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Hasta hace poco llevaba 8 o 10 años con un viejo móvil, adquirido en Movistar, justo cuándo dejaron de regalarlos y que me costó la friolera de 27 euros. (Obviamente, el más barato que tenían).
Ha funcionado estupendamente durante esta década, pero últimamente se interrumpían las comuniones cuándo le daba la gana, es decir, se cortaban, etc., por lo que siguiendo los sabios consejos de mi esposa e hijo, me “modernice”, pasando a un móvil que no me costó nada, pues me lo había regalado un cliente satisfecho, de esos que se quedaban escandalizados cuándo sacaba mi móvil de la época de los dinosaurios… Excuso decirles que es un señor argentino, de los que cambian de móvil casi tanto como de esposa.
Dimos de alta todas las aplicaciones…, y dejé de estar tranquilo, pues a todas horas estaba emitiendo el ruidito correspondiente a la llegada de Whatsapp, en número de varias decenas diarios.
¡Y menos mal que por la noche lo apagaba, para que nadie me toque las narices, y pueda dormir tranquilo!
Los envíos duplicados, y hasta triplicados, de artículos, noticias de prensa, etc., chismes, estupideces varias, etc., se sucedían a lo largo y ancho de todo el santo día, sin dejarme estar tranquilo, pensando, escribiendo, meditando, rezando, etc.
Pero lo que ya ha sido la gota que ha rebosado el vaso de mi paciencia ha sido la sustitución de las llamadas por Whatsapp, de forma que el amigo que quiere quedar para tomar un café y hablar un rato, en vez de llamar, me manda un Whatsapp, o la persona que quiere consultarme un asunto, a horas intempestivas, pues se le acaba de ocurrir una genial idea, en vez de esperar al día siguiente para llamar, me envía un mensaje diciendo que “si puedo llamarte”…
En definitiva, estos modernos sistemas de comunicación, más bien parecen de incomunicación que otra cosa.
Te distraen sobremanera de lo que estás haciendo, e impiden que te concentres en el asunto que llevas entre manos, con envíos en el noventa y cinco por ciento de los casos, y eso como mínimo, total y absolutamente intrascendentes, vacuos, etc.
Ya hemos dado de baja el artilugio, pero no sé si mi hijo no lo ha hecho bien, pues yo soy incapaz, el caso es que nada más dar de alta el móvil por la mañana, sigue haciendo unos extraños ruidos, que supongo serán los mensajes que “chocan” contra mi móvil, ya castrado del famoso Whatsapp…
¡Nunca pensé que una castración sentara tan bien, la verdad!
Y lo mismo que digo sobre Whatsapp es predicable y extensible a Tiwtter, una aplicación en la que la limitación del número de palabras te obliga a ser un auténtico Baltasar Gracián, para lanzar grandes mensajes con una frase o párrafo.
El único problema es que Gracián solo había uno, y hoy en día lo que abundan son los memos informatizados, que porque están “a la última” creen dominar todo, pues acceden a muchísima información, sin tener ni la formación ni la capacitación que les permita entender el mundo en el que vivimos, y que viaja a pasos agigantados hacia su propia auto destrucción…
Pero no pasa nada. También estoy en Tiwtter, si bien no sé ni cómo funciona, pero el informático amigo se empeñó en abrir una cuenta en esa red social, o lo que sea, si bien es cierto que a nombre de mi editorial, Grau Editores.
Yo no me responsabilizo de nada, faltaría más, pues creo que se va cargando o dotando de contenidos sola…
En definitiva, hemos sustituido la inteligencia por la estupidez, que hace que cualquier tonto con balcones a la calle piense que es el centro del mundo, y que todos tienen que estar pendientes de lo que come, de que defeca, o a dónde viaja, con la ayuda de Facebook, y todas esas plataformas que pretenden entretener –supongo-, y atontar todavía más a la población mundial, impidiéndoles pensar, y tener la ideas claras, saber de dónde vienen y a dónde van, etc.
O Instagram, dónde las mujeres –y los hombres-, se exhiben como ganado de feria, a disposición del mejor postor, obviamente económico, que la gente ha cambiado a Dios por el Euro o el Dólar.
Hemos sustituido la formación por la información…
Y ansí nos va.
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