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La editorial Letras Inquietas acaba de publicar Imperium, Eurasia, Hispanidad y Tradición, una obra colectiva en la que han participado Carlos X. Blanco, Eduard Alcántara y Robert Steuckers. Los ensayos que conforman el libro buscan en la Tradición, en la Historia y en el presente, aquellos elementos conceptuales necesarios para una Teoría del Imperio que rechace el modelo absorbente, depredador e «imperialista» actual. En esta ocasión, EL CORREO DE ESPAÑA charla con Eduard Alcántara, filósofo y experto en el pensamiento tradicionalista
¿Qué es el Imperium?
Para la Tradición la noción de Imperium representa la aspiración de trasladar el Orden cósmico (el Ordo del que se hablaba en el Medievo o el Ritá védico) a las construcciones político-sociales pergeñadas por el hombre. Se trata de hacer del microcosmos un reflejo del macrocosmos. Hablamos de la pretensión de consumar lo que reza el adagio hermético-alquímico cuando expresa que «lo que es arriba es abajo». La armonía que rige en los dominios celestiales y que tiene su correlato en la música de las esferas de la que ya hablaba (Pitágoras) debe regir también en los dominios terrenales. Las fuerzas sutiles (numina) constituyen el nervio del entramado cósmico y al igual que se compenetran de tal modo que armonizan las dinámicas del macrocosmos el hombre debe, mediante el rito sagrado, activarlas para que con su operatividad posibiliten que la armonía que rige en lo Alto rija también aquí abajo en la forma del Imperium o del Regnum, ambos, pues, de carácter sagrado.
¿Qué implicaciones tiene el Imperium en la Tradición y viceversa?
Si todo el entramado nouménico tiene su causa primera armonizadora en la fuerza centrípeta que representa el Primer Principio indefinible, indeterminado y eterno (Brahman, para el hinduismo) que se halla en su origen, el Imperium obra de manera similar, pues todos sus componentes actúan e interactúan en armonía «girando» alrededor de la figura del Emperador como eje vertebrador, pues éste está revestido de esa aura sacra que desprende un prestigio, una dignidad superior y una majestas que no requieren, por su naturaleza, de ninguna fuerza coercitiva para mantener la cohesión de los diversos cuerpos sociales, administrativos y territoriales que forman parte de ese Imperium. El emperador, en la Tradición, asume el papel de Pontifex, o hacedor de puentes, entre el mundo Metafísico y el mundo físico. Es clave, pues, en la sacralización de las sociedades de las que es rector y guía. Actúa como catalizador y ejemplo para aquellos que por voluntad y potencial espiritual se aventuran a transitar por el riguroso, metódico y arduo camino de la metanoia, de la transustanciación o remotio interior, de la realización espiritual. Asimismo, a los carentes de dicha voluntad y potencial les hace posible la aproximación, por participación en su proyecto, a las Verdades Trascendentes.
¿Cuál ha sido la influencia del Imperium en el devenir de la historia en general y de la Hispanidad en particular?
El Mundo de la Tradición siempre bregó por constituirse en Imperium como la forma más acabada y más completa de organización político-social. Entendió perfectamente que la función imperial era la que con más fidelidad encarnaba y reflejaba los ordenamientos y las armonías de los planos metafísicos de la realidad. Por ello, lo vimos hacerse realidad en latitudes distantes entre sí: en Japón, en China, en Persia, en Roma o en la Europa del Sacro Imperio Romano Germánico. España se topó en América con formas ya degradadas de imperio, cuya supervivencia únicamente tenía sustento en el uso de la fuerza. Se topó con un imperio azteca que había caído en una especie de ritualismo de la sangre, de corte telúrico; interactuaba con fuerzas preternaturales y no sobrenaturales. Se topó, igualmente, con un imperio inca enfocado a cultos de una solaridad decadente, no olímpica. Una solaridad que no derivaba del Principio Supremo y eterno que por su esencia es imperturbable sino una solaridad que nace y muere, que es por ello cambiante y a la que se procura despertar alimentándola continuamente con cruentos sacrificios humanos. Si hacemos un paralelismo con el universo mitológico griego diríamos que el mundo inca no cumplía ritos para activar las potencias del dios solar, inmutable y olímpico Apolo sino del dios del sol Helios, que muere y resucita sin cesar. España devino Imperium y así la Monarquía Hispánica sustituyó las formas disolutas de los imperios amerindios precolombinos por un Imperium fiel a las Verdades imperecederas y eternas de la Tradición. En América, en Europa y hasta en Asia con las Filipinas una Idea Espiritual, la Catolicidad, y la figura que la encarnaba (los diferentes monarcas) mantuvieron la cohesión del Imperium durante tres siglos sin mantener, una vez establecido, apenas fuerzas militares de origen peninsular en los diferentes territorios que lo conformaban, pues la dignidad sacra de la Idea que encarnaba se constituyó en el polo de atracción que lo hizo posible. Su trisecular existencia constituye un hecho quasi milagroso si se tienen en cuenta los tiempos que corrían por aquel entonces en una Europa que había visto alumbrar un humanismo y un antropocentrismo que empujaban al hombre a una especie de solipsismo que le hacía abocarse a mirarse el ombligo y dar la espalda al hecho Trascendente. Una Europa en la que el subjetivismo, el relativismo y la imposibilidad de conocimiento de lo Superior se estaban enseñoreando por mor de la irrupción del protestantismo. Una Europa en la que la razón de Estado (el maquiavélico fin que justifica los medios) se alzaba por encima de consideraciones de orden sagrado o en la que el racionalismo cartesiano del siglo XVII y el mal llamado iluminismo del siglo XVIII pugnaban exitosamente por laminar cualquier Verdad Superior al no entrar en la comprensión alicorta del raciocinio humano. Aun así, incluso a lo largo del siglo XVIII subsistió el milagro del Imperium hispánico o Monarquía Hispánica.
Tras Roma, el Imperium se manifiesta, bajo tu punto de vista, en el Sacro Romano Imperio Germánico y, posteriormente, en el intento de recuperación del mismo que diseña Carlos V…
Sí, sin pecar de ligereza argumentativa se puede afirmar que el segundo toma el relevo del primero y el tercero del segundo. El Sacro Romano Imperio Germánico (S.I.R.G.) muestra a las claras esta intencionalidad de continuidad hasta en su misma denominación de Romano. Representa un intento de restauración del desaparecido Imperio Romano de Occidente. Desgraciadamente, como consecuencia, sobre todo, del resultado de las guerras que enfrentaron, a partir del siglo XII, a güelfos y gibelinos (las llamadas Guerras de las Investiduras) el S.I.R.G. se fue diluyendo debido al triunfo del bando güelfo, que acabó arrebatándole la potestas sacra al Emperador. Las consecuencias de ello acabarían siendo funestas, pues desacralizando la cabeza del S.I.R.G. se acabaría desacralizándose, por ósmosis, todos los cuerpos sociales y territoriales que se hallaban bajo se égida y se iría, acelerando, de esta manera, todo un proceso de decadencia que no ha tenido apenas freno hasta nuestros deletéreos días. Si acaso el único freno lo puso Carlos V con su proyecto de Monarquía Universal que, para empezar, vivificara los restos anodinos y sin alma que habían quedado de lo que fue el S.I.R.G. y que, además, no solo restaurara este en su territorio original sino, lo que es más importante, en su ser constitutivo, que no fue otro que el de su esencia Espiritual en la forma de la Catolicidad; de ahí, por ejemplo, su empeño en acabar con el cisma protestante y su no conformismo de mero devoto católico ante las políticas infames del Papa Clemente VII, tal como demostró con il Sacco di Roma de 1527; ¿acaso un resabio gibelino del emperador Carlos ante el güelfismo simbolizado por el Papado? Podemos, pues, trazar eslabones que unen al Imperio Romano, al S.I.R.G. y al Imperio Hispánico.
Tradición contra el mundo moderno. ¿Qué es uno y qué es otro?
Tradición es vivencia enfocada hacia lo Alto. Por ello las estructuras y organismos político-sociales se sustancian y se concretan de manera que posibiliten al hombre vivir en consonancia con lo Trascendente, hasta en su más nimia cotidianidad; cada accionar suyo se constituirá, así, en una suerte de rito. La Tradición actúa como si se tratase de una fuerza que sacraliza la existencia terrenal. La Tradición, por su esencia, sacra, es atemporal y se puede, por ende, manifestar y concretar en cualquier momento del devenir de la historia del hombre, aunque, ciertamente, conforme más omnímodamente hegemónico se hace el kali-yuga, del que hablan los textos sapienciales indoarios (o la Edad de Hierro, a la que aludió el griego Hesíodo), más arrinconada se halla la posibilidad de que acontezca en alguna latitud una Restauración del Orden Tradicional. El mundo moderno, por contra, representa el triunfo de la materia frente al Espíritu. En un primer momento su preponderancia no es total pero paulatinamente, en ocasiones con bruscos acelerones, su hegemon resulta cada vez más asfixiante y alienante. Nunca como ahora el mundo fue tan burda y extremadamente materialista, pero, como hemos señalado respuestas arriba, la postración actual ha sido el resultado del accionar de una serie de factores y procesos de disolución, tales como el humanismo, el antropocentrismo, el protestantismo, el relativismo, el racionalismo, el positivismo, la Ilustración o/y las revoluciones liberales y comunistas, los subproductos culturales como el evolucionismo darwinista, el utilitarismo o el psicoanálisis hasta desembocar en el actual vertedero, consumista, individualista, nihilista y de relativismo y subjetivismo integrales de la postmodernidad. Véase, por todo ello, que el único antídoto integral para enfrentar al corrosivo y disolvente mundo moderno es el Mundo de la Tradición.
¿En qué se diferencia el Imperium del imperialismo ejercido, por ejemplo, por Estados Unidos?
El Imperium hemos visto que tiene un basamento Metafísico, mientras que el imperialismo lo tiene material, sea este con miras de dominio meramente expansivo-territorial o sea con fines económico-mercantilistas. El Imperium pretende crear civilización y el imperialismo se mueve con pretensiones expoliadoras y explotadoras de recursos materiales (energéticos, alimenticios,…). El imperialismo inglés, el holandés o el francés mostraron un más que evidente carácter colonialista, consistente en el expolio por parte de la metrópoli de los recursos de las colonias y en la no industrialización de estas para que no tuvieran más remedio que comprar los productos elaborados en las industrias de la metrópoli. Como botón de muestra, en el caso inglés se llegó al extremo de destruir los telares de la India o a cortar los pulgares de las tejedoras de Ceilán para cercenar de cuajo cualquier posible competencia textil con las industrias metropolitanas. Donde las potencias imperialistas acostumbraban a crear factorías comerciales España, por contra, fundó ciudades y las dotó de acueductos e infraestructuras de todo tipo. Sus calzadas penetraban hacia el interior pues se pretendía civilizar todo el territorio. Así, a diferencia de aquellas factorías costeras inglesas u holandesas, se fundaron y refundaron ciudades a cientos de kilómetros de la costa, pues no se trataba tan solo de llenar las bodegas de los navíos mercantes sino también de expandir el catolicismo y sus vehículos culturales, como la lengua, la escolástica y la teología. Se tradujo la Biblia a un buen número de lenguas precolombinas (todas ágrafas hasta la llegada de los españoles), tales como el quechua o el nahuatl. Se fundaron 25 universidades y un gran número de Colegios Mayores, abiertos a cualquier súbdito de la corona española; algunas de estas universidades se crearon un siglo antes que los ingleses fundaran la primera en sus colonias americanas: la de Harvard, en 1636. El caso de los Estados Unidos también es paradigmático de lo que ha sido y es un imperio depredador, en las antípodas del Imperium Hispánico. Allá por el siglo XVII era la doctrina del Destino Manifiesto la que guio en buena medida los ímpetus colonialistas estadounidenses. Protestantes en general y puritanos en particular llegados al territorio de las 13 colonias la esgrimieron como argumento expansionista. Según ellos los nuevos colonos habrían sido designados por Dios para, al igual que los judíos con la tierra prometida de Israel, tener su tierra de promisión. La conquista de nuevos territorios y el consiguiente enriquecimiento económico serían signos de la elección previa que de ellos habría hecho el Altísimo; en la línea, esta idea, de los dogmas calvinistas que, por otro lado pero en esta misma línea, tanto han contribuido a la posterior aparición y expansión del capitalismo (contribución, decíamos, esencial del calvinismo en particular al igual que del protestantismo en general). Esa doctrina del Destino Manifiesto adquirió nuevos vuelos desde fines del siglo XVIII (con la independencia de las 13 colonias) y ha llegado hasta nuestros días con la convicción de que los estadounidenses han sido elegidos por la divinidad para exportar e implantar (por las buenas o por las malas) la democracia a todo el orbe. Su imperialismo, pues, hinca su fundamento en el principio de una soberanía popular (tan cara a la democracia) por la cual el poder no viene legitimado por lo Alto (no tiene un origen sagrado) sino por lo bajo, por un demos que un día puede establecer, por la mitad más uno de los votos, que los valores a defender son unos para al día siguiente elegir otros, vapuleando así cualquier vigencia de las Verdades y los Valores Eternos que siempre dieron estabilidad a las sociedades Tradicionales y siempre fueron sus puntos de referencia Superiores. No desvelamos ninguna evidencia que no se sepa si denunciamos que tras este «generoso» y «desprendido» afán de expandir la democracia por el planeta se esconden indisimulados intereses económicos que, en su avaricia, no tienen límite con respecto a ningún confín del mundo.
«Los Estados ya han defenestrado cualquier aspiración a constituir unidades políticas que los sobrepasen y que tengan la mira enfocada en un objetivo Elevado, pues, por contra, ya no aspiran a restaurar el Imperium». ¿Es todavía posible recuperar el Imperium y la Tradición?
La Restauración del Orden Tradicional y de su forma Imperial se nos antoja harto complicada dados los tiempos de disolución por los que, en todos los órdenes, atravesamos, pero ello no es óbice para que sostengamos que no es imposible que ello pueda acaecer. Ya el antes mencionado Hesíodo escribió en su obra Trabajos y días que hasta en las épocas de mayor dispersión y de mayores tribulaciones era posible restaurar la Edad de Oro de la que hablaba la mitología griega. El hombre no es un ser fatal, con un destino irremisiblemente escrito de antemano. Para la Tradición el hombre es libre para trazar su camino, tanto interior como exterior, al igual que atesora esa libertad que le puede posibilitar el emprender una lucha que tenga como fin el de voltear el desorden imperante y alumbrar una nueva era liberada de las pesadas y enajenantes cadenas y cargas que el mundo moderno ha ido colocando desde hace ya mucho tiempo en ese afán por bestializar al hombre amputándole su dimensión Trascendente.
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