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CUENTAN los biógrafos de Séneca que cuando el filósofo y moralista tuvo que presenciar la muerte de Agripina, a manos de los «enviados» de su propio hijo Nerón, sufrió un verdadero «ataque de vergüenza atípica» que le llevó a sentir asco de la vida y, sobre todo, de la política.

 

Pues bien, ante la situación general de España (donde se permite que alguien haya querido jugar con lo de la «neumonía atípica» para desviar la atención del pueblo del terrorismo y del caos general) y ante los sucesos de Barcelona, yo, sin ser Séneca, he sentido también un verdadero «ataque de vergüenza atípica» y de asco. Me imagino que como los millones de españoles que el domingo contemplaran las tremendas imágenes de los «secuestrados» en el interior del Banco Central.

 

Vergüenza atípica y asco.

 

Eso es lo que ha sentido España entera el largo fin de semana del domingo 24 de mayo.

 

Eso es lo que está sintiendo España entera desde que saltó al campo esta clase política que nos lleva a la ruina y, tal vez, tal vez, al enfrentamiento armado y fratricida.

 

Sí, vergüenza atípica y asco es lo que estamos sintiendo todos ante una «democracia atípica» (como la ha definido Emilio Romero) que no ha sabido imponerse a la ambición y al desbarajuste de los partidos políticos y mucho menos anteponer el bien de la Nación al qué dirán de unos «demócratas» que sólo aspiran a repartirse España como si fuese una finca particular.

 

¡Ah, si Séneca levantara la cabeza!

 

Todos, absolutamente todos, desde Quevedo a Ortega, desde Unamuno a Marañón, desde Indalecio Prieto a José Antonio, desde Azaña a Gil Robles, desde Maura a Primo de Rivera o desde Alfonso XIII a Franco… si han podido ver desde los luceros las imágenes de TVE del domingo 24 de mayo habrán tenido que sentir un verdadero «ataque de vergüenza atípica». Porque la verdad es que ni España podía llegar a menos ni los españoles a más. Porque nunca jamás, jamás, jamás… la dignidad nacional había estado tan por los suelos.

 

Y que nadie venga, ni pretenda escudarse en el color de los asaltantes (como vilmente se está haciendo)… ¡ni, por supuesto, a justificarse! Que la mierda nos ahoga ya a todos.

 

No. Que nadie lo manipule, que nadie lo tergiverse.

 

Lo de Barcelona ha sido una vergüenza para todos los españoles y muy especialmente para toda la clase política. Para esa «clase» que desde que murió Franco sólo ha sabido trampear, chalanear, consensuar y confundir.

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Lo dijimos entonces y lo hemos repetido insistentemente a lo largo de estos años: ¡esta gente nos lleva al desastre!… ¡esta no es la «Democracia» que el pueblo español quería ni la que votó cuando dijo sí a la Reforma!

 

¿De qué se sorprenden ahora?

 

De que unos atracadores vulgares y listillos se encierren en un Banco y traten de politizar lo que podía haber sido el «robo del siglo» si no es por la actuación ejemplar de unas Fuerzas de Seguridad que, a pesar de todo, siguen sabiendo cuál, cómo y por qué hay que defender a España…

 

De que el terrorismo (de dentro y de fuera) haya transformado España en su cuartel general…

 

De que las empresas se hundan y los españoles vayan al paro como antes iban a las playas de moda…

 

De que la familia se descomponga y la juventud se prostituya entre la droga y la metralleta…

 

De que la Sanidad se hunda entre la corrupción y la incapacidad mientras los españolitos se sienten víctimas de una «neumonía atípica» plataformada por los propios responsables a categoría de »problema nacional»…

 

¿De qué?

 

¿De qué puede sorprenderse a estas alturas una clase política que ni supo ni sabrá nunca estar con dignidad en los puestos de honor a que el pueblo, equivocado y manipulado, los elevó?

 

¿De qué puede sorprenderse una clase política que sólo en unos años ha conseguido dilapidar la herencia de cuarenta años de sacrificios… de sangre, sudor y lágrimas?

 

¿De qué puede sorprenderse ya una clase política que ha conseguido mentalizar a todo un pueblo de que la democracia es terrorismo, corrupción, desgobierno, desunión e indignidad?

 

No. Que nadie se rasgue ahora las vestiduras. Que nadie trate de hacer una montaña de lo de Barcelona.

 

Porque, desgraciadamente, lo de Barcelona no ha sido ni más ni menos que lo de la cafetería Rolando, o lo de la cafetería «California», o lo del «Corona de Aragón”, o lo de Ortuella, o lo de Lemóniz, o lo de tantos y tantos guardias civiles, policías y militares caídos por España y enterrados aprovechando las sombras de la noche.

 

No. Que nadie llore ahora lágrimas de cocodrilo.

 

Porque lo de Barcelona, desgraciadamente, sólo ha sido un peldaño más de la escalera sin fin que nos lleva en directo a los infiernos. A este infierno que hoy llaman «Estado de las autonomías» y que ayer, todavía, se llamaba España.

 

Lo malo, lo grave, lo trágico es que, a pesar de todo, siguen y seguirán sin aprender. Que ahora, una vez más, en lugar de hincarse de rodillas y pedir perdón se dedicarán -como siempre- a la caza de brujas y a «echarle la culpa –como siempre- a la extrema derecha». Exactamente igual que hicieron cuando la masacre de la cafetería Rolando que ahora nos ha contado Lidia Falcón en su libro «Viernes y 13 en la calle del Correo». ¡También entonces se dijo que había sido la extrema derecha y ahora se confirma que fueron la ETA y su «cobertura comunista»!

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Indudablemente «algo huele a podrido en España» y «alguien» está interesado en sacarse la espina de 1936.

 

Esa es «la clave».

 

Pues yo, con todos mis respetos para el Gobierno de la Nación y desde la satisfacción del desenlace casi incruento de lo de Barcelona, tengo que decir y digo:

 

Con mi admirado Séneca: que al ver las imágenes de TVE he sentido un verdadero «ataque de vergüenza atípica» y un inmenso asco por la política.

 

Con Castelar: que «ni la libertad, ni la Democracia, ni la República pueden anteponerse jamás a España».

 

Y con Calvo Sotelo (el otro) al ver cómo se hundía España aquellas palabras inmortales de que «más vale vivir con honra que vivir con vilipendio».

 

Julio MERINO

(Heraldo Español nº 56, 27 de mayo a 2 de junio de 1981)

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.