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Digamos de entrada que Don Jorge Revilla fue secretario de los Primo de Rivera entre 1957 y 1962 y el hombre por cuyas manos pasaron los papeles, «todos los papeles», de los archivos de Don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, el que fuera Dictador de España entre 1923 y 1930, de Don Miguel Primo de Rivera y Saéz de Heredia, ministro con Franco; de José Antonio, el fundador de Falange y fusilado por los rojos en Alicante; de otros miembros de la familia y, naturalmente, de Don Miguel Primo de Rivera y Urquijo, nieto y sobrino de los dichos y político destacado de la Transición y alcalde de Jerez, entre 1965 y 1971. Por tanto, la fuente más autorizada para demostrar la autenticidad del «Documento» que hoy publica «El Correo de España» de la mano de nuestro colaborador Julio Merino.

 

Según se dice en el libro «Cuando revisé el contenido de la maleta del general Primo de Rivera encontré un sobre normal de correspondencia. En el anverso figuraba escrito a lápiz el siguiente texto: “Minutas Dimisión 28.II.30”. Título sorprendente, pues la dimisión se produjo el 28 de enero. Esto por sí mismo daría que pensar sobre el ánimo del general en aquellos momentos. La cuestión es que el sobre no estaba vacío… pero tampoco los papeles que había dentro respondías al título.

 

Extraje las once hojas que el sobre contenía, sin título ni fecha, numeradas y escritas a lápiz de puño y letra del general Primo de Rivera, que han sido transcritas fielmente, como su presunto testamento político. Y tuve el privilegio de ser una de las pocas personas que hayan leído este manuscrito histórico.

 

También sería especular que el hecho de que este documento pudiera haber permanecido ignoto durante tantos años se deba precisamente a que estaba en el lugar equivocado, y que a nadie llamara la atención atendiendo al título del sobre. La realidad de los hechos es esa, aunque yo haya encontrado muy estimulante otra forma de expresarlo”.

 

 

Y añade, rehaciendo los movimientos antes y después  de escribir,  lo siguiente: «Ha tenido una reunión muy tensa con el Rey Alfonso XIII a causa de la nota cursada a los generales, se ha sentido abandonado y, al llegar al pabellón que ocupa, su aspecto debe de ser el de un hombre cansado, fatigado, desilusionado, disgustado, lastimado, enfadado.

 

Es casi evidente que el general entre en su despacho y se siente en la silla de su escritorio. Parece estar muy nervioso, quizás desconcertado. Sus pensamientos podrían seguir los caminos de la decepción y el abatimiento. Los problemas físicos como diabético, ya muy acentuados, seguro que también están influyendo en su ánimo.

 

En general comienza a escribir. Pongamos nuestro mayor interés  en esas cuartillas que va desmenuzando del cuaderno, escritas, como casi siempre, a lápiz, y también en las numerosas correcciones que, como es habitual realiza. Después de un buen rato de redacción, tacha y sustituye una última palabra y por fin da por bueno lo escrito. Son once cuartillas numeradas, pero sin fecha. En ellas se puede leer:

 

AL PUEBLO Y AL EJÉRCITO

 

El Rey ha hecho uso de su facultad de privar de su confianza al Gobierno que en representación de la Dictadura sucedió al Directorio Militar en 3 de diciembre de 1925, cuando la revolución del problema de Marruecos por las victorias de Alhucemas y siguientes, que determinaron la rendición de Adel-Krin, pareció ser fecha adecuada para constituir un gobierno de estructuración más civil y técnica.

 

La misión de este Gobierno yo no la juzgo terminada y la de la Dictadura tampoco. Al Gobierno falta consolidar parte de su enorme obra; a la Dictadura, preparar la implantación de un régimen constitucional en que se pueda asentar la normalidad política y jurídica de España.

 

Este propósito lo puede intentar la Dictadura, sin más que apelar al voto nacional por medio de un plebiscito; pero juzgando prematuro el momento, rudo el esfuerzo para hacerlo al sexto año y violento que lo organice y presida el propio Gobierno actual, había este sugerido a S.M que tras un plazo breve, el indispensable para no dañar ni retrasar el curso de los importantísimos asuntos en marcha, se constituyera un nuevo gobierno a quien encomendar la parte de misión que la Dictadura ha diferido, segregándola por el momento de su programa. La resolución de S.M. ha sido otra: ha sido que el gobierno cese; así la voluntad y el criterio de un solo hombre han decidido hoy de la suerte de España. Cuando el 13 de septiembre de 1923 también su voluntad decidió entregar el poder a la Dictadura, una explosión de entusiasmo y esperanza del pueblo pudo servir de guía a su resolución; hoy, como en tantas otras crisis ya históricas del reinado de D. A. Xlll, la intriga, la maniobra, el temor a la conspiración y aun el previo y falaz aliento a ella, han determinado la conducta del Rey. Pero si antes tropezó con hombres que ante las gradas del trono doblaban su espina dorsal o no tenían la fe y la convicción de la necesidad de sus servicios al país, hoy el caso es bien distinto. Yo creo que la Dictadura en su forma progresivamente atenuada por algunos años; y yo mismo aun por algunos meses, tenemos que seguir gobernando. Nadie inteligente creerá que es afán de mando, del que confieso estar ahíto; es imperativo de mi conciencia ciudadana que me apresto a cumplir con la misma fe y la  misma energía que el 13 de septiembre de 1923, aunque las consecuencias para el país serán bien otras por fuerza y llamo a mí las mismas asistencias y con igual fervor y fe que requerí en aquella fecha a los institutos armados de mar, tierra, tierra y aire, al pueblo soberano, a la juventud, a las mujeres españolas, a los hombres de estudio y trabajo, a todo lo que no sea la vieja polilla política que entonces exoneré y sigo exonerando.

       

Pero este suceso de hoy tiene, de triunfar, la inevitable consecuencia de que el Rey deje de serlo y que con su familia abandone inmediatamente el país, para cuya contingencia espero de la hidalguía de todos compostura, corrección y nobleza de conducta, principalmente para la Reina y sus hijos.

      

Después, será preciso proclamar la república y elevar a su presidencia un hombre bueno, sabio, ecuánime y justiciero al que asistamos lealmente todos los españoles, aun los de sentimientos más monárquicos y de lazos más firmes con la Familia Real. La patria está por encima de todos. Un Rey sin cretinismo ni falacias, sin el mercantilismo hasta el grado más plebeyo, en que ha caído D. A. Xlll habría satisfecho los sentimientos monárquicos de gran parte del pueblo español.

     

Con este Rey ni pudieron los antiguos políticos ni podrían los futuros, si yo no completo mi obra despejando de este eterno obstáculo la vida pública española”.

 

 

     Pero, el Señor Bonilla relata también un detalle desconocido hasta ahora: 

 

«Al cabo de unos días, el general recoge sus últimos papeles del despacho que ha ocupado durante seis años, rememora la ilusión con que llegó al mismo y la tristeza y desilusión con que hoy lo abandona. Sale por ultima vez del palacio de Buenavista, pues sabe que no regresará nunca, y se traslada a su domicilio de la calle Los Madrazo.

 

Según su bisnieta Rocío Primo de Rivera y Oriol, varios colaboradores trasladaron los archivos del general desde la Presidencia hasta un piso que le habían prestado en la calle Zurbano 21, “pues no tenia sitio en su casa para guardarlos”. ¿Tan voluminosos eran? Esto no encaja con lo que ya sabemos, pero haremos más adelante la procedente rectificación.

 

Según algunas informaciones, el 31 de enero el general acudió a Palacio para despedirse de la familia real, donde fue abrazado por el Rey y el Prícincipe de Asturias. Si recordamos su último manuscrito, ¿qué pasaría por la cabeza del general? Hay silencios que también significan produnda lelatad. Otro, y postrero, servicio a España.

 

Resaltaremos aquí que, según el periódico “La Libertad” del miércoles 29 de enero, bajo el título “El general Primo de Rivera es sustituido por el general Berenguer”, Primo de Rivera dijo ante muchos presiodistas: “En cuanto acabe de cumplir con mi deber me iré al campo a hacer vida tranquila, a montar a caballo”:

 

Pocos días después, un funcionario ministerial llega al domicilio del general y hace entrega de un sobre lacrado. Primo de Rivera lo abre. Es un folio de papel grueso y color crema. Se trata de un pasaporte diplomático. Lleva el numero 41 a la izquierda; en el centro, el escudo de Estado español; y a la derecha, una foto del propio general marcada con el sello del Ministerio de Estado, y dice:

 

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“El Presidente de Consejo de Ministros (está tachado “El Ministro de Estado”) de S.M. el Rey de España concede pasaporte al Excmo. Sr. Marqués de Estella, Grande de España, ex Presidente del Consejo de Ministros, que se dirige a Francia e Italia. Por tanto ordena en nombre de S.M.  a las Autoridades civiles y militares del Reino le dejen transitar libremente y espera que las de los países extranjeros adonde se dirija no le pongan impedimento alguno en su viaje, antes bien le den todo el favor y ayuda que necesitare por convenir así al bien del servicio nacional. Dado en Madrid a seis de febrero de mil novecientos treinta.”

 

 

Aunque no fue solo Alfonso XIII el Borbón que se negara a someter la Monarquía a un plebiscito, ni era la primera vez que lo rechazaba, pues ya en 1917, cuando España estaba a punto de saltar por los aires, también se había opuesto a preguntas de Don Antonio Maura que ya veía peligrar la Monarquía (pues también su abuela Isabel II se negó en 1867, cuando ya su Reinado se acercaba al final). Por lo que dejó escrito el periodista Ibrahín Clarete, poco después de la sublevación de los sargentos de San Gil, de 1866, y el fusilamiento de más de sesenta de ellos, y que supo a través de su buen amigo Luis González Bravo, a la sazón Presidente del Consejo de Ministros, que mantuvo varias reuniones con el general Prim, cuando ya se gestaba el alzamiento de 1868  (la Revolución que pasó a la Historia como “La Gloriosa”) para evitar la sublevación y que, al parecer, llegaron a un acuerdo: el de celebrar una consulta popular para saber qué querían, exactamente, los españoles sobre la Monarquía y los Borbones, si querían que siguiese la Monarquía con Borbones o Monarquía sin Borbones (que años después sería la Monarquía de Amadeo de Saboya) o querían un República. Isabel II se negó en redondo.

Y, naturalmente, de esto no dice nada la Historia.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.