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Salomón dice en el Salmo 126,1: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyeron”. La intención de estas palabras no es de apartarnos del esfuerzo por edificar, o de conseguir abandonar toda vigilancia y cuidado de la ciudad que es en particular nuestra alma y en general la civilización cristiana. Estaremos en lo correcto si decimos que un edificio es la obra de Dios más que del constructor, y que la salvaguardia de la ciudad ante un ataque enemigo es más obra de Dios que de los guardas.
Civilización es el estado de una sociedad que posee una cultura y que creó, según los principios básicos de esta cultura, todo un conjunto de costumbres, de leyes, de instituciones, de sistemas literarios y artísticos propios.
Entendemos que una civilización es católica, si es la resultante de una cultura católica y si, por añadidura, el espíritu de la Iglesia fuera el propio principio normativo y vital de sus costumbres, leyes, instituciones, y sistemas literarios y artísticos.
Si Jesucristo es el verdadero ideal de perfección de todos los hombres, una sociedad que aplique todas Sus leyes tiene que ser una sociedad perfecta, y la cultura y la civilización nacidas de la Iglesia de Cristo tiene que ser forzosamente, no sólo la mejor civilización, sino la única verdadera.
A tenor de lo anterior, se llama Civilización Cristiana a una luminosa realidad, hecha de un orden y de una perfección más sobrenatural y celeste que natural y terrestre, producto de la cultura cristiana, la cual a su vez es hija de la Iglesia Católica.
Efectivamente, en la Carta al Episcopado Frances del 28 agosto 1910, san Pío X nos enseña que “No hay verdadera civilización sin civilización moral, y no hay verdadera civilización moral sino con la Religión verdadera”. De donde se infiere con evidencia cristalina que no hay verdadera civilización, sino como derivación y fruto de la verdadera Religión.
No obstante, en la actual situación determina sociedad y la generalidad de sus individuos no practican la Ley de Dios, ¿qué efecto se puede esperar para tal sociedad? Eso equivale a preguntar: si en un reloj cada pieza trabaja según su voluntad y su propio interés, ¿qué efecto se puede esperar para el reloj? O, si cada parte de un todo es imperfecta, ¿qué se debe decir del todo?
Y es que cuando se pierde el sentido y significado profundo de la vida, es por que previamente se ha perdido a Dios, y es tal el vacío que engendra su ausencia que se llega un conjunto de falsos y nuevos derechos sin obligaciones; supuestos nuevos derechos que siempre están al servicio del bienestar, de la riqueza y de la comodidad en la que los ha instalado el Nuevo Orden Mundial, que está fundamentado en la nada, en el relativismo, en una palabra en la socialización de la nada y, por ello, solo interesa inventarse nuevos derechos, aunque sean falsos, para mover a los individuos y a la sociedad, a un especie de marxismo cultural, previamente vaciándolos de los valores cristianos y humanos, como la humildad, la abnegación, la caridad fraterna, la santidad, la castidad por amor a Dios, la honestidad, la responsabilidad, el servicio, la fidelidad, la justicia, la generosidad, la paciencia, la bondad, la dignidad de la persona, la defensa de la familia, del matrimonio, el valor de la austeridad, del sacrificio y de la generosidad, etc.
Pero, todo este desatino en cambiar la civilización cristiana, hundiendo y persiguiendo al cristianismo, nos está llevando a los problemas políticos, económicos, sociales y morales que hoy nos atormentan.
Que el cristianismo está siendo cruelmente perseguido, es algo sabido, no solo en los países islámicos, sino en Occidente, aunque no de una manera cruel y sangrienta, pero sí de forma sibilina, unas veces solapada y otras abiertamente, como por ejemplo la destrucción de cruces en España. Si, se ha abierto la veda y se cometen tropelías contra símbolos y lugares sagrados del cristianismo y no pasa nada, incluso aquellas noticias referentes a estos hechos ocupan escaso espacio en los rotativos y televisiones.
Cuando se comenzó a redactar la Constitución Europea, desde diversos ambientes dominados principalmente por la masonería, se luchó denodadamente para que en ella no hubiese rastro alguno ni alusión a las raíces cristianas de Europa. Y, sin embargo, de todo el mundo es sabido, que Europa alumbró la mayor civilización del planeta gracias al cristianismo.
Lo que hoy sucede, estas campañas orquestadas que se esfuerzan por luchar contra todo lo que sea cristiano, por desterrar a Cristo y su Evangelio de la faz de la tierra no es nuevo, porque se viene haciendo solapadamente desde tiempo inmemorial, pero hoy, a cara descubierta cobran particular virulencia, porque los valores cristianos son el gran obstáculo para determinados intereses, que paradójicamente van contra natura y la propia humanidad.
Los aconteceres actuales dentro de la Iglesia Católica están resultado claramente una gran confusión, algo que está abriendo un paso cómodo a los enemigos de la Civilización Cristiana para su demolición. Hoy lo que pretenden es reducir a la Iglesia al plano de lo privado o de lo personal, sin reconocer la fundamental y fundante acción que ha tenido la Iglesia en la formación de la cultura y civilización mundial.
Lo más nocivo es que tras etapa del “nuevo reinicio de la Iglesia católica” aggiornamentandose al mundo moderno, el cristianismo va camino de ser un espacio de minorías, y si esta antigua estructura ya no puede sostenerse como un monolito en el cual cada parte componente habla “con una sola voz”, cabe muy poca duda, sin embargo, de que las diversas facciones que pretenden la Catolicidad estarían de acuerdo en afirmar que algo va seriamente mal.
Efectivamente, en España el número de sacerdotes en 1952 era de 22.811, casi idéntica cantidad de frailes y de 73.978 monjas, amen de 5.000 seminaristas, cifras que han ido en descenso hasta contabilizar en 2018 la cifra de 16.960 sacerdotes (con una media de más de 65 años), 1066 seminaristas y 37.286 entre frailes y monjas, cifras que previsiblemente bajen en el futuro ante la falta de vocaciones. Y esto es así porque el porcentaje de católicos es de 59,8%, esto es que durante ese periodo el número de católicos ha disminuido en un 70,1%. Solamente en los últimos 4 años 2.500.000 españoles han abandonado el rito religioso. Consiguientemente, la demanda de servicios religiosos a la Iglesia católica ha sufrido un notable retroceso a lo largo de estos últimos años. Los bautizos han descendido un 40% (bien es verdad que también ha descendido la natalidad), las bodas han sufrido un desplome descomunal con más de un 50%, en cuanto a las 105.800 rupturas matrimoniales al año, 100.746 se desencadenan den divorcios, 5034 en separaciones y 113 en nulidades. La escasez de sacerdotes y de fieles ha impulsado al arzobispo de Barcelona a cerrar 160 parroquias de las 208 existentes, es decir quedarán solamente activas 48. El cierre de monasterios y conventos en España desde el 2000 hasta 2020 es de 220 clausurados, es decir que cuando hablamos de cierre no nos referimos al cierre físico sino a la supresión canónica por parte de la Sede Apostólica de la comunidad monastica. Lo que es quizás de una importancia todavía mayor es que aquellos que continúan llamándose a sí mismos “católicos”, no son en modo alguno unánimes en cuanto a lo que significa este término, “muchos se consideran a sí mismos buenos católicos, aun cuando sus creencias y sus prácticas parecen estar en conflicto con la enseñanza oficial de la Iglesia”.
Este declive religioso ha hecho que la preponderancia del Nuevo Orden Mundial en Europa y Occidente, sea aceptado de forma ajustada y adaptada a un cambio triunfante en menoscabo de la Civilización Cristiana.
Ahora bien, para los que hemos nacido en la gloria y santidad de los últimos fulgores de esa única civilización verdadera, digna de ese nombre, que es la Civilización Cristiana, tal verdad nos es fundamental.
Por ello, a medida que la tragedia de este inmenso crepúsculo espiritual se va desarrollando ante nuestros ojos desolados, lentamente se va desmoronando la civilización. No para dar lugar a otro orden de cosas, sino para construir una sociedad de acero y cemento por todas partes como la sistematización del sumo desorden; puesto que el orden es la disposición de las cosas según su naturaleza y su fin.
Y estamos viendo que todas las cosas se van disponiendo gradualmente contra su naturaleza y su fin (legalización y legitimación del aborto como derecho, tanto como la ideología de género, los vientres de alquiler o la eutanasia, pues tiene su causa y origen en el momento en que el significado profundo de la vida se pierde). Lo que quizá haga existir en este metálico infierno una organización rígida y feroz, como rígida y feroz es la férrea jerarquía que existe entre los ángeles de la perdición. Durará esta era de acero hasta que las fuerzas de disgregación se tornen tan vehementes, que ni siquiera toleren ya la organización del mal. Será entonces la explosión final. No olvidemos que todas las aberraciones tienen un final.
Hay que reconocer que si continuamos por este camino no tendremos otro desenlace. Porque para nosotros bautizados, los medios términos no son posibles.
O volvemos a la Civilización Cristiana, o acabaremos por no tener civilización alguna. Entre la plenitud solar de la Civilización Cristiana y el vacío absoluto de la destrucción total, hay etapas pasajeras: no existen, sin embargo, terrenos donde se pueda construir nada duradero.
Pensemos que no existe en todo el Antiguo Testamento, principio más íntimamente ligado a nuestras concepciones sobre la civilización en general, y particularmente sobre la Civilización Cristiana que este versículo primero del salmo 126 “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyeron”
Si hoy en día todos los hombres practicasen la ley de Dios, ¿no se resolverían rápidamente todos los problemas políticos, económicos, sociales, que nos atormentan?
Orígenes de Alejandría cita un maravilloso misterio: “nuestra obra de perfección no madura por nuestro estar inactivos y ociosos, y, sin embargo, no conseguiremos la perfección por nuestra propia actividad”. Sin Dios nada podemos, pero al mismo tiempo Dios no hará nada contra nuestra voluntad.
Esta frase delimita el maravilloso equilibrio que el cristiano debe hacer suyo durante su vida y que la célebre frase monacal, expresa tan bien: “A Dios rogando y con el mazo dando”. No esperemos ser nosotros quienes salvemos la Civilización Cristiana, pero no por ello debemos instalarnos en la comodidad de la pasividad e indiferencia, sino en nuestro compromiso cristiano.
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