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Al fondo, allá lejos, Ávila, pegada a la roca, agarra a puñados con sus pétreas almenas el infinito y celeste azul. En el valle las pacas de hierba seca pintan de viruela la melancólica llanura. Ya en la pendiente, la ermita en la que hace nueve siglos habita la Virgen de Sonsoles.
La cámara de la Virgen se encuentra saturada de exvotos de los fieles agradecidos, pues como decía Bartolomé Fernández de Valencia en 1688: “Es tan crecido el número de milagros que ha obrado y obra Dios en esta santa casa de Sonsoles y en su sacrosanta imagen de la Virgen, que no caben en ningún guarismo ni en la humana ponderación”.
En el interior del templo quedan expuestos dos exvotos curiosos:
Según entramos en el templo al inicio de la nave derecha vemos un caimán disecado de manera extremadamente burda:
“Caminando cierto caballero de Ávila por tierras remotas de las indias le salió al encuentro un robusto caimán que, abierta la boca y garras, con gran ligereza y furia se venía a él para despedazarle y tragarle. Viéndose en este conflicto se encomendó fervorosamente a la Virgen de Sonsoles, de quien era muy devoto, ofreciéndola venir a visitarla a su casa de vuelta a España si le libraba del riesgo que le amenazaba con sus acometimientos, aquella monstruosa bestia. Al punto que hizo la oferta se sintió con gran ánimo y esperó al bruto con un venablo en la mano, y al ejecutar el golpe, se le metió, atravesándole el cuerpo y quitándole la vida, escapando de esta suerte de ser lastimoso y sangriento despojo de sus uñas. Y mostrándose reconocido a la Reina de los Cielos por tan singular maravilla, vino en persona a cumplir lo que había prometido, trayendo para mayor testimonio de lo sucedido el mismo caimán, sacados los intestinos y embutido en heno y paja…”
Colgando del techo amarrada con una cadena vemos la maqueta de un barco que galeón parece. Un barco que trajo la tripulación agradecida de la salvación del naufragio que, por una colosal tempestad, era amenazado.
También cuelga de un arco la maqueta de un avión cuyo piloto creyó ser salvado por la Virgen de Sonsoles, a la cual invocó en trance que había de conducirle a la muerte a menos que Nuestra Señora posara sobre él su amorosa y protectora mirada.
Respecto al origen del nombre de esta advocación de la Virgen María existen diferencias.
Unos, los más, “dicen que la Santísima Virgen se apareció en aquel sitio a unos pastorcillos de ovejas que en aquellos lugares apacentaban y que los mozos asombrados ante los resplandores luminosos que circundaban a la Virgen y a su divino hijo, cual si estuvieran entre dos astros refulgentes, exclamaron: ¡son soles!, palabras que repetidas ante las autoridades al dar noticia del acontecimiento, quedaron consagradas como advocación de la imagen milagrosa”. (2)
Hace ya quinientos años, que un tres de mayo de 1480, se presentó por parte del herrador Andrés Díaz, un pedimento ante el bachiller Alfonso Ulloa, arcediano de Ávila, provisor y vicario general del obispado, para la fundación de una “hermandad y Cofradía al servicio de Dios e de la Señora Santa María”
Cuarenta y tantos años después el papa Clemente VII concedería una bula, por la cual, desde el 22 de mayo de 1526, la Cofradía de Sonsoles tiene “el entero y absoluto patronato…con facultad de alterar sus estatutos y de administrar sus bienes.”
Otros opinan, respecto al nombre Sonsoles de la advocación de la Virgen María que allí se venera, “que la fundación de la ermita fue un recuerdo levantado allí a la parada y estancia que hizo en aquél sitio la comitiva que en 1080 conduce desde Córdoba donde fue martirizado, el cuerpo de San Zoilo o San Zol, (de ahí San Zoles) como se decía antes, a fin de trasladarse a Carrión de los Condes, y apareciéndose allí la Virgen, en el sitio donde descansaron los restos del santo, motivo de erección del templo de Sonsoles”.
Más de nueve siglos recibiendo la Virgen, en Sonsoles, las oraciones, las súplicas y peticiones del abulense sentir, desde que en el siglo XI la imagen apareciera en aquellos mismos lugares.
Nos parece lógico que si en 1080 descansó la comitiva que traía los restos de San Zol o San Zoles en la ermita es porque ésta ya estaba edificada tal como dice el erudito:
“Luego si esta traslación se hizo en 1080 (o 1083) y estuvieron de paso estos cuerpos santos (San Zol y San Feliz) en la ermita de Sonsoles de Ávila, consecuencia es clara de que ya en aquél tiempo estaba aparecida la imagen, tenía templo, etc.”
Era primer domingo de julio. Yo estaba allí, en Sonsoles. Una multitud variopinta, abigarrada y llena de entusiasmo pugnaba en la subasta por lograr el banzo (listón que da soporte al entablado en el que la imagen reposa, facilitando su transporte). La Virgen, fuera de la ermita, con su morenísima cara, complacida parecía contemplarlo todo. Durante siglos, en los tiempos de intensa sequía ha sido sacada en procesión y llevada hasta Ávila suplicando la lluvia:
Virgen Santa de Sonsoles,
tú que tienes el poder,
quita el candado a las nubes
para que empiece a llover.
Después prosiguió la subasta de los presentes hechos a Nuestra Señora; macetas, dulces, animales, frutas, toda una variadísima gama de ofrendas, fueron revirtiendo a las gentes, cuyos rostros expresaban el disgusto de lo no conseguido o la alegría de la aspiración lograda.
Una dulzaina cortó el aire finísimo con su agudo silbar. Un tamboril puso roncos ecos a la simpar melodía.
Lenta la imagen se levanta sobre los que rivalizaron por conseguir este honor. ¡Mira la Virgen! Oigo que una mujer dice al pequeño que lleva en sus brazos y aprieta contra sí. La dulzaina suave, aguda y fina entona el Himno Nacional. La imagen, penetrando de nuevo en la ermita, rompe la oscuridad que el pórtico enmarca. Aquella Cara Morena, cuando sobre su rico manto, entre flores, pasó cerca de mí, me pareció que, mirándome, dibujaba una leve, casi imperceptible, sonrisa.
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