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El genial Vizcaino Casas, el escritor más popular durante la Transición a despecho de demócratas de toda la vida, siempre colocaba sus títulos en los puestos más altos de las listas de ventas de libros de aquel entonces. Con un tono siempre humorístico, Vizcaíno Casas fue azote de los chaqueteros que se habían dado de codazos para acercarse a Franco para besarle los pies y una vez muerto el Caudillo se apresuraron a renegar de él, “De camisa vieja chaqueta nueva”. Puso en solfa el desmadre del Estado de las Autonomías, “Las Autonosuyas” y retrató a los socialistas y su rapacidad antes que nadie en “Los descamisados” y “…los 40 ladrones”.
Entre sus obras todos recordamos “Y al tercer año resucito”, que también dio lugar a una película. Más seria sería la publicación ¡Viva Franco¡ (con perdón), que analizaba positivamente el periodo franquista. Suponemos que el libro, o toda la obra de Vizcaino, será prohibida bajo la ley totalitaria con que este gobierno socialcomunista pretende dar otra vuelta de tuerca a la ley de memoria historica la próxima semana. Con esta ley se quiere ilegalizar aquellas organizaciones que hagan apología de la dictadura, entre ellas, la Fundación Francisco Franco y por supuesto le seguirán todos los partidos y asociaciones que opinen favorablemente sobre la época franquista. También se prevén multas para editores, autores e intelectuales que no traguen con la versión comunista de la guerra civil, lo que abrirá las puertas al cierre de los medios de comunicación disidentes. En cuanto a la educación, cualquier profesor que se atreva a cuestionar la versión gubernamental, ya se puede ir preparando para hacer cola en la oficina de desempleo.
Una legislación digna de Stalin y que de nuevo señala a España como el país más escorado a la extrema izquierda de toda Europa. Por mucho que se porfíe en la intención reconciliadora de la Transición, lo cierto es que la izquierda jamás la aceptó. Lejos de partir de cero y dejar para los historiadores el análisis del pasado, la guerra civil y el franquismo se utilizó como génesis legitimadora del nuevo régimen. De manera que quienes estaban con Franco estaban deslegitimados democráticamente. No había que ser muy listo para comprender que andando el tiempo la legitimación democrática acabaría siendo tan sólo ostentada por quienes estaban con el Frente Popular. Eso es lo que consagró la Ley de Memoria Historica que ZP promulgo en 2007. Eso sí, con el camino allanado, primero por los de la UCD, todos deseosos de que se olvidase su pasado franquista, y luego por los del PP, nunca dispuestos a plantar cara a la izquierda en el terreno ideológico. Lo primero siempre el bolsillo.
La nueva legislación ultraizquierdista atenta contra el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, especialmente contra su art. 9-1 que proclama que “nadie podrá ser molestado a causa de sus opiniones”. Pues bien, en España se va a perseguir a quienes opinen a favor de Franco. No esperen amparo de los tragasables del Tribunal Constitucional o Tribunal Supremo, porque la normativa se va a preparar partiendo de la base que el régimen franquista, además de antidemocrático es responsable de crímenes contra la humanidad, por lo que el TEDH previsiblemente dará por buena la legislación, que de querer ser equitativa también prohibiría la apología del Frente Popular e ilegalizaría las fundaciones comunistas patrocinadas desde Izquierda Unida o Podemos.
Por supuesto, la libertad de expresión y la libertad y honestidad con que todo historiador o intelectual debe actuar es incompatible con una versión gubernamental de la historia. Cualquier censura o prohibición de un juicio de valor efectuado por los partidarios de una las partes implicadas en un conflicto, mientras tan sólo se permite opinar a la contraria es un atropello y una tomadura de pelo, más propia de Corea del Norte que de un país civilizado. La ilegalización de la Fundación Francisco Franco y todas las tropelías que vendrán, demuestran el detritus moral en que se ahoga la actual sociedad española, enferma de sectarismo y huérfana de dignidad.
Quién nos iba a decir que hablar bien de Franco se iba a convertir en el siglo XXI en un símbolo de libertad.
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