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España está rota y sin rumbo. En apenas dos años una alianza de socialistas, comunistas y secesionistas la han destrozado. Unos líderes incompetentes y sectarios nos han llevado a donde estamos hoy : regiones enfrentadas, un Rey sujeto al manejo del poder político, odio creciente entre diferentes sectores de opinión de la sociedad , paro creciente y consecuentes colas del hambre, merma continua de los derechos fundamentales fijados en la Constitución tal que si nos encontraremos en una dictadura, católicos relativistas sin rumbo..…etc.
Pese a todo el próximo día 12 de octubre las calles de España se llenarán otra vez de banderas y miles de jóvenes se lanzarán a las calles pacíficamente en demanda de la recuperación del ser de la patria que ven perdida.
Lo he dicho muchas veces : no es el pueblo sea cual sea su ideología sino los líderes que le manipulan, al amparo de un sistema partitocrático, los culpables de esta crisis nacional. Partidos políticos que sólo piensan en sus intereses particulares y nunca en el bien general de los españoles. Es una sensación de frustración y desamparo la que sienten muchos ciudadanos de bien al margen de sus ideas políticas.
Sí, produce enorme tristeza ver el panorama presente de España y por eso muchas veces me abstraigo de la actualidad y vuelvo la vista atrás a historias pasadas. Es lo que nos suele suceder a los que tenemos ya más años de los que nos gustaría tener. Y así, por un momento, me he retrotraído a los meses finales del 75 y principios del 76 del siglo pasado. A las tierras ya lejanas de Africa, del antiguo Sáhara español. Estas lineas no tienen otro objeto que recordar a viejos y contar a jóvenes algo de nuestro reciente pasado. En este mundo donde cualquier noticia reciente se convierte en ayer de forma casi inmediata se hace seguramente necesario repetir y repetir para mantener vivo el recuerdo del ayer. Y en estas estoy cuando me doy cuenta de que algo y mucho ya escribí al respecto en diferentes ocasiones; no obstante, no importa. Lo cuento otra vez y para ello transcribo lo que escribí hace ya cinco años. Lo titulé “recuerdos saharianos”. Algunos los conocerán ya. Otros no. Para ambos van dirigidas estas líneas. A unos la nostalgia les invadirá y a otros les ilustrará.
RECUERDOS SAHARIANOS 1975/76 (General de División Infantería de Marina Juan Chicharro Ortega)
Patrulla de Infantería de Marina
Las líneas que siguen no son más que recuerdos, acompañados siquiera de nostalgia y añoranza, de los últimos días en el antiguo Sáhara español. Son relatos desordenados que requerirían seguramente una mayor precisión, en cuanto a fechas y datos, pero constituyen sin duda un complemento valioso a lo que otros han escrito con más rigor y precisión. No obstante, son mis recuerdos y los comparto con quienes vivieron esos días finales de 1975 y principios de 1976 en aquel territorio y sobre todo con quienes, por edad o por lejanía, apenas saben qué pasó allí.
IV Tercio. Villa Cisneros
La aventura sahariana de nuestro ejército, de nuestras FAS, terminó el 12 de enero de 1976, cuando evacuadas ya todas las unidades del territorio, se arrió nuestra enseña nacional en Villa Cisneros. Fueron una compañía de la policía territorial al mando del capitán Cárdenas y otra de infantería de marina, las últimas unidades militares que le rindieron honores, embarcando, a continuación, en el buque de la “Trasmediterránea”, movilizado al efecto, el “Ciudad de la Laguna”. Así se completó la evacuación total de nuestro ejército en el otrora Sáhara español dando fin a nuestra presencia militar durante tantos años en aquel querido territorio.
El propósito de estas líneas, como ya he dicho, es trasladar a nuestros jóvenes lectores -que son muchos- las vivencias de un, hoy veterano, pero entonces muy joven teniente de Infantería de Marina, quien tuvo la fortuna o tristeza de vivir los últimos días allí. Lo hago desde una perspectiva personal, claro, con recuerdos deshilachados, deslavazados e incompletos, seguro, pero que pueden completar cuanto se sabe documentalmente, que, dicho sea de paso, no es mucho. Sólo pretendo acercar al lector al ambiente de aquellos días.
Dejemos claro que el que les escribe, siendo infante de marina, no puede trasladarles las vivencias de quienes vivieron la situación desde dentro del territorio y por bastante más tiempo que yo. Otros lo vivieron más en profundidad. Estas son unas líneas, además, en parte, desde la perspectiva de la Armada. Un ejército que en aquella operación tuvo un papel no principal sino secundario. Yo sólo puedo contar lo que viví.
VIVAC
Trasladémonos ahora al ambiente de entonces: a principios de los años 70 del siglo pasado, y es ineludible recordarlo siquiera de forma somera, por la influencia que ejercía en los que entonces recibimos nuestro despacho de Oficial o Suboficial.
Ante todo lo que reinaba en España era un ambiente de total incertidumbre. El Generalísimo Franco agonizaba y con él el régimen que personificaba. Las dudas del devenir de nuestra nación con el recuerdo todavía viviente de la guerra civil lo impregnaban todo. La intensificación del terrorismo latía con fuerza en el ambiente. ETA, FRAP, GRAPO eran grupos de los que teníamos, por desgracia, noticias todos los días debido a los continuos atentados que cometían, siendo el más destacado el del asesinato, en 1973, del Presidente del Gobierno, el Almirante Carrero Blanco.
Por otro lado se intuía también una posible guerra con Marruecos por el territorio del Sáhara español.
En esta vasta extensión se encontraba desplegado un ejército que llegó a alcanzar hasta los 20.000 hombres y en el que podíamos encontrar un variopinto tipo de unidades: regulares, legionarios, tropas nómadas, policía territorial, unidades acorazadas, paracaidistas… etc. Un paraíso para aquellos tenientes de entonces, ávidos de aventura y riesgo. Un ejército no profesional -salvo en algunos casos, el grueso se nutría de tropa procedente del servicio militar- pero que por su calidad desmiente cuantas simplezas se oyen hoy a propósito de la superioridad del ejército profesional de hoy.
Algunos libros hay -no muchos- de los que se pueden extraer muchas historias, pero en cualquier caso el anecdotario es inmenso. No hay sitio aquí para entrar en todas ellas pero no me resisto a contar algunas. Así, cómo no recordar la extraña figura de un capitán que se había pasado más de diez años en el desierto sin siquiera tomar las “coloniales”; o la de aquel otro de Nómadas que en su bagaje portaba siempre una vajilla de plata que instalaba diariamente para almorzar o cenar en plena patrulla por el desierto; o aquel teniente cuyo compañero más fiel era un doberman del que no se separaba nunca; u otro que en el momento de la evacuación me pidió con lágrimas en los ojos que cuidara de su mandril; o un capitán al que en los días previos a la evacuación se le veía pasear por Villa Cisneros con su pomposo uniforme de tropas nómadas, con su “debus” al brazo, acompañado por sus tenientes pero estos siempre tres pasos atrás… etc.
Nunca en mi vida he vuelto a ver tanta gente singular y estrafalaria, pero ¡qué buenos militares! Un mundo multicolor -la variedad de uniformes era notoria- en el que uno parecía trasladarse a Rudyard Kipling y a sus relatos de la India Británica.
Que extrañeza, por otra parte, produce hoy recordar aquel Batallón disciplinario de Cabrerizas o los pelotones de castigo de la Legión; y es que la disciplina era muy dura. Hoy es inimaginable algo parecido. ¡Vaya ejército! Listo para combatir, pelear… y ganar.
Desde mi destino en una compañía del Tercio de la Armada, en San Fernando, leía y oía cuantas vicisitudes se daban por entonces con gran envidia, por no poder estar allí, compartiendo aquellas vivencias con compañeros que sí lo hacían. Algunas ciertamente curiosas como, por ejemplo, las de la eficacia certera de la Legión. Recuerdo cuando una unidad marroquí infiltrada en nuestro territorio del Sáhara fue cercada, desmantelada, rendida y luego trasladada al Aaiún prisionera. La anécdota viene de que la escolta la componían apenas diez legionarios. Tal era el respeto que les influía la Legión.
Capitán Rubio y Teniente Chicharro
La actividad en nuestro Tercio de Armada, y en la Armada misma, era de un intensísimo adiestramiento; se preveía inminente la intervención más tarde o más temprano en apoyo del ejército.
Y a mediados de 1975 esa Armada zarpó de la península para estar lista en la mar con el objetivo de proyectar nuestra infantería de marina sobre el flanco derecho del ejército marroquí, si llegado el caso, era necesario.
Esa Armada no era la muy tecnificada de hoy, pero relato su potencia: el portaeronaves Dédalo con sus aviones y helicópteros, casi veinte destructores y fragatas, doce dragaminas, cuatro buques de transporte, con el Tercio de Armada embarcado, y hasta ocho submarinos como fuerza principal. Produce verdadera nostalgia recordar aquella Armada si se compara con la actual, por la entidad numérica, que como se puede ver era muy superior y equilibrada que la actual.
DÉDALO
Y ahí tenemos a la Flota en la mar esperando acontecimientos por venir. Pero no iba a bordo el teniente que les escribe por la sencilla razón de haber tenido la fortuna de poderse incorporar antes a los Destacamentos que la Infantería de Marina tenía en El Aaiún y en Villa Cisneros con antelación al enorme esfuerzo naval del momento.
Para aquella operación la Armada movilizó y militarizó buques civiles -creo que ha sido la última ocasión en la que se ha hecho esto, al menos que yo recuerde- tales como el “Plus Ultra” o el “Ciudad de la Laguna” y otros de la Compañía Trasmediterránea; y era en esos buques en los que se hacía el transporte de tropas desde Canarias al territorio africano.
Villa Cisneros
En el “Ciudad de la Laguna” embarqué al mando de una sección reforzada de infantería de marina y un día de principios del otoño de 1975 aparecí en lo que entonces era Villa Cisneros.
Aún conservo inmaculado en mi retina el brillo del amanecer de aquel día y atesoro para siempre el olor inolvidable de la tierra africana. Eran momentos confusos. Aún no había regresado del norte el IV Tercio de la Legión pero pululaban por la zona un sinfín de variopintas unidades entre las que destacaban por su colorido las tropas nómadas que, si bien tenían su base en El Argub, al otro lado de la bahía, no sé por qué razón andaban también por allí. Digo que eran momentos de curiosa intranquilidad y también de traiciones pues hablo de un momento en el que oficiales y suboficiales de nómadas permanecían secuestrados por el Frente Polisario. La población nativa -no toda- comenzaba a adherirse a esta organización; de hecho en la mezquita principal ondeaba en lo más alto la bandera de esa organización. Además, otros comenzaban ya a adaptarse a la previsible y próxima presencia del ejército marroquí que ya intuían como inevitable.
Pues por esos lares apareció este, entonces teniente, y pronto me fue asignada la misión de protección del puerto y de vigilancia de un trozo de costa en la península de la Sarga para evitar el trasiego de armas por mar al Frente Polisario. Fue en cumplimiento de esta última donde viví por primera vez en mi vida acción de fuego real al descubrir y detener una partida polisaria, tras un intenso tiroteo que tuvo lugar y que fue muy exitoso. No tuvimos bajas y detuvimos a todo el “comando”. También, días después se repitió la misma acción pero esta vez en un poblado de jaimas saharauis.
Y para ahondar más en el ambiente se hace necesario matizar que por aquel entonces, la incomunicación era casi total: con mis mandos a duras penas, y obvia decir que con nuestras familias en las Canarias o en la Península, absolutamente nada durante meses. Lejos estaban aún los tiempos de internet y teléfonos móviles; para poder comunicar por teléfono existía un locutorio en Villa Cisneros donde las colas de soldados para hablar eran interminables. Inútil.
Y así pasaron los días. Todas las familias y personal civil que aún quedaban fueron evacuados. Sólo permanecimos en la ciudad las unidades militares.
Se implantó el toque de queda para cuyo mantenimiento se alternaban las unidades de la guarnición una tras otra; los incidentes eran cotidianos pues es necesario decir que, en verdad, la población no era muy adepta a su cumplimiento.
Y entonces apareció la Legión proveniente del norte. A mí me afectó por la sencilla razón de que se acabó parte de mi autonomía, pues mi sección fue agregada operativamente al IV Tercio, a cuyo mando estaba el inolvidable Coronel Pallás, y más en concreto, por lo que a mí se refiere el Teniente coronel Fernández Palacios, que mandaba una de sus Banderas y el capitán Rubio de quién dependí durante un corto período de tiempo; en concreto, para el mantenimiento del toque de queda en la zona del puerto.
El Coronel del Tercio asumió el mando de la plaza y cómo voy a olvidar que la primera noche ya fueron legionarios los responsables del mantenimiento del toque de queda. Se acabaron las bromas. Un camión lleno de los que no lo cumplimentaban y otras “maneras” acabaron en cinco minutos con el “desorden” imperante hasta entonces.
Y comenzó así una pesada espera mientras los barcos de la Armada y los movilizados cargaban material y unidades que trasladaban a Canarias para luego volver y continuar.
Mi vida transcurrió igual, patrullas y más patrullas, pero los pocos ratos de asueto eran momentos a compartir en la residencia del Tercio. Allí aún resuenan nuestra incomprensión y mayúsculos “cabreos” por la orden dada desde Madrid de abandonar el territorio y entregárselo a marroquíes y mauritanos. No entendíamos nada. Pero el mejor ejército que he conocido nunca, era también el más disciplinado. Y las órdenes se cumplen.
Y allí celebramos las fiestas invernales de navidad del 75. El día de nochebuena recibimos con regocijo las raciones de combate bien reforzadas, a título de aguinaldo, con las que el Gobernador, el General Gómez de Salazar, nos obsequió. Las doce uvas a falta de campanas fueron festejadas con doce morterazos de iluminante llenando el cielo de militar colorido.
Las unidades se iban y le tocó el turno a Nómadas y Legión. No puedo olvidarme del comandante De la Brena rompiendo en trozos su “debus” casi llorando de rabia o al capitán Bernardo Álvarez del Manzano gritando a su compañía: “a la mierda todo. Viva la Legión” y rompiendo a cantar su himno mientras embarcaban en el buque Galicia con lágrimas en los ojos.
Y así, una tras otra, fueron desapareciendo todas las unidades, quedando sólo una compañía de la policía territorial y mis infantes de marina. Replegué mi unidad a Villa Cisneros y, como no hay bien que por mal no venga, trasladamos nuestro vivac a los pabellones que en su día fueron de los jefes y oficiales. No era un hotel de cinco estrellas pero después de unos meses vivaqueando en la dura arena de la Sarga a nosotros sí que nos lo pareció.
Llegada marroquíes
Y entonces llegaron los marroquíes. Una potente unidad motorizada al mando del Coronel Dlimi tomó el mando de la ciudad mientras nosotros permanecíamos acuartelados a la espera de la orden de nuestro embarque. Me extrañó sobremanera el jubiloso recibimiento que la población saharaui les dispensó lanzándose a la calle portando banderas marroquíes que ignoro de dónde sacaron. No sabían lo poco que les iba a durar dicha alegría; en efecto, poco tiempo después de nuestra marcha supimos de la dura represión a la que se les sometió, lo que originó la desbandada al desierto y finalmente a Argelia. Aún siguen ahí, y aunque no lo digan, añorando la época española.
Pero eso fue en Villa Cisneros, porque al otro lado de la bahía, en concreto, en el Argub, fuimos testigos lejanos de duros combates que entablaron polisarios con el ejército mauritano. El ruido y el fuego eran bien visibles desde nuestra atalaya y, como si de ver una película se tratara, asistimos perplejos a lo que se desarrollaba a escasos kilómetros de donde estábamos.
Ciudad de La Laguna
Finalmente, el día 12 de enero de 1976, atracó el “Ciudad de la Laguna” en el puerto y las últimas unidades militares españolas, una compañía de la policía territorial y una sección de infantería de marina, abandonaron para siempre el otrora Sáhara español, quedando en el territorio una delegación de la administración civil para completar la entrega administrativa que finalizaría el traspaso de poderes al mes siguiente.
Ya han pasado 45 años desde entonces y aún escuece el recuerdo de cómo tuvimos que abandonar aquellas lejanas pero -paradójicamente- muy cercanas tierras, cumpliendo las órdenes cursadas desde Madrid, incluso hoy incomprensibles, dando continuidad a nuestra inveterada costumbre histórica de ir dejando, una y otra vez, trozos de la gran España que crearon los Reyes Católicos en 1492. El Caudillo agonizaba y sin su presencia nuestra patria empezaba sin darse cuenta a agonizar también.
Una patria que desde comienzos del siglo XIX se ha ido empequeñeciendo hasta quedar circunscrita a los límites territoriales anteriores a la gesta del descubrimiento y que, hoy, algunos, se empeñan en seguir destrozándola desde la más absoluta impunidad amparados en la política relativista de los que nos dirigen.
A este paso ya me veo otra vez en disputa a vacceos, oretanos, astures, vascones, cántabros, edetanos, carpetanos, loretanos, arévacos y lacetanos como hace dos mil años.
Mi problema es que no sé si soy arévaco o carpetano…………..
Aún resuenan con fuerza las palabras del Cid: “¡Dios que buen vasallo si hubiera buen Señor!”.
Lo que sucedió después es ya de todos conocido ……
Y hasta aquí estos recuerdos de antaño. Vuelvo la vista al presente y previsualizo ya a los miles de españoles que el lunes ondeando sus banderas nos infundirán la leve esperanza de que la España milenaria no morirá a manos de los que hoy pretenden destruirla.
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