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El general jefe del Mando de Personal del Ejército de Tierra ha hecho pública, hace poco más de un mes, una sorprendente carta difundiendo el lamentable hecho de que no se han cubierto las vacantes de jefes de batallones de Infantería, de otras unidades e incluso alguna destacada jefatura de estado mayor.
La situación es grave porque, teniendo en cuenta que el batallón de infantería está considerado como la “unidad táctica fundamental del Arma”, este insólito rehúse al mando de tropas, ha puesto en evidencia una falta generalizada de espíritu militar.
Si ha ocurrido en tiempo de paz, es de imaginar lo que ocurriría en caso de guerra, y es de suponer que esta falta de voluntarios no se está dando en la Unidad Militar de Emergencia (UME) o similares.
El Decálogo del Cadete, extraído directamente de las Reales Ordenanzas de Carlos III, en su artículo VII, es taxativo: “Ser voluntario, para todo sacrificio, solicitando y deseando siempre el ser empleado en las ocasiones de mayor riesgo y fatiga”. Por tanto, cabe preguntarse: ¿Qué fue del acreditado Espíritu de la General?, que tan magníficos resultados ha dado de abnegación y eficacia. ¿Es, acaso, más arriesgados y fatigoso el manejo de grapadoras de papel o los pasillos y despachos de los grandes cuarteles generales? ¿Quizás sobren listos y falten soldados en el Ejército?
Evidentemente, la situación no ha surgido por generación espontánea, sino que se ha larvado durante mucho tiempo, a causa de varios factores. Trataremos de enunciar las raíces éticas y morales del problema, sin que suponga olvidar los aspectos de apoyo al personal en sus necesidades materiales (viviendas, mudanzas, colegios, etc.) y los injustos y descorazonantes agravios en los estímulos financieros y de otras índoles.
El desprestigio de las unidades de combate.
Es sintomático que un antiguo JEME pregonara, en el año 2006, entre las unidades de combate del Ejército “que estaban muy equivocados quienes pensaban que el Ejército estaba para la guerra, que ahora la sociedad demandaba otra cosa” (blog General Dávila 16/06/2022). Aunque quizás no le faltara razón, porque la guerra es un acto político, y el combate, con guerra o sin guerra declarada, es la función del Ejército.
También, y por consiguiente, una parte influyente de la cúpula militar consideraba que, como nuevos aprendices de brujos, era más importante estar destinado en los grandes cuarteles generales, porque el mando de unidades lo podía hacer cualquiera.
Subsiguientemente, la doctrina militar, del año 2003, suprimió “la calidad de los mandos” como componente de la potencia de combate.
Pero, los jefes tácticos no se improvisan, y sin ellos no hay unidades adecuadamente adiestradas (sino que se lo pregunten al EPR de nuestra pasada guerra civil). Los jefes sin experiencia en el mando de tropa, tratan de permanecer en sus destinos sólo lo justo para su perfil de carrera, y para evitar riesgos que los puedan perjudicar se contentará “regularmente con hacer lo preciso de su deber, sin que su propia voluntad adelante cosa alguna”.
No deben de seguir válidos, ahora que vuelven a sonar tambores de guerra, los versos de Marquina, en su obra, en Flandes se ha puesto el Sol:
“Y, porque era empresa
loca que nunca debió tentarme
que, perdiendo, ofende a todos,
que triunfando, alcanza a nadie,
no quise salir de este mundo,
sin poner una Pica en Flandes”.
Tampoco es de extrañar que en los cursos de estado mayor se enseñe de casi todo, menos de táctica, y que solo falta que concurran a los mismos componentes de los guardias municipales. Igualmente, en la actualidad, carecen de un mínimo nivel de exigencia, escaseando los peticionarios a los cursos y a los destinos en los mayores operativos.
El perfil de carrera.
La política de destinos y permanencias en los mismos no han tenido por objetivo la eficiencia de las unidades militares, sino a satisfacer, o no perjudicar, las ambiciones personales.
El espíritu de servicio, cuya mayor recompensa es “la íntima satisfacción del deber cumplido”, ha pasado a considerar el ascenso al generalato como la finalidad de la carrera militar. Considerándose un fracasado si no se alcanza ha impulsado, a algunos, a utilizar fórmulas torticeras (leer “Rey servido y patria honrada” del JEMAD Alejandre, pp. 418).
El lema “A España servir hasta morir” esculpido en una montaña, debe seguir vigente, aunque fuera borrado por un ambiguo ministro de defensa, sin que a nadie se le haya ocurrido o atrevido a reponerlo.
Consecuentemente, los perfiles de carrera, desde el inicio de la profesión, se han orientado, en general, a la finalidad de alcanzar el generalato, obviando, entre otras cosas, por poco valorado “el amor a las tropas” que rezaban las doctrinas del Ejército. Es, por otro lado, un error vital, porque la profesión militar es larga y el ascenso a general se podría producir, en todo caso, al final de la misma.
Aunque el problema arrancó hace muchos años cuando, cuando al ser los ascensos por rigurosa antigüedad, se alteró la edad de ingreso en la Academia General Militar (AGM) y otros utilizaron fórmulas torticeras para ingresar lo más joven posible en la AGM. Así, se aseguraban en su “el bastón de mariscal en su mochila” con, prácticamente, sólo dejar pasar el tiempo.
El olvido de las ordenanzas.
Todo lo anterior refleja que han caído en el olvido, o en desuso, las sabias recomendaciones de las ordenanzas militares, redactadas por jefes con amplia experiencia en la profesión. Todo empezó cuando, aprendices de brujo, se atrevieron a modificarlas, siguiendo pautas espurias que las desvirtuaron. Ahora son cualquier cosa menos unas ordenanzas militares.
La lectura de los siguientes artículos de las tradicionales ordenanzas militares son un ejemplo de la conducta a seguir:
“Los oficiales tendrán siempre presentes que el único medio de hacerse acreedores al concepto y estimación de sus jefes es cumplir exactamente con las obligaciones de su grado, el acreditar mucho amor al servicio, honrada ambición y constante deseo de ser empleado en las ocasiones de mayor riesgo y fatiga, para dar a conocer su valor, talento y constancia”.
“Todo militar… se le prohíbe… las murmuraciones de que se altera el orden de los ascensos, que es corto el sueldo, poco el haber o el pan, malo el vestuario, mucha la fatiga, incómodos los cuarteles, ni otras especies”.
La reforma de la enseñanza militar.
La formación y la enseñanza militar funcionaban muy bien, como lo demostró el éxito de nuestras unidades en las operaciones exteriores. Aunque, todo sistema es mejorable, se cambió el sistema por razones ideológicas, sin ningún análisis previo para detectar deficiencias y posibles mejoras.
El nuevo sistema de enseñanza era, desde el punto de vista militar, un desastre evidente. Pero, se aprobó con el aplauso de los mismos profesionales que lo criticaron en voz baja.
Las academias militares deben de volver a ser, además de centros específicos de enseñanzas militar, centro de formación: vocacional, virtudes militares (patriotismo, valor, abnegación y espíritu de servicio) y fortalecer su moral, compañerismo y carácter (antídoto del servilismo o “disciplinitis”).
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