
En la actualidad, el llamado socialismo es la ideología más leal a la oligarquía financiera globalizadora y la más eficaz para convertir a los muy ricos en plutócratas, empobrecer a la clase media, transformar a los pobres en miserables y metamorfosear a sus partidarios y gobernantes en multimillonarios. Porque el socialismo es un sistema inmoral que otorga al vago el derecho de disfrutar de los patrimonios ajenos, y que permite al opulento aprovecharse de su riqueza y de su potestad para seguir ampliando su fausto.
La leyenda socialista de solidaridad popular y de justicia social, sorprendentemente creada a pesar de su praxis, es decir, contra toda evidencia, es ya insostenible. Y hay que insistir en ello una y otra vez, hasta que su pernicioso influjo sea abolido, junto con su marca, tan nefasta para España, pues su aspiración se basa en el derribo de las estructuras materiales y espirituales heredadas del pasado. Y, por supuesto, mediante la imprescindible piqueta del liberticidio. ¿Defensor el socialcomunismo de los pobres y de los trabajadores, como han hecho creer a los incautos? No; depredador de ambos y paladín de los oligarcas y de los forajidos. Eso y sólo eso son estas hordas totalitarias antiespañolas.
Las izquierdas resentidas quieren tanto a los pobres que los fabrican a millones, y sus Gobiernos siempre se han legitimado merced a subsidiados, okupas, parásitos, hampones, pervertidos, totalitarios, separatistas, terroristas… y, en nuestros días, también y muy explícitamente, con puteros orgiásticos. Vicios y viciosos todos ellos alimentados, como no podía ser de otro modo, con el dinero común. En consecuencia, sus Gobiernos siempre son contrarios no ya a los valores constitucionales, sino sobre todo al sentido común y a los códigos y principios morales.
El socialcomunismo, que tiene como corolario el hambre, la miseria y la muerte, es pestilente como una letrina, y constituye la sucursal del infierno en la tierra. Los lobos socialcomunistas y sus zorras comadres son personas fulleras siempre dispuestas a chupar la sangre de los borregos oprimidos. Llevan toda su vida poniendo en juego su hipocresía y demagogia, esa fraternidad y esa dialéctica fingidas con las que engañan al que quieren desollar. Lo sorprendente es que la plebe, no sólo la sectaria y resentida, aún los sigue eligiendo -a ellos y a sus codelincuentes-, incapaz de advertir o de condenar sus cautelas, enredos y marañas.
Dada su índole, tan abundante entre la humanidad, los socialcomunistas siempre tienen miríadas de adeptos lo suficientemente malvados para encarnar a los déspotas sin ley que son sus líderes. Ni son capaces de hacer bien, ni pueden dejar de hacer mal. Los socialistas y sus colaboradores no saben desenvolverse por la vida sino empleando la maldad continuamente, con preferencia contra los juiciosos, los humildes y los inocentes. Y quien hace mal a quien no se lo merece, ¿q ué puede cosechar sino repudio y castigo? Estos vividores y resentidos, que se quieren sustentar y alimentar de sangre ajena, como cabales sanguijuelas, merecen que toda la nación sea su fiscal y su verdugo.
La maldad siempre piensa en hacer daño o en defenderse del que ya ha hecho. El odio acompaña siempre a los viles y envidiosos. ¡Qué contentos quedan éstos cuando han realizado una iniquidad, un atropello, y qué prestos vuelven a estar para repetir su mala intención! Por el contrario, ¡qué desesperación sienten cuando ven a los virtuosos encumbrados y respetados! ¡Qué carcoma infernal padecen cuando se saben incapaces de lograr lo que la nobleza y la excelencia alcanzan por su propia virtud!
Toda nación, toda patria con un mínimo de dignidad y de sentido de la verdad y de la libertad debería hacer lo indecible por librarse de tan abominables naturalezas y de sus vicios, origen y principio de la miseria moral que acaba arrastrando al pueblo entero. A los perturbados, a los enfermos morales, a los espiritualmente deformes, a los desviados, pervertidos, lascivos, libertinos e indecentes, es obligado recluirlos en el frenopático o en la cárcel. Lo dicta el sentido común y la justicia.
Autor

- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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