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Pues sí, ahora que las “niñas comunistas” (Irene Montero, Ione Belarra, Yolanda Díaz y otras desconocidas hasta en su casa) están poniendo de moda el comunismo y hasta viajan a costa de los “cobardicas españoles” (Núñez Feijóo y compañía) a Estados Unidos para darse un garbeo por Manhattan y comprarse ropa interior en la Quinta Avenida otros, este viejo en concreto, nos hemos pasado el fin de semana leyendo, encerrado en un apartamento de 60 metros cuadrados una obra increíble, que no conocía y que me ha puesto la carne de gallina. ¿Cómo es posible que de esa obra apenas sí se haya hablado o se hable en España?

Se trata de “El gran terror. Las purgas de Stalin de los años 30” (edición 1968) del Profesor Universitario Robert Conquest, Doctor por Hardward y Conferenciante asiduo del “Chichester college” Oxford y  Cambridge, en la que se narra con todo lujo de detalle lo que fueron “Las purgas de Stalin”, y aquel holocausto que arrastró a la muerte a más de 15 millones de rusos, entre 1933 y 1939 (aunque el Premio Nobel Solzhenitsyn en su “Archipiélago GulagUn día en la vida de Iván Denísovich” habla de más de 30 millones, aunque naturalmente, incluyendo la II Guerra Mundial.

La obra de Conquest es el mayor alegato contra lo que fue y son las dictaduras comunistas. Por su interés voy a tratar de resumirlas para los lectores de “El Correo de España” y para los “cobardicas moderados” que todavía piensan que los comunistas pueden ser demócratas y defensores de los pactos y el dialogo.

El propio autor de “El terror de Stalin” escribe en el “Pre-facio”:

Es un particularmente apropiado momento para colocar ante el público una reevaluación de El Gran Terror, que avasalló a la Unión Soviética en la década de 1930.

Primero, nosotros tenemos ahora suficiente información para establecer casi todo eliminando cualquier disputa.  Segundo, El Terror, es, en  el presente inmediato de la década de 1990, un asunto político y humano en la URSS. Esto quiere decir, es la más asombrosa, la más crítica, y la más importante agenda del mundo de hoy.

Mi libro El Gran Terror fue escrito hace veinte años (aunque cierta cantidad de material adicional entró en ediciones publicadas a comienzos de la década de 1970).

El breve período de la revelación Krushcheviana había proporcionado suficiente nueva evidencia, en conjunto con la masa de reportes no-oficiales anteriores, para darle a la historia del período detalles considerables y mutuamente confirmatorios. Sin embargo, había mucho que permanecía como deducción, y hubo vacíos ocasionales, o inadecuadamente verificadas probabilidades, que hacían imposible la certidumbre.

Durante los años desde entonces, El Gran Terror se mantuvo como el único completo registro histórico del período –como de hecho, lo hace hasta el día de hoy. Fue recibido como tal, no sólo en Occidente sino también en la mayoría de los círculos en la Unión Soviética. Yo rara vez conocí a un funcionario, académico (o emigrado) soviético, que no lo hubiese leído en inglés, o en una edición rusa publicada en Florencia, o en samizdat [1]; tampoco ninguno de ellos cuestiona su exactitud en general, aún si es capaz de corregir o enmendar unos pocos detalles.

 

Moscow News últimamente notó que la edición  rusa  de  ultramar había ―llegado  a  través de canales no-oficiales a la Unión Soviética, y rápidamente circuló entre la intelligentsia, y fue valorada por ellos como una de las más significativas investigaciones extranjeras de la historia soviética‖. Y finalmente, fue publicado por capítulos en el periódico político-literario soviético, Neva en 1989-1990, marcando una confirmación adecuada del status del libro. Pero no meramente su status como un trabajo de historia: el editor en jefe de Neva (quien es también un Diputado del Pueblo), mientras lo describe como ―por mucho la más seria‖ investigación del período, añade que Neva ―lucha por promover la creación del imperio de la ley y la profundización de la  democracia  en  nuestra  sociedad.  Nosotros  consideramos  que  el  trabajo de R. Conquest desarrolla precisamente esta idea‖.

 

Pero El Gran Terror ha estado fuera de imprenta por un número de años,  y  mucho nuevo material se ha mientras tanto acumulado: primero en los escritos en  samizdat  de finales de la década de 1970 y comienzos de 1980, y después desde 1987 en adelante, en una masa de nueva evidencia en publicaciones soviéticas del período del Glasnost.

El Gran Terror, todavía tiene que depender  en  gran  medida  de  material  proporcionado por emigrados, desertores, y otro material no-oficial. Al igual que con la escritura de historia antigua, era un asunto de balancear y evaluar material incompleto, parcial y desequilibrado— y no, como en el caso de escribir historia occidental moderna, el despliegue, adicionalmente a éstos, de archivos oficiales adecuados y creíbles. Alguna información estaba, por supuesto, disponible en fuentes oficiales soviéticas del período, pero todos  los principales hechos habían sido falsificados o suprimidos en gran escala; y la contribución kruscheviana, aunque de gran importancia, estaba lejos de ser exhaustiva o decisiva.

Yo imprimí en El Gran Terror una larga nota bibliográfica, en la cual expliqué porqué y hasta cual punto yo aceptaba (no siempre en cada detalle), el material de Nicolaevsky, Orlov, Barmine, Krivitsky, Weissberg, y otro material publicado en Occidente.

Ya que tales recuentos han sido ahora abrumadoramente confirmados en recientes publicaciones soviéticas, no se ha pensado necesario imprimir tal nota en el presente libro, porque él aparece en el período cuando Glasnost ha confirmado la exactitud general de tal testimonio y colocado los largamente suprimidos hechos de El Terror más allá de cualquier seria controversia.

Es cierto, que esto todavía, cuando escribo, no ha sido hecho sistemáticamente, sino en una serie de artículos dispersos. Pero éstos se han acumulado suficientemente para hacer una completa reevaluación del El Gran Terror, tanto útil, como necesaria. Esto es especialmente cierto de eventos específicos como el Juicio Tukhachevsky; el ―Pleno Febrero- Marzo‖ de 1937; el destino de Yezhov; los desarrollos a finales de 1936, y fenómenos similarmente importantes.

Aún así, mientras el nuevo material extiende nuestro conocimiento, él confirma la solidez general del recuento proporcionado por El Gran Terror. Y, mientras en esta reevaluación yo he sido en consecuencia capaz de proporcionar un recuento grandemente mejorado de esos años, no he hecho ningún cambio por el sólo hecho de hacerlo.

En la preparación de este libro, le  debo  mi  agradecimiento  sobre  todo  al  Profesor Stephen F. Cohen y al Dr. Mikhail Bernstam;  a  Nancy  Lane,  por  ayuda  y  estímulo  sin  fin;  a Irene Pavitt, por sus habilidades  editoriales;  a  Kate  Mosse;  a  Delano  DuGarm,  por irremplazable investigación y otra asistencia; a Semyon Lyandres; a Susan Rupp; una vez más a Amy Desai, por su siempre  admirable  labor  secretarial;  al  Programa  John  Olin  para  el Estudio de  la  Unión Soviética y  Europa Oriental  de  la  Hoover  Institution; y,  como  siempre,  a mi esposa.

C.

Stanford Enero de 1990

 

LAS RAÍCES DEL TERROR

EL PARTIDO DE LENIN

 El Gran Terror de 1936 a  1938  no  salió  de  la  nada.  Al  igual  que  cualquier  otro fenómeno histórico, tuvo sus raíces  en el pasado.  Sin duda  sería  equivocado  argumentar  que éste surgió inevitablemente de la naturaleza de la sociedad soviética y del Partido Comunista. El, fue en sí mismo un medio de forzar el cambio violento sobre esa sociedad y ese partido. Pero al mismo tiempo, no podría haber sido lanzado excepto contra el extraordinario telón de fondo idiosincrásico del  gobierno  Bolchevique;  y  sus  especiales  características.  Algunas  de ellas difícilmente creíbles para mentes extranjeras, se derivan de una tradición específica.

A las ideas dominantes del período de Stalin, la evolución de los oposicionistas, las mismísimas confesiones durante los grandes juicios-espectáculo, difícilmente puede seguírseles la pista, sin considerar, no tanto la totalidad del pasado soviético,  sino  el desarrollo del Partido, la consolidación de la dictadura, los movimientos sectarios, el ascenso de los individuos, y la emergencia de medidas económicas extremas.

Después de su primer accidente cerebro-vascular del 26 de mayo de 1922, Lenin, cortado hasta cierto punto de las cercanías de la vida política, contemplaba los inesperados defectos que habían surgido en la revolución que él había hecho.

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El ya le había remarcado, a los delegados  del  Xmo  Congreso  del  Partido,  en  marzo  de 1921, ―Nosotros hemos fallado en convencer a  las  amplias  masas‖.  El  se  había  sentido obligado a excusar la baja calidad de muchos miembros del Partido: ―Ningún movimiento profundo y popular en toda la historia, ha  tenido  lugar  sin  su  cuota  de  suciedad,  sin aventureros y testaferros, sin elementos pedantes y ruidosos… Un partido gobernante inevitablemente atrae oportunistas‖. El había notado que el Estado Soviético tenía ―muchas deformidades burocráticas‖, hablando de ―que ese mismo aparato ruso… tomó prestado del zarismo y apenas lo cubrió con  una  delgada  capa  soviética‖.  Y  justamente  antes  de  su accidente cerebro-vascular él había notado ―la prevalencia de personales malicias y rencores vengativos‖ en los comités a cargo de purgar al Partido‖.

Poco después de su recuperación de su primer accidente cerebro-vascular, él estaba remarcando ―Nosotros estamos viviendo en un mar de ilegalidad‖, y observando, ―Las semillas en la espiga comunista carecen de cultura general‖;  la cultura de las clases medias en Rusia era ―desconsiderada, degradada, pero en cualquier caso, mayor que la de nuestros responsables comunistas‖. En el otoño, él estaba criticando el descuido y el parasitismo, e inventó frases especiales para las pedanterías y las mentiras de los comunistas: ―Com- pedanterías y Com-mentiras‖.

En su ausencia, sus subordinados estaban actuando más inaceptablemente que nunca. Sus críticas, hasta ahora, habían sido reservas ocasionales murmuradas en los intervalos de la azarosa actividad política y gubernamental. Ahora ellas se habían convertido en su preocupación  principal.    El  halló  que  Stalin,  a  quien  como  Secretario  General  él  había  confiado la maquinaria del Partido en 1921, estaba persiguiendo incansablemente al Partido

 en Georgia. El emisario de Stalin, Ordzhonikidze, hasta había golpeado al líder comunista de Georgia, Kabanidze. Lenin estaba a favor de una política de conciliación con Georgia, donde la población era sólidamente anti-Bolchevique y apenas acababa de perder su independencia ante un asalto del Ejército Rojo. El argumentó fuertemente en contra de Stalin.

Fue en ese momento cuando él escribió su ―Testamento‖. En el, él dejó claro que desde su punto de vista, Stalin era, después de Trotsky, el líder ―más capaz‖ del Comité Central; y lo criticó, no como lo hizo con Trotsky (por una ―demasiado extendida auto confianza y una disposición a estar muy atraído por puramente el lado administrativo de los asuntos‖), sino solamente por haber ―concentrado un enorme poder en sus manos‖ que él no estaba seguro que  Stalin  siempre  sabría  como  usar  con  ―suficiente  precaución‖.    Unos  pocos  días  después, Stalin había usado un lenguaje obsceno y amenazado a la esposa de Lenin, Krupskaya, en conexión con la intervención de Lenin en el asunto georgiano. Lenin añadió una posdata al Testamento recomendando la remoción de Stalin de la Secretaría General por su rudeza y caprichos—por ser esas características incompatibles; sin embargo, sólo en relación con ese cargo en particular. Con todo, las reservas hechas sobre Trotsky deben parecer más serias cuando ellas se relacionan a la política propiamente dicha, y su ―habilidad‖ para ser un ejecutor administrativo en vez de un líder potencial en todo su derecho. Sólo es justo añadir, que fue a Trotsky a quien Lenin acudió por apoyo en sus últimos intentos para influenciar en  las políticas; pero Trotsky falló en llevar a cabo los deseos de Lenin.

El Testamento, estaba relacionado con evitar una separación entre Trotsky y Stalin. La solución propuesta—un incremento del tamaño del Comité Central—fue fútil. En sus últimos artículos, Lenin se dedicó a atacar ―al desgobierno burocrático y al deseo de imponer la voluntad propia‖, habló de la condición de la maquinaria del Estado como ―repugnante‖, y concluyó apesumbradamente, ―Nosotros carecemos de suficiente civilización que nos capacite para pasar derecho al Socialismo a pesar de que tenemos los requisitos políticos‖.

―Los requisitos políticos…‖—pero éstos eran precisamente la actividad del Partido y del liderazgo gubernamental que él estaba condenando en la práctica.

Durante los pasados  años  él  personalmente  había  lanzado  el  sistema  de  gobierno  por un partido centralizado en contra—si fuese necesario, de todas las otras fuerzas sociales. El había creado a los Bolcheviques, el  nuevo  tipo  de  partido,  centralizado  y  disciplinado,  en primer lugar. El había preservado su identidad en 1917, cuando antes de su llegada desde el exilio, los líderes bolcheviques se  habían  alineado  ellos  mismos  en  un  curso  de  conciliación con el resto de la Revolución. Existe  poca  duda  de  que  sin  él,  los  Social  Demócratas  se hubieran reunificado y hubieran adoptado la posición normal de tal movimiento en el Estado. En vez de eso, él había mantenido intactos a los  bolcheviques,  y  luego  buscó y ganó  el  poder para ellos solos—de nuevo en contra de mucha resistencia de sus propios seguidores.

Está claro en los reportes de la reunión del Comité Central nueve días antes  de  la Revolución de Octubre de 1917, que la idea del alzamiento ―no era popular‖, que ―las masas recibieron nuestro llamado con perplejidad‖. Hasta los reportes de  la  mayoría  de  las guarniciones fueron tibios. La toma del poder fue, de hecho, una  operación  casi  puramente militar, llevada a cabo por un pequeño número de Guardias Rojos, sólo parcialmente por las fábricas, y  un  bastante  grande  grupo  de  soldados  bolcheviques.  Las  masas  trabajadoras fueron neutrales.

Entonces, y en la  Guerra  Civil  que  siguió,  con  atrevimiento  y  disciplina,  unos  pocos miles de camaradas se impusieron ellos mismos sobre Rusia, en contra los  variados representantes de todas las tendencias políticas y sociales, y con el cierto prospecto de aniquilación unida si ellos fallaban.

Los ―Viejos Bolcheviques‖ entre ellos tenían el prestigio de los años de la clandestinidad, y la evidente visión a largo plazo que los había conducido a ellos a formar tal partido, le dio a ellos un caché especial: el  mito de El  Partido; y la fuente  de sus cuadros dirigentes, justo hasta mediados de la década de 1930, fue la lucha clandestina.

 

Pero la fuerza vital que formó a aquellos preocupados por un Partido controlador del poder, fue la Guerra Civil, la lucha por el poder. Ella transformó al nuevo partido de masas en una endurecida y experimentada maquinaria en la cual la lealtad a la organización estaba por encima de cualquier otra consideración.

Cuando la Guerra Civil finalizó, los Mencheviques y los Socialistas Revolucionarios, comenzaron a ganar terreno rápidamente. Los miembros de los sindicatos se alejaron de los Bolcheviques.  Y a medida que el fracaso del primer intento de imponer un estricto control de la economía por parte del Estado se hizo obvio, Lenin comenzó a darse cuenta que continuar con esa línea conduciría a la ruina. El determinó la retirada económica de lo que iba a ser la Nueva Política Económica. Pero con esta admisión de que los Bolcheviques habían estado equivocados, se abrió la vía para partidos moderados, hacia los cuales ya los trabajadores estaban acudiendo, para reclamar poder político.

En el Xmo Congreso del Partido, en mayo de 1921, Radek, con mucha más franqueza que Lenin, puso los puntos sobre la íes al explicar que si los Mencheviques eran dejados a su libre albedrío, ahora que los Comunistas habían adoptado su política, ellos  demandarían poder político; mientras que conceder libertad a los Socialistas Revolucionarios cuando la ―enorme masa‖ de campesinos era opuesta a los Comunistas,  sería  suicidio.  Ambos,  ahora tenían que  ser,  o  completamente  legalizados,  o  completamente  suprimidos.  El  último  curso fue naturalmente seleccionado.

El Partido Menchevique, que había operado bajo enormes desventajas pero no había sido completamente ilegalizado, fue finalmente aplastado. Siguieron los Socialistas Revolucionarios, recibiendo el golpe mortal en el juicio a sus líderes en 1922.

Dentro del mismo Partido Comunista, centros de descontento, hasta  cierto  punto ligados a los sentimientos de los trabajadores, se habían conformado: los Centralistas Democráticos, liderados por Sapronov; y la Oposición de los Trabajadores, liderados por Shlyapnikov. El último estaba a favor de por lo menos libertad de discusión  dentro  del Partido, y ambos se oponían a la creciente burocratización—aunque a menudo contra la oposición comunista, Lenin fue capaz de preguntar a Shlyapnikov y a sus seguidores, porqué ellos no habían sido unos oponentes tan incisivos de la burocracia del partido cuando ellos mismos ocupaban cargos en el Gabinete.

En el Xmo Congreso  del  Partido,  Lenin  había  repentinamente  introducido  dos resoluciones  prohibiendo  la  formación  de  tales  grupos,  o  ―facciones‖,  dentro  del  Partido.  A partir de ese momento, la Policía Secreta se dedicó a suprimir grupos aún más radicales que rehusaban desbandarse. Pero  su  jefe,  Dzerzhinsky,  halló  que  hasta  muchos  miembros  leales del Partido consideraban a aquellos que pertenecían a tales grupos como camaradas, y se rehusaban a testificar en contra de ellos.  El fue hasta  el Politburó para obtener  una decisión oficial de que era la tarea oficial de cada miembro del Partido, denunciar a otros miembros del Partido que se  involucraban  en  agitación  contra  el  liderazgo.  Trotsky  señaló,  que  por supuesto, era una obligación ―elemental‖ de los miembros, denunciar a los elementos hostiles de las ramas del Partido.

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El grupo ilegal ―Verdad de los Trabajadores‖ comenzó emitiendo a finales de 1922, proclamaciones atacando a la ―nueva burguesía‖; hablando de ―el golfo entre el Partido y los trabajadores‖; de ―explotación implacable‖.  La  clase,  añadían  ellos,  que  se  suponía  que debería estar ejerciendo la dictadura, estaba ―de hecho deprimida de los más elementales derechos políticos‖. Y de hecho el Partido, que había aplastado a los partidos de oposición y había abiertamente negado los derechos a la mayoría no-proletaria en nombre de la lucha de clases del proletariado, estaba al borde de romper  su  último  significativo  vínculo  con  una lealtad fuera de sí mismo.

Cuando la Asamblea Constituyente, con su muy grande mayoría anti-Bolchevique, fue dispersada a la fuerza en enero de 1918, casi tan pronto como se reunió, Lenin había proclamado abiertamente que ―los trabajadores‖ no se someterían a una mayoría ―campesina‖. Pero      tan                  temprano            como  1919   él         halló   necesario       remarcar        que     ―nosotros    no reconocemos, ni libertad, ni igualdad, tampoco democracia laboral (itálicas del autor] si ellas son opuestas a los intereses de la emancipación de la mano de obra de la opresión  del capital‖.          En general, la misma clase trabajadora comenzó a ser considerada como no- confiable.                            Lenin insistió que la ―violencia revolucionaria‖ también era esencial contra los

 

elementos bajos de las masas trabajadoras que fallaban o estaban sin control‖. El Comunista de ala derecha, Ryazanov, lo regañó. Si el proletariado estaba siendo disminuido  con elementos no-confiables ¿En quienes nos apoyaremos?.

La respuesta esperada era—sólo en el Partido. A comienzos de 1921 se había hecho obvio que los trabajadores se oponían al Partido. Karl Radek, dirigiéndose a los cadetes del Colegio de Guerra, puso el caso claramente:

 

El Partido es la vanguardia políticamente consciente de la clase trabajadora. Nosotros estamos ahora en un punto donde los trabajadores, al final de su aguante, se  rehúsan a seguir más a una vanguardia que los conduce a la batalla y  al  sacrificio… ¿Debemos nosotros ceder a los clamores de los trabajadores que han llegado al límite de sus paciencias pero que no entienden sus verdaderos intereses como lo hacemos nosotros?. Su estado mental es, al presente, francamente reaccionario. Pero el Partido ha decidido que nosotros no debemos ceder, que nosotros debemos imponer nuestra voluntad hasta la victoria sobre nuestros exhaustos y descorazonados seguidores‖.

La crisis llegó en 1921, cuando una ola de huelgas  y  protestas  barrió  Petrogrado,  y culminó en la revuelta de marzo de la base naval de Kronstadt.

Kronstadt vio al Partido alineado finalmente contra el pueblo. Hasta los Centralistas Democráticos y la Oposición de los  Trabajadores, se lanzaron a sí mismos a la batalla contra los marineros y los trabajadores. Cuando llegó al punto, la lealtad al Partido se reveló a sí misma, como el supremo motivo.

La guerra era librada abiertamente con la idea de un socialismo radical libertario, de una democracia proletaria. En el otro lado, sólo quedaba la idea del Partido.

El Partido, cercenado de su justificación social, ahora descansaba sólo sobre dogmas.

 Se había convertido, en la forma más clásica, en un ejemplo  de  secta,  un  fanatismo.  El asumía, que el apoyo popular o proletario, podía descartarse, y la sola integridad de motivo sería adecuada; justificaría cualquier cosa en el largo plazo.

En consecuencia, la mística del Partido se desarrolló a medida que el Partido se hizo consciente de su aislamiento. Al principio, el había ―representado‖ al proletariado ruso. Aún cuando ese proletariado daba señales de flaqueza, el Partido todavía lo ―representaba‖ como una avanzada de un proletariado mundial, con  cuyas  organizaciones  el  se  uniría  en  poco tiempo, cuando la Revolución Mundial, ó la Revolución Europea, fuese completada.

Sólo cuando las revoluciones en Occidente fracasaron en madurar, fue  cuando  el Partido fue en forma completamente evidente, dejado representando a nadie, o no a muchos en el mundo actual.  El ahora sentía que representaba no tanto al proletariado ruso tal cual

 existía,  sino  a  los  futuros  y  reales  intereses  de  ese  proletariado.    Su  justificación  ya  no

 provenía de la política de la actualidad, sino de la política de las  profecías. De  su  seno interior, de las ideas en las mentes de sus miembros líderes, emanaban las fuentes de su lealtad y solidaridad.

Adicionalmente, Lenin había establecido dentro del Partido todas las semillas de una actitud burocrática centralizada. El Secretariado, mucho antes de que fuera asumido por Stalin, estaba transfiriendo a funcionarios del Partido por razones políticas. Sapronov había notado que los comités locales del Partido estaban siendo transformados en cuerpos designados, y él firmemente, le planteó el asunto a Lenin: ―¿Quién designará al Comité Central?. Quizás las cosas no lleguen a ese estado, pero si lo hiciesen, la Revolución habrá sido perdida en un juego‖.

Al destruir la tendencia ―democrática‖ dentro del Partido Comunista, Lenin en efecto lanzó el juego a los manipuladores de la maquinaria del Partido. De allí  en  adelante,  el aparato iba a ser primero la más poderosa y después la única fuerza dentro del Partido.

La respuesta a la pregunta ―¿Quién gobernará a Rusia? Se convirtió simplemente en

―¿Quién ganará la pelea entre facciones confinada a una estrecha sección del liderazgo?‖. Los candidatos al poder ya habían mostrado su cartas.

Cuando Lenin yacía en la penumbra de la larga declinación desde su último accidente cerebro-vascular, luchando por corregir todo esto, ellos ya estaban enfrascados en el primer round de la lucha que culminaría en La Gran Purga.

 

 

 

Arrestos y condenas de la policía secreta (OGPUNKVD), 1930-193910

 

Año

Arrestos

Condenados

Condenas

 

Ejecutados

A campos y prisión

Exilio

Otros

 

1930

331.544

208.069

20.201

114.443

58.816

14.609

 

1931

479.065

180.696

10.651

105.683

63.269

1.093

 

1932

410.433

141.919

2728

73.946

36.017

29.228

 

1933

505.256

239.664

2154

138.903

54.262

44.345

 

1934

205.173

78.999

2056

59.451

5994

11.498

 

1935

193.083

267.076

1229

185.846

33.601

46.400

 

1936

131.168

274.670

1118

219.418

23.719

30.415

 

1937

939.750

790.665

353.074

429.311

1366

6914

 

1938

638.509

554.258

328.618

205.509

16.842

3289

 

1939

 
 

2552

54.666

3783

2888

 

 

Sin embargo lo más valioso de la obra de Robert Conquest es la documentación que ofrece, que no ha podido ser rebatida ni por las propias organizaciones comunistas ni por la “Agit-pro”. Como podremos ver en días siguientes.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.