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Cuatro grandes destrozos convendrán hacer al régimen del 78. El primero, la Organización Territorial del Estado, el Estado Autonómico configurado en la Constitución, que “garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran”, elaborado como razonamiento de naturaleza emocional, para nada analítico ni racionalista, imbricado en el sentimiento de una minoría que, aun contando con opciones diversas, abrió un universo de posibilidades al independentismo. Hablamos de toda la narrativa identitaria y victimista que ha terminado consiguiendo un hito en las figuraciones representadas, a las que se han saturaron de carga emocional y gestualidad.
El segundo, la irrupción de ETA, que hoy supone el enorme trauma de la Gran Matanza, que asesinó a casi mil compatriotas, y que vino a evidenciar la respuesta del Estado en valor y función social, el comportamiento de las instituciones del Estado y de la sociedad en general, y el papel del “nacionalismo vasco democrático” en su connivencia con el terror que imponía la banda. Cuestiones que hoy permanecen en el debate.
El tercero, la implementación de la ley de Memoria Histórica Socialista, puntualmente acatada por la Iglesia y las Fuerzas Armadas, que ha tomado posicionamiento a favor del Frente Popular durante la Segunda República y la Guerra de 1936-39 sobre la invención de una narrativa que ha terminado produciendo una aquiescencia en la gran masa analfabeta española. Narrativa que no ha dudado mentir, falsificar y conculcar los hechos, cuidándose de ocultar el mundo injusto, caótico y criminal que trató de imponer ese Frente Popular en ese tiempo aciago de nuestra historia. Y que si el PSOE y el resto de la abyecta chusma tratan de imponer mediante las más burdas falacias con el propósito de adoctrinar, el Partido Popular la incorpora plegándose a sus postulados.
Y el cuarto, la irrupción de la horda Podemos, hijo natural del régimen a cuyos pechos ha mamado, que es la nota más surrealista del régimen del 78, que propone la provocación y la rebelión como motor en la acción política. Hablamos de gentes que surgieron por las amargas y duras consecuencias de la crisis económica (2008-2014) devenida como consecuencia de una economía especulativa y corrupta, basada en un capitalismo financiero salvaje y perturbador. Consecuencias que denunciaron sobre el ideal de una sociedad justa, equitativa y solidaria, que, a pesar de no tener programa, les ha llevado al Gobierno de España. Bien es cierto que con el apoyo imprescindible de los medios del sistema, que les compró ese discurso con enorme despliegue mediático y publicidad añadida. Seguro que si les hubiéramos preguntado entonces sobre este salto, todos ellos nos hubieran respondido lo mismo: sabemos de donde tenemos que alejarnos, pero no dónde llegaremos.
Absolutamente desacreditado el régimen del 78 por corrupto y corruptor a todos los niveles, hasta afectar a la institución que ahorna todo el sistema, la Corona, en un contexto de crisis institucional, política y económica, desafección ciudadana en las instituciones y falta de confianza en la política, la deriva de este sistema impostado y lleno de ficciones ha dado un paso más dando entrada en el Gobierno de España a la chusma roja, rufianesca y ex terrorista como alternativa en la configuración de España. O se actúa, o esto se nos va de las manos.
Pregunto, ¿sería deslealtad a la Constitución por parte de las Fuerzas Armadas no consentir ningún atentado contra la unidad de España? ¿Lo sería si la Conferencia Episcopal de la Iglesia católica declarase que un católico no puede votar a un partido que mantenga en su programa el aborto, la legalización de matrimonio homosexual, la ideología de género o la eutanasia? ¿Y si el Poder Judicial elijiera a sus miembros, garantizando de esta forma la independencia judicial, base y sostén del Estado de Derecho, sería deslealtad constitucional por imperativo de los usos y abusos consentidos en el pasado? O ¿si la Real Academia de la Historia, en cuanto a la libertad de cátedra, certificase como bodrio ideológico la ley de memoria histórica socialista? ¿Y si la sociedad civil actuase conforme al principio natural del bien común?
Sigo con verdadero interés las elecciones en Cataluña, la codificación que se hace de los posibles resultados y las especulaciones que se arbitran en cuanto a las alianzas. Y toda esta documentación es verdaderamente inquietante porque la situación en Cataluña sigue siendo lamentable, y el Estado, desarmado, es incapaz de hacer una llamada de emergencia para valorar el riesgo al que nos enfrentamos, que puede provocar dos situaciones: en el peor de los casos, una ruptura violenta, que es lo que puede ocurrir; y en el mejor, una acumulación de fricciones muy repetidas. Nos queda hasta entonces la posibilidad de revertir la situación.
No es la hora del ángel dormido, y no debería descartarse que lo de Cataluña pudiera ser la hora que marque el centurión arengando a la batalla La situación de desafección, indiferencia y cobardía ha llegado al límite. Defender España requiere algo más que los análisis al uso, el recurso al pataleo o la charla de café. Requiere de todos los recursos acumulados que permiten a cualquier nación civilizada aumentar las posibilidades de acción tendente al bien común. Y esta acción de vuelta sobre la base de la confianza mutua y la capacidad de dialogo con quienes defienden valores no negociables, y no falacias sin sentido. Por eso la estrategia debería implementarse sobre la base de hacer ver que la ley del vencedor no ha cambiado desde la más remota antigüedad: ¡ay de los vencidos!
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