09/01/2025 13:31

Las gentes de bien, en su ignorancia, quisieran que Dios sólo tuviera oídos para escuchar las plegarias de los hambrientos y usurpados, de los que sufren persecución por la falsa justicia, pero ¿por qué el Dios eterno va a preocuparse de las briznas que somos los seres humanos? ¿Con qué derecho le suplicamos al Señor del Cielo y de la Tierra? ¿Quiénes somos nosotros para rogarle a Él, soplos de nada, que hemos venido al mundo sin pedirlo, y que así nos iremos, después de sufrir las bajezas de la vida, colmados de insatisfacciones y de preguntas sin respuesta?

El universo, Dios, y con Él su Reino, son un arcano para nosotros. Nosotros no estamos aquí para comprender la vida, sino para vivirla y, dando tumbos, tantearla e indagarla. Y es en ese afán por inquirir la trascendencia donde reside nuestra religiosidad. Porque el ser humano, más allá de un ser social es, sobre todo, un ser religioso. Y todo lo que no comprende lo llama Dios. Si Heráclito, Parménides o Pitágoras, si tantos sabios, poetas y filósofos antiguos, incluidos los padres de la Iglesia, no lograron comprender el mundo, desvelar el alma, ni alcanzar a Dios en la totalidad y magnificencia de sus fines, nosotros, motas de polvo en el desierto, que hemos llegado después que ellos, sólo podemos callar. Permanecer silentes y al acecho tras intuir que nuestros pensamientos no son los de la Divinidad, ni nuestros caminos los suyos.

No obstante, el ser humano no puede dejar de vivir en la más absoluta contradicción. Y así, cuando las respuestas están fuera de su alcance, no tiene más remedio que interrogar al Creador, a pesar de sólo recibir silencios. Y ello, hoy, enfrentado además a los poderes institucionales, que han decidido descubrir el cosmos por su cuenta, como nuevos ángeles rebeldes; y en contra también de la propia Iglesia, cuyo teórico trabajo consiste en transformar aquellos terribles demonios que los hombres llaman oro y soberbia y convertirlos en oración.

Pero ni la Iglesia ni los nuevos espíritus celestiales insurrectos están actualmente por la labor de abrir los ojos para ver a Dios. Ni para soñar con otros mundos que no sean los de su avaricia y sedición. Ellos pretenden en su impertinencia crear una nueva divinidad y transformar el orbe a imagen y semejanza de su Becerro de Oro Globalista. Y si se les preguntara por sus endiosadas razones, seguro que responderían, preguntando a su vez: «¿no es crear dioses lo que han hecho los hombres a lo largo de su historia?».

De ahí que los espíritus libres, columbrando que a la Providencia no le gustan las espaldas dobladas ni las manos ociosas; que en esta hora no hay lugar para los impotentes, los charlatanes, los cobardes ni los indiferentes, se han levantado al alba dispuestos a proseguir la batalla recién nacido el año. Y sobre sus fatigadas, pero magnánimas cabalgaduras seguirán peleando contra los parlamentos traidores, contra los falsos monarcas, contra los políticos corruptos que borran surcos, cortan de raíz los frutos, desolan aldeas, derriban cruces, provocan riadas y llenan los caminos de huérfanos, viudas y miseria.

Porque quien haga de su vida un objetivo de justicia, quien se sienta integrado en la armonía de la naturaleza, quien viva en sí la inherente religiosidad del universo, quien sepa descifrar la voz de la lluvia y conozca los significados del crepúsculo, quien comprenda las miradas de dolor de los expoliados o no haya levantado la mano jamás contra los débiles, ése quizá pueda llegar al reino de los cielos y alcanzar la verdad.

¿Infierno eterno o Paraíso eterno? Tal vez ambos estén aquí junto a nosotros y, por eso, nuestros hechos aquí en la tierra lo decidirán. Cuanto más grande es un alma, tanto más extensa es la palestra en la que debe combatir persiguiendo a la injusticia. Gran error es poner límites al alma; humillarla y decirle: «¡no puedes ir más allá!». Combatamos, pues.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Alvar

Un español de verdad no se rinde jamás, aunque se hunda el mundo.
Y como dijo algún militar célebre que no recuerdo: «Señores, nos tienen rodeados así que no se nos pueden escapar».

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