11/06/2025 02:11
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Pedro Gómez Carrizo (Barcelona, 1966) es editor, profesor, traductor, analista político y experto en comunicación. Durante sus treinta años de vinculación al mundo editorial ha colaborado —como editor, prologuista, traductor o redactor— en cerca de trescientas obras de las temáticas más diversas: historia, filosofía, literatura, economía, arte, sociología, política, ciencia y religión.

¿Por qué se alejó de la práctica de la religión católica tras la primera comunión?

Realmente no puedo hablar de alejamiento en sentido estricto, pues alejarse de algo implica haber estado antes cerca, y yo nunca lo estuve. Es bastante común: hice la comunión en 1973 y en esa época poca gente se planteaba no hacerla. Solo en el caso de que existiese un rechazo explícito hacia la religión, y no era el caso de mi familia.

Supongo que esa etiqueta de “católico no practicante” estaba bastante consolidada. El problema es que esa etiqueta, en la mayoría de los casos, no era sino un eufemismo. Una forma de acallar la conciencia, de tranquilizarla con el espejismo de una filiación nominal que apenas implicaba nada. En la práctica, el modo de vida del llamado católico no practicante era indistinguible del de un agnóstico o incluso de un ateo respetuoso. Sin misa dominical, sin confesiones ni sacramentos, sin oración, sin conversión: una identidad vacía. Vivir como si Dios no existiera, pero sin declararlo.

Sin embargo, ¿por qué nunca dejó de buscar el sentido trascendente de la vida?

La dimensión trascendente es consustancial al ser humano. El hombre siempre ha buscado a Dios de una u otra forma. En todo tiempo y lugar ha existido esa frontera entre lo profano y lo sagrado de la que habló Mircea Eliade. Esa condición intermedia del ser humano que vive en tensión constante entre el mundo sensible y el mundo espiritual, entre la finitud y la trascendencia, entre el devenir y el Ser, es lo que Platón llamaba metaxy, y es precisamente lo que nos hace humanos. Goethe redime a su Fausto por esa aspiración constante hacia lo mejor.

Lo excepcional es el mundo en que vivimos. Esa eliminación de lo sagrado que hoy en día nos venden como lo normal es, por el contrario, una absoluta anomalía en la historia de la humanidad. La modernidad trajo consigo una crisis existencial: la muerte de Dios anunciada por Nietzsche, el desencanto del mundo de Max Weber, el triunfo del reino de la cantidad… E incluso a pesar de estos anuncios, la ruptura con lo trascendente no comenzó a extenderse hasta los años sesenta del siglo XX, y solo ha alcanzado su hegemonía plena en el siglo XXI. En mi caso, esa constatación de una humanidad cada vez más huérfana, rota, deprimida, sin sentido, fue lo que me orientó hacia el cristianismo. Hoy sé que esa inquietud ya era una gracia. Era Dios que salía a mi encuentro. La semilla del bautismo que empezaba a fructificar.

Leyó e investigó mucho y conoció diferentes religiones, pero, ¿se podría decir que estaba cada vez más confundido?

No, más confundido no, porque yo no partía de ninguna claridad. Partía de la confusión. Perseveraba en la búsqueda sin quedar nunca satisfecho. Podía apreciar, y mucho, fragmentos de verdad en algunas de ellas, pero la magia desaparecía cuando las contemplaba en conjunto, siempre había algo que me generaba rechazo. Podía, por ejemplo, prendarme del Bhagavad Gītā y huir como de la peste del hinduismo que lo enmarcaba; reconocer el valor sapiencial de ciertos sutras budistas y, al mismo tiempo, abominar de la cobardía y el sinsentido que supone su renuncia al mundo, o incluso apreciar suras coránicas sin dejar de advertir la temible teocracia que alimentaban. Como se dice ahora, aunque sea un término manido, ninguna de esas religiones me “resonaba” por completo. Había siempre una voz interior que me advertía que anidaba en ellas el error, o el terror… Por sus frutos los conoceréis.

En el fondo buscaba conocer la verdad con el mero entendimiento, pero, ¿por qué sin la ayuda de la gracia era imposible alcanzarla?

Bueno, lo cierto es más bien que una de las razones que me llevaron al catolicismo fue descubrir que era la religión más razonable. No me cabe duda. Antes de haber leído los Evangelios, ya había leído a Chesterton. La fe no es solo cuestión de fe. Eso sería fideísmo… Mi rechazo hacia ciertas religiones nacía, precisamente, de su desprecio por el entendimiento. Me incomodaba esa exhortación a «vaciar la mente» o «trascender la razón» para alcanzar la iluminación y conectar con el Dios que somos… No somos dioses, somos criaturas, pero criaturas dotadas de razón para comprender su Creación y llegar al Creador. A mí, cuando me piden que renuncie al entendimiento, me echo las manos a la cartera… Porque la razón es lo que nos hace humanos. Y porque la existencia de Dios no es, en sí misma, un acto de fe: es una conclusión racional. No creer en Dios, a mi juicio, no es falta de fe: es falta de inteligencia. Otra cosa muy distinta es creer en el Dios personal, en el Dios que se ha revelado en Jesucristo, en el misterio trinitario… Para esa fe sí es precisa la gracia. Pero incluso en ese caso, la razón no queda abolida, sino iluminada. Existe un camino que no es irracional, sino sobre-racional. Como decía Benedicto XVI, la fe es «razón ampliada» por la gracia; va más allá de la razón sin contradecirla.

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¿Se podría decir que cayó en una especie de escepticismo gnóstico?

No exactamente. El gnosticismo, al menos el trascendente, no es escéptico. Todo lo contrario: es una certeza altiva, una supuesta gnosis que solo los elegidos pueden alcanzar. Tertuliano se pasó de frenada con su Credo quia absurdum precisamente para ridiculizar el racionalismo gnóstico. También existe un gnosticismo inmanente, secularizado. Ese es el que da origen a las ideologías modernas: la creencia de que el hombre puede crear el paraíso en la tierra mediante la razón, la ciencia o la técnica. Kant puso los cimientos de esa soteriología laica. Y el transhumanismo actual es su heredero más reciente: un nuevo gnosticismo que ya ni siquiera necesita de lo sagrado, sino que convierte al hombre en su propio dios.

¿Le remordía en su conciencia la intuición de que no estaba en el camino correcto?

Buscaba y no encontraba. No podía sentirme culpable por no hallar las respuestas a mis preguntas. Pero sí me faltaba paz. La conversión te da mucha paz. La paz que solo puede dar Cristo, porque como dijo san Agustín, “nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.

¿Cómo fue su reencuentro con la fe católica?

Fue más bien un encuentro. Un hallazgo providencial, como el que relata Poe en La carta robada: lo buscado estaba ante mis ojos desde el principio, o como en aquellas historias donde el tesoro no está al final del viaje, sino enterrado en el propio jardín. En mi caso particular para ese descubrimiento ayudó mucho un retiro de Emaús. Allí caí en la cuenta de que la puerta a la que Cristo llama solo puede abrirse desde dentro. El picaporte estaba de mi lado. Así que era necesario un acto de la voluntad: la decisión de abrir. La gracia te mueve a dar ese paso.

¿Tuvo la sensación de volver a casa?

Sí, podría decirse que tuve la sensación de llegar a una casa donde se me estaba esperando. La religión tiene esa dimensión importantísima de cobijo, de amparo, de refugio, de acogida… Pero la metáfora de la casa quizá sea más útil emplearla en otro sentido. Me gusta la imagen de que uno es la casa donde Cristo desea entrar. Como en poema de Lope de Vega: «¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? …» Es una imagen poderosísima que aparece ya en el Apocalipsis: «Estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él». Es una epifanía entender que esa morada que es nuestra alma ha sido preparada desde la eternidad para albergar a su Señor.

¿En qué medida le parecieron muy lógicas y racionales las verdades de nuestra fe?

Totalmente. Como ya anticipé, la razonabilidad del catolicismo fue lo primero que me atrajo. No se trataba de cerrar los ojos y dar un salto al vacío, sino de abrirlos del todo y contemplar un orden que respondía a las preguntas más profundas del alma y de la inteligencia. A diferencia de otras religiones o filosofías que parecían prescindir del logos o incluso combatirlo, el catolicismo lo abrazaba, lo ordenaba, lo transfiguraba.

¿Cómo fue el proceso de formación y asimilación de la doctrina católica?

Deslumbrante. Más que «fue», lo está siendo. Es descubrir un tesoro de sabiduría acumulada durante siglos, un universo ordenado, coherente, luminoso. Supone acceder a infinidad de textos de espiritualidad cristiana que son un precioso alimento para el alma.

Chesterton admiraba de la Iglesia la capacidad de perdonar pecados, algo que deja una tranquilidad de conciencia. ¿Lo pudo experimentar usted?

Sí, y en los términos exactos en los que lo anunciaba Chesterton, que me ha servido a menudo de guía. Admiro esa grandeza del cristianismo que responde «sí y sí» cuando existen disyuntivas a las que otras religiones o ideologías presentan como excluyentes. «Sí, el hombre es profundamente culpable, pero sí, también es infinitamente valioso». Así describe Chesterton la visión católica. Frente a la candidez —o quizá vileza— de Rousseau y su compañía ilustrada, la constatación de que el hombre no es bueno por naturaleza, sino que nace herido por el pecado original. Me encantó una reflexión de Chesterton que decía algo así como que basta ver a un niño despellejar a un gato para no tener duda acerca de ello. Y frente al error —o quizá vileza— de los maniqueísmos varios o de los Lutero y compañía, la seguridad de que ese pecado no corrompió totalmente al hombre, sino que mediante la gracia recibida en el bautismo y los sacramentos, el alma puede ser realmente sanada y transformada.

Una vez usted conoce la verdadera religión, ¿cómo se esfuerza en perseverar?

Adorando al Santísimo, rezando, leyendo los Evangelios, tratando de vivir conforme a ellos, leyendo también textos de espiritualidad cristiana… San Pablo al final de sus días reconoció como su mayor triunfo haber perseverado en la fe. Sé que no es fácil y por eso procuro ir alimentando la llama. Otra imagen que me resultó muy útil es esta: es irremediable que en algún momento llegue un vendaval… Pues bien, ese mismo viento que apaga la llama, si es débil, la aviva cuando ya es una llama poderosa.

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¿Cuáles son las mayores dificultades que tiene en el camino?

Una de las dificultades más persistentes en mi vida espiritual es la falta de orden. Me cuesta incorporar rutinas en mi día a día. Lo confieso. Y es algo que confieso con regularidad a mi director espiritual. Decía san Josemaría «¿Virtud sin orden? — ¡Rara virtud!». Y cuánta razón tenía. Estoy en proceso de incorporar el orden de la práctica religiosa en mi vida de horarios bastante caóticos. No es fácil.

¿Por qué los malos ejemplos no deben alejarnos de la fe?

Porque si así fuera, al día siguiente de convertirnos, deberíamos desconvertirnos. La Iglesia está formada por seres humanos, y ya sabemos lo que somos los seres humanos. Por eso el asidero firme, el vínculo fundamental, es Jesús. Jesús es la esencia del cristianismo y él es el único que no decepciona. Sólo a él debemos adorar. Los demás miembros de la Iglesia, desde el Papa al más recién llegado somos todos peregrinos todos necesitados de misericordia. Caemos, erramos, escandalizamos incluso. Pero la Cruz permanece. El canal de mi querido amigo y mentor, el padre Antonio Gómez Mir, se llama Stat Crux: la Cruz permanece firme. Esa es la clave. La Cruz no depende de nuestras virtudes ni se tambalea por nuestras miserias. El que escandalizado se aleja, olvida que fue precisamente para redimir nuestras caídas por lo que vino el Redentor.

¿Cómo la razón iluminada por la gracia puede llegar a un grado de comprensión mucho más profundo de la realidad?

La razón sin gracia ve el mundo, la razón con gracia ve la creación. Y eso cambia todo, porque la gracia no niega la razón: la transfigura. Benedicto XVI explicó que la fe no es un salto en el vacío, sino la razón ampliada, purificada, ensanchada. La razón humana, por sí sola, puede alcanzar ciertas verdades, como intuir el orden del mundo, su diseño inteligente, la existencia de un principio primero, el anhelo de justicia, la necesidad del bien… Pero sin la gracia, esos destellos permanecen fragmentarios, inconexos. La gracia actúa como una lámpara interior que permite ver la realidad con una profundidad nueva. Cuando vives en la vertical, buscando «lo de arriba», la vida cotidiana, los gestos simples, las realidades ordinarias cobran nueva luz

¿Por qué una vez que se conoce la verdad, es difícil volver al error?

Bien, en esto los clásicos tenían gran parte de razón. El error es ignorancia. Así que conocer la verdad y caer en el error sería una contradicción en sus términos. A ese «error» los católicos lo llamamos «pecado». Resulta muy revelador descubrir que la etimología de la palabra «pecado», en su raíz bíblica proviene del hebreo y tiene un sentido muy expresivo y concreto: atá’, que significa curiosamente «errar», «desviarse del camino», «no alcanzar el objetivo». Es un término tomado del mundo del tiro con arco, donde jatá implica que una flecha no da en el blanco, es decir, no alcanza el fin para el que fue disparada. Pecar significa no alcanzar aquello para lo cual uno fue creado. Por eso Jesús, al mismo tiempo que Verdad, es Camino y Vida. Si vas de su mano es imposible desviarte. Errar es dejarlo a un lado, soltarse de du mano, y eso no es fácil, además de una equivocación es una traición.

Sin embargo, hay que evitar la presunción y pedir con humildad no alejarse nunca del buen camino…

Eso lo pedimos cada mañana y cada noche con la oración que Jesús nos enseñó. «No nos dejes caer en la tentación». Y no se trata solo de la tentación de pecar, sino también de la tentación de creerse inmune. La humildad es el escudo del alma.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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