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Viniendo de donde viene no se podía esperar otra cosa del “marqués” de Galapagar. Parece que a los “Pablos Iglesias” les persigue la falsedad y la mentira. El socialista, a quien consideran fundador del PSOE, no tuvo inconveniente en ocultar su verdadero nombre, como está suficientemente demostrado por la historiografía; se llamaba Paulino, y no Pablo: no tienen más que estudiar “La Historia oculta del Socialisno” (ArC Editores) y corroborarlo. A éste, el de hoy, podemita, mentiroso y ‘barato verborreico’ tampoco se le caen los anillos por mentir y hacer odiosos eufemismos.
Al menos, Paulino, pero con el nombre de Pablo desde que llegó a Madrid procedente de Ferrol, tuvo la valentía de ser uno de los primeros obreros españoles que pidió su ingreso en la Internacional, con tan solo 20 años. ¿Pero qué ha hecho de provecho el “marqués” desde el punto de vista político, social o económico? ¿Asesorar a Chávez para arruinar Venezuela? ¿Azuzar odio contra la disidencia? ¿Echar a la “policía política” venezolana contra la Resistencia? Ya me dirán qué va a aportar este personaje en la comisión de reconstrucción cuando desde el Gobierno solo se crea ruina, muerte y odio como alternativa a una economía que estaba boyante.
No encuentro otra explicación. Echen una ojeada a la versión fanática que dio, en su momento, de atentado terrorista acaecido en París. ¡Hay que odiar mucho y no sentir nada por el prójimo para no entender la barbarie cometida por el terrorismo yihadista! Tan solo le faltó culpar a Hollande o a la sociedad francesa de lo sucedido. No olvidemos que su postura es la misma que mostró la izquierda radical tras los atentados del 11-M; era un momento en el que había que culpar a Aznar y al Partido Popular de todo, porque las urnas navegaban a su favor y con mucha diferencia.
En los sucesos del 11-M y después fue muy fácil que la izquierda se pusiera de acuerdo para dañar la imagen del expresidente y de su partido. Lo peor de todo es que el PSOE ‘perdió el trasero’ por unirse a la desfachatez. El ‘señorito’ Iglesias, instalado en el insulto y el odio, trufa su falta de argumentos con el reparto de carnés de demócrata, amenaza con el “guerracivilismo” y con la caduca lucha de clases, sin que falte el más estrafalario apoyo a las formaciones proetarras, caducos nacionalismo y ruines narcodictaduras. ¡Vaya carta de presentación!
Pablo Iglesias, el podemita, al autoexcluirse del Pacto Antiyihadista, demostró que no tenía sentido de Estado y que estaba muy alejado de la realidad del país. Han transcurridos varios años de cuanto reseño y no se ha movido ni un centímetro, por lo que insisto en ello y la ciudadanía puede corroborarlo. Sus planteamientos populistas se catalogan en la categoría de sandez, aunque hay quién lo califica de creciente estupidez. Ahora se entiende su asesoramiento al ‘gorila rojo’ y al actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
Un asesoramiento idóneo para destruir, pero contrario a los principios que deben regir a la hora de construir una sociedad asentada en la convivencia y en la solidaridad. No tienen más que volver la vista a los meses de marzo y abril donde, siendo el vicepresidente el máximo responsable de las residencias de ancianos, se han cometido verdaderos atropellos y, “en vez de recibir medicación, solo han recibido morfina”. ¡Qué afán tiene esta izquierda desnortada con dejar a los mayores a su suerte! En su momento ya demostramos opiniones diversas al respecto, pero todas en la misma dirección.
Ni siquiera con la que está cayendo, y la inutilidad e irresponsabilidad que está demostrando, faltan seguidores que se acercan al ‘vendeburras’ de Iglesias, el podemita. Lo curioso de ello es que muchos se marchan igual que llegan porque ven en él al gallo de Morón, sin más; ahí tienen los casos de Gordillo, Pérez Royo,…. Y otros mucho menos mediáticos. No dejan de ser simples aprovechados que viven avergonzados de no haberse sabido ganar la realidad y estar en los medios de comunicación. Algo así como Rodríguez Zapatero, pero en más gaznápiro y menos ‘príncipe’ de Delcy Rodríguez.
A Pablo Iglesias, el podemita, se le cayó el espantapájaros al afirmar que “determinadas intervenciones europeas en Oriente Medio no contribuían a la seguridad de los ciudadanos de Europa”. Lo peor de todo es que llamó “venganza” a la acción organizada para intentar acabar con la barbarie del Estado Islámico. No es de recibo eso de cortar cuellos, enjaular a personas e introducirlas en agua hirviendo hasta verlas ahogadas, destruir obras de arte milenarias e imponer matanzas absurdas, pero para el líder podemita es algo normal y que él aplaude. La versión más odiosa y criminal de ese credo se lleva hasta las últimas consecuencias en nombre de un dios y de un profeta.
Altos cargos venezolanos, también afines a Hugo Chávez, decían de Pablo Iglesias que “es un problema serio y un personaje peligroso al que hay que erradicar de los aledaños del poder”. Esos personajes no podían imaginar que en 2020 sería vicepresidente segundo del Gobierno de España, y mucho menos que el PSOE estuviera a sus pies. Su ideario, basado en la violencia, la mentira y la destrucción es lo menos conveniente para el Estado español.
Ahí tienen el caso de Venezuela en manos de un endiosado terrorista, capaz de mandar expropiar por una opinión contraria a la suya o de disparar porque un grupo de huelguistas pacíficos defienden un planteamiento diferente o instar a la violación de estudiantes presas porque no delataban a sus compañeros y compañeras de lucha. Sí, llamaban lucha a actuar con el mismo odio con que lo hacía Stalin, incluso en la explicación de la gallina desplumada.
Si a todo eso añadimos su postura marxista y la siniestra lista de seguidores, sinceramente estamos ante un energúmeno peligroso, inconsciente y ridículo para los tiempos en que vivimos. Tal vez lo peor de esa formación política se encuentre en la visión anticuada que demuestran muchos de sus fieles; no hay más que echar un vistazo a la reacción de su portavoz que, al escuchar cantar la Marsellesa a la clase política francesa, no se le ocurrió otra ‘lindeza’ que esa originalidad de: “¡Putos fachas!”.
Muchachos jóvenes con ideas viejas: una desastrosa mezcla, casi tan desastrosa como la extrema izquierda a la que representan.
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