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De nada vale razonar con esta gentuza de cloaca. Argumentar, y decir lo que venimos repitiendo siempre, esto es, que la verdad viene determina por los hechos, y no por la explicación interesada de los mismos. Que la historia es la narración de lo que ha sucedido, y tal como ha sucedido, y que en la memoria predominan los juicios de valor llevados por los sentimientos. Pero de nada vale argumentar así, porque lo propio de esta gentuza es fabricar un constructo histórico a su medida. Va en su naturaleza. Lo ha sido siempre, lo es ahora y lo será en el futuro.  

    Ahora bien, que nadie se confunda ahora que por fin se le han visto las orejas al lobo, porque, por más disparatada que sea esta ley (Memoria Democrática Socialista) y por más división que esté creando, estaba en el orden de las cosas que no se supo ver.

    Así, por encima de lo que se nos advirtió en las pocas líneas de un Testamento, que algunos no supieron interpretar como el magisterio de un Caudillo, cuatro cuestiones se obviaron.

    Primera. El significado y la significación de la Victoria del 1 de abril de 1939, que desde su inició sostuvo una Cruzada en defensa de lo que verdaderamente estuvo en peligro de liquidarse: la existencia de la Iglesia católica, la fe cristiana y la unidad e integridad de España.

    Habida cuenta de esta triple transcendencia no debe sorprendernos que nuestra Cruzada, como fue calificada por el Magisterio infalible de la Iglesia católica, sea uno de los temas más tratados de la Historia mundial. De ahí, que constituyera y siga constituyendo uno de los acontecimientos claves no solo de la historia de España, sino de la historia de Europa y de la historia del mundo occidental. Bien es cierto que gran parte de la bibliografía que la trata está adulterada por interpretaciones simplistas, visiones interesadas y análisis sustentados en la memoria selectiva de malvados e ignorantes. 

    Siendo que el 18 de julio, que había tenido dos antecedentes de signo contrario: agosto de 1932 y octubre de 1934, fue el desenlace inevitable, necesario y justo ante un estado de cosas a las que había que poner fin. De ahí la división que se produjo entre la población española y en la opinión mundial.

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    Segunda. La pregunta que intencionadamente se obvió, ¿tenía viabilidad el Régimen del 18 de Julio tras el fallecimiento de Franco, habida cuenta de que el régimen estaba suficientemente garantizado por el respaldo de lealtad a la memoria y a la obra de Franco en la inmensa mayoría de los españoles, así como en la proyección de desarrollo y evolución homogénea que se hubiera sostenido?

    Tercera. No haber advertido las dos ofensivas que denunció Blas Piñar (contestando el 24 de octubre de 1975 a una pregunta de Radio Nacional): “Una de terror, pretendiendo desmoralizarnos. Y otra de penetración ideológica y táctica, con el propósito de engañarnos”.

    Cuarta. La actitud de la Monarquía, que “traicionando su legitimidad de origen, buscó otros respaldos, aturdida por campañas con pretexto de ampliar la base monárquica”, que igualmente denunció Blas Piñar.

    No nos confundamos ahora, o queramos ponernos dignos. La mayor ignominia que ya ha conseguido la ley de Memoria Socialista ha sido la profanación de los restos mortales del Caudillo de la Basílica del Valle de los Caídos, propiedad de la Iglesia. Cuya profanación consintió el Vaticano, dirigido por Francisco, y las Fuerzas Armadas de España, pese a que Franco sigue figurando como el mejor y más valiente soldado, a perpetuidad “Generalísimo de los Ejércitos”.

    A partir de ese acto, todo es y será posible. En cuanto a los restos mortales de José Antonio, depende de su familia. Y en cuanto a profanar nuevamente la Basílica, depende nuevamente de Bergoglio y de la Conferencia Episcopal Española que cada día se está quedando con menos fieles.

 

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Pablo Gasco de la Rocha
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