05/07/2024 20:09
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“Ramón, no olvides que llevas en tus manos a España y que en tus manos encomiendo la Patria… y que yo aceptaré lo que tu decidas en el “Berghof”

En 1969-70 le conocí en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Yo era ya profesor y él, alumno. Lo que quiere decir que soy más viejo que él y le traté algo cuando le convoqué como conferenciante a las “I Jornadas Serrano Súñer” el año 2013. Entonces habló, y publicada está la conferencia, sobre el “Serrano Súñer, Ministro de Interior y Ministro de Gobernación”.

 

Pero le admiro por su obra escrita: “Los mitos de la Guerra Civil”, “Los orígenes de la guerra”, “La Segunda República”,  “Los personajes” y “Años de hierro”… que he leído, comentado y aplaudido, por su rigor histórico y documental, pero también por su valor y contumacia en defensa de la verdad de la República, del Alzamiento y de Franco y del franquismo. En casi todo hemos coincidido. 

Hoy, sin embargo, me dirijo a él porque quiero ofrecerle mi humilde ayuda a la pregunta que hace unos días se hacía en estas mismas páginas: “¿Por qué Hitler no invadió España, pese a la importancia de los intereses en juego?” y como esa misma pregunta fue la que yo le hice un día al mismísimo don Ramón Serrano Súñer y tengo anotada la versión que me dio a lo largo de las muchas conversaciones que tuve con él (17 años hablando casi a diario de todo lo que fue su vida pública) me place ofrecerle, por si le sirve para algo, lo que escribí hace ya años del tema. A sabiendas de que, seguramente, nada le voy a descubrir al hombre que ahora mismo mejor conoce la Historia de ese tiempo… salvo, quizás, la última entrevista que don Ramón tuvo con Hitler, y que mantuvo en secreto mientras vivió. Afortunadamente para la Historia a mi me la contó y pude trasladársela al profesor Togores para su conferencia sobre Hendaya en aquellas “I Jornadas” de las que he hablado.

 

 

Así me contó sus viajes a Berlín

 

PRIMERA PATRAÑA. Se le acusó de haber sido el máximo defensor de que España entrara en la Guerra Mundial al lado de la Alemania Nazi. ¡Mentira total! Porque la Historia ha demostrado que fue todo lo contrario, que fue don Ramón quien evitó, enfrentándose al mismísimo Hitler, la incorporación a los frentes de batalla. 

 

Y eso no lo dijo ningún español, eso lo dijo el general Jodl, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Alemania y asesor militar especial del Führer. En su Diario dejó escrito: “La resistencia del ministro español de Asuntos Exteriores, señor Serrano Súñer, ha desbaratado y anulado el plan de Alemania para hacer entrar a España en la guerra a su lado y apoderarnos de Gibraltar”. Esas palabras fueron publicadas en todos los periódicos del mundo y figuran en los documentos de Nuremberg. Aquí hubo especial interés en que no se conocieran. Como tampoco los franquistas más franquistas quisieron que se publicaran las palabras que el mismo general pronunció en un discurso dirigido a los “gauleiters” reunidos en Munich el 7 de septiembre de 1943. En aquella ocasión Jold atacó duramente a Serrano Súñer (que ya no estaba en el Gobierno) y le hizo responsable de la frustración del plan alemán para entrar en España y conquistar Gibraltar. “Ese jesuítico ministro de España -dijo- fue el que nos engañó”. ¡Jesuita! Cosa que el historiador inglés Crozier ratificó con estas palabras: “Ciertamente los anfitriones nazis de Serrano Súñer debieron encontrar en él un huésped irritante, pues enfrentado con todo el poder y la grandeza del III Reich de Hitler y con las bravatas de Ribbentrop supo permanecer educado pero evasivo y firme”. ¡Y los enanos, erre que erre! 

 

Dicho esto sigamos los pasos de aquella batalla psicológica que vivieron al unísono contra Alemania Franco, Caudillo de España, y Serrano Súñer, Ministro de la Gobernación y más tarde Ministro de Asuntos Exteriores. Serrano hizo dos viajes a Berlín, el primero el 13 de septiembre de 1940, enviado especial de Franco para que averiguase cuáles eran los planes de Alemania para con España. No hay que olvidar cuál era la situación de Europa en aquellos meses, cuando ya la bota alemana se había apoderado de media Europa, incluida Francia, y más de 1.000 aviones bombardeaban a diario Inglaterra. 

 

Hitler había dispuesto en los Pirineos el gran ejército que había destinado para la conquista de Gibraltar con permiso o sin permiso de España: 200 divisiones (o sea, unos 2 millones de soldados) armadas hasta los dientes, 5.000 carros de combate, unidades aerotransportadas y los cañones más potentes de la artillería alemana. Este era el marco en el que tuvieron que moverse Franco y Serrano. O sea con la espada de Damocles al cuello. 

 

Que aquella impresionante fuerza militar actuara o no dependía y dependió de los viajes de Serrano a Berlín y de la entrevista de Franco con Hitler en Hendaya. En aquel primer viaje el Ministro español (David frente a Goliat) tuvo largas conversaciones con el poderoso Ministro de Exteriores alemán Von Ribbentrop y dos con el Dios que era en aquellos momentos Hitler. (Todo está contado en sus libros “Entre Hendaya y Gibraltar” y sus “Memorias”). El tema central de aquellas conversaciones no fue más que uno, la entrada de España en la guerra y la fijación de la fecha oportuna. Serrano, con cierto temor en su interior, defendió a ultranza lo que había acordado con Franco: que España no estaba preparada, por como había quedado tras la Guerra Civil del 36-39, ni militarmente, ni psicológicamente, ya que a los españoles les faltaba de todo y el pueblo hasta estaba pasando hambre. A lo primero Hitler le respondió que el tema militar no sería problema, ya que Alemania estaba dispuesta a proporcionarle todas las armas y todos los hombres que fueran necesarios para conquistar Gibraltar y cerrar el Mediterráneo. “En la primera entrevista -escribe Serrano- la actitud dominante de Hitler fue de serenidad, de sosiego y de orden; hablaba reposada y metódicamente, con alguna concesión esporádica a la propaganda y con las mejores formas de polemista, su maestría dialéctica era de sobra conocida. En algunos momentos me pareció un felino a punto de saltar sobre la presa. Habló de Gibraltar, del Mediterráneo y del Norte de África y defendió su teoría de que igual que Monroe había dicho aquello de “América para los americanos” él defendía que Europa y África tenían que ser para el Continente europeo”. No hubo ninguna imposición, de momento, y quedaron en hablar otro día. 

 

Sin embargo, cuando la visita de Serrano estuvo, incluso, a punto de suspenderse fue cuando el ministro Ribbentrop le expuso el deseo alemán de instalar una base militar en las Canarias españolas. “Aquel golpe me cogió desprevenido y sólo pude reaccionar rechazándolo de plano. 

 

Tenga en cuenta señor Ministro -le dije- que esas islas de que me habla forman parte del mismo territorio nacional; son una provincia de la misma patria. 
Comunes necesidades de la defensa europeoafricana frente al imperialismo americano -me replicó- así lo exigen. Espero que el Generalísimo lo comprenda así. 
Pues yo esta petición no puedo ni siquiera transmitírsela. ¿No comprende usted que mientras clama por Gibraltar la juventud española que ha derramado su sangre por la grandeza de su Patria, sería monstruoso y criminal que cayéramos nosotros en la menor sombra de amputaciones, cesiones o limitaciones de nuestro territorio o de nuestra soberanía? Esa cuestión no puedo plantearla, ni tomarla en consideración: ni tratarla. Canarias es un trozo de España exactamente igual que Madrid o que Burgos. En los puertos del Senegal, en San Luis y en Dakar, podrán establecer esas bases sin acudir a Marruecos ni menos a nuestro territorio. 
Si los americanos -añadió Ribbentrop- llegan a poner un pie en las Canarias ya será demasiado tarde. 
Señor Ministro, el valor de nuestros soldados sabría defender las Islas y el territorio nacional -replicó Serrano. 

 

Y, por una vez poco diplomático, Serrano abandonó la reunión casi dando un portazo. Y rápidamente envió un escrito a Madrid con el avión-correo especial que Franco había puesto a su disposición para estar conectados lo más posible durante su estancia en Alemania y estar al corriente de cualquier novedad que surgiese en las conversaciones con Hitler o sus Ministros. Franco respondió con la misma urgencia: “Haz hecho muy bien en lo de Canarias y entiendo tu indignación, porque eso sería entrar en guerra, pero no junto a Alemania, sino frente a Alemania”. 

 

Pero, naturalmente, Hitler no se dio por satisfecho y pidió (o exigió) una entrevista urgente con Franco, pensando que como militar que era iba a entender mejor los planes militares alemanes para la conquista de Gibraltar y no sería tan sibilino como su Ministro de Exteriores. La entrevista se celebró un mes después (el 23 de octubre de 1940) y pasó a la Historia como “La entrevista de Hendaya”. Allí Hitler acorraló a Franco y el Caudillo tuvo que emplear todas sus armas gallegas para evitar la guerra. Al margen y además de todos los argumentos que Serrano había empleado en Berlín, Franco se hizo fuerte pidiendo gran parte del protectorado francés en Marruecos. Esto frenó a Hitler, dado que podía significar otra humillación más para Francia, lo cual consideraba un peligro. A pesar de todo, de una larga sesión, con cena incluida, Franco y Serrano no tuvieron más remedio que adherirse al “Pacto Tripartito”, que era la alianza militar. Fue el “Protocolo” secreto que no se conocería hasta muchos años después. Aun así Franco y Serrano, trabajando juntos durante la madrugada, consiguieron introducir varias condiciones que a la postre resultaron ser la salvación, ya que una de ellas decía taxativamente que la fecha de entrada en la guerra la fijaría unilateralmente el Gobierno español. Esto, aunque lo firmó, provocó un gran disgusto de Hitler, quien, según sus biógrafos, dijo muy irritado: “Tratar con estos es peor que ir al dentista”. 

 

Pero, tampoco con la entrevista de Hendaya se dio por vencido Hitler y tan solo 20 días después el embajador alemán en España, Von Stohrer, se plantó ante Serrano Súñer (era viernes) con un telegrama de Von Ribbentrop en el que, por encargo del Führer, se le indicaba (casi se le ordenaba) que se trasladara con urgencia, a ser posible el lunes siguiente, al refugio de Hitler en los Alpes Bávaros, la famosa fortaleza de Berchtesgaden. Serrano, cosa lógica, se negó a dar su conformidad sin despachar antes con el Jefe del Estado. 

 

“Así que sin pérdida de tiempo me trasladé a El Pardo para hablar con Franco y en el primer momento pensamos los dos si no sería mejor dar algún pretexto para no ir: aunque pronto rectificamos pensando que si Hitler y su Estado Mayor tenía decidido algún proyecto -con toda probabilidad el de la conquista de Gibraltar- no dejarían de realizarlo por razón de nuestra ausencia y que, en cambio, si acudíamos a su llamada podríamos, cuando menos intentar, que desistieran por el momento. Después de esta reflexión -en su consecuencia- Franco decidió que yo saliera inmediatamente para Berchtesgaden y tratara por el momento -una vez más- de conjurar el peligro. Pero yo, cansado de ir y venir y de que otros hablaran, opinaran o murmuraran, sin tomar su parte de responsabilidad en lo que se hiciere o se acordase en circunstancias tan graves y peligrosas, puse como condición para hacer el viaje la inmediata reunión con los ministros militares. Reunión que horas después tuvo lugar bajo la presidencia de Franco y a la que asistimos los generales don Juan Vigón, Varela, el almirante Moreno y yo. En esta reunión (que es distinta y nada tiene que ver con otra a la que se han referido aproximativos y “sabelotodo” distantes, que al no saber nada lo confunden todo, voluntariamente, intencionadamente unos, y otros arrastrados) opinamos que durante las pocas semanas transcurridas desde que tuvo lugar el encuentro de Hendaya las cosas no habían cambiado y seguíamos con los mismos problemas de todo orden que no permitían, todavía, participar a España en la guerra. Pero se consideró necesario que yo acudiera al “Berghof”, donde Hitler, con sus Estados Mayores, militar y político, me esperaba, ya que todos consideraron muy grave la situación y había que prevenir el peligro de una violenta reacción alemana; yo quedaba, pues, encargado -otra vez, sin el agradecimiento de quienes me lo debían- de capear como pudiera aquel temporal. 

 

Salí inmediatamente para París y el día 18 de noviembre -martes-, al atardecer, llegué a la estación de Berchtesgaden, donde Ribbentrop, con su séquito y dos generales me esperaban con los intérpretes. 

 

Reunido luego con Hitler manifestó que me había convocado para que, de acuerdo con lo convenido en Hendaya, fijáramos la fecha más próxima de nuestra participación en la guerra porque ya “era absolutamente necesario atacar Gibraltar; lo tengo decidido”. 

 

Aquella terrible entrevista, última que mantendría con Hitler, el propio Serrano Súñer la calificó como “Consejo de guerra en Berchtesgaden”. Pero, de esto hablaremos a continuación, en el que también analizaremos las otras PATRAÑAS que se inventaron contra don Ramón los falangistas sumisos a Franco y los más fervorosos simpatizantes del Movimiento Nacional. 

 

¡HECHOS!, Merino, ¡HECHOS! Los hechos son sagrados, tienen que ser sagrados, porque sin hechos la Historia sería cualquier cosa menos historia… y eso es lo que se han saltado a la torera muchos de los historiadores de hoy cuando escriben de lo que sucedió con Hitler para evitar la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial, al lado de Alemania, Italia y Japón. (El Tripartito). 

 

¿Y cuáles fueron para usted, don Ramón, esos hechos más importantes? 
Ya los escribí en mi libro “Entre Hendaya y Gibraltar” y los volví a contar en mi otro libro “Entre el silencio y la propaganda. La Historia como fue”. Pero, no me importa repetírselos. Hubo un Primer Hecho, el fundamental, el que luego se manipuló hasta la saciedad, que todo lo que hicimos lo hicimos Franco y yo, siempre de mutuo acuerdo. Ni Franco, siendo el Jefe del Estado y Generalísimo, dio un paso en aquellos momentos terribles sin hablarlo conmigo, ni yo di un paso, ni uno sólo, sin hablarlo y consultarlo con él. Mis cuatro entrevistas con Hitler las diseñamos milimétricamente Franco y yo. Quién diga o escriba lo contrario es un farsante. Hubo un Segundo Hecho, que en aquellos momentos, cuando las tropas de Hitler ya estaban en los Pirineos y dominaban media Europa, todos los generales españoles (bueno, con la excepción del general Aranda) estaban de acuerdo en que Hitler ya había ganado la Guerra. También Franco. Yo, como no era militar, no lo tenía tan claro. Otro Hecho incuestionable, la mayoría del pueblo español estaba con Alemania. Y otro Hecho también importante, si en la entrevista de Hendaya Hitler le concede a Franco toda la parte de Marruecos que el Caudillo le reclamaba, Franco hubiese entrado en la Guerra en ese mismo momento. Y otro Hecho: Hitler y el general Jodl, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Alemania y Asesor especial de Führer, me acusaron a mí de haber sido el culpable de que España no entrara en la Guerra. Como tantas veces he señalado yo fui para ellos el “jesuítico Ministro de Exteriores español” que los engañó. Y otro Hecho, también sagrado, al final todos nuestros argumentos, los de Franco y los míos, no hubieran servido de nada si Hitler no pone en marcha la “Operación Barbarroja” y le declara la guerra a Rusia, rompiendo el pacto de ayuda mutua que ambos habían firmados en 1939. Lo demás son invenciones de los aduladores. 
Sí, pero usted se declaró siempre amigo de Alemania y usted fue quien tuvo la idea de la “División Azul”. 
Sí, como usted mismo ha dicho, yo era amigo de Alemania, porque siempre admiré y sigo admirando al pueblo alemán, y sí, yo ideé la “División Azul”. Pero también eso lo decidimos Franco y yo, y lo hicimos como una estratagema más para tranquilizar a Hitler y evitar la invasión de España, y además con la condición de que las tropas españolas sólo podían luchar contra los comunistas soviéticos. Sí fui amigo y admirador de Mussolini. El Italiano era más humano, muy diferente al alemán. Los dos, curiosamente, le teníamos miedo a Hitler, creíamos que estaba loco. 
Entonces, ¿cuándo dejó de creer Franco en la victoria alemana? ¿Tuvo que ver algo su salida del Gobierno en 1942? 
Nada, en absoluto. A esas alturas de septiembre de 1942 Franco y sus generales seguían creyendo en la victoria (y algunos lo siguieron creyendo hasta 1945 y siguieron esperando hasta ultimísima hora las 100 divisiones fantasmas que según ellos tenía Hitler en la chistera). Su cambio se produjo al finalizar la batalla de Stalingrado, en 1943, con la derrota alemana y tenía razón, aquello fue el principio del fin de Hitler. A partir de ese momento fue cuando cambió también la política exterior española y cuando los aduladores del ya casi dios Franco comenzaron a echarme a mí la culpa. Alguien tenía que pagar el pato y yo fui la víctima propiciatoria, la obligada cabeza de turco. Desde entonces yo fui el pro-nazi que había intentado meter a España en la Guerra y que por eso me echó Franco del Gobierno. Así se escribe la Historia o así la escribieron los historiadores franquistas o los historiadores comunistas (estos, olvidando el Pacto que Stalin firmó con Hitler, por el que el alemán quedó libre para aplastar a la Europa Occidental). 

 

Y ahí dimos por terminada la charla de aquel día en su casa de Príncipe de Vergara, pues a las 8 iba a una conferencia, creo, de Lain Entralgo. 

 

Pero, no quiero dejar de señalar, aunque sea brevemente, lo que fue la cuarta entrevista de don Ramón con Hitler en Berchtesgaden, el retiro del alemán en los Alpes Bávaros, lo que el periodista francés Charles Favrel llamó el “Consejo de Guerra de Berchtesgaden”. 

 

Llegamos al “Berghof” -escribe el propio Serrano- nada más terminar la comida con Ribbentrop y el conde Ciano, el Ministro italiano de Exteriores, que también había sido citado, aunque por separado, y allí desde una gran explanada donde nos dejaron los coches subimos una abrupta escalera para llegar al “nido” del Führer. Rápidamente nos recibió Hitler (conmigo venían el barón de las Torres y el profesor Antonio Tovar, mis dos intérpretes). Hitler sin preámbulo alguno empezó a hablar. 

 

“La actual situación obliga a actuar rápidamente. No porque haya empeorado sino por razones de orden psicológico. Los italianos acaban de cometer un gravísimo e imperdonable error al empezar la guerra contra Grecia. Ni siquiera han tenido en cuenta las condiciones atmosféricas que han inutilizado el uso de la aviación que es la mejor arma que ellos tienen. El ejército de tierra no puede utilizar armas pesadas. Nosotros hacemos las cosas con más cuidado. Se lo demostraré diciéndole que a pesar de nuestra evidente superioridad militar no atacamos a Francia por este tiempo el año pasado y eso que no perdíamos de vista que con el retraso hacíamos posible la preparación de Francia y de Inglaterra. 

 

Repito que hay que obrar rápidamente pues con ello se acelerará el fin de la guerra y se solucionarán los problemas económicos que cada vez se presentan más difíciles en todas partes. La velocidad nos permitirá también la cosa más importante que es evitar o disminuir el derramamiento de sangre. 

 

Para lograr todo eso es indispensable el cierre absoluto del Mediterráneo. En el Oeste, por Gibraltar, el cierre puede llevarse, debe llevarse, a cabo, rápidamente y con toda facilidad, y también “actuaríamos” en el Este atacando el canal de Suez”. 

 

“Por otro lado -siguió diciendo tras una pausa que a mí me pareció un siglo- de las 230 divisiones de que dispone en la actualidad el ejército alemán, 186 se encuentran inactivas y en disposición de actuar inmediatamente donde sea necesario o conveniente. Tenemos 4.000 aviones dispuestos para acabar con Gran Bretaña en cuanto haya una bonanza duradera que los puedo dirigir a cualquier parte. Señor Ministro, he decidido atacar Gibraltar y tengo la operación minuciosamente preparada, como usted sabe. No falta más que empezar y hay que empezar ya”. 

 

Y me tocó a mí el turno. Como se pueden imaginar la voz se resistía a salir de mi garganta. Estaba anonadado, y no sólo por las palabras del Führer, sino por su mirada y sus gestos. Así es que comencé como pude y como pude fui resaltando la situación de pobreza que vivía España y la necesidad angustiosa del trigo americano. También me salió del alma decirle que si el Mediterráneo, que él quería cerrar a los ingleses, tenía dos puertas, Gibraltar y Suez, le argumenté que empezara por Suez y nos diera a nosotros el tiempo y las ayudas necesarias para prepararnos. 

 

En realidad, según me dijeron después mis intérpretes, aquello, mis palabras, más que un discurso, fueron un lamento, el llanto de un español acorralado y viéndose ya metido en una guerra que no quería. 

 

Pero, al parecer mis palabras debieron conmover a Hitler, porque ya en otro tono bien diferente dijo: “Quiero hablarle como el mejor amigo de España que soy. No quiero insistir. No comparto enteramente su punto de vista, pero me hago cargo de las dificultades de este momento. PIENSO QUE ESPAÑA PUEDE TOMARSE ALGÚN MES MÁS PARA PREPARARSE Y DECIDIRSE”. 

 

Aquello era un milagro y tanto yo como el barón de las Torres y Antonio Tovar, respiramos como si hubiéramos resucitado. Aquello era lo que Franco me había pedido. 

 

Ramón, no olvides que llevas en tus manos a España. 
Paco, sabes que daría mi vida por España, pero no sé si podré hacer milagros. 
Pues, en tus manos encomiendo la Patria y rezaré porque al menos consigas ganar tiempo. El tiempo para nosotros, y en medio de la Guerra que vive el Mundo, es vital. Yo aceptaré lo que tú decidas en el “Berghof”. 

 

Sin embargo, yo creo que lo que de verdad impresionó a Hitler fue lo de Napoleón -me dijo una tarde el profesor Tovar, a quien le había pedido una entrevista por sugerencia de don Ramón-. Sí, hubo un momento que Serrano, como sin querer, mencionó a Napoleón y el comportamiento de los españoles durante la Guerra de la Independencia. 

 

“Sí, conozco muy bien ese tema y todo lo relacionado con las guerrillas. Napoleón se equivocó con su invasión” -interrumpió Hitler con cara de pocos amigos, pues entendió rápidamente el mensaje subliminal de don Ramón. 

 

¿Y por qué los Historiadores aduladores silenciaron o manipularon estas cosas? Sencillamente porque finalizada la Guerra, e incluso antes, había que cargarle el mochuelo a alguien que no fuera el dios Franco. Y entonces se inventaron la “patraña” que comentamos. 

 

Aunque esta cuarta entrevista me la completó otro día, agregando algunas cosas como el lector puede comprobar.

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Serrano Súñer- Hitler 

 

UNA REPARACION HISTÓRICA 

 

Conocí a Don Ramón Serrano Súñer en 1973 y fui su amigo y colaborador hasta su muerte, acaecida el año 2003, y cuando sólo le faltaban 11 días para cumplir los 102 años… y por ello puedo «reparar» la idiotez que acabo de leer (una más) sobre su «filonazismo» y su postura pro-EJE (o sea, la de participar en la Guerra al lado de la Alemania nazi), tal vez porque no saben distinguir entre Alemania y Nazismo. Don Ramón era un gran admirador de Alemania (como Ramón y Cajal, y Unamuno, y Ortega, y Marañón, y Azaña…y todos los intelectuales españoles) y un mal «amigo» del nazismo. Admiraba a Mussolini y no comulgaba con Hitler. Pero, como hoy de lo que quiero hablar es de la entrevista DESCONOCIDA que tuvo con Hitler en su último viaje a Alemania y siendo Ministro de Exteriores de España. Nunca habló de ella en público, ni siquiera en sus libros «Entre Hendaya y Gibraltar» y «Memorias»… aunque sí con Franco, me limito a reproducir la versión que me dio una tarde, de las muchas que pasé con él, en su casa de la calle Príncipe de Vergara, de Madrid. LEAN. 

“Antes de salir para España Serrano fue llamado de nuevo por Hitler. Don Ramón subió casi a escondidas desde Berchtesgaden a Berghof con todas las señales de alerta en rojo, pues tanto él como sus dos acompañantes oficiales (el Barón de las Torres y el Profesor Tovar) no habían dormido apenas pensando que allí podía pasar cualquier cosa, dado que los nazis no se paraban en barras cuando se jugaban una baza importante. Es más, debatieron si debía subir o no y si debía hacerlo solo o acompañado, dado los antecedentes y lo que les había ocurrido a otros mandatarios extranjeros. 

 

Hitler recibió al Ministro Serrano Suñer en una salita de estar muy diferente al gran salón de la tarde anterior y con el semblante muy amistoso. Sólo había, sólo hubo, un testigo: el intérprete alemán (no he podido concretar nunca si fue en esta ocasión Paul Schmidt o el famoso Gross). Aquella imprevista conversación transcurrió así: 

 

Querido Ministro, le aseguro que esta noche no he podido dormir pensando en España. Sabe usted muy bien, por lo que hablamos ayer, que la toma de Gibraltar y el cierre del Mediterráneo para Inglaterra es fundamental para la marcha de la guerra -dijo Hitler en un tono que a mí me dejó de piedra y me hizo temer lo peor-. Y sabe usted que mis generales y las 186 divisiones que esperan me están presionando para pasar los Pirineos y llegar al Estrecho (aquí volvió a otro de sus silencios famosos). Señor Ministro, yo el Führer de Alemania, tengo que tomar hoy mismo una decisión trascendental: dar la orden a mis ejércitos de que entren en España y tomen Gibraltar y eso es algo muy serio. Por eso he querido verle antes de su regreso. (Y otra vez guardó silencio). Sé -y aquí sacó su tono de voz más convincente- que usted es amigo sincero de Alemania, pero también sé que usted es por encima de todo un buen español, lo que le aplaudo, por lo tanto le ruego que me responda a la pregunta que le voy a hacer con la máxima sinceridad. 
Führer -me atreví a decir con la mejor voz que pude ante esta situación- le agradezco sus palabras porque son la verdad: soy amigo de Alemania pero soy por encima de todo español. Tenga la seguridad que yo le diré la verdad, aún en contra de los intereses políticos. 
Señor Serrano, lo sé y por eso le he convocado a esta reunión. Dígame señor Ministro, ¿qué haría de verdad el pueblo si mañana entran en España mis ejércitos? 

 

Yo -dice Serrano- me quedé anonadado, porque comprendí en el acto que estábamos al límite de la invasión militar que tanto temíamos. Y por tanto instintivamente medité mis palabras de respuesta. 

 

Führer -dije con gran seguridad- el pueblo español en este supuesto se echaría al monte sin pensarlo. Igual que ocurrió con Napoleón. 
¿Y los amigos de Alemania? -preguntó él cortando mis palabras. 
¡También! -dije yo mirando fijamente al intérprete-. Y no olvide lo que fue la guerra de España para el emperador de los franceses. 

 

Recuerda Serrano: Hitler se quedó callado unos segundos que a mí me parecieron siglos y luego dijo: 

 

Señor Ministro, ya sé que la guerra de guerrillas la inventaron los españoles. 

 

Entonces se levantó y al tenderme la mano en señal de despedida todavía dijo: 

 

Señor Ministro, gracias por su sinceridad. Usted es un buen amigo y sobre todo un buen español. Le aseguro que tendré en cuenta sus palabras antes de tomar la última decisión. Que tenga buen viaje de regreso. 

 

Y todavía cuando salía de aquella coqueta habitación me detuvo con otra pregunta: 

 

Perdone, señor Serrano (y el uso de mi apellido lo recalcó con intención y picardía). ¿Y usted qué haría si entran mis soldados en España? 
Führer -repliqué con humildad- yo me echaría al monte como un español más. 

 

Cuando terminó de leer don Ramón los dos folios escritos de su puño y letra a Merino, que había sacado de una carpetilla azul, sobre esta última entrevista con Hitler, le preguntó Merino si habló del tema con Franco y que por qué nunca había hablado del tema: 

 

“Sí. A Franco le conté toda la verdad nada más volver a Madrid e incluso le dije que nos preparáramos para lo peor (es decir la invasión y la guerra). Pero Franco, aparte de aplaudir mis palabras, me pidió entonces que no dijera nada, que él capearía el temporal. El hecho cierto, sin embargo, es que la invasión no se produjo y que Hitler ya no nos presiono más (aunque sí algunos de sus ministros). 

 

Y en cuanto a la primera parte de sus preguntas la razón o razones son bien sencillas: yo no quise incluir esta última conversación con Hitler en mi primer libro “Entre Hendaya y Gibraltar” ni en mis “Memorias” porque había roto mentalmente con Franco, con el Régimen y hasta con la Historia. En esos momentos me daba igual todo y luego fue demasiado tarde. Además no había testigos vivos y algunos de mis “amigos”, que siempre he tenido muchos, podían acusarme de inventor de historias. No. Esta verdad histórica se irá conmigo a la tumba como otras muchas que otro día le contaré. 

 

A pesar de este rasgo final de aparente confianza Hitler siempre tuvo una mala opinión sobre Serrano: “Me repugnó desde el día que lo vi por primera vez, aunque nuestro embajador, con abismal ignorancia de los hechos, me lo presentaba como el germanófilo más ardiente de España”. 

 

El Führer, e incluso su amigo Ciano, acusaban a Serrano de Vaticanista. 

 

 

¿Y a este hombre se le puede llamar «filonazi»? Me hubiera gustado a mí saber lo que habrían hecho en una situación parecida los Sánchez, los Casados o los Iglesias de hoy… es decir con un Jefe de Estado, cuyos ejércitos están ya en ese momento en PARÍS y son los amos de Europa… y tiene en los Pirineos listas para entrar en España 200 divisiones, 10.000 tanques y 2.000 aviones. Por favor, seamos serios con la Historia. Les aseguro que Don Ramón Serrano Súñer se merece, al menos, esta humilde REPARACIÓN HISTÓRICA. 

 

 

Julio MERINO 

 

Bueno, querido Pío, espero que te pueda servir para algo lo que te envío a través de nuestro “Correo de España” y quedo a tu entera disposición, por si algún día necesitas algún dato o alguna aclaración de algo referido a don Ramón Serrano Súñer, porque afortunadamente pude entrar abiertamente en su archivo durante muchos años… y gracias por tu obra y por haber desenmascarado tantos Tuñones de Lara y Gibson como circulan por este mundo.  Un abrazo sincero. Julio Merino.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.