21/11/2024 11:57
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Cada 2 de enero los granadinos y con ellos, muchos andaluces y españoles celebran la Toma de Granada por los Reyes Católicos, que puso fin a la Reconquista y supuso un paso muy importante hacia la recuperación de la unidad territorial española. Y cada 2 de enero se oyen también los demenciales argumentos en contra de esta conmemoración, desde los ámbitos de la extrema izquierda aunque son comunes a toda la izquierda española actual, que comparte en mayor o menor medida el auto odio hacia España y hacia las raíces cristianas de nuestro país.

» Ocupación militar «y «genocidio» han sido como cada año, algunos de los epítetos utilizados desde la izquierda anti cristiana, anti española y pro islámica. En su enloquecida visión federalista separatista y pro musulmana, con argumentos reciclados de los separatismos catalán y vasco, Granada y Andalucía eran un paraíso de cultura islámica hasta que la malvada Castilla (y por extensión, España) las conquistó y sometió a un régimen inquisitorial.

Y sin embargo, la realidad histórica es muy distinta. El principal protagonismo militar en la Guerra de Granada, entre 1481 y 1492, que culminó en la conquista del reino nazarí, lo tuvieron los soldados y miembros de las milicias municipales de las ciudades de la Andalucía cristiana. Aunque cuando pensamos en la Andalucía medieval, nos vengan a la cabeza en primer lugar, el Califato de Córdoba o el reino nazarí granadino, no podemos olvidar que la mayor parte de Andalucía ya había sido reconquistada a principios del siglo XIII, durante el reinado de Fernando III el Santo, de Castilla y León. Los datos no mienten. En el primer volumen del libro «La incorporación de Granada a la Corona de Castilla. Actas del Simposyum conmemorativo del Quinto Centenario, Granada 2 al 5 de diciembre de 1991», (publicado en 1993) se ofrecen datos incontestables.

Se trata de una obra colectiva en la que participan algunos de los mejores medievalistas españoles e historiadores extranjeros.

En ella (páginas 651-675), el historiador Manuel González Jiménez ofrece datos claros: «Las ciudades y villas andaluzas jugaron un papel de primer orden en cuanto a la aportación de hombres y armas a todas y cada una de las campañas de la guerra». En la campaña de 1483 los concejos andaluces aportaron el 52 por ciento de la caballería y el 85 por ciento de los peones de infantería. González Jiménez explica cómo a partir del periodo 1484-1487 la participación relativa de los soldados de la Andalucía cristiana descendió al incorporarse masivamente al ejército cristiano, los contingentes de toda la Corona de Castilla y también de Aragón, pero aún así en los últimos años de la guerra los nobles y los municipios andaluces aportaron el 43 por cien de los contingentes de caballería (entre 4- 5000 jinetes ) y el 39 por cien de los de infantería (15-20.000). Es decir, que Andalucía seguía siendo de largo la región que más soldados y caballeros aportaba al ejército cristiano, de los Reyes Católicos.

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Por ejemplo, las milicias municipales de Sevilla aportaron 14.000 hombres en 1484 para la campaña militar de ese año.

Lo mismo ocurrió con la financiación de la guerra. Las ciudades de Sevilla, Jaén, Úbeda, Baeza llevaron a cabo préstamos a la Corona para la guerra contra los moros, de al menos 4 millones de maravedíes en 1486. Y lo mismo hicieron los nobles andaluces, que poseían importantes cotas de poder político y jurisdiccional. El duque de Medina Sidonia adelantó la impresionante cifra de 11 300.000 maravedíes para la campaña de 1487. En 1489 los concejos, o sea, los municipios andaluces aportaron casi 2 millones de maravedíes y la nobleza andaluza no menos de 16 millones. Entre 1486 y 1491 los andaluces en conjunto aportaron al menos 50 millones de maravedíes para la financiación de la guerra.

Lo mismo se puede decir de las aportaciones logísticas. Decenas de miles de toneladas de trigo, cebada, harina y de vino para el ejército cristiano fueron suministradas por las villas andaluzas. Como explica el citado historiador, los andaluces cristianos se volcaron en la conquista de Granada pues sabía que en ello les iba la seguridad y la prosperidad, al poder acceder si se conquistaba Granada a los recursos agrícolas del reino granadino.

No es extraño que González Jiménez acabe señalando que, como hemos visto, las milicias municipales andaluzas constituyeron el grueso de la infantería cristiana, en la conquista de Granada y que la guerra granadina fue la gran escuela donde se formaron los miles de andaluces que participaron en las guerras de Italia y en la conquista de América. Como señaló el cronista de la época Pedro de Medina:» La gente de Andalucía es la que hallo yo más belicosa y fuerte y de más ánimo que ninguna otra de España: porque esta provincia es la que más tiempo sostuvo la guerra contra los moros de Granada por ser tan junta y vecina con él». Y realmente los andaluces han continuado siendo hasta nuestros mismos días la cantera humana principal de los ejércitos españoles.

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Por último cabría añadir que para terminar de contrarrestar las visiones idílicas y míticas sobre la convivencia entre culturas y religiones en Al Andalus, es muy útil acudir a la historiografía de la Frontera. Es decir a historiadores actuales prestigiosos como Mata Carriazo, Torres Fontes, Ladero Quesada, García Fernández, Sánchez Saus, y otros que han publicado importantes obras, que dan fe del estado de guerra constante entre la Andalucía cristiana y el reino musulmán granadino entre los siglos XIII y XV, así como la crueldad y la dureza de las incursiones y combates, cosa que también se puede apreciar en las Crónicas contemporáneas como la del Condestable Lucas de Iranzo y otras (aunque el Romancero idealizara esta guerra fronteriza).

En definitiva, la historia auténtica, de enfrentamiento entre Cristianismo e Islam (al fin y al cabo, por algo Andalucía es la tierra por excelencia de las celebraciones de Semana Santa, que en origen eran allí también peticiones de ayuda al Cielo para la lucha contra los moros), nada tiene que ver con los mitos y tergiversaciones «multiculturales» actuales.

Autor

Rafael María Molina
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