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Durante un año entero (en 1984) me pasé escribiendo guiones para la serie que se editó en Radio Intercontinental de Madrid: “Tiempo de Historia”.

Fueron 50 personajes de la Historia que “encerrados” en una hora fueron desgranando su vida y su obra.

La serie fue interpretada por los grandes actores de la radio María Elena Domenech, Fernando Forner, Manuel Pizarro y Ernesto de la Calle. Con un montaje que asombró a toda la familia radiofónica española del gran don Antonio Doñágueda.

Por su interés y su actualidad (dada la insistencia de los locos mexicanos e incluso del Papa Francisco pidiendo que la actual España pida perdón por la conquista) reproduzco hoy el capítulo que le dediqué al grandísimo Hernán Cortés, el Conquistador de México.

Me hubiese gustado adjuntarles el link del programa tal como salió por antena, pero desgraciadamente las cintas de aquella serie se perdieron o se “despistaron” como tantas otras cosas del Régimen Franquista ya desaparecido. No digo más y pasen y lean:

A la hora de iniciar esta segunda serie de «Tiempo de Historia» hemos elegido la apasionante vida del conquistador por excelencia: Hernán Cortés… aquel semidiós que con un puñado de hombres y dieciséis caballos conquistó para España el Imperio azteca e inició la aventura más grande que conocieron los siglos… Hernán Cortés, el héroe de la conquista de México, el más grande capitán de los grandes capitanes de la odisea española en el continente americano… ¡aquel soldado español que con Vasco Núñez de Balboa, Diego Velázquez, Gonzalo de Sandoval, Pánfilo de Narváez, Hernando de Soto, Cabeza de Vaca, Diego Almagro, Francisco Pizarro, Valdivia y Jiménez de Quesada habitan el Olimpo de la gloría americana!… ¡Aquel extremeño universal que, «cuando los dioses nacían en Extremadura», ensanchó los límites del Imperio hasta los límites del sol!… Hernán Cortés ¡aquel héroe de realidad y leyenda que antes de volver la espalda a su destino quiso quemar las naves y enseñar al mundo que en el vocabulario de Don Quijote no podía figurar la palabra imposible!

LA HISTORIA: Pero, antes de entrar en la vida de nuestro personaje de hoy, la Historia, que soy yo, tiene algo que decir sobre aquella raza de gigantes que descubrió y conquistó para España el continente americano… ¡el Nuevo Mundo!

¿Cómo eran, cómo fueron aquellos hombres que integraron la Generación de la Conquista? Mucho se ha escrito sobre ellos y casi siempre deformando la realidad: porque si para unos fueron codiciosos y crueles hasta la infamia, para otros fueron como santos o dioses… Pero la verdad es que sólo fueron hombres… hombres de su tiempo que actuaron como correspondía a una etapa de esplendor y pujanza histórica.

El conquistador es un hombre de su época, de aquella época que incitaba a Lutero a predicar «el matar a los campesinos alemanes como perros». Los hombres que fueron a conquistar América no eran una pandilla de asesinos desalmados; eran unos tipos humanos que actuaban al influjo del ambiente, determinados por las circunstancias y por sus enemigos, y por su propio horizonte histórico. La conquista de América, eso sí, puso al rojo todas las virtudes y defectos de la raza española…

Las Indias descubiertas por Colón, bajo los auspicios de la Reina Isabel, tampoco fueron -ni aunque lo dijera el mismísimo Don Miguel de Cervantes- «refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores ni añagaza general de mujeres libertinas…» (porque, en el fondo, estas palabras del padre de Don Quijote sólo fueron el despecho de otro loco que para sí había pedido en vano «la Contaduría del Nuevo Reino de Granada, o la gobernación de la provincia de Soconusco en Guatemala, o contador de las galeras de Cartagena, o Corregidor de la ciudad de La Paz»).

El conquistador fue una mezcla de crueldad y violencia, de testarudez e imprudencia, de codicia y rapiña, de individualismo y religiosidad, de entereza y espíritu legalista, de temeridad y audacia… y, sobre todo, de ansia de gloria… ¡esa gloria a la que conduce el honor de las victorias, la posesión de las riquezas y el orgullo del patriotismo!

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Pues bien, todo eso y más fue aquel Hernán Cortés del que ahora nos hablan las biografías…

Hernando Cortés Pizarro y Altamirano nació en Medellín, provincia de Badajoz (Extremadura) el año 1485 de padres hidalgos (don Martín Cortés y Doña Catalina Pizarro Altamirano). A los catorce años ya es estudiante en Salamanca, donde curse el Bachillerato en Leyes y se hace un buen latinista. A los diecinueve, se embarca para las Indias y comienza su andadura de conquista cuando todavía es un mozo «de buena estatura e cuerpo, e bien proporcionado e membrudo, e la color de la cara tiraba algo a cenicienta, y no muy alegre, e si tuviera el rostro más largo, mejor le pareciera, y era en los ojos en el mirar algo amoroso, e por otra parte graves; las barbas tenía algo prietas e pocas e ralas, e el cabello, que en aquel tiempo se usaba, de la misma manera, e era cenceño e de poca barriga y algo estevado, e las piernas e muslos bien sentados».

Durante quince años el joven Cortés vive primero en la Española y luego en Cuba, y hace amistad con don Diego de Velázquez, que es quien le ayuda a poner en marcha la expedición al Yucatán. O sea, cuando el 18 de febrero de 1519 las naves de la conquista de México se ponen en marcha, Hernán Cortés tiene 34 años y es ya un experto capitán y un gran conocedor de cuanto afecta al Nuevo Mundo.

LA HISTORIA: Pero en la vida de Cortés, como en la de todos los grandes personajes de la Historia, hay una encrucijada vital, unos momentos estelares o unos minutos decisivos… ¡esa frontera que separa el bien del mal, la gloria del deshonor, el miedo y la heroicidad!

Bien es verdad que en la bandera de Hernán Cortés (de fuegos blancos y azules con una cruz colorada en medio) hubo siempre un letrero en latín que rezaba: «Amigos, sigamos la cruz, con esta señal venceremos».

Esa encrucijada de Cortés se presenta al comienzo de su aventura mexicana, justo cuando ha puesto pie en las tierras de Moctezuma y acaba de fundar la Villa Rica de la Vera Cruz (hoy, ciudad de Veracruz)… Porque es entonces cuando parte de sus hombres, instigados por el lejano Velázquez o temerosos ante lo desconocido, conspiran y preparan el regreso a lo cómodo….

Cortés, que ya ha librado sus primeros combates contra los indígenas en Tabasco, tiene a su lado a la increíble Malinaltzin (Marina, al hacerse cristiana y futura madre del hijo del héroe: Martín Cortés) y conoce la leyenda de Quetzacoatl (aquel Dios que después de predicar el bien y la virtud se fue, blanco y con barba como había venido, con la promesa de que un día volvería «por las aguas» para quedarse y dominar la tierra…). Cortés -insisto- entonces no duda y manda quemar las naves, y rompe la posibilidad de volver o dar la espalda al destino.

«So color que los dichos navíos no estaban para navegar, los eché a la costa -diría más tarde el propio Cortés-, mandé barrenarlos con fuego… por donde todos perdieron la esperanza de salir a la tierra y yo hice mi camino más seguro»…

Pero, llegados a este punto, es decir, cuando se produce la escena más inverosímil de la conquista americana, cuando la razón se enfrenta a la ilusión y la moderación al ansia de gloria… ¡cuando Hernán Cortés quema sus naves y deja sentado para la Historia lo que debe ser el comportamiento de un jefe que cree en la victoria y no acepta ni la duda!… nos vamos a permitir dejar correr la fantasía de la leyenda y escuchar las nobles e increíbles palabras de Cortés -el gran Hernán Cortés- mientras ve desaparecer sus naves y elige el camino de la gloria.

Escuchemos a Hernán Cortés en aquellos momentos estelares de Veracruz:

HERNÁN CORTÉS: ¡Españoles!… No cerréis los ojos ni os dejéis escapar las lágrimas de vuestro miedo… ¡Porque yo también quisiera llorar y gritar a los cuatro vientos mi miedo… y no lo hago! ¡Contemplad esas naves que se hunden y esas llamas que hacen arder la esperanza del regreso! ¡Contemplad como arden y se queman la añoranza y el pasado! ¡Y sonreíd!… ¡Sonreíd ante el futuro de gloría que nos espera!

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¡Sí, españoles!… ¡Algún día España entera, nuestra España, temblará de emoción al saber que Cortés y sus valientes -siempre soldados españoles- prefirieron quemar sus naves antes que volver sin la victoria!… ¡Sí, algún día, España comprenderá que el valor y la fe en la victoria son las mejores armas para luchar contra la adversidad! ¡Abandonad vuestro miedo y mirad con orgullo y con valentía el futuro!… ¡Abrazad el gran ideal y no lloréis como mujeres la comodidad perdida!… ¡Un imperio se abre a nuestro paso!… ¡Sed españoles y comportaos como españoles!

Tú, Pedro de Alvarado, y tú, Gonzalo de Sandoval; y tú, Juan Velázquez de León; y tú, Cristóbal de Olid; y tú, Diego de Ordás; y tú, Cristóbal de Olea; y tú, Alonso de Ávila; y tú, Alonso Hernández Portocarrero… mis capitanes y amigos: ¡decidles a vuestros hombres lo que es ser españoles!, ¡decidles lo que es el honor para un soldado español!… ¡Decidles que en nuestra lengua castellana no existe la palabra imposible!

Y si alguno de vosotros cree que va a ser imposible llegar a la meseta de Anahuac y vencer a Moctezuma… ¡que se quede aquí como un cobarde!… Yo os aseguro que Tenochticlán será nuestra y que, en nombre de los reyes de Castilla, plantaremos la Cruz en la cumbre del Popocatepetl. Y os aseguro que vuestras manos serán las primeras en tocar el oro azteca… Por eso, yo os ordeno que levantéis vuestra mirada y digáis adiós con alegría a esas naves que se hunden… ¡Ahí está la derrota y el deshonor!… ¡Conmigo vais a la gloria y a la victoria… Yo os aseguro que pasarán muchos años y muchos siglos y este gesto jamás será olvidado… «Quemar las naves» para no dudar de la victoria será en lo porvenir el mayor signo de esperanza y gloría… Porque nunca acompañará la victoria a quienes se cuiden de preparar su retirada.

¡Españoles: la suerte está echada! ¡Y ahora, vayamos al encuentro de Moctezuma y que Dios nos acompañe!…

LA HISTORIA: Y se cumplieron los designios de aquel semidiós extremeño. Porque Hernán Cortés entró un día de noviembre en la ciudad sagrada de Tenochtitlán llevado de la mano por Cuitlahuac, el hermano de Moctezuma, y en medio de una gran ceremonia llena de colorido… y ya, a pesar de la noche triste de Otumba, nunca dejaría de ir unido el nombre de México al de Hernán Cortés.

«Nuestra venturosa e atrevida entrada en la gran ciudad de Tenustitán Méjico -escribiría Bernal Díaz del Castillo- fue a ocho días del mes de noviembre, año de nuestro Salvador Jesucristo de mil e quinientos y diez y nueve».

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.