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Como he recibido algunas críticas por las cosas que estoy escribiendo sobre los Borbones españoles hoy me van a permitir que les reproduzca, sin comentario alguno, lo que dejó escrito Don Ramón Pérez de Ayala en su ensayo «En torno a la revolución española». (escribió mucho más sobre los Reinados de los Reyes Borbones):

 

«Los Borbones, como se sabe, son una familia francesa. Los propios franceses, después de larga experiencia a su costa, han definido a esta familia diciendo que los Borbones nunca aprenden ni nunca olvidan. Llevan una fatalidad en la sangre. Parafraseando la definición francesa, pudiéramos decir que los Borbones son incorregibles (improgresivos) y resentidos (vengativos). Puestas en juego estas cualidades dentro del curso histórico, resultará que una Monarquía borbónica será siempre incompatible y se opondrá por todos los medios a cualquier movimiento de progreso político y a la evolución liberal de los tiempos».

En el siglo XIX los franceses ensayaron por tres veces, con tres distintos reyes, la conciliación de una monarquía borbónica y del régimen democrático. La experiencia demostró la imposibilidad de una avenencia recíproca. Es como si se intentase hacer dolicocéfalo a un teutón o braquicéfalo a un bereber…

La casa de Borbón, francesa, y la casa de Habsburgo, austriaca, han proveído con ejemplares de fundación o de cruza a casi todas las dinastías europeas.

Probablemente las luchas y penalidades que costó la democratización de las monarquías europeas en el pasado siglo se debe a la refractariedad e irreductibilidad de la sangre borbónica y austriaca con la democracia. En las monarquías libres, o apenas teñidas de estas dos sangres, la democratización fue sencilla.

Las dos únicas monarquías donde no se pudo llegar a la democratización sincera (y, por lo regular, ni aparente) han sido Austria y España. La dinastía española lleva en las venas una mezcla de sangre borbónica y austriaca, sin contar las aportaciones irregulares, clandestinas o fraudulentas, perfectamente comprobadas, pues los Borbones, y sobre todo las Borbonas, raras veces han sido dechado de honestidad y continencia.

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Las monarquías desaparecen del haz del planeta como el bisonte y el rinoceronte, especies que se mantienen sólo en conserva, o como dicen los norteamericanos, en «reserva». El único procedimiento que se ha hallado para mantener en conserva las monarquías, y en la vertiente de su esterilidad y anulación, ha sido someterlas a la dieta permanente de la democratización y el liberalismo. A esto se llama ser monárquico por razones históricas.

Un inglés por ejemplo, no tiene razones históricas para dejar de ser monárquico. Cánovas, el restaurador de la monarquía española, era –equivocado o no- monárquico por razones históricas, según él mismo declaraba. Lo era, porque no creía en la capacidad del pueblo español para la república. Abominable inmoralidad, porque cuando un gobernante no cree en su pueblo, debe retirarse de la política. Y, además, notable estupidez, porque ningún pueblo posee capacidad republicana hasta que la adquiere con el uso y el ejercicio, como nadie aprenderá nunca a nadar si no se sumerge en el agua.

Francia necesitó cerca de un siglo para adquirir capacidad republicana. Alemania lleva doce años dando traspiés. Pero, teóricamente, Cánovas era republicano. En la intimidad solía decir: «Los españoles tenemos, para hacernos perdonar del resto del mundo, cuatro vergüenzas: los borbones, la intolerancia religiosa, los pronunciamientos y la viruela». Es una declaración republicana por pasiva, en la cual sobran tres miembros. Con enunciar el primero, bastaba. Los otros son sus corolarios.»

                                                                                                          Por  la transcripción y sin quitar ni poner una coma. Julio MERINO

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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