Marlaska huele a muerte del alma desde hace años. Cada tragedia de España es una inicua oportunidad de vislumbrar con nausea sus bajezas carroñeras. Pierde el culo por cubrir las espaldas de su psicopático líder importándole nada la vida de los inocentes. Un perfecto hijo de Satanás al que recibirán con incandescentes brazos abiertos cuando la alimaña se retire a los orígenes donde pertenece.
Marlasca no habría sido la vergüenza deshumanizada que es hoy si hubiese muerto en un atentado. La evolución del espíritu no estaría arrojada a la basura, pero los giros del destino son inauditos convirtiendo al aparente justo en todo lo contrario. Más le hubiese valido la memoria de la dignidad que no el recuerdo repulsivo que dejará sobre la tierra. Es previsible que caiga bajo, más que lo que ha caído, ante el mundo estupefacto que bien podría también etiquetarlo de psicópata.
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