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Cuando se lanza una piedra de más de un kilo de peso sobre las cabezas de un grupo de personas, lo que se busca no es una herida, ni una fractura, ni un susto. Lo que se busca es matar. Y el que obra con intención de matar a personas inocentes es un delincuente o un terrorista. Eso es exactamente lo que había en Vallecas el pasado miércoles: grupos de delincuentes y terroristas intentando impedir un mitin de un partido político.
¿Por qué se permitió que acudiesen a la «plaza roja» de Vallecas esos grupos (cuyos miembros están fichados por la policía)? Pues éste es el quid de la cuestión. Vox tiene que desaparecer de las instituciones antes de que sea tan fuerte, tan poderoso, que resulte imposible hacerlo. Las verdades de Vox son atronadoras, insoportables. Y la única forma de acallar las verdades atronadora es usando la violencia.
El Ministerio del Interior sabía perfectamente que en la Plaza Roja vallecana se preparaba una encerrona contra Vox. Sabía que iban a estar los bucaneros del Rayo Vallecano para liderar y coordinar el operativo delincuencial. Sabía que Podemos estaba detrás de los tweets que incitaban a los radicales de extrema izquierda a actuar contra los dirigentes de Vox. Y Marlaska no movió un dedo para evitarlo. Esto tiene un nombre muy claro y es connivencia para cometer un delito.
Hubo un chaval con una brecha en la cabeza, un diputado con la mano reventada por una piedra, varios seguidores de Vox golpeados por boxeadores amateurs que estaban entre el grupo de delincuentes. ¿Podemos llamarle a esto democracia? Son las mismas escenas que ya vimos en las elecciones catalanas y en las de Vascongadas. ¿Es necesario que haya un muerto para que se tomen medidas?
Abascal contó 18 pasos desde donde estaba su atril hasta donde los orcos podemitas lanzaban piedras, salivazos y litros de bilis. Es la distancia que desde el Ministerio del Interior se ordenó establecer a los agentes de la Policía allí desplegados. Una perfecta encerrona diseñada no sólo para atemorizar a los seguidores de Vox, no sólo para incomodar a los oradores. Una encerrona para que ocurriese una desgracia que, si no sucedió, fue solamente porque Dios no quiso.
Después de los intentos de asesinato, lo habitual: tertulias llenas de opinadores, dimes y diretes, Podemos y sus concursos de merma intelectual…Primero el show y después comentamos el show. Sin darse cuenta (sin darnos cuenta) de que estamos en una espiral de odio sin retorno. Una espiral en la que sólo unos agreden y sólo unos son agredidos, mientras los medios de comunicación toman el mejor asiento para no perderse detalle. No. No podemos seguir así ni un día más.
Insisto en esto: los energúmenos, las alimañas, los indeseables concentrados en Vallecas para reventar el mitin de Vox fueron allí con intención de matar, no de asustar. Y el ministro del Interior sabía de antemano lo que allí iba a ocurrir, y no lo evitó. Vamos de cabeza al desastre. Y cuando suceda lo inevitable ni siquiera será un consuelo decir aquello de «algunos ya lo avisamos».
Autor
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Nació en Madrid en 1975. Es Doctor en Periodismo por la Universidad San Pablo CEU. Ha dedicado casi toda su vida profesional a la radio, primero en Radio España y desde 2001 en Radio Inter, donde dirige y presenta distintos programas e informativos, entre ellos "Micrófono Abierto", los Domingos a las 8,30 horas. Ha dirigido la versión digital del Diario Ya y es columnista habitual de ÑTV en Internet. Ha publicado los libros "España no se vota" y "Defender la Verdad", "Sin miedo a nada ni a nadie", "Autopsia al periodismo". Esta casado y tiene un hijo.