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Giovani  Papini (1881-1956) es una de las mayores glorias  de las letras italianas del siglo XX y, junto con otros como Paul Claudel, Manuel García Morente o Chesterton, uno de los grandes intelectuales conversos al catolicismo. Si algo caracterizó su trayectoria vital y su obra es la pasión. Se ha dicho de él que fue un hombre torturado, solicitado por mil ideas contrarias. Hasta su aspecto, con las melenas revueltas, las arrugas de un rostro que parece que ha pasado por todas las batallas espirituales y los ojos miopes escrutadores,  descubren a un hombre que no sabía vivir ni pensar ni escribir imparcial, fríamente.

Sus proyectos siempre fueron de una ambición desmesurada. En su libro Un hombre acabado (Un uomo finito, 1913), un Papini joven, que apenas pasa la treintena, se muestra como alguien que ha puesto tan alto el listón de sus pretensiones, que se ve fracasado y frustrado. Pretende escribir el solo una enciclopedia que recoja todo el conocimiento de la humanidad; luego, una Historia general que abarque todas las épocas; más adelante, una historia universal de la literatura. Naturalmente, tiene que abandonar todos estos proyectos irrealizables.  Decía el Henry Miller que Papini era el mejor perdedor que ha habido; no porque no tuvieran valor sus logros, sino porque sus pretensiones eran tan altas, que resultaban inalcanzables. Es un hombre que posee una cultura inmensa, pero que no ve que esta cultura le conduzca a ningún puerto ni que dé sentido a su vida. En el terreno religioso, profesa, con la misma vehemencia que tuvo siempre, un ateísmo militante.  Su libro Memorias de Dios (Le memorie d´ddio) se publica en la misma época y sus osado contenido le provoca un juicio por blasfemia.

Después de la Gran Guerra,  Papini entrará  en una fase de gran crisis personal y existencial y se  pasa a militar, con la misma pasión con que militó en el ateísmo, en el Catolicismo. Esta conversión toma carácter público con la publicación en 1921 de su Historia de Cristo (Storia di Cristo). No es una biografía al uso. Como todos los suyos, es un libro apasionado y parcial, incluso discutible para algunos. A partir de aquí se va a convertir en un gran apologeta de la fe, con libros como Cartas de Celestino VI a los hombres, La escala de Jacob o el Juicio Universal. Esta última es una obra largamente proyectada en la que trabajó prácticamente hasta la última etapa de su vida. Una multitud de personajes, de toda época y condición, rinde cuentas de sus actos en el Juicio Final. Intenta ser un muestrario gigantesco de la  humanidad, quizá el Juicio, editado póstumamente, es el único de sus proyectos megalómanos que se lleva a cabo, aunque parcialmente. Incluso después de su conversión, cuando ya es un católico “oficial”, publica opiniones discutibles en su libro Historia del Diablo.

Toda esta parte de su  biografía y de su obra como católico, siempre con el estilo polémico y apasionado que le acompañó,  tienen un gran valor. Pero para mí el más grande testimonio de fe, lo que  indica mejor su grandeza intelectual, religiosa y humana, es la forma  en que asume la enfermedad y el dolor en la última etapa de su vida.  

Papini sufre una enfermedad degenerativa, que le hace perder el movimiento, queda sordo mudo y casi ciego. “La parálisis, la mudez y la ceguera, trinidad digna de Job”[1]. Se convierte prácticamente  en un vegetal desde el punto de vista orgánico, pero su mente sigue tan viva y creativa como siempre.  José Mª Gironella, uno de los autores españoles que más se ha interesado por Papini, visita a su familia en Florencia y conoce a quien fue la sombra y el ángel de la  guardia del genio en el último tramo de su vida, su nieta Ana  Paszkowski[2]. Ana acompaña y cuida a su abuelo continuamente y aprende a interpretar sus más mínimos gestos. Primero Papini se comunica con gruñidos guturales y Ana los interpreta y transcribe sus palabras. Cuando avanza la enfermedad Papini ya no puede emitir ningún sonido y su nieta le va deletreando el abecedario y el escritor, con un gesto que sólo ella sabía captar, elige la letra; así van formando palabras y textos… Así escribe su obra Las infelicidades del infeliz (Le felicita dell´infelice), que es una clara afirmación de los valores del espíritu, un canto al valor de la vida humana y una muestra del sentido cristiano del dolor:

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Un dolor puede ser, ante todo, estímulo para la acción, ayuda para el conocimiento, expiación de los pecados o del sentimiento de inferioridad, principio de la catarsis o, en su estadio más divino, motivo de alegría[3].

Es consciente de todo lo que ha perdido, pero

todo esto no es nada en comparación con los dones aun más divinos que Dios me ha dejado. He salvado, aunque sea a  costa de cotidianas batallas, la fe, la inteligencia, la memoria, la imaginación, la fantasía, la pasión de meditar y de razonar y esa luz interior que se llama intuición o inspiración[4].

Toda la dispersión y la inquietud de su vida  parece que se equilibran  y amansan en esta paz que no puede ser sino fruto de la Gracia. Pemán definió a otro gran apasionado y cambiante, a Unamuno, como la “Gracia resistida”[5]. Papini podría ser la “Gracia alcanzada”.

Publicado en Marchando Religión                              

https://marchandoreligion.es/

[1]  José Mª Gironella, “Con la familia Papini en Florencia”, en Los fantasmas de mi cerebro, Barcelona, Plaza &Janés, 1973, p. 35.

[2] Op. cit.

[3]  Obras. Crítica/Apologia,  Madrid, Aguilar, 1965, t. III, p. 931, precisamente el capítulo se llama Beneficios del dolor.

[4]  Ibid., p. 930.

[5] “Unamuno, o la gracia resistida”, en Signo y viento de la hora, Salvat Editores, 1970,  pp. 165-168.

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