10/01/2025 15:50

La Farsa del 78 nos ha traído la peste. Al amparo de su engañosa Constitución ha germinado en la sociedad una irrespirable atmósfera, permitiendo que lo más abyecto del género humano ocupara las instancias del poder entre bufonadas y abominaciones. Bandas de crucífobos han derribado símbolos y han infamado tradiciones, y toda clase de malhechores han inundado o pegado fuego a campos y ciudades, llevando a la patria de ruina en ruina.

 Han llorado las madres y las viudas que han sufrido en sus carnes y en sus sueños el plomo de los terroristas y de sus cómplices, y sólo los espíritus libres han llorado con ellas. Muchas han llamado al Señor -y aún lo llaman-, para que apareciera en sus iglesias humilladas, para hallar remedio a la vileza y a la cultura de la muerte que nos invade. Alrededor de las gentes de bien ha medrado la depravación, pero Él ha permanecido en silencio. Pocos son los combatientes contra el Mal; raros los que caminan descalzos con las víctimas y van golpeando de puerta en puerta solicitando justicia, sufriendo todo el dolor y el envilecimiento del reino, muriendo junto a ellas su muerte de mártires sepultadas en el olvido más insidioso.

Te han llamado en vano, Señor, pero han seguido en la lucha, porque saben que no te gustan las manos que sólo piden, sino las que batallan. Mas los infieles y los forajidos han ido ocupando poco a poco todos los caminos con la intención de no abandonarlos jamás, trayéndonos sus falacias, esto es, su democracia, su solidaridad, su felicidad vacía, su paz de los sepulcros. Ellas, y lo que queda de excelencia, te piden ayuda para vencer también en esta democracia abusiva, en esta paz y en este bienestar enlutados y sangrientos.

Pues todo espíritu noble tiene sed de justicia y quiere ver rectamente juzgados a todos los corruptos, a todos los canallas y a todos los hipócritas que como bandoleros merodean por sendas y aldeas, por salones, parlamentos y avenidas. La gente de bien desea que la Iglesia, con sentida autocrítica, repruebe su lujoso acomodamiento institucional de hoy, y, si es preciso, funda sus candelabros de plata y sus cálices de oro para luchar junto a los inmolados y vaciar de paso los cofres reales, cortesanos y financieros, hasta que los inunde el polvo y sus dueños acaben aherrojados.

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Porque, esto, Señor, aunque traten de ocultarlo mediante su lenguaje fraudulento, es una guerra. Y la guerra pide armas. Pero ¿ dónde encontrarán sus armas los expoliados, sino en la verdad? Sin riquezas para reconstruir la patria, porque los cuatreros las han esquilmado, ¿ dónde hallar el oro maldecido, todopoderoso y siempre salpicado de sangre de sus arcas y valijas, de sus paraísos fiscales, de sus ventajas sin fin? Y, más aún, ¿ cuándo desenmascarará por fin el ciudadano a tanto pervertido y pervertidor, a los charlatanes que le parasitan, a los capitanes sin honra, a los malignos obispos, a los jueces e intelectuales venales, a los miserables políticos, alquimistas o demagogos sin escrúpulos que no se cansan de depredarlo mientras le prometen bienestar y progreso?

 En el paraíso del Nuevo Orden, sentada entre los alienantes demiurgos que han decidido cambiar el mundo a su imagen y semejanza, se halla la Locura, la Vesania más atroz. Su mirada es negra, delirante. Quiere ver más allá de la razón y llegar más lejos que la marcha inercial del universo. Quiere hacerte su esclavo, amable lector, desnaturalizarte, y transformar la verdad en sólo un sueño. Quiere convencerte de que ellos y sus sicarios no son piratas a los que deberían engullir los océanos, sino tus salvadores. Porque el desorden, el pecado, eres tú. Y es a ti a quien se debe destruir.

Sus agendas crucífobas dicen que, si existe camino de salvación, no se halla en la Cruz, a la que hay que derribar, sino en el extremo de la Razón, más allá de su límite, en sus antípodas, esto es, en la sinrazón. Y ellos, de su mano, lo habrán de encontrar. Y si no existe, sólo ella, la Arbitrariedad, puede hacerlo brotar… El Nuevo Orden Mundial es la santa codicia, la bendita iniquidad, la sagrada demencia, el gran ídolo capaz de combatir sobre el abismo, allí donde los mártires y las víctimas sencillas y olvidadas no se atreven o son incapaces de poner los pies. Y los amos, los nuevos dioses, sus creadores y protectores.

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Pero aquellas mismas circunstancias que hoy permiten la desgracia de la patria, sabrán mañana darle la ventura por caminos que somos incapaces de imaginar, y la verdad prevalecerá sobre la mentira, y la lealtad sobre la traición. Porque las verdaderas víctimas, los honorables mártires nuestros, esas solemnes figuras que han constituido lo único digno de la nefasta Transición, acompañadas de los hombres y mujeres libres, no dejarán la lucha.

Y parafraseando a los profetas podrán decir en el futuro: «Durante la Farsa del 78, en España vivieron unos infames enanos, hombres y mujeres de mezquina estatura moral y diestros en atropellar al indefenso, curtidos en la voluptuosa indiferencia y ejercitados en el servilismo a los bandidos. Dios no los escogió ni les dio la senda de la ciencia ni de la aristocracia espiritual, y carentes de toda sabiduría y honradez acabaron pereciendo por su negligencia, ignominia y necedad». Y España será nuevamente la patria donde las virtudes se aprenden desde que se nace, y donde son despreciados los vicios que no se atreven a mostrarse sino disfrazados de virtud.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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