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La geopolítica, al igual que la mentalidad cultural, es una especie de destino porque ambas cambian tan lentamente que la historia está llena de constelaciones históricas que se repiten una y otra vez a lo largo de los siglos.

Polonia es uno de los mejores ejemplos de ello, dado que las aspiraciones polacas de configurar su propio espacio geográfico y su política interior se han visto repetidamente perturbadas por vecinos invasores del este y del oeste, y la heroica lucha de los patriotas polacos se ha visto regularmente frustrada por la traición no sólo de la oposición interna, sino también de las alianzas externas, desde los supuestos benefactores de los levantamientos nacionales del siglo XIX, pasando por los Aliados en ambas guerras mundiales, hasta la actual Unión Europea.

¿Se convertirá finalmente la invasión rusa en Ucrania en la tan esperada oportunidad para salir de este círculo vicioso? ¿O el entusiasmo polaco por la causa ucraniana se traducirá una vez más en una amarga decepción? Ya hay indicios de estas dos posibilidades.

El sueño de una renovada y estrecha cooperación en la zona entre los Estados bálticos y el Mar Negro, y por tanto de la creación de un nuevo centro geopolítico entre Moscú y Berlín, parece más posible ahora que en cualquier otro momento desde el siglo XVIII, siempre que, por supuesto, Ucrania consiga defender y preservar su autonomía territorial y política. Y dado el escaso entusiasmo con el que París y Berlín se sumaron a la lucha por la independencia de Kiev, la posibilidad de que Washington y Londres no se muestren reticentes (aunque sea por razones puramente egoístas y, por supuesto, con el motivo ulterior de atraer a esta nueva entidad geopolítica europea a su lado) parece aún más realista.

Otras posibilidades

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Pero también hay otras posibilidades. El gran peligro de que tan elevados planes se vean obstaculizados por los propios «aliados» de Occidente puede verse claramente no sólo en el sistemático endurecimiento por parte de Bruselas de las sanciones de la UE contra Varsovia (Polonia ha recibido hasta ahora una ayuda casi ridícula en relación con la admisión permanente o temporal de casi 3 millones de refugiados de guerra), sino también en la duplicidad de Alemania, que se niega a mantener a sangre fría su promesa de apoyar a Varsovia si entrega armas pesadas a Ucrania. Sin embargo, también puede ser pura ingenuidad depositar demasiada confianza en EE.UU., porque si en algún momento China se une a la guerra del lado de Rusia, o si el objetivo es provocar un cambio de régimen favorable en Moscú, Washington podría cansarse rápidamente de su poco querido (por razones ideológicas) aliado en Varsovia.

Además, los propios ucranianos, si se les da a elegir entre compartir con Polonia el ingrato papel de alborotador conservador en el continente, o conseguir un acceso directo a los frutos de la UE a cambio de los lazos ideológicos de Kiev con Bruselas, podrían elegir lo segundo, y la actual «afinidad por elección» con Polonia podría olvidarse rápida y fácilmente. Por lo tanto, más que nunca, Polonia, como este último gran país de Europa gobernado por conservadores, debe actuar con sumo cuidado para no tirar demasiado de la cuerda…

Publicado en Tysol.pl.

Autor

REDACCIÓN