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Una tercera acusación sobre las Cruzadas, tan falaz como las anteriores, es que los Cruzados fueron un bloque cínico que en realidad no creía ni en su propia propaganda religiosa, en vez de eso tenían otros motivos más materiales.

 

Este argumento ha sido un muy popular desde al menos desde Voltaire. Desde la perspectiva del mundo materialista parece creíble e incluso obligatorio para toda gente que se denomine moderna. Y ciertamente también en la Edad Media hubieron cínicos y hipócritas, pues la gente de entonces era tan humana como nosotros, y por lo tanto, víctima de los mismos errores.

 

Sin embargo, como en las acusaciones anteriores, esta afirmación generalmente es también falsa y se demuestra con una sola razón: el número de muertos en las cruzadas fue usualmente tan altas, que la mayoría de los cruzados iban a ellas sabiendo que no iban a volver. Un historiador militar de las cruzadas, por ejemplo, ha estimado la tasa de bajas en un aplastante 75 por ciento.

 

            Era muy corriente entonces por los cruzados la expresión de “he venido a través del mar para morir por Dios en la Tierra Santa”. Así se ha conservado en la declaración del cruzado Robert de Crésèques, del siglo XIII, que habiendo dicho lo anterior, efectivamente siguió rápidamente su muerte en una batalla.

 

Puede parecernos una barbaridad a nuestra actual mentalidad moderna y capitalista, que miles, millones, de jóvenes fueran capaces de dejarse arrastrar por esta verdadera marea de Fe. A nuestra forma de vida actual nos es muy difícil imaginar una manera más conclusiva de probar la dedicación de una persona, de un joven, a sacrificar su vida por una causa… ¡y esto fue lo que muchísimos cruzados hicieron!

 

            Además, tenemos que saber que los cruzados fueron animados en las predicaciones de los sacerdotes e incluso Papas, nunca fueron reclutados, ni mucho menos forzados. Su participación fue voluntaria. Sólo el joven que se sentía interpelado por la injusticia, por el saber que los Santos Lugares no podían ser visitados por los cristianos, aquellas tierras que les fueron arrebatadas injustamente por el Islam, esos jóvenes enardecidos por la profunda religiosidad que el medioevo respiraba por todos los poros, se sintieron profundamente motivados para seguir a la Cruz hasta dar sus vidas por ella y su objetivo.

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            Además, y siguiendo fieles a la verdad, de hecho, los sermones para animar a los jóvenes a ir a las cruzadas estaban repletos de advertencias, tales como: de que las cruzadas generaban privación, sufrimiento y con frecuencia la muerte.

Jonathan Riley-Smith nos cuenta que los predicadores de las cruzadas “tenían que persuadir a sus oyentes a comprometerse ellos mismos en empresas que interrumpirían sus vidas, posiblemente los empobrecerían e incluso los asesinarían o mutilarían, o que serían un inconveniente para sus familias, cuyo apoyo necesitarían… si es que iban a cumplir sus promesas”.

 

¿Entonces cómo tenía resultado tan positivos estos sermones?

 

Porque las cruzadas apelaban muy directamente a estos jóvenes; porque comprendían que se embarcaban era una tarea dura; y porque decidirse a ir a una cruzada era por los motivos correctos, como una penitencia aceptable de los pecados cometidos. Por lo tanto dejaba de ser una empresa materialista para convertirse en una práctica muy valiosa para el alma.

 

Tenemos que entender, como antes hemos dicho, en el medioevo el sentimiento de la penitencia se desarrolló enormemente, así como la aceptación voluntaria de las dificultades y el sufrimiento, y por ello las Cruzadas fueron vistas como una manera útil de purificar el alma (y aún lo es, en la doctrina católica actual). La cruzada era el ejemplo casi supremo de ese sufrimiento, y por eso era una penitencia ideal y muy completa. 

A este concepto tan arraigado de la penitencia, se le unía otro aún más importante, el concepto de que la cruzada era un acto de amor desinteresado, de “dar la vida por los amigos”

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Desde el principio, la caridad cristiana fue una de las razones más importantes de las cruzadas, y esto no cambió en todo ese periodo. 

Como diría Riley-Smith: 

“Para los cristianos… la sagrada violencia”, no puede ser propuesta en cualquier ámbito excepto en el del amor… (y) en una era dominada por la teología del mérito esto explica por qué la participación en las cruzadas se consideraba como meritoria, por qué las expediciones eran vistas como actos penitenciales con las que se podía ganar indulgencias, y por qué la muerte en batalla era vista como martirio. Como manifestaciones del amor cristiano, las cruzadas fueron producto de la renovada espiritualidad del Medioevo central, con su preocupación de vivir “la vita apostólica” y expresando los ideales cristianos en activas obras de caridad, como lo fueron los nuevos hospitales, el trabajo pastoral de los agustinos y los premonstratenses y el servicio de los frailes. La caridad de San Francisco podría apelarnos más ahora que entonces a los cruzados, pero ambas se originan de las mismas raíces. 

Así pues, podemos concluir que la mayoría de los cruzados estaban motivados:

. Por el deseo de agradar a Dios.

. Expiar sus pecados.

. Y poner sus vidas al servicio del “prójimo”, entendido en el sentido cristiano. 

Motivos estos “demasiados complicados” para la gente actual, materialista y egocéntrica, y cuya evidencia no debe sugerir y pensar hasta qué punto es nuestro creer en Dios y en su Obra.

 

 

 

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REDACCIÓN