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El Señor de los Anillos: mito, fantasía y realidad.

Entrevistamos a Emilio Domínguez Díaz, Doctor Europeus en Humanidades y uno de los grandes estudiosos de la figura de Tolkien, que analiza la obra más influyente de su autor bajo las tres perspectivas mencionadas.

¿Por qué se interesó por la figura de Tolkien?

Por varias razones, aunque la principal tuvo que ver con la conexión con Roy Campbell, otro escritor sudafricano, sobre el que hice mi tesis doctoral, y esos encuentros que tuvieron en el entorno de los Inklings, el círculo literario del pub «The Eagle and Child» de Oxford, donde ambos autores coincidieron a mediados de la década de 1940 tras el regreso de Campbell de su destino en África durante la II Guerra Mundial.

Por otro lado, y como en el caso de Campbell, Tolkien también participó en una guerra, en la Primera Guerra Mundial, y ese hecho también despertó mi admiración al ser ambos hombres que conjugaron las Armas y las Letras en sus respectivas vanguardias de milicia y literatura, respectivamente.

Finalmente, el trasfondo católico de Tolkien, esas vivencias con el padre Morgan tras quedar huérfano de padre y madre, también suscitaron mi interés por el progreso de su carrera académica y el desarrollo de su personalidad antes de ir al frente francés como reflejé en el capítulo J.R.R. Tolkien: memorias del campo de batalla, que recogió CEU Ediciones en J.R.R. Tolkien. El árbol de las historias.

Por último, los dos escritores, en etapas y circunstancias distintas, se convirtieron al catolicismo y dieron fe de su compromiso, de ese abrazo incondicional, contra viento y marea, a la fe católica durante el resto de sus días.

Un autor que tiene que ver con España y más concretamente con un sacerdote español…

Sí, el padre Francis Xavier Morgan Osborne, nacido en el Puerto de Santa María, se convertiría en el tutor legal de Tolkien y su hermano Hilary por decisión de Mabel, la madre de los dos niños, antes de fallecer por un coma diabético en noviembre de 1904. Además del cuidado y atención prestados a los hermanos Tolkien tras quedar huérfanos, el padre Morgan se volcó en la orientación personal, espiritual y académica de los chicos que, tras el desconcierto inicial por su situación familiar, salieron adelante con la imprescindible ayuda moral y económica del sacerdote español y los consejos que, durante aquella etapa tan difícil, supo hacer efectivos en un entorno tan complejo como el que les tocó vivir a principios del siglo XX.

La influencia católica está muy presente en su obra…

No cabe duda. El Señor de los Anillos es una obra con una sólida base cristiana como el propio autor admitió a pesar de que, en ocasiones, se pase de puntillas por esta circunstancia. De hecho, así ocurrió en la reciente película biográfica que se hizo sobre Tolkien. Tristemente, es un matiz en el que no se incide y es evidente que este hecho marcaría su vida en lo sucesivo.

Hay multitud de alusiones a la fe católica extraídas de sus experiencias vitales y ese proceso de conversión que vivió desde los ocho años. Con toda seguridad, el reflejo de su madre y su conversión años antes de su repentina muerte supusieron un fuerte espaldarazo en las convicciones de un niño cuyas inquietudes y desarrollo académico y personal iban a estar marcados por esa trágica pérdida y las consecuencias sobrevenidas. Mabel, de hecho, sufrió mucho por una decisión que le creó tantos disgustos y pérdidas en su entorno familiar.

Volviendo a su obra, por ejemplo, podemos hablar de una fecha: el 25 de marzo. Ese día, por ejemplo, los capitanes del Oeste derrotan a Sauron y destruyen el Anillo Único según el calendario de La Comarca.

La elección de esta fecha no es casual al coincidir con la Anunciación y la Encarnación del Señor en el calendario de la Iglesia Católica. Y la destrucción de ese anillo simboliza el fin del pecado, de ese mal que, portado por Frodo, recorre su particular crucifixión como Cristo había hecho con su cruz.

Además de Frodo, Gandalf es la figura de Jesucristo en su muerte, resurrección y transfiguración. El mago resurrecto se convierte en guía de esos valientes amigos en el camino hacia la victoria del hombre contra el mal que les asola.

Un último ejemplo: Aragorn. Es una tercera representación de Cristo, es el rey auténtico y genuino, capaz de descender a la tierra de los muertos y ejercer su poder sobre ellos al mismo tiempo que les libera de su maldición aprovechando su servicio en la lucha contra Sauron. Como es sabido, Cristo baja a los infiernos tras ser crucificado para liberar las almas de los muertos. Los paralelismos, pues, son evidentes.

También es hijo de su ambiente de la campiña Iglesia y más tarde del ambiente universitario en torno a Oxford…

La Tierra Media es una exaltación del paisaje inglés en lo que a la campiña y el entorno rural se refieren. En la elección de bosques, ríos o cadenas montañosas, no sólo hay un componente geográfico, sino también un profundo trabajo sobre mitos e historia de culturas como la anglosajona.

Hay claros ejemplos como la relación con las Malverns, montañas de Worcester que se asemejan, por ejemplo, a las Montañas Blancas, las Ered Nimnais, de Gondor. 

O, por otro lado, la vinculación con su idílico, aunque interrumpido por el trágico fallecimiento de su madre, pasado en el entorno rural de Sarehole, en Warwickshire, tras llegar desde Sudáfrica y comenzar su experiencia inglesa. En las afueras de la población se halla Moseley Bog, que representaría la inspiración para la zona boscosa limítrofe con el condado de los hobbits.

Sobre éstos, los hobbits, y su entorno, Tolkien debió inspirarse en una visita a unos restos romanos en Lydney Park, Gloucestershire. Allí, en Camp Hill, le enseñaron unas perforaciones en la montaña que, según la leyenda, habían servido de refugio y vivienda a unos pequeños seres de menos de un metro de altura que se protegían de los fuertes vientos de la zona.

Por otra parte, más allá del condado de los hobbits, éstos llegan a Bree, donde coinciden con los hombres, inspirado en el pequeño pueblo de Brill en Buckinghamshire, próximo a una famosa calzada romana conocida como Akeman Street.

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Además, Bree está pegado a Oxfordshire y, allí, Tolkien desarrollaría su carrera académica y profesional en colleges como el de Merton dentro del entorno de la Universidad de Oxford y la otra vida, la de los British pubs, que, por ejemplo, aparecen reflejados como punto de encuentro y diversión. Tolkien era muy aficionado a ese tipo de reuniones con profesores y amigos de su entorno literario como el contenido de sus cartas ha dejado constancia.

Desde un punto de vista arquitectónico, también, pueden llamarnos la atención la Radcliffe Camera como anexo del complejo bibliotecario de la Bodleian Library en Oxford. El templo de Sauron está inspirado en esta edificación.

¿Y por qué no hablar de símbolos? El caballo blanco de Rohan es el símbolo que se representa en Uffington y la madre de Tolkien era de aquella región, las West Midlands, de una zona con la que orgullosamente se identificaba y, así, lo transmitía a sus hijos cuando recordaba sus orígenes en Mercia.

Aunque es poeta, filólogo y tiene obras clásicas muy notables. ¿Se puede decir que El Señor de los Anillos es la obra que le hace inmortal? 

Indudablemente. Es la obra sobre la que crea, gestiona y culmina el propósito de su fantasía final; el trabajo que le consagra como, seguramente, uno de los tres mejores autores del siglo XX con un resultado final que, en decenas de países y tras decenas de traducciones de la lengua original, ha podido ser degustado por millones de lectores de diferentes generaciones cuando, originalmente, todavía no ha cumplido un siglo de vida. El recorrido y bagaje histórico, además de su extensión e influencia geográfica, es difícil de hallar en otro título y autor. Podemos pensar en la Biblia o El Quijote. Y tanta gente en épocas o lugares tan diversos no pueden estar equivocados. El tiempo es juez y parte de ese merecido éxito cosechado por esta gran obra universal.

¿Dónde radica el éxito de El Señor de los Anillos?

Para considerar esta obra como la mejor novela del siglo XX, según la crítica, hay elementos de peso que pueden coincidir en lo mostrado por la versión cinematográfica cuya trilogía obtuvo once Oscars de Hollywood en 2002. Evidentemente, el mundo del cine sacó gran provecho de la sólida base literaria de la trilogía y, así, se pudo comprobar en esa retahíla de premios obtenidos por Peter Jackson y sus tres películas.

Como otras sagas con temática diferente, ésta que nos ocupa representa el más alto exponente de la literatura fantástica elaborada por un «inventor» o creador excepcional como Tolkien. A pesar de su extensión literaria o de duración en la cinta, pocos lectores o espectadores han podido quedar ajenos al poder de la prolongada aventura que se nos cuenta.

De hecho, hace unas semanas, las películas han vuelto a la gran pantalla y, en cierta medida, el cine lo ha agradecido por el tirón de la trilogía entre los «adictos» a Tolkien y, en particular, su obra más significada. Las taquillas han podido dar fe de ese renacer en esta situación no exenta del mal pandémico que nos asola.

Entre las razones para esa «atracción», como la del anillo único a su poseedor o portador, se me ocurren la naturalidad, espontaneidad y la transmisión de alegría de los entrañables hobbits de la Comarca con los que, en la segunda mitad del siglo XX, gran parte de la comunidad universitaria se solidarizó hasta convertirse en fiel seguidora de Tolkien.

De manera similar, el mundo hippy de esa misma época también encontró ciertos reflejos en los comportamientos de aquellos pequeños seres y la obra escrita gozaría de un gran prestigio, pues, entre una generación de jóvenes anglosajones a ambos lados del Atlántico.

Respecto al estilo del autor, éste reúne aspectos como una sublime expresión de la fantasía, una certera descripción de los detalles y una gran variedad en unos personajes que, además de una belleza diversa, resultan conmovedores en sus pensamientos y acciones hasta, en muchas ocasiones, rozar lo épico.

Por otro lado, su calidad literaria no tiene parangón. Hablamos de un filólogo, de un experto e inventor de lenguas, con una solidez excepcional en cuanto a técnicas literarias y filológicas se refiere. El dominio del lenguaje y su habilidad con decenas de lenguas, algunas de su propia cosecha, es sublime.

Por último, la obra de Tolkien está repleta de opuestos, de contrarios y contraste. De igual forma que hay buenos, hay malos; y, así, el bien y el mal protagonizan su particular y continuo duelo. 

Hay luces y sombras, luz y oscuridad, en descripciones y en los propios personajes con momentos malos y otros, por el contrario, álgidos en la expresión de lo que, como héroes o villanos, representan en cada una de esas facetas. Hay monólogos, pensamientos y diálogos en los que los personajes mantienen no sólo luchas contra sus enemigos, sino también contra su propia interioridad y propósitos. Y, ¿por qué no?, hay esperanza incluso cuando las circunstancias vienen mal dadas, las fuerzas flojean o las perspectivas de victoria son escasas. 

La esperanza es lo último que se pierde y lo primero a lo que se recurre para momentos de tensión en los que la supervivencia o la fragilidad moral penden de un hilo. Es parte de la emoción, de las sensaciones que vivimos y nos hacen vivir y vibrar. Siempre hay un resquicio de luz, una salida hacia la responsabilidad de ejemplificarnos con la conducta moral que se encierra en los personajes que caminan hacia el triunfo del bien y la destrucción del mal. Son héroes, nuestros héroes, y, desgraciadamente, el mundo y la sociedad actual carece de ellos. Esos héroes sin capa parecen ser cosa del pasado, de un pasado que, por moda o caprichoso interés, algunos se atreven a adaptar y, lo peor, borrar por no ajustarse a las tendencias del momento.

Sus causas tienen sentido, son las correctas y, para su consecución, aparecen aliados que las secundan y, de esta forma, conseguir las metas con valor, fortuna, fuerza, incertidumbre, convicción e, incluso, magia.

Todo forma parte del escaparate de Tolkien, de ese escapismo al que, en las trincheras de su pasado bélico, se vio obligado a huir por imperativo de las urgencias existenciales causadas por tristes lances que allí vivió en compañía de una generación de jóvenes casi imberbes llevados al matadero de la guerra, a conseguir avanzar unos metros en aquella tierra de nadie. 

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¿Es exagerado que se le considere el mejor libro del siglo XX?

En absoluto. Antes de llegar al año 2000, El Señor de los Anillos obtuvo la posición más alta en encuestas encaminadas a decidir la mejor obra del siglo XX. No importó si el origen de ese propósito era académico, literario o, simple y llanamente, por mera curiosidad.

En esos variados rankings de publicaciones tan diversas, muchos coincidieron en el mismo título, en la obra de Tolkien, como santo y seña de las lecturas obligadas de su vida a pesar de que la trilogía sólo había ocupado la mitad del siglo.

La legión de seguidores generada por una fantasía literaria y la capacidad intelectual de Tolkien a la hora de transportarnos a ese mundo producto de su imaginación hicieron el resto hasta permitirle conseguir un rotundo éxito.

Un libro que al llevarse al cine se hizo mucho más popular todavía…

Efectivamente. Coincidiendo con la unanimidad de la crítica a finales del siglo pasado en lo referente a la mejor novela, el apoyo del cine, de la versión cinematográfica de Peter Jackson, permitió una mayor resonancia a El Señor de los Anillos que arrasaría en la edición de los Oscars de Hollywood en 2002.

Además, la disposición de personajes, la presencia de la épica, los entornos geográficos y tantas y tan variadas dosis de acción bien invitaban a tener una oportunidad en la gran pantalla no sólo por lo espectacular que los paisajes y escenarios pudieran resultar; sino por la historia, valores y moral aparte, que podía transmitir al espectador, independientemente de que fuese lector previo de Tolkien o, por el contrario, desconociese la obra del escritor sudafricano.

La obra se convirtió en un fenómeno social y hoy en día sigue habiendo sociedades y mucho movimiento cultural en torno a Tolkien…

Honestamente, creo que, por todo el mundo, hay muchos más lectores de Tolkien y seguidores de El Señor de los Anillos de lo que, en un principio, se podría pensar.

Como consecuencia de ello, efectivamente, han nacido sociedades o asociaciones literarias al amparo de la historia y los personajes de Tolkien, con encuentros o concursos literarios, congresos en torno a la figura del autor o los contenidos, encuentros entre lectores de todo el planeta, rutas y trazados que recuerdan la obra, especialistas y expertos en Tolkien, creación de un merchandising específico o perfiles en redes sociales que van actualizando información y hacen continuas reseñas a los acontecimientos y fechas señaladas en todo lo que se refiere al seguimiento de la fantasía de la novela. Como su obra, la imaginación sobre qué gestar en relación a El Señor de los Anillos parece no tener límites.

¿Por qué recomendaría su lectura?

En primer lugar, El Señor de los Anillos es una apuesta por diversos valores que, desgraciadamente, hoy están en vías de extinción en culturas como la nuestra, la occidental. Sus protagonistas hacen alarde de compañerismo, camaradería, esfuerzo, trabajo en equipo y, sobre todo, fe y esperanza. Independientemente de ese evidente propósito cristiano, las percepciones están orientadas desde diversos ángulos. Todo ello, a gusto del consumidor final, llámese lector o espectador.

Hay episodios en los que muestran su contrariedad hacia las dificultades a las que, en situaciones tan adversas, parecen estar destinados, pero siempre hay una salida o un intento para contrarrestar y vencer el pesimismo que los duros e inesperados trances brindan a los protagonistas de un viaje, de una aventura, con un destino final, pero sin GPS, sin el patrón o rumbo determinado que les pueda dar garantías suficientes para sobreponerse a la tan prolongada incertidumbre.

El desaliento tampoco forma parte de su jerga y es importante reseñarlo en una sociedad tan frágil de moral y con alergia a la lucha por causas que nos afecten de manera general o comunitaria. Hoy, de manera lamentable, imperan individualismo y materialismo, aspectos que, por supuesto, se diluyen como un azucarillo en la grandeza de la obra de Tolkien, en ese sentimiento de servir para servir, como demuestran los amigos de Frodo embarcados en una experiencia imprevista e inenarrable para una mente cerrada, encasillada y sujeta a las directrices e imposiciones.

Por todo ello, es una invitación no exenta de rebeldía ante nuestra cotidianidad, al hecho de seguir pujando por lo que es de justicia, aunque, en ello, tu vida e ideales corran peligro.

Hay un más allá, una oportunidad para la salvación; no sólo la personal, sino la del resto de la humanidad, una serie de pruebas para demostrar fortalezas y prescindir de las debilidades que nos atormentan y que, con gestos como los de los protagonistas, invitan a mostrar valentía, arrojo y acometividad ante cualquier obstáculo que pueda aparecer en ese tortuoso camino que, con paso firme y decidido, hemos de recorrer a diario.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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