23/06/2024 20:22

La desintegración del cuerpo Tradicionalista, básicamente en dos grupos -integristas y carlistas- dio aliento al catolicismo liberal engrosando sus “huestes”. Éstas acabarían encuadradas en el conservadurismo liberal, pasando a ser parte políticamente constituyente del Sistema y disfrutando de sus parabienes y rentabilidades. Quedarían tan cogidos que en su mayoría ya no podrían desengancharse del Sistema. Y es que es muy difícil abandonar los beneficios y posición cómoda alcanzada para pasar a ser de nuevo un marginado o “desclasado” –llevar una vida contracorriente- si uno rechaza el Sistema. Esto no quiere decir que no hubiese personalidades que mantuviesen actitudes críticas ante muchas aspectos del Sistema y las líneas por éste desarrolladas. Estos críticos pero acomodaticios siempre han sido utilizados por el Sistema Liberal. Y es que al liberalismo siempre le ha venido bien que existan voces críticas pero siempre que queden dentro del sistema. Es lo que se conoce como Disidencia Controlada. Con ello se consigue que muchos elementos sociales -que saldrían del Sistema- reconduzcan su malestar y rebeldía y lo regularicen dentro el Sistema, acabando por aceptaraunque sea de facto- sus principios básicos.

El funcionamiento social y político del sistema liberal se basa en supuestas mayorías. Éstas se convierten en principio justificante de todas las cosas, razón en sí mismo, hasta el punto que por el número se dirime la Verdad y la Mentira, lo Moral y lo Inmoral. El número es dialéctica y práxis del Sistema liberal, de la democracia liberal. En base al número se legitima y legaliza cualquier valoración sobre lo que es bueno, correcto y moral, sin ninguna referencia a bienes y verdades de orden Superiores. Es así que en la democracia liberal son posibles las mayores perversiones contra el ser humano, contra la sociedad y contra el orden físico y metafísico establecido desde la mismísima Creación. Aquel que diga que todo esto es gran mentira, que es un gran engaño, se convierte en enemigo.

En la linde de cambio de siglo, la incorporación de las masas católicas al liberalismo llevó a una fuerte influencia católica -liberal- activa en la sociedad y en la política. Se revitalizaron actos litúrgicos públicos (procesiones, rezos varios, Viacrucis, Rosarios. y bendiciones y peregrinaciones…). Este proceso se veía como una especie de recuperación de los espacios públicos perdidos desde 1834. La publicística católica liberal tuvo mucho que ver en esta percepción social. Por ejemplo, desde las páginas de revistas como El Pilar se estimulaba este proceso de incorporación católica al liberalismo y se elogiaba la activa movilización de las masas católicas dentro del Sistema, respetándolo y acatándolo. La lectura era que el catolicismo liberal tenía conciencia y masas y, por tanto, la razón estaba de su parte. Este proceso se intensificaría durante las primeras dos décadas del nuevo siglo.

La guerra civil de 1936 sería un acicate para enardecer la militancia católica. Se ejecutaron, principalmente, dos líneas de acción: Una, la utilización militar del Tradicionalismo. Dos, disolverlo política y culturalmente dentro del catolicismo liberal aunque manteniendo trazas tradicionales. De tal manera se consiguió unir al catolicismo, formar un corpus vigoroso pero dentro de los parámetros expuestos. A pesar de todo, dentro del carlismo hubo sectores que mantuvieron prevención e incluso la animadversión ante este escenario montado. Estos resistentes tradicionalistas acabarían teniendo razón: pasadas las angustias causadas por la guerra, ese corpus católico, es crisol compuesto pasaría de la exaltación inicial al entusiasmo (Congreso Eucarístico Internacional, 1952) y de éste a la licuación y disgregación desde primeros años de 1960. Y es que

El concilio Vaticano II y los “soplos” de “espíritus” llevarían azuzarían el proceso: desorden, confusión y trastorno a la masa católica liberal camino de la relajación y desmovilización a la sedación para acabar en el abandono de la práctica religiosa e incluso de la fe, en un proceso que va más allá de la simple secularización. De tal manera se pasó del catolicismo liberal al liberalismo católicos para acabar en el simple liberalismo y socialismo, dejando atrás todo residuo católico.

Este fue el contexto adecuado para que tomasen cuerpo organizaciones católicas liberales que contribuyeron contundentemente a discurrir por este descrito trayecto. Ahí tenemos a la Acción Católica o a la Asociación Católica de Propagandistas. Ante los cambios señalados, la Acción Católica tomó como banderín de enganche la inquietud y preocupación por el “catolicismo social”. Pero de ahí se pasó -al hilo vaticanista II- al progresismo y de ahí a las filas del socialistas “cristiano” para acabar configuración de movimientos y organizaciones como las JOC (Bonet partiendo desde Acción Católica), la Pastoral Obrera y Social (Cándido Marín), la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) y medios como Juventud Obrera o el semanario “”. De aquí surgirían los sindicatos socialistas y anticatólicos como USO y CCOO.

Por su parte la Asociación Católica de Propagandistas (Ayala) también sería otro banderín de enganche de los católicos hacia el liberalismo, junto con el Opus Dei. La aceptación y colaboración activa en y con la democracia liberal y sus valores, bajo el purulento eslogan de “influir en la vida pública” de la democracia liberal. El resultado fue y es que muy poco se acaba influyendo y esos católicos enganchados a tal eslogan acaban por participar activamente de toda la degeneración humana a que lleva la democracia liberal. Y los principios católicos acaban siendo como mucho una apostilla y cosa personal. El puerto de llegada es el “personalismo” teniendo por consigna la libertad de conciencia en sí misma (muy básicamente, de Soren Kierkegaard a Jaques Maritain pasando por Bergson, Mounier o Péguy). Por lo tanto hay que realizar actividades culturales (fundar asociaciones, colegios, universidades) para formar conciencia cristiana y enseñar a “actuar en conciencia”. Pero ocurre que bajo este lema cada persona puede acabar justificando su tipo de fe, de vida y acciones, sean las que fueren. Esto es, que se acaba “viviendo como se cree”, laxamente, tolerando lo intolerable.

LEER MÁS:  Pasaporte COVID: permiso para vivir. Por Francisco Martínez Peñaranda

En política, este catolicismo liberal acepta que el Estado, la Nación (no hablan de Patria) no es una Estructura y Comunidad Espiritual –Religiosa- sino una estructura que no tiene espíritu pero sí lo tienen algunos de sus componentes cuya misión es espiritualizar las estructuras. El resultado son masas de católicos liberales, “domesticados”, incapaces de cuestionarse la democracia liberal porque a sus ojos es un Bien. Pero aquí encontramos también una de las razones del fracaso del los católicos liberales por asentar partidos políticos afines (democracia cristiana, vía rechazada por León XIII) porque: no se trata de hacer estructuras católicas (prefieren decir cristianas) sino cristianizar las estructuras. Ahí tenemos algunos intentos: desde el Partido Social Popular (ya desde Ángel Herrera) a UCD y Alianza Popular al Partido Popular y Vox como partidos no católicos pero sí que agrupen a las masas católicas (ya universalmente liberales).

El catolicismo liberal siempre ha sido un auto-engaño: pensar que es posible vivir políticamente de forma católica reconociendo y comprometiéndose con la democracia liberal, y que es posible reformarla desde dentro, hacerla católica o por lo menos inclinarla favorablemente hacia el catolicismo. Esto es, “cristianizar las estructuras”. Pero la experiencia histórica a hasta el día de hoy ha demostrado que esto es una falacia y es un imposible. El liberalismo acaba suprimiendo lo mucho o poco que hay en el católico. Porque en un cesto de manzanas sanas, éstas no vuelven sana a la podrida sino que la podrida contagia su podredumbre a las demás. Y es claro, por este camino el católico liberal va dejando de ser católico para convertirse en liberal católico y seguidamente nominarse únicamente como liberal (ya conservador ya progresista, de derechas y de izquierdas). De tal manera, ante los diversos problemas éticos y morales planteados por el Estado Liberal, esas masas pasan de la oposición a la tolerancia y de ésta a la aceptación: divorcio, aborto, antinatalidad, eutanasia, eugenesia, ateísmo educativo, feminismo, generismo…).

El liberalismo -en sus dos corrientes libera conservadora y socialista (derecha-izquierda)- y la democracia liberal siempre han odiado y odian al catolicismo y a la Iglesia Católica. Siempre han intentado e intentan extirparla de la sociedad con modos y formas diferentes según convenga en cada momento: unas veces atacará directamente, otras sibilinamente y aún en ocasiones se verá obligada a dejar espacios. Pero el odio y la intención de silenciar y erradicar permanece.

No voy a poner por caso el PSOE o el PP que me parecen muy evidentes. Voy a poner por caso Vox. Este es un partido liberal que reúne buena parte del voto católico en su vertiente liberal conservadora. Un partido que aparentemente defiende valores comunes entre liberales y católicos: la unidad (pero jacobina) de la llamada Nación (nunca la llaman Patria), la propiedad privada, la familia (que llaman tradicional), costumbres culturales de raíz cristiana… se envuelven en la bandera bicolor e incluso utilizan -manipulan- la Bandera de la Tradición (un contrasentido). Y una buena parte de la masa católica les vota. Y es que, aparentemente, les une todo esto y defienden unos aparentemente similares principios y lo principal: la Democracia Liberal como el sumun político y social incuestionable. Y, claro está, la defensa de la actual constitución (que en nada tiene que envidiar a la revolucionaria de 1812). Pero el odio liberal sigue ahí, agazapado. Y en cuanto se les inquiere ese odio liberal sale a la superficie.

LEER MÁS:  Ángeles Criado (VOX) a Miguel Soler, secretario autonómico de Educación: “Quiten sus sucias manos de nuestros hijos”

Vean el siguiente video. https://x.com/benjaefe/status/1797723221988651450

Están en una charla de Vox: Girauta, Sánchez del Real, y un chico y una chica que no identifico. El publico es de Vox o/y próximo. Una persona inquiere sobre la esencia de la cuestión liberalismo y catolicismo, eje de esta serie de artículos: la fe católica, la Iglesia católica y el liberalismo y el Estado. Fíjense en la reacción de Girauta -como ofendido- se ríe y se levanta -muy digno él- y se marcha. El publico entra en risotada rayana en la burla. Sánchez del Real asiste al espectáculo sin pestañear y no es capaz ni de afear al público las risotadas, ni hace nada para favorecer que Girauta -con todo respeto- responda o contraargumente a la persona que le hace el comentario-pregunta. Le responde al modo liberal y bajo las premisas liberales: “carta de derechos” y el error que es salirse de esta foto ¿Un católico puede participar de esto? Pues sí, aquel para quien el liberalismo, la democracia liberal y sus principios son más importantes que el ser católico. Si estos son los aliados y “amigos” ¿para qué queremos enemigos?

Si España y los españoles tenemos salvación política, social, cultural, religiosa no es dentro del sistema liberal y del actual régimen de 1978, sino en la vuelta a la Tradición. Volver a levantar la Res Publica Christiana -encíclica Christianae Reipublicae Salus, Clemente XIII, 1766- la Patria Católica. Éste ha sido y es el único vinculo verdadero entre los españoles y es lo que nos ha dado y nos da nuestro ser. La vinculación a Cristo sobre el patrimonio material y espiritual verdaderamente católico (sin contagios liberales). Restablecer los arraigos tradicionales. Restablecer la mentalidad y cultura contrarrevolucionaria y, por lo tanto, mentalidad y cultura de lucha y de batalla, de miles christi, de caballeros y damas católicos en pugna permanente contra el Mal.

No se trata de soñar con masas abandonando el satánico liberalismo y convertidas -de buenas a primeras- al catolicismo. Ante la situación actual y la deriva de los acontecimientos presentes debemos “volver a Covadonga” y, allí, rearmarnos espiritualmente, mentalmente, culturalmente, políticamente para poder salir de las “cuevas del Auseva” a dar la batalla divinal y vivencial. De ahí, bajar a las llanuras y entrar en la “urbs” para volverla a levantar restableciendo, al paso, las estructuras tradicionales de nuestra sagrada tierra. Tierra que podamos volver a llamar Patria, por la que tantos dieron vidas y haciendas contra la satánica revolución masónica. Las dos ciudades, las dos banderas están alzadas -nunca lo han dejado de estar- ¿en cual quieres militar?

Apunte histórico sobre cultura y mentalidades: “cesionismo” y catolicismo liberal (3ª parte). Por Antonio R. Peña

Apunte histórico sobre cultura y mentalidades: “cesionismo” y catolicismo liberal (2ª parte) Por Antonio R. Peña

Apunte histórico sobre cultura y mentalidades: “cesionismo” y catolicismo liberal (1ª parte). Por Antonio R. Peña

Autor

Antonio R. Peña
Antonio R. Peña
Antonio Ramón Peña es católico y español. Además es doctor en Historia Moderna y Contemporánea y archivero. Colaborador en diversos medios de comunicación como Infocatolica, Infovaticana, Somatemps. Ha colaborado con la Real Academia de la Historia en el Diccionario Biográfico Español. A parte de sus artículos científicos y de opinión, algunos de sus libros publicados son De Roma a Gotia: los orígenes de España, De Austrias a Borbones, Japón a la luz de la evangelización. Actualmente trabaja como profesor de instituto.

 
Suscríbete
Avisáme de
guest
5 comentarios
Anterior
Reciente Más votado
Feedback entre líneas
Leer todos los comentarios
Antonio Peña

Fe de erratas.
Un lector me ha hecho ver una errata.
En el citado video de vox Girauta no se va sin decir nada sino que insulta «imbécil» a la persona que ha hecho la pregunta. No sé qué es peor si Girauta demostrando su personalidad o el diputado que se nomina católico pero que no es capaz de salir a defender la fe que dice procesar y a afearle la conducta a Girauta por su exabrupto el insulto y el desplante y parar las risotadas de la gente que hay allí

I.Caballero

Muy estimados Antonio Pena y Hakenkreuz:
Es un placer inmenso leer, por un lado el Trabajo de Antonio a lo largo y ancho de esta serie y los comentarios documentados de Hakenkreuz.
Les pido, por favor y de RODILLAS que si me autorizan a publicar, Textos y Comentarios en un medio modesto CATOLICO y PATRIOTA porque es un orgullo y HONOR divulgar sus conclusiones sobre el «Liberalismo Catolico» que tienen que compartirse con todos los que nos sentimos Catolicos, Espanoles y enemigos de la Masoneria.
Les pido perdon por la falta de «tildes» ya que mi teclado francés carece de ellas.
Desconozco si este humilde comentario se va a publicar.
Si se hace les dejo mi correo personal: I. Caballero Aurrecoechea
i.caa@outlook.com
Gracias mil.
Viva Cristo Rey
DIOS, PATRIA y REY LEGITIMO
I.C. es Ingeniero Industrial Superior y Matematico, pero, sobre todo
Catolico y Espanol, por supuesto Carlista

Hakenkreuz

Sr. R. Peña:

El término «liberalismo» tiene distintas connotaciones según se enfoque desde el punto de vista teológico, económico o político. Así:

«Liberalismo» en sentido teológico, condenado ya en el siglo XIX por varios papas, es relativismo moral, una falsa concepción de la libertad, que no es más que el libre albedrío que Dios otorgó al hombre para aceptarle en su corazón como su Salvador y Redentor o no hacerlo y condenarse eternamente, tal como explicó magistralmente el teólogo, místico y gran santo Bernardo de Claraval, fundador del Císter.
Para los «liberales», la «libertad» viene a ser la subjetiva interpretación (que no «libre interpretación») de la Palabra de Dios, principio de toda Rebeldía contra Dios mismo, tanto la ortodoxa a partir de Cerulario, como la protestante a partir de Lutero y Calvino (con precedentes en Ockam, Marsilio de Padua, etc.), como anglicana, como de cualquier otra índole herética, aún admitiéndose hoy el término «Reforma» de modo totalmente erróneo. Así, «libertad» significa hacer lo que a uno le plazca salvaguardando siempre la «fe», la sola fe, algo totalmente incongruente, pues la fe en Cristo lleva a obrar no según nuestra voluntad o libre albedrío, a la que siempre invita el Señor a renunciar, sino, según la Santísima Voluntad de Dios.
«Liberalismo» en términos religiosos viene a ser así como encumbrarse a ser uno «dios» de sí mismo, a imponer uno su voluntad sobre la de Dios, subjetivismo, relativismo moral, cuyas consecuencias son devastadoras, como los últimos tres siglos ha demostrado en los lugares en que esas herejías y rebeldías se han impuesto mayoritariamente. Bien es cierto que no se puede obligar a nadie a amar a nadie, ni siquiera a Dios, Bondad y Misericordia infinitas, pero no menos cierto que no se puede hacer que Dios sea según nuestros caprichos, apetencias o manera de ser, a modo como el demonio esperaba de Jesús en el desierto cuando le tentó tres veces. Somos nosotros los que hemos de corresponder al que nos amó primero hasta el extremo, y no pretender que Dios se adapte a nuestros pecados, porque Dios lo sabe todo y procura nuestro bien mucho más que nosotros mismos. Por todo ello, el «liberalismo» es pleanamente condenable en cuestión de fe para todo aquel que quiera permanecer fiel a Cristo.

2º Luego está el «liberalismo» económico, cuyo adalid, que no precursor, es el economista del siglo XVIII Adam Smith a partir de su influyente obra An Inquire into de Nature and Causes of the Wealth of natinos de 1776. El «liberalismo» económico propone limitar el poder del Estado en materia económica, su intervencionismo, nunca en la parcela militar y de seguridad, que esa ha de mantenerse firme por encima de todo (hoy diríamos un socialismo a conveniencia del empresario). El propio economista escocés afirmaba que era más importante la seguridad que la prosperidad (la seuguridad jurídica, se refiere). Es decir, el «liberalismo» económico propone una intervención mínima de los gobiernos en materia económica, rechazando los viejos sistemas mercantilistas y proteccionistas que limitaban la prosperidad de las naciones a cuenta de hundir en la miseria a una buena parte de la población y dejando que solo los más opulentos privilegiados obtuviesen todo beneficio económico a partir de privilegios económicos dados por leyes que impedían la libre competencia interior y exterior, mantenían privilegios de monopolio de crédito para la banca judía, gremios que impedían la innovación y el desarrollo de los talentos de los individuos en cada profesión, impuestos al libre movimiento de mercancías y factores de producción, sociedades de comercio con tierras de ultramar poseídas en régimen de monopolio intolerable, etc.
El «liberalismo» económico parte de una «verdad» a medias: que el individuo, al perseguir su propio beneficio, acaba, sin proponérselo, de beneficiar a todo el conjunto de la sociedad. Además, la libre competencia, impulsa a los individuos a mejorar continuamente su producto y trabajo, de modo que los precios bajan y la calidad aumenta, así como los salarios en términos reales se hacen cada vez mayores y mejora el bienestar material de la sociedad. Aunque este esquema de pensamiento no es del todo incorrecto, ignora la dimensión moral, fundamental en el hombre. Lo mismo que impulsa al honrado agricultor a sacar el máximo beneficio de su labor, produciendo trigo de la mejor calidad, para hacerse más rico, es lo que impulsa a la prostituta a vender su cuerpo, al narcotraficante a vender veneno que acaba con la vida de millones de personas, al criminal a sueldo, al que produce bienes de calidad tóxica, etc. El afán de beneficio puede conducir a los peores crímenes contra el prójimo del mismo modo que puede conducir a la prosperidad material. Por ello, ese «liberalismo» económico ha cojeado de esa dimensión fundamental en la vida del hombre en este mundo, la dimensión moral o espiritual, el hecho de que no se puede absolutizar el bienestar material y económico ignorando todo otro aspecto. De nada le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma. Por eso, el «liberalismo» económico no puede ser aceptable conforme a lo que el Señor nos prescribió en los Evangelios. Es necesaria una conducta íntegra y coherente, también en la economía. El fracaso colosal de los regímenes económicos materialistas (socialistas y liberales) ha sido totalmente palpable, y debería impulsar a hacer coherente la actividad económica con la Palabra del Señor, con una conducta católica o cristiana plena, incluso en el trabajo y la actividad empresarial o emprendedora.

3º Y luego está el «liberalismo» político, el más mortal en cuerpo y alma para todo el que se ve envenenado con su falsa doctrina propia de falsos doctores, pues el «liberalismo» económico solo es defendido por empresarios y accionistas, minoría de población y en franco retroceso, y el «liberalismo» teológico, ignorado por la mayoría de fieles, ha sido desmontado en su práctica totalidad, sobreviviendo hoy en ambientes principalmente protestantes y muy dividido y en vías de extinción, con el único peligro de contagio a los católicos, como bien expone el autor del artículo.
El «liberalismo» político es fuertemente amoral, anticlerical, anticristiano, relativista, «cientificista», «racionalista», «ilustrado» e idolátrico. Concibe la «libertad» como rechazo a Dios mismo y a su Palabra, a la que considera «opresora» y contraria a la «libertad». Por eso los liberales han sido y son siempre enemigos de Dios y de su Santa Iglesia Católica Apostólica, aunque ahora ya no lo quieran reconocer en público, pues los marxistas amenazan sus intereses terrenales y requieren el apoyo de la menguada parroquia católica. El fruto del árbol no miente. Detrás de los atentados que se vienen sucediendo desde el siglo XVIII contra la Iglesia de Cristo, la Católica Apostólica, hasta la irrupción del marxismo en pleno siglo XX, está el liberalismo con asesinatos de sacerdotes, frailes, monjas y fieles, especialmente durante la satánica Revolución Francesa. Los liberales, que finjen ser defensores de la «propiedad privada», han privado de propiedad a los más pobres y desfavorecidos, usufructuarios de los bienes legados a la Iglesia por gentes piadosas. Los liberales han expoliado a la Iglesia, han destruido, antes que los marxistas, templos, catedrales, monasterios, abadías, etc., de valor incalculable. Han atentado contra el patrimonio de Dios en nombre de la «libertad», la «fraternidad» y la «igualdad». Fueron los creadores del Estado liberal y de los impuestos a los pobres (robo satánico hoy persistente llevado al extremo en democracias actuales). Los liberales han desencadenado guerras contra la Iglesia y sus fieles. Han ultrajado gravísimamente al Sacratísimo Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María. Los liberales han sido en no poco porcentaje de sus líderes, masones, es decir, anticristos. Los liberales han enriquecido a aristócratas, nobles, empresarios, ricos y poderosos, a cuenta de saquear la Iglesia, refugio de pobres. Por eso, liberalismo y conservadurismo vienen a ser sinónimos, aunque actualmente los conservadores lo niegan con todo tipo de engaños y falsos argumentos propios de anticristos dementes. Su atentado contra Dios no tiene arreglo posible. Ellos han demostrado que el infierno es real, porque la justicia no puede ser eludida. Lo exige la reparación ante tanto atropello a los más humildes y pobres. Y Jesucristo Nuestro Señor fue muy claro.
El liberalismo político ha envilecido las poblaciones de las naciones y ha preparado el camino a un mal incomparablemente peor, el del marxismo en todas sus dimensiones: socialdemocracia, izquierdismo, progresismo, socialismo, comunismo, bolchevismo y anarquismo. Por todo ello, el liberalismo político no tiene cabida alguna en el Nuevo Testamento, no es coherente con él ni con Cristo ni con una vida conforme al Señor. Un católico que defiende el liberalismo, ahora llamado conservadurismo, como cualquier otra ideología, es un católico apóstata, al servicio de satanás. NO nos podemos engañar al respecto. O con Cristo o contra Él.

Hakenkreuz

Sr. R. Peña:

Creo que lo que ud. describe muy bien, por cierto, obedece a lo siguiente. Esta es la historia resumida de un modo un tanto simple:

1º Allá por 1891, León XIII ve el auge que el liberalismo ha traído consigo, el auge del marxismo, como respuesta a ese liberalismo. El marxismo viene a atraer a sí a los pobres desposeídos hasta de su propia casa por el liberalismo que deberían haber permanecido fieles a Cristo. El Anticristo traído a la tierra por el judío K. Marx, está haciendo lo que ningún otro emperador o rey pasado ha logrado, arrebatarle al Señor a sus fieles.
Consciente de ello León XIII, se olvida la condena al liberalismo y comienza a tomarse medidas contra el Anticristo del marxismo en auge aterrador en Europa: la encíclia Rerum Novarum, tan saludada insensatamente por tantos papas, pero que supuso la entrada del error en el Magisterio de la Iglesia Católica, el error de su politización, de incitar a los fieles a condenarse al infierno por entrar en política, incluso con partidos «cristianodemócratas» o de «democracia cristiana», con acción política, participación en comicios y votaciones y propaganda política. Es una insensatez descomunal y prueba de que el demonio es capaz de engañar incluso a los mismos elegidos, como el Señor nos advirtió en la escatología que explica en el Evangelio según san Mateo. Es una insensatez, pues hasta el mismo Señor Jesucristo señaló que solo unos pocos siguen el tortuoso camino que lleva a su Reino, que son muchos los que cruzan la amplia puerta y siguen el cómodo camino que lleva a la perdición. Así mismo siempre serán mayoría los que prefieran a Barrabás y pidan la crucifixión del Justo. Entonces, ¿qué sensatez tiene para un católico ser demócrata?¿Qué modo enfermo de razonar implica la defensa de un sistema de mayorías?. Es una insensatez incoherente con el deseo de riquezas, placeres, fama, reconocimiento, vanidad, etc., que afecta a toda la humanidad, lo que hace infructuoso todo intento de dar solución política a un mal que aqueja a la humanidad desde Eva y Adán y que tiene solución solo en Dios, no en la política.

¿Y por qué la Iglesia Católica ha seguido y sigue en el error político?
La Iglesia, en su jerarquía, que es la que decide, ha intentado detener el flujo continuo de defecciones, como es natural. Unas defecciones debidas a que la población empezó a valorar más el bienestar material que el espiritual, la riqueza que la pobreza, el acumular que la renuncia, los placeres que la mortificación, el yo que la caridad, la fama y buena reputación (vanidad) frente a la humildad y la pobreza escondida y discreta, etc. Ante este devenir, la tarea se presentaba imposible para todo papa, cardenal, obispo o teólogo, por muy bienintencionado que fuese. Solo Dios podía cambiar los corazones y en Dios había que haber confiado desde un principio, y no en la diplomacia y la política, que fue lo que se terminó haciendo y, por desgracia, aún se hace con error.
Pero se prefirió confiar en la política decimos. Y se consideró que la Iglesia necesitaba un aggiornamento, es decir, una puesta al día o mundanización, hacerse más conforme al mundo, para aparecer más «moderna», más «agradable», más «juvenil», más «humana», más «cercana», más «bondadosa», más «tolerante», más «comprensiva», menos «rigurosa», menos «enjuiciadora», menos «regañadora»…. Pero el mundo odia a Cristo, así nos lo reveló Él mismo. Y si la Iglesia se mundaniza, deja de ser Iglesia, deja de ser fiel a Cristo y pasa a amar al mundo, por muy duro que esto suene. Que se lo digan a los mártires desde san Esteban hasta los nigerianos de hace unos meses. No se puede hacer compatible el amor a Cristo con el amor al mundo, no. No es posible, se mire como se mire. O se ama a Dios, o se ama al mundo. Y, sí, es muy duro tener que reconocerlo, pues el mundo tiene muchos atractivos. Pero el católico ha de renunciar a todo por seguir a Cristo, vivir como si no viviera, como si fuera Cristo quien viviera por él o ella.
La Iglesia, no con mala intención, por supuesto, sino todo lo contrario, con toda su buena intención de volver a atraer a misa a los fieles que fueron perdiendo la fe, trató de «ponerse al día», de hacerse más «sociable» con el mundo. Y ahí vino la puntilla. El concilio Vaticano II trató de corregir la deriva, pero ya era demasiado tarde. Ni Lumen Gentium, ni Gaudium et spes, etc., con toda su buena doctrina, pudieron ya compatibilizar Iglesia y mundo. Y, a partir de ahí, quedaban dos caminos. Volver a la Iglesia de siempre, la de Jesucristo Nuestro Señor, o dejarse arrastrar hasta morir, que, me temo, que es lo que se ha hecho. Pero no morirá, no. Dios no lo permitirá.

¿Qué hacer entonces?

De los 58 primeros papas, desde san Pedro, san Lino, san Cleto, etc., hasta el Año del Señor de 537 (pleno siglo VI), 57 de ellos fueron santos, todos menos uno. A partir de entonces se ve la mano regia nombrando papas, cardenales, obispos, priores, etc. a conveniencia de intereses políticos o mundanos, todo un cáncer para la Iglesia que llevó a no pocos cismas y defecciones dolorosas. Y no es que un papa que no fuere santo hubiese de ser malo o infiel, no, pero la Iglesia requiere papas santos, nunca políticos o nombrados por hombres, incluso cardenales por mayoría de dos tercios del colegio cardenalicio. La elección ha de ser de Dios mismo. ¿Cómo? dirán no pocos.
La Santa Iglesia Católica Apostólica es la Iglesia de Jesucristo Nuestro Señor, Dios y Hombre verdadero. Y Jesucristo NO fue elegido, sino que Él eligió y elige a sus elegidos, sean éstos pescadores de Galilea o sean estos santos y santas de todos los tiempos. Cuidado que ya nos lo advirtió (léase y medítese bien el Evangelio de san Juan, el tesoro más grande de la humanidad).
La Santa Iglesia Católica y Apostólica NO debe tener otro prelado papa, cardenal, arzobispo, obispo, abad, abadesa o prior, que no sea santo, elegido de Dios.
Si la Iglesia de Cristo, la Católica Apostólica NO cambia en el sentido de dejar las decisiones en manos de los elegidos de Dios, los santos, NO puede esperarse cambio alguno y la situación irá a peor. Y ya tenemos el infierno encima, por lo que no es de recibo esperar más. Déjese ya gobernar la Iglesia a los santos, a los elegidos de Dios. Para que la humanidad se salve, primero tiene que salvarse la barca de Pedro. La Iglesia de Jesucristo tiene que ser reformada hasta el punto de que a partir de ahora no haya nunca maś un papa, cardenal, arzobispo, obispo o prelado que no sea santo. Solo los santos prestan voz y obra a Cristo. Lo llevamos viendo toda la historia de los dos últimos milenios. ¿De quién depende la Tradición y el Magisterio? Claro está, de los santos. ¿Quién sino los santos son portadores de la sabiduría de Dios?. Santos fueron los apóstoles, los padres apostólicos, los apologistas en gran número, los Santos Padres de la Iglesia. Santos fueron los que más influyeron en la Iglesia para bien desde tiempos inmemoriales. Y la Iglesia volverá a ser luz y sal de la tierra con prelados santos. Que son los que nos traen la Revelación y los que obran milagros. ¿Acaso la propia Iglesia no necesita el milagro de su unión tan ardientemente desada en fieles y prelados?. Los políticos han de quedar fuera de la Iglesia para siempre. NO puede tolerarse jamás ningún tipo de simonía. La Iglesia del Señor, la Católica Apostólica, ha de ser gobernada en todo lugar por los santos varones de Dios. Búsquense y tráiganse a los obispados. Toda vez que la Iglesia quede purificada, la humanidad volverá, incluso los hijos pródigos protestantes, ortodoxos, anglicanos, etc. La conversión masiva vendrá si la Iglesia es dirigida por santos, elegidos de Dios como los pescadores de Galilea. Excluir a los santos varones del poder en la Iglesia solo traerá una ruína aún mayor. Y eso no lo quiere Dios, que se desvive por salvar almas. Primero hay que salvar las almas, luego vendrá lo demás por añadidura, pero primero las almas. Y los santos son los elegidos de Dios para esa tarea. Déjese pues gobernar la Iglesia a los santos.

Con una Iglesia fuerte, dirigida por los elegidos de Dios santos, la conversión en masa vendrá. Y el mundo atenderá a Dios, y no a los políticos, que no hacen otra cosa que conducirlo a la perdición. ASí pues, ese es el primer capítulo de la renovación que la Iglesia necesita. A partir de ahí, lo que Dios nos trasmita por medio de sus santos: obediencia. Obediencia porque la desobediencia a los mandatos de Dios han sido demoledores para millones de almas. Téngase en cuenta las peticiones de Fátima y las desgracias innumerables que su desobediencia han traído, algo impensable si la Iglesia hubiese estado bajo el mandato de los elegidos de Dios, los santos. Precisamente la desobediencia de Fátima se debe a la desconfianza de Dios y la confianza en la política, que no es más que engaño, mentiras sin límite, manipulación, hipocresía, crimen de todo tipo, latrocinio, etc. Por eso, urge que los santos gobiernen la Iglesia del Señor, la Católica Apostólica. Ellos nos transmitirán la Santísima Voluntad de Dios, sin el cual, nada podemos hacer.

Antonio Peña

Apreciado Hakenkreuz,
ante todo le agradezco sus puntualizaciones. Indudablemente hay algunos planteamientos con los que estoy de acuerdo y otros en desacuerdo. Sólo le voy a señalar dos: El liberalismo compartimentado y la valoración que usted -creo entender- realiza del Concilio Vaticano II.

  1. Que el liberalismo es uno. Otra cosa es que nos lo han presentado fraccionado y que si alguna parte no podría ser aceptable para un católico otras sí y viceversa. Esto es una gran trampa. Como aquella en que los liberales conservadores nos quieren hacer creer que el liberalismo económico se remonta a la Escuela de Salamanca. Si los grandes intelectuales (que fueron los autores reales del concilio de trento) levantasen la cabeza, fulminarían de un plumazo a todos esos liberales.
  2. Otrosí, que si negativo le merece la revolución francesa, no entiendo (creo entender por su exposición) que le sea positivo el concilio vaticano II. el CVII fue la revolución francesa en la Iglesia ( en expresión del «renovador» cardenal Suenens), pero ésta fue pergeñada desde el Rhin. Y es que el Rhin desemboca en el Tíber (Wiltgen) tanto ayer como hoy (por lo menos desde Eckart a Kasper o Marx pasando por Lutero, claro está) y sigue desembocando.

Igual que la Revolución Francesa, el Concilio tuvo también sus partidos como en la Revolución: uno minoritario seguidor de la Tradición que estaba asentado en una parte de la Curia y correspondiente al «partido» de la Corte. Otro moderado y mayoritario, que era la mayoría de obispos, adheridos a la revolución porque no querían ser asolados por el viento revolucionario y que correspondiente a los girondinos (que eran revolucionarios). Un tercero minoritario pero que era el que realmente agitaba las aguas revolucionarias e impulsaba la destrucción y amedrentaba a todos que puede tener su equivalente en la montaña jacobina (La investigación Gagnon sobre la masonería del Vaticano Asesinato en Grado 33 Murr)

La analogía aún tiene más elementos. La convocatoria del Concilio y la reunión cardenalicia en correspondencia a la formación de los Estados Generales y la abolición de la Monarquía: el rey y el Papa deshaciéndose de sus prerrogativas monárquicas y de la constitución jerárquica de la Iglesia. la implantación conciliar equivalente a la implantación de la revolución arrasando con los opositores llegando al 18 brumario. Napoleón intentando poner orden y estabilizar el nuevo régimen en todo el mundo, con similitudes con Pablo VI hasta su desilusión (el humo de satanás…) que supondría la desilusión de Francia sobre Napoleón. el reinado de orleanista y el período 1830 y el liberalismo doctrinario moderando las asatillas más radicales de la revolución y conjugarlo con aspectos de la tradición, que bien podría corresponder al pontificado de Juan Pablo II y Benedicto XVI con la hermenéutica de la continuidad para intentar una conjugación entre los dos sectores. Congar fue más allá que Suences y lanzó la comparativa entre el Concilio Vaticano II y la revolución (golpe de estado) comunista en Rusia, el golpe de febrero con la instauración de los kerensky, Chjeidze, Tsereteli, Sujanov… masones ellos.  Y el golpe de octubre con los Lenin, Trotsky Kamenev… Y aún podríamos hacer con la guerra civil entre rusos rojos y blancos con la «guerra civil» o choque irrreconciliable (tras el fracaso de la hermenéutica de la continuidad) desatada en la Iglesia: entre la «iglesia» vaticanosegunda y la «iglesia» tradicional.

5
0
Deja tu comentariox