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Se ponen pizpiretos en la defensa de la españolidad de Cataluña y fueron ellos quienes entregaron la región valenciana, a botín y rapiña, al expansionismo pancatalanista. Fue la derechita pepera la que regaló el antiguo Reino de Valencia a Jordi Pujol en bandeja de plata.

Por más que Alejandro Fernández pontifique su liderazgo del PP catalán con dosis raudas de enérgica condena al separatismo, la fama precede a su partido político. Basta rebobinar hasta la victoria pepera de 1996 para atisbar a José María Aznar, flamante líder de la derecha española, pactando con Jordi Pujol los “Acuerdos del Majestic” que garantizaban el voto de CiU a su investidura, y en los cuales se entregaba al nacionalismo catalán la llave de la absorción lingüística y cultural del Reino de Valencia.

La bandera anticatalanista, lucida hasta entonces por el PP, fue rendida y Eduardo Zaplana, entonces líder de la derecha valenciana, consignó con Pujol el Acuerdo de Reus, en virtud del cual se ponía plazo para la construcción de la institución encargada de catalanizar la lengua valenciana.

En 1998 Eduardo Zaplana, presidente de la Generalidad Valenciana, erigió la “ley de creación de la Academia Valenciana de la Lengua”: sería la institución encargada de “normativizar el idioma valenciano”. Echó a andar en 2001 y su composición, pactada por Francisco Camps -futuro presidente de la región- con la catalanista Universidad de Valencia, supuso que 17 de los 21 académicos de la citada institución fuesen marionetas del Instituto de Estudios Catalanes, la institución normativa del catalán en Cataluña.

Siendo ya presidente de la Generalidad valenciana, Francisco Camps impulsó, en 2006, una reforma del Estatuto autonómico valenciano en cuyo preámbulo se establecía la antihistótica definición de Valencia como “Pais Valenciano”, se reconocía a la Comunidad valenciana como “nacionalidad histórica” y se le daba rango normativo estatutario, en el artículo 6 de la norma, a la Academia Valenciana de la Lengua. Ésta es la institución que desde 2001 impone en los colegios, institutos y universidades el catalán.

Sin ir más lejos, el dictamen de febrero de 2005 emanado del ente lingüístico valenciano establecía que la lengua valenciana era parte del espacio lingüístico común compartido con Cataluña y Baleares. Es decir: se daba carta de veracidad al trampantojo de la unidad cultural de una supuesta “Gran Cataluña” o “Paises catalanes”, que el nacionalismo catalanista desde Prat de la Riba a Jordi Pujol y pasando por el renegado Joan Fuster, siempre habían postulado de forma histriónica. El popular Esteban González Pons, que había pactado el mencionado dictamen previamente a su aprobación junto a miembros de CiU y ERC, exclamó que era un gran éxito para la normalización de la lengua.

Ni corto ni perezoso el PP estableció que cualquier reforma de la Academia Valencia de la Lengua debería realizarse por mayoría de 3/5 de la Cámara, lo cual aseguró que ningún cambio podría efectuarse a futuro sobre el ente sin el consenso con el Partido Socialista del Pais Valenciano, catalanista por vocación y devoción.

La inmersión lingüística catalanista sobre el Reino de Valencia al que el PP admitió llamar “País Valenciano” al mantener el referido término estampado sobre la letra del Estatuto, se hizo abrasiva y comenzó a expulsar al idioma español de las aulas.

En los años 80, el gobierno autonómico del Partido Socialista bajo la presidencia de Joan Lerma había instaurado la “ley de uso y enseñanza del valenciano”, es decir: del refrito catalanizado basado en las normas lingüísticas llamadas de Castellón o normas del 32. No obstante, pese a su condición ideológica catalanista, los socialistas no habían impuesto la expulsión del español de las aulas.

El PP de Eduardo Zaplana, llegado al poder en los años 90, y su sucesor Francisco Camps, sí expulsaron al español de los aulas inaugurando los porcentajes obligatorios de currículo escolar enseñado en lengua catalana, e incluso aplicándolo contra los niños de áreas geográficas netamente castellano parlantes que vieron castrada su enseñanza y sus resultados académicos. La lengua materna española de la mayoría era sustituida por una lengua minoritaria, localista, y además artificial al ser parida desde el nacionalismo catalán.

Hoy, cuando en la Comunidad Valencia gobierna desde 2015 la coalición pancatalanista de socialistas y catalanistas radicales de Compromis con el apoyo de Podemos, el catalanismo que el PP incrustó en las aulas se ha hecho más fuerte y agresivo, y ha impuesto los comisarios lingüísticos y los procesos adoctrinadores letales.

El caldo de cultivo del PP, que con sus mayorías absolutas cedió a Pujol y a la izquierda, la lengua y la educación de los niños valencianos, levantó en la región valenciana el monstruo catalanista. Del mismo modo que Alberto Núñez Feijoo y su nacionalismo descafeinado pero mordaz, creará en las aulas y Universidades a los separatistas y supremacistas que hoy son en el Parlamento gallego la segunda fuerza –Bloque Nacionalista Gallego-.

Cada vez que el PP catalán se cuelga las medallas de españolista, cuando es la sucursal del partido que vendió al nacionalismo catalán la lengua, cultura e identidad del Reino de Valencia, siento asco. Por si fuera poco, Pablo Casado lució hace escasos días su palmito genuino, el de derechita traidora, para hacer arrumacos a los ex votantes de CiU, a ese supuesto “voto moderado” catalanista que el PP siempre quiso heredar. Para ello, y ante un medio separatista, Casado criticó a las fuerzas policiales de nuestra Nación por su labor ante los golpistas del 1 de octubre de 2017. Para acrecentar la artillería “centrista”, Casado puso como número 3 del PP para el 14 F, a la ex de CiU Eva Parera, que no hace mucho se mostró compresiva con los indultos a los golpistas y hace algunos años proclamó el derecho de Cataluña a la autodeterminación.

El PP, en definitiva, merece desaparecer en Cataluña y en España. Es un esqueleto sin chicha. Una costra sin ideología, principios ni honor. Esperemos que el destino que le aguarde a este partido sea el mismo que sufrió el melifluo y fracasado Unión de Centro Democrático y que, por lo menos, uno de los actores políticos traidores a España y a los valencianos, desaparezca de escena.