
La creación es a la vez un misterio de fe y una verdad accesible a la razón. Dios ha creado todo «no para aumentar su gloria sino para manifestarla y comunicarla». El conocimiento y admiración del poder, sabiduría y amor divinos conduce al hombre a una actitud de reverencia, adoración y humildad, a vivir en la presencia de Dios sabiéndose hijo suyo.
Una de las verdades fundamentales de las Escrituras y la fe cristiana es que Dios es el creador de los cielos y de la tierra. Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas existen por causa de Él. Él no fue creado ni hecho por algo ni por alguien más grande que Él mismo, sino que Él es el creador y el hacedor de todas las cosas; nada de lo que existe, existiría fuera de Él. Solamente Él es creador y no comparte este título con nadie.
A diferencia de los otros grandes misterios de nuestra fe (la Trinidad y la Encarnación), la creación es «la primera respuesta a los interrogantes fundamentales sobre nuestro origen y nuestro fin», que el espíritu humano se plantea. La creación es, pues, un misterio de fe y, a la vez, una verdad accesible a la razón (cfr. Catecismo,286).
Se suele distinguir entre el acto creador de Dios (la creación active sumpta), y la realidad creada, que es efecto de tal acción divina (la creación passive sumpta). La creación tiene un comienzo, pero no se reduce al momento inicial, sino que se configura como una creación continuada, ya que el influjo divino creador no desaparece.
Dios es el Diseñador y Artífice de todo lo que hay en el universo, y creó al ser humano un peldaño por encima de todos los demás. Al insuflar Su propia vida en el hombre, creó al hombre y a la mujer «a Su imagen y semejanza» (Génesis 1:27). Esto significa que el ser humano es más semejante a Dios que cualquier otra criatura. Tenemos un espíritu eterno, igual que Dios. Podemos razonar, elegir el bien o el mal y amar. Tenemos emociones, intelecto y el poder y el deseo de crear cosas por nosotros mismos. Dios desea tener comunión con nosotros (Génesis 3:8-9; Jeremías 29:12).
Cuando decimos que Dios es el Creador, queremos decir que nadie lo creó y que sólo Dios es EL Creador. La gente no puede crear de verdad, porque debemos empezar con algo que ya ha sido creado. Todo se originó en Dios (Jeremías 10:16; Santiago 1:17; Apocalipsis 10:6). Puesto que Él lo creó todo, todo es Suyo (Éxodo 19:5; Salmo 50:12). Como seres humanos, también somos Suyos, y Él tiene derecho a gobernarnos. Nos da la libertad de elegirlo o rechazarlo.
La creencia de que Dios creó todos los seres en los cielos y en la tierra debe afectar radicalmente cada aspecto de nuestras vidas. Debería dar una finalidad a nuestra existencia. No somos el resultado de la casualidad o de algún proceso evolutivo sin propósito. Fuimos hechos según el diseño de Dios y para su propósito y su consentimiento.
Juan Andrés Segura
Colaborador de Enraizados
Autor

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