse nada nuevo. De aquí proviene que, para renovar su arte, busquen sin cesar nuevas formas”[1].

En este sentido, el gran literato y pensador vincula la sinrazón, degeneración y función negativa del arte a unas elites irresponsables y aburridas: “[…] desde que las clases superiores, habiendo perdido la fe en las doctrinas de la Iglesia, quedaron sin fe ninguna, no hay nada que pueda llamarse arte europeo o nacional. Desde entonces el arte de esas clases superiores se divorció del que profesaba el pueblo y hubo dos artes: el del pueblo y el de los delicados”[2] […] “Eran precisamente esos hombres (de las clases superiores) los que, teniendo el poder y riqueza, pagaban y dirigían a los artistas”[3]. Pues “[…] incapaces también de aceptar el verdadero cristianismo que condenaba su manera de vivir, esos ricos y esos poderosos tenían que volver a la concepción pagana que hacía consistir el sentido de la vida en el placer personal”[4]. De modo que: “Desde el momento en que las clases superiores de la sociedad perdieron su fe en el cristianismo de la Iglesia, la belleza, es decir, el placer artístico les dio la norma del bueno y mal arte”[5]. “El dilema es fatal; los hombres inteligentes e inmorales lo esquivan negando que la masa del pueblo tenga derecho al arte. Estos hombres proclaman, con perfecta imprudencia, que sólo deben gozar del arte de los escogidos, los intelectuales o los superhombres”[6].

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Añade Tolstoi una observación certera –perfectamente vigente hoy en día– para explicar el imperio de la voluntad de unos pocos sobre la mayoría merced al perezoso seguidismo de esa masa que renuncia a forjarse un criterio propio: “[…] hombres indiferentes al arte, en los cuales la facultad de ser emocionados se encontraba pervertida y en parte atrofiada; y éstos se acogían servilmente a la opinión de los príncipes, financieros y otros aficionados que, a su vez, se acogían al dictamen de los que expresaban su opinión más alto o en tono más seguro […]”[7]. De hecho, Tolstoi es incisivo contra los artistas que, convertidos en “juglares de los ricos”[8], contribuyen no sólo a un mal arte sino a una dinámica perniciosa. Y es que: “Sea cual fuere la nueva insania que aparezca en el arte, en cuanto la adoptan las clases superiores de nuestra sociedad se inventa una teoría para explicarla y sancionarla, como si nunca algunos grupos sociales hubieran tomado por arte verdadero lo que era un arte falso, deforme, vacío de sentido […]”[9].

En definitiva, Tolstoi no duda en condenar el “arte inútil o nocivo” y las “consecuencias perniciosas del arte malo”[10], rechazando buena parte del arte de su tiempo: “[…] es preferible renunciar a todas las artes que sostener el arte que existe hoy día y que deprava a los hombres”[11]. Pero no debe confundirse esta aparente voluntad iconoclasta con la defensa de un arte aún más restrictivo. Al contrario: “El artista comprenderá que producir una fábula, con tal de que divierta, o una canción, o una farsa, con tal que distraiga, o una pintura, con tal que guste a millares de gentes, es más importante que componer una novela, un drama o un cuadro que durante algún tiempo divertirán a corto número de ricos y serán olvidados después”[12]. Es decir, que desde un argumentario que puede tenerse por maniqueo, pero sincero en la defensa de un arte moral[13], Tolstoi apunta algo que ya en su tiempo parecía haberse olvidado: “La ciencia que distingue lo bueno de lo malo lleva el nombre de religión”[14]. Una reflexión oportuna en estos tiempos en que sepultada toda referencia a Dios, vemos a unos políticos analfabetos y sin escrúpulos erigirse en sacerdotes de una “nueva moral” contra Dios, el Hombre, la Naturaleza y la ley.

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Santiago Prieto Pérez                                                                                      12-06-2022

 

[1]                    [1] Ibíd., p. 97.

[2]                    [2] Ibíd., p. 72.

[3]                    [3] Ibíd., p. 63.

[4]                    [4] Ibíd., p. 64.

[5]                    [5] Ibíd., p. 65.

[6]                    [6] Ibíd., p. 75.

[7]                    [7] Ibíd., p. 162.

[8]                    [8] Ibíd., p. 198.

[9]             Ibíd., p. 44.

[10]                 [10] Ibíd., p. 194.

[11]                 [11] Ibíd., p. 206.

[12]                 [12] Ibíd., p. 216-17.

[13]                 [13] Léase también el Discurso de Ramiro de Maeztu “El Arte y la Moral”, para su ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, en 1932. N. del A.

[14]                 [14] Ibíd., p. 57.

Autor

Santiago Prieto
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