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La historia de España se transforma en un territorio problemático desde que la llegada de los Borbones condenó al periodo Habsburgo a la damnatio memoriae más rigurosa que haya conocido Occidente.”

Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra [2022: 377-378.]

Recién devorado el apetitoso y monumental vademécum de revisionismo histórico de Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra [Siruela, Madrid, 2022], los dedos se me hacían huéspedes por poner a prueba la metabolización de la hispanofobia, amén de la repetición ad nauseam de los tópicos negro-legendarios, en la literatura española de consumo. Le cupo la suerte a El amigo Malaspina, de Andreu Martín, novelilla juvenil [Anaya, Madrid, 1994], plato precocinado de lectura rápida y destinada a lector escolar. Un picaresco relato de aventuras que, tomando como pre-texto la ilustrada expedición científica del capitán Alejandro Malaspina a finales del siglo XVIII (1789-1794), en la que se repiten (más que el ajo) y se da vida y voz a los habituales ítems propagandísticos antiespañoles del oscurantismo represivo de la Inquisición y de la conquista depredadora y destructiva de los virreinatos de Indias —mal llamados “colonias”— de boca de, y mano a mano entre caballero y escudero, Malaspina, el noble “hidalgo de los mares”, en su Informe, y Otis, expósito soldado narrador, a viva voz, desde un presidio.

Y es que cuando una novela de tema histórico —no digo que sea “novela histórica”, ni es intención de esa reescritura de un guion de cómic dirigida a animación a la lectura— renuncia, algo habitual en el actual mercado, a entender la época-contexto de la vida de un personaje desde allá donde la historiografía no alcanza, desde las ideas y emociones de la virtualidad ficticia, desde la recreación mediante la función poética, en definitiva, se convierte en una peripecia, en este caso, contemporánea, proyectada en “el siglo de las Luces”, con sus personajes disfrazados de guardarropía —“Ni patria, ni religión, ni amor, ni honor, ni fidelidad” [p. 179], sentencia el narrador—, en escenarios de época de un parque temático.. Pues bien, ninguna ocasión mejor para reconocer, no ya ideas y opiniones dieciochescas, sino la asimilación de tales prejuicios y complejos actuales de los colaboradores necesarios de esa subordinación cultural que sigue contando la Historia sobre la plantilla, o falsilla, del patrón de la falsedad negro-legendaria anglosajona.

CONTRA EL ALTAR Y EL TRONO POR SEPARADO

Y, en ese cursillo novelado de corrección política postmoderna aplicada a la ESO en Lengua y Literatura Españolas que revisaba la época de la crisis imperial borbónica con ocasión del bicentenario de la culminación de aquel periplo científico (1794-1994), un par de años después del denostado Quinto Centenario del Descubrimiento de América,

los dos objetivos perseguidos son el trono y el altar. El primero, porque la navegación de Malaspina por todos los dominios del imperio de la Monarquía Hispánicai permitía dar un buen repaso al imperio de los Austrias, despachando tal expedición a mitad de viaje (y ahorrándose, pues, la singladura hasta las Filipinas y, de propina, por Oceanía), y el segundo, por ser el Santo Oficio quien abre y cierra el relato, encorchetándolo, en virtud de la denuncia contra el capitán por librepensador que, doce años después, sirve a Godoy para inculpar a un Malaspina crítico con la gestión de los territorios de Ultramar.

[Trono y altar. Como si la Gran Bretaña que propagó la Leyenda negra desde los Países Bajos a sus colonias transatlánticas como campaña apologética de un protestantismo que los confundía ambos en el anglicanismo, no tuviera su razón de ser en el rechazo al papismo católico, cuyo valedor por antonomasia fuera el hegemónico Imperio español.]

LEYENDA NEGRA O CON LA INQUISICIÓN HEMOS TOPADO

Los estudios de Henningsen y Contreras sobre las 44.674 causas abiertas por la Inquisición [española] entre 1500 y 1700 dan una cifra de 1.346 personas condenadas a muerte por el Santo Oficioii. Henry Kamen eleva la cifra a unas 3.000 víctimas en toda la historia y territorios en que existió. Para contextualizar adecuadamente estas cifras se debe tener en cuenta que la Inquisición entendía de crímenes que son así considerados hoy día: bigamia, prostitución, proxenetismo, perjurio, violaciones, abusos a menores, falsificación de documentos y moneda, contrabando de armas y caballos y piratería de libros, esto es, lo que hoy llamamos delitos contra los derechos de autor.”

Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra [2022: 298-299.]

Se explicó Malaspina—: No me harán nada. La Inquisición ya no es lo que era. Cada vez tiene menos poder. Ya no se quema a nadie.”

Andreu Martín, El amigo Malaspina [1994: 77.]

Así, y entre las numerosas leyendas sobre el Santo Tribunal [Martín, 1994: 37], unas acusaciones por dichos y hechos más propios de hereje o pecador que de un descreído:

Malaspina tuvo una discusión con el capellán y dijo que las almas de los pecadores no van al infierno [y el cardenal Bergoglio vino a darle la razón una vez que hubo encerrado bajo llave a Benedicto XVI, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe], y que se puede conocer carnalmente a cualquier mujer sin pecar, como no sea la hermana o la madre” [p. 28] Y no le va, por cierto, a la zaga en cuestiones teológicas rayanas en el protestantismo su confidente Otis, que “nunca había creído en la redención en la hora de la muerte. Imaginaba a un Dios sabio y justo que ya se habría formado una idea de la calidad de la persona cuando ésta llegase a la hora de la muerte. El Dios de Otis jamás permitiría que un hombre malvado entrase en el Reino de los Cielos, aunque muriera rezando el rosario. Como jamás permitiría que un hombre bueno se condenara sólo por haber muerto blasfemando. La suerte, pues, de aquel combate como del resultado posterior, ya había sido decidida” [p. 174], donde amén de incurrir en un determinismo mecanicistaiii se mete de hoz y coz en el charco del conflicto entre el libre albedrío y la predestinación, coto de caza preferencial de la Congregación para la Doctrina de la Fe. “Malaspina no asistía a misa, o la oía paseando, distraído y con el sombrero puesto […] O se iba a acostar a su cámara. O a leer [la Ilustración, antídoto seguro contra la “santa ignorancia”]. Y ya sabes lo que leía: libros ingleses y franceses…” [p. 38]. Justamente aquellos autores a través de los cuales la Ilustración francesa mutaba la “demonización” del Papado propia del protestantismo británico por la ignorancia de su “oscurantismo:

En Raynal se manifiesta casi plenamente la nueva versión de la leyenda negra que la Ilustración va construyendo. España ya no es una agencia de Lucifer. Esto hubiera sido una superstición intolerable en el organigrama mental de la Ilustración. Ahora es sobre todo una tierra de ignorantes. […] La vida intelectual española ha muerto por efecto de la Inquisición”. [Pero “Curiosamente Raynal no aboga por la desaparición de la Inquisición en Francia, bastante eficaz y activa en este siglo, como la propia experiencia de Raynal podía probar. En realidad ni siquiera la menciona”iv [Roca, 2022: 424 y 426].]

Y en tamaña actualización francesa de la satanización negrolegendaria anglosajona se lleva la palma precisamente “un libro titulado Histoire philosophique et politique des établissements et du commerce des Europeéns dans les deux Indes, de un tal Guillaume Thomas François Raynal” [p. 76], aviso para navegantes, un guiño para connoisseurs, y única referencia bibliográfica en El amigo Malaspina esta del exjesuita francés, del que Rómulo Carbia en su Historia de la leyenda negra [Marcial Pons, 2004] sostiene que “además de un escritor frívolo era un hombre indocumentado, se propuso razonar […] el daño con que la España conquistadora del Nuevo Mundo había lesionado la civilización, imponiendo despótica y cruelmente su dominio” [Roca, 2022: 424].

Y el broche final del oscurantismo: —“¿Quién lo denunció? […] —Pues no lo sé. Ya sabes que la Inquisición guarda en secreto a sus confidentes…” [pp. 38 y 39]. Algo falso de toda falsedad. “En contra de la opinión común, nunca se aceptaron las denuncias anónimas”, sentencia Roca Barea a propósito la rigurosa excepcionalidad de la tortura.v

Nota:“Más tarde, los historiadores han sabido y divulgado que el delator de Malaspina fue don Agustín Alcaraz, […] que fue testigo de la discusión entre Malaspina y el cura Manzanera”, apostilla Andreu Martín [p. 39], aunque no por ello cesa la persecución, ni en consecuencia la campaña contra el Santo Tribunal (y dale que dale, Perico, al torno):

Sé a quién va dirigido este escrito, y no te creas que no tengo miedo. Sé que el Santo Oficio está reuniendo pruebas contra mí, y que es cada vez más fuerte en nuestro país [¿a fines del siglo XVIII?]. Lo sé. Un amigo mío, cirujano de profesión, cayó en manos del Santo Oficio hace unos años. Te echarías a temblar si supieras las preguntas que le hicieron. […] ¡Esas preguntas se le hacían a un científico que defendía las modernas tendencias de la medicina!” [pp. 168-169]. Precisamente el Tribunal que rechazaba las acusaciones de brujería por superstición o histeria colectiva, frente a la “caza de brujas” de los países protestantesvi —y «como señala Raphael de la Torre, la clave es que, aunque los teólogos tendían a creer que la brujería era un hecho real, los canonistas, especialistas en leyes, pensaban que era el producto de la ignorancia o de mentes calenturientas y alucinadas. Canonistas eran la mayor parte de los inquisidores españoles. Henningsen habla de un auténtico “escepticismo inquisitorial» [Roca, 2022: 305-306]—.

Ésa es la peor de las ignorancias, Otis. La ignorancia que detenta y fomenta el poder».

Y tras haber hecho tabla rasa de cualquier triunfo, hallazgo o acierto de la España de los Habsburgo, ignorándola, cancelándola, ningunéandola —mejicanismo que se compadece bien con el mote del narrador, Otis, un guiño al sobrenombre griego “Nadie” de Ulises— por parte de la nueva dinastía de Borbónvii, que hizo de la Monarquía Hispana una menor huérfana tutelada por Francia, satélite girando en la órbita del Rey Sol, este adoctrinamiento maniqueo, la simplificación dualista, que bloquea y/o banea la hegemonía imperial, la Escuela de Salamanca o el esplendor artístico de los siglos de Oro:

«Durante el siglo XVII había imperado en este país un espíritu pesimista, viejo y oscuro que defendía que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, que las tradiciones merecían veneración por el solo hecho de haber perdurado durante años […]», encarnado por el viejo conquistador Mondragón, el godo malo, noble anti-heroico y rival del narrador villano, versus «A lo largo del siglo XVIII, en cambio, esa filosofía ha sido sustituida por una actitud joven y optimista basada en la convicción de que el hombre puede y debe cambiar el mundo para mejorarlo y lograr un futuro perfecto» [pp. 42-43]. Y así,

Habsburgo malo, Borbón bueno; Inquisición, mal, Siglo de las Luces, bien; Ignorancia, peor, Enciclopedismo, mejor; Dogma, muy mal, Razón, muy bien; Intransigencia, requetemal, Libertad, requetebién, en ese juego de antónimos de una tabla comparativa maximalista prorrogable ad nauseam —tradición vs. modernidad, reaccionario vs. revolucionario, facha ralla; progre mola—, en una lectura cuya lección recurrente—“el estudio y el saber encienden una luz en la mente de los hombres y abren las puertas para acceder a una vida más justa y más libre, regida por el amor fraternal” [p. 43]— y moraleja doctrinal son que “el conocimiento es poder”, señuelo para el lector sin motivación.

Y, como quintaesencia del anacrónico sistema de (contra)valores de la irracionalidad de la moral católica—tradición, intransigencia, heteropatriarcalismo, falta de libertad— que la Leyenda negra atribuye al Imperio español por antonomasia, el tema del honor:

¿MI TESORO o TESORO MÍO?

«Por suerte, venimos de un país acostumbrado al mestizaje, y los hijos de gallegos rubios y árabes morenos no tuvieron ningún inconveniente en casarse con indias, y ahora, en este país, son mayoría los que tienen rasgos de indio, y no son pocas las personalidades ilustres que llevan apellidos indios.”

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Andreu Martín, El amigo Malaspina [1994: 106-107.]

«¡Infame, sayón, súcubo [¿ella?] pervertido, íncubo [¿él?] depravado!»

Andreu Martín, El amigo Malaspina [1994: 119.]

El viaje de Malaspina no es sino pretexto para el relato que un personaje narrador entre autobiográfico y testigo hace cada noche, en un penal norteafricano, a sus compañeros de prisión, iletrado auditorio varonil que viene a superponerse en ocasiones (se diría que hasta la identificación) al lector tipo a todas luces masculino (pese a las protestas de igualitarismo de la voz narradora), público escolar adolescente amarrado al duro banco de la E.S. Obligatoria, al que se dirige el narrador implícito (el autor, para entendernos), que, en su taller metanarrativo —“Los protagonistas de la anécdota no fueron ni Otis ni Malaspina, pero qué importa eso si los personajes conocidos y próximos hacen la historia más interesante” [p. 139]— busca la captatio benevolentiae del cuentacuentos, con anécdotas y chascarrillos propios del docente con “fijación de etapa” (identificación del cancerbero con la edad mental del discente, tras muchos trienios de cadena perpetua) y concesiones destinadas a “enganchar” al lector a beneficio del adoctrinamiento sumiso.

Así pues, en un relato de punto de vista masculino —Otis y Malaspina—, una novela de acción —militar, picaresca— protagonizada por varones, que transcurre en su mayor parte en androceos—barco, presidio— y entre hombres, el cursillo de “coeducación” se limita a los “amores” mestizos del pícaro —Gertrudis, “la negra más hermosa” de Acapulco, la indígena Quatlacasiyinic de Nutka, en la actual Vancouver—, mientras que el alegato feminista se reserva al “tesoro” del conquistador Mondragón, su hija Anabel, a quien Otis ha “conocido carnalmente”, con sentimiento —y con pleno consentimiento:

«¡En realidad, me habéis despreciado siempre por ser mujer! ¡Por no ser el varón que había de perpetuar vuestro maldito apellido! ¡Me culpáis de haber matado a mi madre, durante el parto! ¡Me culpáis de vuestra pobreza, que os impide comprar otra mujer española, y me culpáis de vuestra miseria, que os impide amar a una mujer de sangre mezclada![…]¡Diecisiete años ocultándome al mundo para proteger mi virtud y, después de saber que había pertenecido a un hombre, no dudáis en embarcarme con una banda de piratas! ¡si para vos sólo cuenta vuestro honor, laváoslo vos solo!» [pp. 199-200].

IMPERIOFOBIA O IMP(ROP)ERIO ESPAÑOL

[Otis] —«Probablemente, al gobierno de vuestro país le interesaría saber que Malaspina es un espía… y que vos habéis espiado al espía.

[Estrongo, corsario británico] —¡Un espía?

[Otis] —¿Qué otra cosa puede ser? ¿No os extraña que, en los tiempos que corren, la corona española sienta una inquietud cultural y científica tan grande para financiar una expedición como ésta? Hace ocho años que las colonias del norte de América lograron la independencia. ¿No es lógico pensar que España tema algo similar en sus colonias, sobre todo cuando nunca ha sabido controlar lo que ocurría aquí?»

Andreu Martín, El amigo Malaspina [1994:131.]

El entusiasmo que, al poner pie en Nueva España, muestra el narrador castizo ante los típicos rasgos proverbiales del Imperio generador —reproductor en todos sus territorios de su propio modelo civilizatorio— y que distinguen la presencia de la Monarquía Hispánica de la del imperialismo depredador —que, en nombre de la división del trabajo, y de un proteccionismo que se compadece mal con la defensa del libre mercado, establece” colonias” extractivas destinadas exclusivamente a producir materias primas para la metrópoli—, contrasta con la naturalidad de un autor que lo da por sabido, obviando lo excepcional de semejante civilización, incluso con un cierto “tono pesimista y oscuro”.

Y es que el mestizaje, el comercio con el “galeón de Manila” o la presencia de hospitales que se adelantan en siglos a los del resto de las potencias imperialistas [pp. 50-52], se antoja el paraíso de las Indias en que anida el malvado “Conquistador” y “Español”, el viejo Rodrigo de Mondragón, requetetataranieto de uno de los hombres de Cortésviii, racista—castellano viejo de sangre limpia— y depredador —“Los conquistadores destruyen el país que conquistan, luego se destruyen a sí mismos, finalmente destruyen el país de donde salieron—murmuró Malaspina”—, defensor a ultranza del honor, cobarde y arruinado, un estafermo frente a quien Malaspina pone su confianza en los mestizos “intelectuales, mexicanistas o americanistas, herederos de eminentes próceres [criollos] […], que ya en el siglo pasado [XVII] hablaban de independencia y del derecho a gobernarse a sí mismos” [p. 107]. Y, una de cal y una arena, se busca la genealogía de los caudillos de la sedición, currutacos españoles americanos que ambicionan el control de los puertos y su emancipación a fin de adueñarse del comercio con “Tierra adentro”.

Y a la defensa de los “libertadores” por parte del noble Malaspina, replica, en el mano a mano negrolegendario, el plebeyo Otis abogando contra la discriminación de quienes no son “gente de razón”, “indios confinados en las reducciones, que hablan y se visten y cocinan y celebran sus rituales como antes de la llegada de los invasores”[p. 107]ix.

Y así, entre el apoyo a la autodeterminación y el independentismo de las élites locales y la defensa del indigenismo de las etnias oprimidas, señor y criado pujan por la desarticulación del Imperio en una divisoria y disgregadora “división del trabajo” en el relato.

ELDORADO O DORAR LA PILDORA

Durante más de un siglo [XVIII] no se escribe en España un solo libro que trate de la época Habsburgo. […] y eclipsa lo anterior, que se transforma en una edad oscura. Durante el siglo XIX, cuando se fabrican [en] Europa las historias nacionales, y España también construye la suya después de la fragmentación del imperio, comienza a verse como natural la importación de la propia historia. En realidad esto había comenzado a hacerse en el siglo anterior. Sucede lo mismo con las nuevas repúblicas americanas y por idénticas razones. Digo fragmentación con toda intención, porque España no perdió nada. El imperio se fragmentó para todos.”

Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra [2022: 378.]

Siguiendo el vaivén equidistante, a la codicia del explotador cristiano viejo en pos de metales preciosos —y ante la comisión de los más execrables crímenes [pp. 107-108] por el conquistador deslumbrado por la fiebre (amarilla) del oro y la leyenda dorada—, sucede la defensa de los indígenas por parte del clero regular de dichas “reducciones” —“Los eclesiásticos de las aldeas indias, […] son los mejores interlocutores y defensores del nativo”—, a partir de la fiebre amarillista de Brevísima relación del P. de Las Casas, fray A. Montesinos y otros misioneros —que, en su pulso con el reino “de este mundo”, darían autopunitiva munición autóctona a la Leyenda negra del exterior—, con el apoyo de una detallada enumeración de las Leyes de Indias, desde las más tempranas (1500) de los Reyes Católicos [p. 108], sobre la dignidad del indígena —cuando se ha obviado, de un plumazo, la obra pionera del Derecho Internacional de Fco. de Vitoria, Soto, Covarrubias o Azpilicueta, del P. Fco. Suarez o Luis de Molina —defensor de la tesis del regicidio excepcional— y tantos teólogos, dominicos y jesuitas, de la denominada “Escuela de Salamanca”—, sin más conclusión que la “conciencia de la dificultad de gobernar dominios tan alejados”x [p. 109] —en consonancia con el liquidacionismo borbónico, la venta por lotes del Imperio y la transmutación del resto en “colonias”—:

«Es la maldita manía de quererse y de creerse cabeza visible de todo el mundo —apoyó Malaspina—. “En nuestro imperio no se pone el sol”, alardean. No se dan cuenta de lo lejos que están de todas partes. No se puede gobernar con las mismas leyes a los canacos de Filipinas que a los alemanes. […] La miopía exige cosas grandes. […] y no saben apreciar la belleza, la comodidad, la comodidad, la manejabilidad de lo pequeño. […] nunca aprendieron que quien mucho abarca poco aprieta” [pp. 109-110], echando mano del escapismo ilustrado español, de neta filiación francesa, que atribuye al exceso de la Casa de Habsburgo los defectos coetáneos de la Casa de Borbón, vale decir: a la puesta en marcha de la “primera globalización”, la incapacidad de evitar su decadencia.

Y este colofón de un intelectual más afín al despotismo que a la monarquía virreinal, en que el autor transfiere al personaje los tópicos del anglo-imperialismo depredador, a fuer de proyectar en su propio imperio el Catón propagandístico de la Leyenda negra:

Cuando en España se dice que las Américas pertenecen al imperio, se entiende que el imperio puede sacar de ellas tantas riquezas como quiera sin dar nada a cambioxi Un auténtico saqueo que llena las arcas españolas pero arruina a las colonias y, por ende, a la larga, terminará por arruinar a ese desgraciado imperio de papel” [p. 110], ocultándonos que la aportación al estado era el “quinto real”(20%) y que parte del resto de esos “reales de a ocho”, moneda de plata global, se reinvertía en infraestructuras virreinales.

 

CONTRA EL TRONO Y EL ALTAR JUNTOS

Le preguntaba el camarero del café al intelectual refinado, pedante y afrancesado:

¿Creéis que aquí podría ocurrir algo parecido a lo que pasa en Francia, señor?

Y respondía el intelectual:

¿Por qué no? Esta revolución es producto de la razón, de la justicia, de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad… Y los españoles no somos menos civilizados que los franceses.

Le preguntaba el criado al aristócrata cerril: […]

Y respondía el aristócrata asustado:

¡Dios mío, claro que sí! ¡Esta revolución es producto del librepensamiento, de la anarquía, del libertinaje del populacho y de la tolerancia de los gobernantes! ¡Y de todo ello aquí nos sobra!

Andreu Martín, El amigo Malaspina [1994:45.]

En septiembre de 1792, mientras las corbetas Atrevida y Descubierta navegaban por aguas de las Filipinas, se había proclamado la República Francesa” [p. 208]. En España se juntan el hambre con las ganas de comer, pues la Ilustración requiere los servicios de la Inquisición en el “caso Malaspina”, que cae en desgracia del despotismo dilustrado.

Si el Trono y el Altar habían ido ya distanciándose y abundando, por separado, en la proverbial tensión católica entre el reino de este mundo y el Reino del Más Allá —por contraste con el “dos en uno” del protestantismo y su epítome, el anglicanismo, con la testa coronada, imperial, de su máxima jerarquía religiosa—, en la España de El amigo Malaspina, Iglesia y Estado se conjuran por mor (y temor) de la vecina Revolución y el garañón Manuel Godoy y el oscurantismo inquisitorial, de nuevo, cabalgan juntos en pos de una conspiración palaciega contra Malaspina en la que se verá inmerso, por su exceso de lealtad, Otis, el “atrevido” y el “descubierto” al final presos, por separado: uno, en el castillo de San Antón (La Coruña), condenado a diez años y un día por sedición; el otro, en un presidio del norte de África, sine die, por atentado contra Godoy.

Porque precisamente fue José Moñino, conde de Floridablanca, principal impulsor de la expedición de Malaspina, quien puso a la Inquisición en pie de guerra contra toda influencia extranjera” [p. 208], que decretó un cordón sanitario ante ese mal francés.

Si a ello se suma que “Cuando Floridablanca fue destituido de su cargo de ministro de Estado y desterrado, en febrero de 1792, le sucedió el conde de Aranda, un hombre liberal, próximo a los masones y a los enciclopedistas, que se puso a las órdenes de la reina María Luisa y propició el ascenso extravagante de ese arribista, rijoso y faldero llamado Manuel Godoy” [p. 209], se compadecen bien, juntos pero no revueltos, el informe de la expedición crítico con el reino y el expediente inquisitorial pendiente del librepensador.

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La denuncia de la corrupción en los territorios de las Españas por parte de Malaspina bien puede sintetizarse en la lectura (de telegrama o teletipo) de su Memoria por Otis:

Nefasta herencia de la conquista… pérdida de los mercados indianos… maléfica sed inagotable de plata… equivocados sistemas administrativo y fiscal… confusión entre riqueza y dinero, o entre proteccionismo y prosperidad económica…” [p. 165]. O en titulares “El conquistador pilla, destruye y pasa, mientras que el comerciante y el agrícola poseen, mejoran, defienden” o recomendación de experto. “No ha de percibir España mayor cantidad de plata que aquella de que se haga acreedora o por sus frutos o por sus manufacturas…” [p. 166]. Infamante informe sobre la gestión de la Monarquía en los virreinatos que desata la enemiga de Godoy contra su antiguo rival en la Corte —“Déspota (ilustrado o no) que no tolera la menor crítica” [p. 214]. “Godoy es el conquistador en el sentido nefasto que Malaspina da a esa palabra. Conquistador, don Juan, tan desprovisto de escrúpulos como los que destruyeron las Indias en beneficio propio. Y no es extraño que odiara a Malaspina… y que Malaspina lo odiara a él” [p. 210]—:

«¡Estos escritos están plagados de ideas sediciosas, afines a las máximas de la revolución y de la anarquía! ¡Dice que nuestra Constitución está envejecida y viciada, que en América hay un exceso de cargos administrativos, y que eso conduce al desgobierno y la corrupción…! ¡Prácticamente propone que demos de buen grado la independencia al grueso de nuestras colonias, “quedándonos con unos pocos puertos estratégicos”…! […]xii¡Me pregunto para quién trabaja realmente este italianini! ¿Para cuál de nuestros enemigos? [p. 214] Se antoja, pues, de justicia poética (que no ajustado a Derecho), que, detenido merced a una intriga áulica, si había de ser condenado lo fuera por sediciónxiii, a tenor de su clara apuesta por la emancipación de los libertadores masónicos, por el liberalismo que pondría en manos de los enemigos tradicionales de España los estados surgidos de la desintegración y, en definitiva, de su declarada imperiofobia liquidacionista.

Ítem más, “Se aireó entonces la causa que el Santo Oficio había incoado contra el italiano doce años antes. […] Recordaba Otis las preguntas que la Inquisición había hecho a aquel médico, amigo de Malaspina, […] Y las autoridades requisaron e hicieron desaparecer en lóbregos subterráneos lodos los documentos de la expedición, tanto los que se referían a temas políticos como los de contenido puramente científico. […] Y el plan de publicación fue relegado al olvido” [p. 218]. Y el hambre reconciliada con las ganas de comer.

 

CONCLUSIÓN DEL VIAJE DEL AMIGO MALASPINA

—“¿Cree usted que es prudente hablar tan mal de los conquistadores y del comportamiento de los españoles en el Nuevo Mundo?

Cuando hay demasiada gente empeñada en destacar sólo lo bueno que los españoles han hecho aquí, alguien tiene que subrayar lo malo. Sólo así podremos juzgar la historia objetivamente, a la luz de la razón, ¿no te parece?”

Andreu Martín, El amigo Malaspina [1994:166.]

Conocido guionista de cómic, reconocido y premiado escritor de novela negra, Andreu Martín componía, con motivo del II Centenario del regreso de la expedición de Malaespina, una novela juvenil, de aventuras, entre ensayística y picaresca, sobre un personaje histórico, con escenografía y ropajes dieciochescos, que incide en el género negro, en este caso legendario: negrolegendario, en una palabra. Y lo hacía adoctrinando a las nuevas generaciones escolares con los trazos gruesos de una “Leyenda negra” de origen (y Orange) protestante, nutrida por la colaboración necesaria del clero regular, y que se actualiza merced a la Ilustración francesa —y un ejemplo sobresaliente es El amigo Malaspina, amigo de Otis, su Sancho, hombre cabal abducido por don Quijote, y amigo de todos los lectores obligatorios— y la complicidad liberal-progresismo hispana de los dos últimos siglos, para mayor gloria de la Anglosfera. O sea, del reservorio del virus bobino (o vacuna viral, tanto da) de la hispanofobia —con su efecto secundario (obligatorio) de inmunodeficiencia adquirida para la verdad histórica—, que se propaga(nda) mediante sucesivas campañas de “entretenimiento” como El amigo Malaspina.

Una leyenda, en su doble sentido —el hispano de ‘lectura obligatoria’ y el anglosajón de ‘relato fantasioso’—, ameno y divertido —cuanto más entretenido, mejor se dora la píldora—, que en su abordaje al Imperio da Malaspina —pero que muy mala espina— en una semicolonia del imperialismo indirecto —por no citar la colonia de Gibraltar— subordinada culturalmente al globalitarismo anglosajón —o anglobalismo— y de cuya

ignorancia inducida —ese acostumbrarse a convivir con la enfermedad— y su transmisión hereditaria es la gran beneficiaria mientras no nos curemos de espanto y se gane, como en la legendaria mejor ocasión que vieran los siglos, un nuevo Lepanto cultural.

Se atribuye a Baroja que “El carlismo se cura leyendo y el nacionalismo, viajando”.

Ignoro si la frase es suya, si tales ismos tienen cura e, incluso, si se trata de patologías.

Lo único que sé es que el veneno de un libro de viajes, como es el caso, tiene su mayor antídoto en un libro mucho mejor. Y, entretanto, mientras se produce el rearme cultural, le receto al lector interesado el citado Imperiofobia y leyenda negra de E. Roca Barea.

(Un subcapítulo diario es suficiente al iniciar el tratamiento. Si no hay mejoría, aumente la dosis. Carece de contraindicaciones, salvo para secesionistas y zurdos desahuciados.)

NOTAS

i “De hecho una de las funciones del viaje de Malaspina fue fijar los límites del Imperio español y dejar fuera las zonas sometidas al imperativo de la degeneración [latesis de Raynal, Buffon y De Pauw] y, por tanto, imposibles de civilizar, por ejemplo en la Patagonia.” Frente al degenerativismo americano con respecto a Europa de los ilustrados, «el padre Feijoo considera que los de aquí y los de allí son iguales, y para que no quepa duda los llama “españoles americanos”» [Roca, 2022: 437].

ii “De las 1.604 [sic] personas mentadas arriba, 826 fueron efectivamente ejecutadas y 778 lo fueron en efigie, es decir, de manera simbólica, bien porque fueron juzgadas en rebeldía o murieron durante el proceso o escaparon” [Roca, 2022: 299].

iii “Y en esos momentos se dice que, si algo quiere demostrar con la narración de sus aventuras, es que las vidas son únicas, irrepetibles e inevitables, que cada acontecimiento y cada vivencia son consecuencia exacta de sus anteriores y que, por tanto, él ha terminado encadenado en esta celda oscura y pestilente porque no podía terminar en ninguna otra forma en ninguna otra parte. Es su manera de creer en el destino. Y reafirma su creencia manteniéndose fiel a una única historia y a una única forma de contarla” [Martín, 1994: 144].

iv “Montesquieu tampoco es ecuánime. Advierte sobre el efecto nocivo que la Inquisición tiene tanto en lo económico como en lo cultural y pone como ejemplo a España y Portugal. A Francia no” [Roca, 2022: 426].

v Por cierto, “La Inquisición fue el primer tribunal del mundo que prohibió la tortura, cien años antes de que esta prohibición se generalizara” [Roca, 2022: 301].

vi “Henningsen calcula que en la Edad Moderna fueron quemadas unas 50.000 brujas: la mitad en los territorios alemanes; 4.000 en Suiza; 1.500 en Inglaterra; 4.000 en Francia… […] No titubea en cuanto al número víctimas del Santo Oficio. Son 27. Los archivos de la Inquisición, de una minuciosidad casi inverosímil, permiten pocas dudas. Apenas hay condenas por brujería en sí. Este delito, considerado un disparate sin importancia, debía venir acompañado de otros más sustantivos” [Roca, 2022: 305].

vii “Ni siquiera se investiga el fenómeno de la damnatio memoriae decretada por los Borbones sobre los siglos Habsburgo y sobre sus consecuencias, principalmente la importación de historia de España y el predominio, todavía vigente, de los hispanistas extranjeros, un hecho único entre los países de la Europa occidental” [Roca, 2022: 389].

viii “Ni siquiera el Mondragón que vino con Hernán Cortés tuvo tesoro. Porque no vino con el Cortés conquistador y vencedor, sino mucho después, cuando el Consejo de Indias decidió castigar a Cortés por su forma salvaje de tratar a los indios. Cortés fue a España para defender sus intereses y, cuando regresó, desposeído del gobierno que antes tenía, el primer Rodrigo de Mondragón se vino con él” [Martín, 1994: 117]. Y en su afán de denigrar a Mondragón, el autor, en un paradójico efecto de vasos comunicantes, se ve obligado a reconocer la existencia de una justicia real implacable contra los abusos de Hernán Cortés.

ix “Durante su espera, había tenido tiempo de aprender que los blancos no tenían ningún derecho a mostrarse arrogantes y prepotentes en aquella tierra que no era la suya. Tenía que reconocer que sobre la conciencia de los invasores pesaban demasiadas muertes, demasiados robos, demasiados engaños y demasiado desprecio” [Martín, 1994: 160]. “Al mismo tiempo, pensaba que, por una vez, aquel nativo llamado Talocual (o algo así) tendría la oportunidad de atacar y defenderse y de vengar, sin temor a las represalias, tantas injusticias cometidas contra su pueblo” [p. 171], autoinmolándose ante la tribu indígena en desagravio por los abusos de la conquista.

x “La ejecución de las órdenes reales halla siempre un número de tropiezos proporcionado a la distancia” [p. 109].

xi “La avidez del español europeo, que sólo veía en los territorios americanos una fuente inagotable de riquezas gratuitas, le llevó a reservarse el derecho exclusivo de importación de manufacturas, y luego no podía fabricar el suficiente volumen como para abastecer a los países ultramarinos [razón ésta por la que fue desarrollando en el interior de los virreinatos la manufacturación de sus materias primas, como explica Marcelo Gullo en Madre Patria [Barcelona, Planeta, 2022].] Esto provocaba lógicamente la proliferación y la impunidad del contrabando” [Martín, 1994: 129]. “Porque los españoles nunca fuimos buenos negociantes” [Martín, 1994: 126].

xii —“Nadie ignora en España el descontento que reina entre los americanos. […] Desde los años 60 se están militarizando los territorios coloniales y se controla a los sectores criollos proclives a la independencia…

¡Y usted por quién vela, señor? —interrumpió Otis con sorna indiscreta—. ¿Por los intereses de los indios expoliados, por los de los americanos desarraigados o por los intereses de España?

Maslaspina replicó en tono gallardo y desafiante, como quien responde a una ofensa.

Trabajo para España y busco la prosperidad de España. Pero la prosperidad de España sólo es posible si España cuida de la prosperidad de todos sus territorios” [Martín, 1994: 164].

xiii Sorprende, por tanto, después de finalizada la novela, dar con esta afirmación de Darío Manfredi (Director del Centro de Estudios Malaspinianos de Mulazzo, Italia) en el anexo Alejandro Malaspina: el personaje histórico: “Mientras trabajaba en la redacción de las relaciones del viaje, Alejandro se dejó tentar con la idea de proponer a Carlos IV una serie de reformas que, a su juicio, podían evitar la disgregación (que le parecía inminente) del inmenso imperio de España. Tal proyecto, oportunamente conocido por el primer ministro Manuel Godoy, fue hábilmente disparatado” [Martín, 1994: 225-226].

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