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Seguramente, pocos artistas sean tan unánimemente admirados y a la vez desconocidos como el segoviano Aniceto Marinas y García (1866-1953), autor del monumento a Velázquez frente al Museo del Prado. Millones de paseantes se han fotografiado junto a esta estatua y, sin embargo, por paradójico que pueda parecer, la mayoría ignoran quién fue su artífice. ¿Alguien podría imaginar que a los turistas que disfrutan un Aperol en las terrazas de la romana Piazza Navona, frente a la famosa “Fuente de los cuatro ríos”, les importase un bledo saber quién fue Gian Lorenzo Bernini? Pues más o menos.

Aniceto Marinas pertenece al nutrido grupo de excelentes artistas españoles del siglo XIX y, más concretamente, a la fecunda escuela castellana; valga recordar aquí a los pintores Casado del Alisal (1832-1886), Casto Plasencia (1846-1890), Dióscoro Puebla (1831-1901), Eduardo Rosales (1836-1873), Martín Rico (1833-1908), Manuel Domínguez (1840-1906), Ulpiano Checa (1860-1916) o Marceliano Santa María (1866-1952), entre otros. Pero también escultores como el toledano Valeriano Salvatierra (1789-1836), el abulense José Bellver (1824-1869) y su hijo Ricardo (1845-1924), el zamorano Eduardo Barrón (1858-1911), o los madrileños Felipe Moratilla (1827-1908) y Miguel Ángel Trilles (1866-1936).

Teniendo en cuenta el precoz talento del joven Aniceto en el campo de la escultura, “para la que manifiesta una disposición nada vulgar y con la que, cultivada, podría honrar a la provincia”[1], fue pensionado en 1884 por la Diputación de Segovia para estudiar durante tres años en la Escuela de San Fernando de Madrid.

En dicho plazo, en 1887, Marinas obtuvo una segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes por “San Sebastián Mártir”, y en 1888 ganó la plaza de pensionado en Roma con “Ulises robando el Paladión”[2]. Muy pronto fue reconocido tanto dentro de España como fuera de nuestras fronteras y en 1890 su obra titulada “El Descanso del modelo” mereció otra segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes y la medalla de oro en la Exposición Internacional de Múnich.

En 1892 ganó la primera medalla en la Nacional de Bellas Artes por el monumento a “Los héroes del Dos de Mayo de 1808”[3], y en 1893 sendas Medallas de Oro en la exposición Internacional de Chicago y en Buenos Aires por “Los Pescadores pescados”.

Fisonomista excepcional, cabe mencionar los retratos realizados a su mujer, Valentina Merchán Ambrosio (1899)[4]; al dramaturgo Manuel Tamayo y Baus (1898)[5]; al religioso Tomás Cámara (1907)[6]; al fundador de Hullera Española, marqués de Comillas (1925)[7]; al poeta José Rodao (1927)[8]; y a su colega y amigo Mariano Benlliure (1943)[9].

Aunque, sobre todo, Aniceto Marinas cobró fama por la ejecución de monumentos edificantes conmemorando hechos y personajes destacados de nuestra Historia. Así, los dedicados al defensor de Tarifa, Guzmán el Bueno (1894)[10]; al navegante y conquistador de Filipinas, Miguel López de Legazpi (1897)[11]; al ya mencionado Diego Velázquez (1899); a la pensadora Concepción Arenal (1899)[12]; al heroico soldado Eloy Gonzalo (1902)[13]; al agustino ilustrado Enrique Flórez (1906)[14]; a Luis Daoiz y Pedro Velarde (1908-10)[15]; al noble comunero Juan Bravo (1921-22)[16]; o a los amantes de Teruel[17].

Marinas también abordó temas menores o anecdóticos de excepcional realismo, como sus magníficos “Los pescadores pescados” (1892), donde dos niños intentan zafarse del pulpo enroscado a la pierna de uno de ellos. Una obra que nos recuerda a aquel “Accidenti!!” (1884) en el que Mariano Benlliure nos muestra a un monaguillo que se ha quemado con un incensario, y, por supuesto, a los “pescatorelli” o niños pescadores del napolitano Vincenzo Gemito (1852-1929).

Y es que en su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1903 ya lo explicaba claramente: “Hay que retrotraerse al seno de la naturaleza para encontrar inspiración sana y siempre fresca, porque dentro de las leyes inmutables que la rigen, es fuente inagotable de constante renovación y de fecundas creaciones. Todo lo que sea perder de vista la realidad es desviarse del buen camino […]”[18]

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Subrayando estas palabras, y haciendo gala de todo su virtuosismo, merece especial atención la magistral escultura titulada “Hermanitos de leche” (1926), inspirada en un poema del salmantino José María Gabriel y Galán. Obra de un naturalismo excepcional por la que Aniceto Marinas recibió la medalla de honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes de aquel año.

No obstante, manifestada su reivindicación de la Naturaleza como primera fuente de inspiración, cabe decir que también supo adaptarse a los requerimientos exigidos por la temática, demostrando su destreza igualmente en un estilo más sintético, de un clasicismo idealizado, por ejemplo, en el colosal “Monumento a Las Cortes de Cádiz” (1913-16) –en la citada ciudad–, o en las figuras que decoran el frontispicio del Palacio de Buenavista –sede del Cuartel General del Ejército, en Madrid–.

Excelente dibujante y pintor, su pericia y versatilidad encuentran respaldo en sus ideas sobre la educación artística, extensibles a cualquier otra enseñanza: “Otro error muy común es mostrar predilección por determinados géneros del arte, como si no fueran todos igualmente nobles, y bueno es que los encargados de educar a los futuros artistas tengan en cuenta las condiciones de cada uno dedicándolos a la especialidad para que muestren más actitudes en lugar de encaminarlos sistemáticamente a un mismo fin”[19].

Un pensamiento, éste, que se vio correspondido con el encargo del grupo alegórico “La Libertad” (1904-10) –apoyada, por cierto, en el Trabajo y la Educación, con la Tiranía vencida a sus pies–, en la base o pedestal del monumento a Alfonso XII en el Parque del Retiro de Madrid.

Aniceto Marinas también produjo notables esculturas de carácter religioso, como los relieves “El milagro del Pozo Amarillo” y “La pacificación de los bandos”, para la iglesia de San Juan de Sahagún en Salamanca; las imágenes procesionales “La Soledad al pie de la Cruz” (1930) y el “Cristo de la Última Palabra” (1947), para la parroquia de San Millán, en la que fue bautizado; y los “Santísimos Cristos de la Gracia y de la Salud” (1948) en sustitución de las imágenes sagradas quemadas durante la Guerra Civil en Las Navas del Marqués –donde solía veranear el escultor, en Ávila–.

A este género sacro pertenece también la que probablemente sea su obra más notable –por dimensiones y complejidad técnica asociada– junto al “Monumento a las Cortes de Cádiz”, y es el “Monumento al Sagrado Corazón de Jesús” (1916-1919) en el Cerro de los Ángeles –en Getafe–. Una escultura, por cierto, sañudamente destruida por los milicianos del Frente Popular en 1936 –fusilada la faz de Cristo hasta desfigurarla y volado el conjunto con explosivos–, emulando aquel “Juicio a Dios” dirigido por el comisario de Educación soviético Anatoly Lunacharsky en 1918[20].

Sin embargo, a pesar del tremendo y lógico pesar por la desaparición de su magna obra, y con más de ochenta años, Aniceto aún tuvo fuerzas para volver a esculpir más grandiosa todavía la extraordinaria figura de Cristo que hoy corona el impresionante monumento levantado de nuevo por los arquitectos Pedro Muguruza y Luis Quijada Martínez en el mismo emplazamiento[21].

Fue ésta la última creación de Aniceto Marinas, aunque no, desde luego, el primero ni el último ataque a su obra. Recuérdese aquí la destrucción del “Monumento a las víctimas del atentado del 31 de mayo 1906” contra Alfonso XIII y Victoria de Batemberg el día de su boda[22]; y, muy recientemente –el 1 de febrero de 2022–, el secuestro del excelente retrato ecuestre del general José Enrique Varela en Cádiz[23], arrancado de su emplazamiento bajo esas nuevas coartadas para el odio sectario llamadas “leyes de memoria histórica”. Y es que hay quienes no pueden soportar[24] que personas de origen humilde como Aniceto Marinas –hijo de un bracero– o el propio general Valera –hijo de un sargento de Infantería de Marina y doblemente laureado de San Fernando– honrasen la memoria de los suyos y de todos los españoles defendiendo la Patria contra la tiranía.

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Tengamos en nuestro recuerdo el legado de este hombre de talento, trabajador infatigable, grandísima persona y extraordinario escultor llamado Aniceto Marinas.

 

 

[1] Cit. por Ángel González Pieras en El Adelantado de Segovia, 26 de septiembre de 2021, p.2.

[2] Como era habitual en los concursos para optar a las plazas pensionadas en Roma, la Academia eligió un motivo tomado de la Antigüedad Clásica. El Paladión era una estatuilla de la diosa Atenea hecha de madera que se guardaba en Troya. Según los augurios, para conquistar la ciudad era preciso apoderarse del Paladión. Durante la Guerra de Troya, Odiseo (Ulises) y Diomedes llevaron a cabo el robo.

La citada escultura “Ulises robando el Paladión” se conserva en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. (N. del A.)

Otros motivos de la Antigüedad que inspiraron a Aniceto Marinas fueron, por ejemplo: “Sansón rompiendo sus ligaduras” (1889), “Judit y Holofernes” (1892) y “Ligia y Ursos” (1926).

 

[3] Sita en la intersección de la calle Ferraz con la Plaza de España, en Madrid.

[4] Expuesta en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid.

[5] Original en mármol en la Real Academia Española, y copia en el cementerio de San Justo, en Madrid.

[6] Actualmente en la Plaza Juan XXIII de Salamanca.

[7] En Bustiello, Mieres, Asturias.

[8] Actualmente en el Paseo del Salón, en Segovia.

[9] En la RABASF, en Madrid.

[10] En la plaza del mismo nombre, en León.

[11] En Zumárraga, Guipúzcoa.

[12] En la plaza homónima en Orense.

[13] En la Plaza de Cascorro de Madrid.

[14] En la Plaza Mayor de Villadiego, Burgos.

[15] En los jardines del Alcázar de Segovia.

[16] En la Plaza de San Martín de Segovia.

[17] En la escalera de la Estación de la citada ciudad aragonesa.

[18] Discurso de ingreso en la Academia, titulado “El Arte decorativo”, p. 13. Leer documento completo en: https://www.realacademiabellasartessanfernando.com/assets/docs/discursos_ingreso/Marinas%20_Garc%C3%ADa,_Aniceto_1903.pdf

[19] Op. Cit., p.15.

[20] El “juicio” sumario se celebró el 16 de enero de 1918 en Moscú, se declaró a Dios “culpable” y se le condenó a muerte. A la mañana siguiente, un pelotón de soldados completó la farsa con el acto simbólico de fusilar a Dios disparando al cielo.

[21] Por supuesto, sería injusto olvidar a los principales colaboradores en este inmenso trabajo: Manuel Garnelo y Alda (1878-1941), Toribio García Andrés (1875-1973), Florentino Trapero (1893-1977) y Fernando Cruz Solís (1923-2003), encargado de la reconstrucción de los cuatro grupos que flanquean a Cristo. El nuevo Santuario reconstruido tardó más de veinte años en culminarse –de 1944 a 1965–.

[22] El profesor anarquista Mateo Morral causó la muerte de 28 personas al lanzar una bomba al paso de la comitiva real por la calle Mayor de Madrid. El monumento erigido en 1908 fue derribado en 1936 y la calle Mayor rebautizada por el Frente Popular como “calle Mateo Morral”. (N. del A.)

[23] Concretamente, en la Plaza del Rey de San Fernando, lugar de nacimiento de José Enrique Varela.

[24] Nota: El monumento al general Varela, realizado en 1947, fue retirado a propuesta del partido comunista Sí se puede con los votos del PSOE, Ciudadanos y de una edil no adscrita, y la abstención de los concejales del Partido Andalucista.

Autor

Santiago Prieto
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