Fuera del Gobierno, Irene Montero podrá tratarse a fondo el trastorno mental. Por Ignacio Fernández Candela

Válgame Dios que en estas letras está lejos de mi intención justificar a un demonio que por su condición de malignidad ya no tiene penitencia que aligere sus pesadas cargas de muerte durante estos años, incluida la de nuestros seres queridos después de la sectaria manifestación de bajos cerebelos celebrada un aciago, por siempre jamás, 8 de marzo. El trastorno mental sin pleno tratamiento psiquiátrico no exculpa un ápice la demencial carrera de iniquidad desarrollada por una cajera que se ha convertido en un paradigma de arribismo e intolerancia, con actitudes de desequilibrio personal, también a la espera de ratificar judicialmente el desequilibrio de la corrupción con financiaciones ilegales de los podemitas por parte de narcodictaduras y totalitarismos adscritos al Grupo de Puebla. En concreto, Ecuador denuncia que la Montero podría haber recibido 2,6 millones de euros del anterior presidente Correa. Desequilibrios que explicarían la hostilidad de Irene Montero y sus ansias por aprobar, sí o sí,  leyes inspiradas en una paranoia contagiosa y, seguramente, impulsadas por traumas de infancia y juventud no tratados.

 

Pedro Sánchez no podía imaginar que aquella hipoteca contraída mediante el Delcygate, la que compró los ministerios comunistas en España con aquella chapucera operación secreta de Ábalos en el aeropuerto de Barajas, iba a convertirse en un problema que haría tambalear la coalición socialcomunista por la Ley Trans y los totalitarios caprichos de una ida al frente de un inútil ministerio regado con miles de millones de euros, dilapidados en sectarismos de género tan aberrantes como infames. El ego de una feminista de trapisonda se ha alimentado insanamente hasta el punto de que descolla una intransigencia obsesiva que, de no ser satisfecha, podría llevar a la autodestrucción personal. En la cara de la Irena es inconfundible el rasgo de la iracunda inmadurez psicológica de quien dispone de poder para contagiar la enfermedad de un pensamiento emponzoñado de complejos inconfesables. 

 

No solo es un perjuicio para la España que la soporta sino que lo es además para el sanchismo que pagó la cuota bolivariana con no se sabe qué especulaciones de traición que han permitido al sátrapa monclovita permanecer en el poder. Se veía venir que la consentida trepadora, la más lista y fresca del harén podemita, iba a salirse de madre envanecida por la estupidez y la influencia ministerial que ha enchufado a multitud de ganapanes para sostenerle el mugroso chiringuito feministoide. Rodeada de sinvergüenzas afines  al uso y modo del tonto del Falcon,  era natural entre parásitos reivindicar el propio espacio egocéntrico, incluso al margen del consejo jurídico y del respeto a las instituciones intervenidas torticeramente por el estafador presidencial. Pero ese espacio ha quedado reducido a una problemática que ha puesto en la picota la hacendosa labor por la ignominia, incluida la pederastia,  de la loca Montero. No la soporta ya ni la caverna sanchista.

 

Cualquier día nos levantamos con su cese y acompañando al otro con un podcast de poca monta, esperando la oportunidad para vivir del cuento de la justicia social si antes no termina internada, aniquilada mentalmente por sí misma. Quien mal anda, peor acaba.