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Entrevista a Héctor J. Castro, profesor, músico y novelista. En 2016 inicia su carrera literaria con la primera parte de la trilogía El Siglo de Acero (HRM Ediciones), novela histórica que narra las aventuras de Martín de la Vega y Afonso Duarte “el portugués”, soldados de los tercios españoles, a través de escenarios tan representativos de la época como Italia y el Mediterráneo, las guerras de Flandes o la peligrosa Villa y Corte de Madrid. En 2019 publica Días de Infierno y Gloria, sobre la figura de María Pita y la defensa de La Coruña contra la armada inglesa de Francis Drake, obra que le valió el premio de narrativa 31 de Enero Tercios de 2020.

Su próximo libro “Sol de Sangre” nos lleva a un escenario muy lejano, Cagayán, en la isla filipina de Luzón.

Así es. En mis obras anteriores (El Siglo de Acero y Días de Infierno y Gloria) había tratado España, Italia y Flandes, y me apetecía embarcarme en una novela de ambiente selvático, que transcurriera en las posesiones españolas de ultramar; una novela que mezclara el género bélico con el drama marítimo y el relato de aventuras. Así que opté por los sucesos de Cagayán, en Filipinas, los cuales ya me atraían mucho desde que leí sobre ellos por primera vez en el libro Naves Negras, de Carlos Canales (quien, por cierto, ha escrito el prólogo de Sol de Sangre) Siempre pensé que había una buena novela ahí; una novela que nadie había hecho hasta ahora, además. Me puse a ello en enero de 2020 y el repentino confinamiento me facilitó un poco las cosas, porque durante ocho meses pude dedicarme plenamente a leer y escribir. Puse el punto y final el pasado noviembre y este 15 de abril de 2021, finalmente, llega a las librerías y, queriéndolo Dios, a las manos de los lectores.

España hace frente a los piratas, algo nada raro a lo largo de nuestra historia, pero esta vez se trata de japoneses, de los que el gobernador de Filipinas decía en carta al rey Felipe II que “son la gente más belicosa de por aquí”.

La más belicosa con permiso de los españoles (ja, ja) Ciertamente, ya desde los primeros asentamientos de Legazpi en Filipinas, los españoles tuvieron que enfrentarse a tribus nativas y a los mahometanos del sultanato que allí había. Nada nuevo para ellos, por otra parte, acostumbrados a encontrarse con tan distintas gentes en tan distintos lugares, y a tener que adaptarse a combatir en condiciones de lo más dispares. En el caso de Cagayán, la presencia española en el archipiélago ya estaba asentada (hablamos de 1582) y lo más importante en aquel momento era asegurar las vías comerciales del galeón de Manila. Por supuesto, la aparición de una armada pirata que comenzó a asaltar navíos mercantes al norte de Luzón preocupó enseguida a la gobernación de Manila, y enviaron rápidamente a una pequeña flota para atajar el problema. Resultó que estos piratas eran japoneses, en efecto gente belicosa, al menos mucho más que los tagalos o los chinos, pero con un concepto de la guerra demasiado rudimentario en comparación con los españoles de la época. 

Tay Fusa, el líder de los piratas, era un ronin, un samurái sin señor dedicado al pillaje. ¿Podemos hablar de un combate entre tercios y samuráis?

No, en ningún caso. Esto es un titular televisivo muy extendido, pero no es correcto. Ni siquiera está claro que Tay Fusa fuera un ronin. Carlos Canales sostiene la teoría de que podría tratarse de un mercader del puerto de Sakai que se dio a la piratería. Hay poquísima información sobre Tay Fusa, lo que es malo para los historiadores pero muy bueno para el novelista, pues me daba mucha libertad. De cualquier modo, las fuerzas enfrentadas no eran ni “tercios” por un lado, ni “samuráis” por el otro. La española era una tropa heterogénea, de frontera; tan sólo media docena de oficiales eran peninsulares, el resto eran soldados criollos de Nueva España, aliados tlaxcaltecas, tagalos y sangleyes. Y por parte japonesa, eran piratas entre los que podría haber algún ronin, pues lo que sí se sabe es que algunos llevaban armaduras. Lo curioso, y esto es algo que confunde a mucha gente, es que esta armada pirata era más peligrosa que si hubieran sido propiamente samuráis, porque los piratas tenían algún armamento occidental, comprado o robado a los portugueses, y conocían un poco las tácticas de guerra de los europeos, cosa que los samuráis no. Los samuráis eran grandes guerreros para enfrentarse contra otros samuráis, pero no eran rivales para las armadas europeas del siglo XVI.

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Es además un combate épico, en el que pocos se enfrentan a muchos.

Eso sí que es cierto y creo que ha quedado bien reflejado en la novela. Los piratas superaban a los españoles en 3 a 1. Pero, como hemos dicho, las tácticas europeas eran por aquel entonces muy superiores. No solamente gracias a los arcabuces y mosquetes, sino también a las armaduras y rodelas que llevaban muchos de los soldados de Nueva España, y que los hacían invulnerables a los ataques de los piratas peor armados. Cuando los españoles desembarcaron y se hicieron fuertes en tierra, Tay Fusa y sus hombres les dieron hasta tres asaltos, en los que chocaron contra las formaciones de picas, sufrieron muchas bajas y finalmente tuvieron que desistir. Fue un momento épico con el que he disfrutado mucho al poder novelarlo.

Juan Pablo de Carrión es el hombre elegido para hacer frente a los piratas. ¿Qué nos cuenta de este personaje en su novela?

Creo sinceramente que el personaje es lo mejor de la novela. Puede sonar a tópico, porque a los novelistas, por norma general, nuestra última novela siempre nos parece la mejor, pero puedo asegurar que, de todos los protagonistas que he manejado, a Juan Pablo de Carrión es al que más cariño le he cogido. Juan Pablo era un hombre de 69 años, que había sido andariego pero había fracasado en todos sus intentos por alcanzar la fama, y ya en el momento final de su vida se le presenta la última oportunidad de enderezar lo torcido y salir del mundo en un último resplandor de gloria. En la novela quise tratar en profundidad las ideas y conceptos que tanto preocupaban a los españoles de entonces, como la fe y la honra. Juan Pablo de Carrión es un hombre cansado, temeroso por sus pecados pretéritos, y que defiende unos valores en los que cree firmemente hasta las últimas consecuencias, por lo que, además de un personaje fuerte e interesante desde el punto de vista novelesco, sirve para hablar de toda una época, la de aquella España de los siglos imperiales. Hay una frase de la novela que creo resume muy bien todo el concepto, que dice: “una bella muerte honra toda una vida”, y eso es lo que creo que buscaba Juan Pablo de Carrión cuando aceptó el mando de la expedición para enfrentarse a los piratas de Cagayán.

Como buen personaje de su tiempo Carrión funda una ciudad, Nueva Segovia, de cuya fundación queda una iglesia.    

Carrión fue un hombre sin suerte. En Méjico tuvo problemas con fray Urdaneta y perdió la oportunidad de ser uno de los héroes del “tornaviaje”. Por otro lado tuvo también problemas con la Inquisición. Fue acusado de bigamia y hasta fue excomulgado. Al fin consiguió redimirse en el último momento, cuando ya nadie creía en él, pues fue capaz de derrotar a los piratas japoneses y hasta fundar allí una ciudad, ganándose así el paso a la posteridad.

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Afortunadamente cada vez hay mayor interés por nuestra historia y vemos publicaciones de libros de historia, de novela histórica e incluso de novela gráfica. ¿Este interés ha venido para quedarse? ¿Cree que esto se debe a tantos años de autoflagelación con respecto al pasado?

Creo que vivimos en una época complicada. Horrible en muchos aspectos; fascinante en otros. Y la Historia, como todo lo demás, está sufriendo esta situación. España lleva muchos años sumida en una continua guerra fría, pero creo que ahora es más intensa que nunca en lo que llevamos de democracia. Estamos en un momento en el que la ideología está muy polarizada, y por consiguiente, la Historia también. Gran parte de la población se ha empeñado, de manera estúpida a mi parecer, en ser anti-española y anti-historia de España, en especial debido a que la historia verdadera les desmonta sus prejuicios y mitos falsos contra la Iglesia Católica, el descubrimiento de América y otras tantas cosas. Pero en fin, que esto ha provocado que por otro lado, otra parte de la población se haya volcado con verdadera pasión en conocer y divulgar nuestra Historia. Muchos autores, entre los que me incluyo y puedo incluir a otros como Juan Víctor Carboneras o José Antonio López Medina, escribimos sobre esto desde el corazón, y esa intensidad se nota en nuestras obras. Creo que hace unos años se escribía sobre el Siglo de Oro, por ejemplo, de una manera mucho más fría y escéptica de lo que ahora lo hacemos nosotros. Porque hemos descubierto que no hay nada de lo que arrepentirse ni de lo que avergonzarse, y que si España cometió algunos errores, también fue el mayor imperio creador, que no depredador, de la modernidad, y en muchas ocasiones hizo palidecer a Grecia y Roma en grandeza. Y esto hay que decirlo así, pese a quien pese.

Sus novelas nos han llevado a acompañar a María Pita en la defensa de La Coruña, a la Italia española o a participar en el asedio de Haarlem. Ahora nos lleva a Filipinas, al Pacífico. Parece cierto aquel dicho de que no hay lugar en el mundo sin una tumba española. ¿Qué proyectos tiene para el futuro?

Es que la época imperial española abarca tantísimos temas, sucesos, personajes y escenarios que es una fuente inagotable de ideas para novelas. Mi proyecto literario es realizar una serie de “episodios nacionales” al modo de los de mi admirado Benito Pérez Galdós, pero ambientados en los siglos XVI y XVII. Intentaré seguir contando historias de soldados, aventureros, navegantes, poetas, labradores o prelados, relacionados con nuestra historia española. De momento llevo 5, y no sé cuántos llegaré a hacer, eso dependerá del ánimo y el talento que pueda llegar a tener, pero en principio tengo en la cabeza hacer unas cuantas obras más. Hasta ahora, todas mis novelas han estado ambientadas en la segunda mitad del XVI, bajo el reinado de Felipe II, y ahora me apetece moverme a la época de Carlos V, pero todavía no tengo decidido nada concreto.

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