21/11/2024 11:42
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Llegan las elecciones, una vez más, como excusa para reelegir a los temibles predicadores de falsedades que constituyen nuestra casta partidocrática. Todos los que nos han traído hasta esta ciénaga han adquirido tal condición por méritos propios. Todos ellos, con los socialcomunistas a la cabeza, llevan décadas sembrando la ruina, la depravación y el miedo por un puñado de votos que otorgan el poder.

Si a Felipe González se le acabó muriendo su maestro de preceptiva y retórica, que era Cantinflas, sus herederos y epígonos, aunque cambiando el guion a expensas del viento corredor, tampoco han dejado de superar nunca los límites de la verborrea, ni han dejado de romper las fronteras de la irrealidad y de la mentira, los abismos de la inmoralidad. Para los socialistas cualquier ocasión es buena para emplear la insidia, pues todo malintencionado aprovecha la coyuntura para emponzoñar las intenciones del mundo contra quien desean ver fuera de él.

En sus diez primeros y consecutivos años en el poder, los socialistas -dirigidos por el gatazo monclovita que tanto admiraba Ferlosio y tanto divinizaba Chiqui Benegas y similares, y que alguien lo definió como tontiastuto, gordinflón, castrado y satisfecho- destruyeron la economía y las instituciones, trajeron los GAL, la corrupción, persiguieron a la prensa disidente, recortaron la libertad e iniciaron el desguace de la patria y de la recién llegada sociedad del bienestar.

El PSOE abandonó primero -teóricamente- el marxismo, después el socialismo, para integrarse en el atlantismo, y no le costó nada esforzarse para abrazar entusiásticamente el capitalismo, sobre todo el supercapitalismo de las multinacionales. Y previamente había abandonado -no teórica, sino realmente- su «O» de obrero y su «E» de español. Si la historia civil del PSOE es una historia criminal, su historia política y económica se significa por un descarado oportunismo, una ejemplar capacidad de connivencia y coexistencia con el Mal en todo su apogeo y en cualquiera de sus rostros.

Entre medias de todos estos acoplamientos y disfraces, el PSOE no ha tenido empacho de presumir así mismo de socialdemócrata o de alardear de liberalismo, porque de lo que se trata no es de aplomarse cara a una responsabilidad hacia la ciudadanía, sino de forjarse un talante multiusos. Y así ha repartido sus convicciones tan generosamente a derecha e izquierda, que, si moralmente siempre ha sido nada y ha estado instalado en la nada, también ahora se ha establecido ideológicamente en el cero, como un anodino y baboso esbirro de la plutocracia del club Bilderberg, mero utensilio del Mal.

Pero mientras quede algo de España que vender a sus actuales amos feudales y, en general, a los enemigos de la patria, tendremos PSOE. Por eso, si no se le disuelve con urgencia -a él y a sus socios, PP incluido-, seguirá soltando el lastre de la patria que aún pueda sobrarle. Nadie, pues, salvo aquellos sectarios irredentos y los vagos que componen sus redes clientelares y viven a su sombra, con el dinero saqueado a los trabajadores, debería votarle, si es que quiere librarse de la infamia.

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Y lo mismo o parecido podríamos decir del PP, ese partido henchido de falso patriotismo, falso interés, falsa ética y falsa religiosidad. Al PP, que muy a menudo le faltan los votos que él quisiera y siempre le faltan ideas, no se las quiere pedir prestadas a quienes las tienen o, al menos, a quienes las habrían defendido con más carisma. Porque el caso es que su discurso, además de mezquino, es endeble y soporífero. Los permanentes desdenes a la verdad y a la lógica integran un repertorio de inferioridad moral comparativa y de inferioridad de liderazgo, y siempre expresados con aliento miserable.

Sólo tiene un argumento que, además, es tramposo: que si los electores votan a VOX el PSOE seguirá gobernando. Porque es justo lo contrario: el PSOE, en efecto, directa o indirectamente, seguirá gobernando si los electores votan al PP. Pero ese argumento suyo tratando de borrar a VOX, sin duda complace a Ferraz y al restante frentepopulismo, incluso nos tememos que también alegra a ciertos sectores de la derecha (no me refiero a los prudentes que honestamente desconfían de VOX y que, es obvio, no se integran en esa derecha) que han desarrollado un firme sectarismo y, por ende, un explicable desafecto hacia el partido «verde».

Porque como a estas alturas yo no creo en los electores despistados, todo votante del PP, si es un patriota, es un patriota domesticado por el frentepopulismo y, si no es un patriota, es directa y simplemente un traidor y un hipócrita, un submarino del Sistema dispuesto a desempeñar labores intoxicadoras o electoreras, según el caso.

La pregunta es: ¿cómo alcanzar la necesaria regeneración si siguen gobernando los que nos han enfangado en este albañal irrespirable, como ocurriría si una victoria del PP le llevara al Gobierno en sustitución del PSOE? Sin duda, en estas condiciones, los frentepopulistas podrán considerar un éxito su posible derrota. Lo único que está claro es que tanto Sánchez como Feijoo, con sus correspondientes malandrines, sobran, aunque los intereses que han prosperado a su alrededor no puedan ni quieran reconocerlo, y menos aceptarlo.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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