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Mi barrio, Aluche, irreversiblemente echado a perder. Entre maderos de balcón, covidiotas y kilométricas colas de la hambruna, deambula uno sin bozal y cree habitar una posthumanidad zombi. Numerosas toneladas de pánico, recelos, delaciones, prejuicios y reconcomios empantanando corazones, almas y aceras. Llegando al parque, me encuentro con un amigo. Grita, vocifera, berrea. Me gusta. Reproduzco.
Yo no me quedo en casa
«Otro estado de alarma más, ¿pero a qué coño juega esta zumbado? ¿No quieres taza? Pues taza y media. Y dos. Y tres. Y, luego encima en octubre, otro rebrote y todos otra vez con el síndrome de la puta cabaña. Y todo el rato con el hastag yo me quedo en casa. Que se quede tu putísima madre. Idos a comer mierda. Y si digo esto, soy un facha, un nazi y un negacionista. Yo me quedo en casa. Pues quédate hasta que se acaben tus ahorros y acabes en la puta calle.
Decís que nos van a dar una ayuda. Qué ayudas ni que niños muertos. Limosnitas, coño. Qué dejen trabajar a cada uno en lo suyo. ¿Tan difícil es? Propongamos otro hastag. Yo me quedo en el bunker. Para toda la eternidad. Recuperación en uve, decís. Recuperación pollas, payasos. Por un cacho de pan nos mataremos y vosotros, mientras, en vuestras residencias de lujo tocándoos el sable y vuestras lumis limpiándolo concienzudamente.
Los salvadores vendrán a darnos una paguita. Un sobornito, joder. Uy, qué amables. Lo mismito que la salud. Nos la lleváis jorobando durante décadas y ahora os preocupáis por nosotros. Que os taladren por el orto, tal vez os guste. Nos metéis la puñalá pero nos regaláis la mercromina. Que se jodan, coño».
Superabrazo rompecostillas
Tras su resplandeciente y necesaria alocución, obviamente ambos sin bozal, palmeo de manos, dos ósculos nada santos y superabrazo rompecostillas, genial semantema de la amiga Garay. Insurgencia de la proxémica contra la tiránica deshumanización de la distancia social. Un inicio. En fin.
Autor

- Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.
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