
Como tras su reciente viaje a China ha vuelto a ponerse a diez centímetros de los potentísimos focos internacionales, muy gustoso, pero tal vez muy traicionado por sus asesores o por su propio afán de protagonismo, no resulta extraño que sea por enésima vez el galán preferido en las conversaciones de los ciudadanos más avisados.
-Yo deseo que tenga Sánchez muchísima salud -me dijo cierto conocido. -Ah, ¿sí? -me sorprendí. -Sí -me aclaró-, que tenga tanta salud como tanto es su amor a la verdad, a la libertad, a la justicia y a España.
Y seguimos un buen rato hablando sobre el tema, pues es un asunto que da de sí sobremanera. Lo que me vino a decir es que Sánchez es un mediocre, porque es un suficiente presuntuoso, y lo mismo que la naturalidad es marca de superioridad, la suficiencia presuntuosa es señal de mediocridad. Sánchez ignora que lo importante no está en distinguirse, sino en ser uno distinguido por sí mismo. Porque ignora o desestima que la distinción reside en el espíritu y en la dignidad. Sánchez, además de presuntuoso es también fatuo, porque el fatuo es incapaz de concebir un ideal.
Todo idealismo, que no ideología, abruma al fatuo, pues para él el ideal resulta ininteligible. De ahí que el fatuo sea, a su vez, un necio. Sánchez, siendo tonto, puede pasar por inteligente, incluso por muy inteligente, y ello se debe a su extraordinaria competencia para la maldad y a su absoluta carencia de escrúpulos. El fatuo cree haber llegado; el presuntuoso cree que llegará; no es imbécil más que a medias. Ergo, el presidente Sánchez es tonto por fatuo, medio tonto por presuntuoso y listo y habilidoso por malvado.
No sé por qué, observando a Pedro Sánchez una vez más, me ha venido a la mente el día en que la princesa Leonor juró la Constitución. Aquel día, leyendo su discurso, Pedro Sánchez recordaba al mismo demonio que, para disculpar sus maldades, cita ejemplos de la Escritura, si es preciso. Como todo espíritu infame que invoca juramentos o se adorna con el testimonio de las santas leyes, parecía un malvado de apacible rostro o una hermosa manzana comida de gusanos. Viendo a Pedro Sánchez actuar y dirigirse al auditorio no podemos dejar de recordar los versos de Juan Ruiz de Alarcón en su comedia La verdad sospechosa: «¡Con qué confianza miente! ¿No parece que es verdad?».
Si Pedro Sánchez no tuviera la tortuosa naturaleza que le caracteriza, comprendería que hablar con bien y verdad nunca ha dañado, y que lo malo, aun para buen fin, no es bueno. Pero como esto es incomprensible para su condición, en su anunciador y lejano discurso de investidura, desbrozando circunloquios, insidias, mentiras y cantos a la mañana, vino a resumir su proyecto político para España en una sola obsesión: hacer de la insidia y de la ausencia de escrúpulos su sustento ideológico y establecer, a partir de su poder actual, un dominio vitalicio, y ello, aunque tenga que transformar el delito en virtud, destruir la unidad de su patria y acabar con la vida de sus conciudadanos, al menos de los de espíritu libre.
Su objetivo no es otro que el de un país bolivariano y corrupto, narcotraficante, balcanizado y débil, comunista y globalista a medias -es decir, capitalsocialista-, rendido bajo las garras del odio y de la demencia, en el que él se erige como el mandarín permanente de los nuevos demiurgos. El virrey de una provincia antes llamada España que si por él fuera pasaría a depender definitivamente del Imperio NOM o de los chantajes y dineros solapados de Marruecos a nuestros gobernantes desleales. Y su actuación política, relatada tendenciosamente u ocultada con herméticos enigmas -según conveniencia, por una interesada maquinaria propagandística-, trata de colmar cumplidamente las esperanzas que se ha forjado.
Con Pedro Sánchez encabezando la marcha frentepopulista, que tantos réditos está dando a la antiespaña, y siguiendo los pasos de su antecesor Zapatero y de sus restantes predecesores, España ha alcanzado su enésimo caos, esa maldición centrifugadora que cada cierto tiempo nos deparan los hispanófobos exteriores e indígenas. Y como es habitual en estos traidores, tratan de hacernos creer que su odio hacia la unidad nacional, hacia la libertad de los individuos y hacia la verdad histórica es por el bien de todos nosotros, y que, por mor de su indoloro y democrático progresismo, no tenemos nada que perder con la desunión y con el incendio de la libertad.
El hombre que se sabe débil no puede imponerse a la consideración de los demás sino por medio de subterfugios; y por eso es frecuente que personas de escasas virtudes o talentos sean las más ambiciosas. Para engañar a los demás han tenido que empezar por engañarse a sí mismas. Nadie de estas características, y mucho menos los enfermos de narcisismo, quiere quedar fuera del agasajo del éxito, y quienes no tienen títulos para acreditar en la puerta principal intentarán entrar por la ventana, como hizo nuestro Doctor Fraude en las votaciones de su propia secta, acechando detrás de la cortina para culminar la trampa.
Toda la propaganda de esos forajidos que se hacen políticos para medrar y depredar está basada en la mentira. Se trata, como bien exponen sus devocionarios, de mentir, mentir y mentir, porque tras la mentira reiterada mucho queda en el inconsciente colectivo. Rabindranath Tagore, afirmaba: «La mentira no puede crecer hasta convertirse en la verdad, por más que aumente su poderío. La historia del hombre es el esperar con paciencia el triunfo del hombre insultado». Pero el caso es que la paciencia tiene un límite y que el ilegítimo presidente Sánchez, como antaño ocurrió con sus homólogos, tan crucífobos como él, suscita antipatía por su engolamiento y su altanería, por su rencor hacia aquellos españoles que unidos se esfuerzan y laboran, y por su desprecio a nuestra Historia y a la patria toda.
Contemplando la jactancia con que Pedro Sánchez proclama su forzada instalación en la Crónica universal con viajes a contrapelo como el de China, por legalizar la manipulación de la Memoria, por haber perpetrado la tenebrosa exhumación del cadáver de Franco o por ansiar la resignificación (destrucción) del Valle de los Caídos -por ilustrar su paranoia con sólo cuatro ejemplos-, comprendemos cómo a los miserables les gusta envolverse en una épica artificial: la de los héroes con red. Esa falsa arrogancia del tirano que se atreve a cometer todo tipo de atrocidades sabedor -o conjeturador- de que no va a ser juzgado nunca por sus aberraciones.
Autor

- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
Últimas entradas
Actualidad11/04/2025Sánchez: La mentira en China. Por Jesús Aguilar Marina
Actualidad09/04/2025Socialcomunismo: frenopático o cárcel. Por Jesús Aguilar Marina
Actualidad08/04/2025La corrupción como impulso económico, y la economía como argumento para la sumisión. Por Jesús Aguilar Marina
Actualidad02/04/2025Sobre los políticos y su casta. Por Jesús Aguilar Marina