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Nos congela el alma esta nueva guerra europea, en este marzo gélido donde no hay de momento esperanza de primavera. Llueven las bombas cuando empezábamos a respirar y a soñar con el fin de la pandemia. Se nos agolpan las desgracias, quizá porque el mundo de hoy, en sí, es una enorme desgracia. O porque nuestra maldad, nuestra soberbia cainita, se ha empeñado en que lo sea.
Esta Cuaresma de 2022 nos invita a rezar por todas las víctimas de la guerra, de ésta y de todas, también de las guerras que no aparecen en los grandes MCS; por tanto sufrimiento de personas como nosotros, de carne y hueso, que en unos pocos días lo han perdido todo. Imágenes que parecen sacadas de los libros de Historia, búnkeres que se hicieron para las guerras del siglo pasado, pero que no contaban con que la maldad humana, el egoísmo y la soberbia, les dan un segundo uso, una segunda vida para librar a los inocentes de la muerte.
El maniqueísmo de los MCS, que siempre ha sido y es caprichoso y falaz, presenta la realidad distorsionada y obliga a la opinión pública a apoyar a una parte, a los buenos oficiales alineados con la verdad oficial. Lo cierto es que la realidad siempre es más compleja. Y hay muy pocos defensores de que esa completa realidad sea conocida. Como decía Ruiz Quintano en ABC, «los periódicos son el catecismo de nuestro tiempo», con la enorme diferencia de que es un catecismo en el que la verdad no importa.
En cualquier caso, que haya muertos, heridos, refugiados y desplazados, niños huérfanos de la noche a la mañana, hambre y enfermedad, frío, oscuridad y desesperanza en ciudades fantasma devastadas por bombas y misiles, es una barbaridad, siempre lo ha sido, pero mucho más en el año 2022. No hay nada que no se pueda resolver con buena voluntad; pero es precisamente la cerrazón de los corazones, el ansia de poder, el mesianismo paleto del que algunos se creen investidos, y de nuevo, la falta de humildad lo que engendra el odio que desemboca en la guerra. Este planteamiento general es aplicable a todos los conflictos.
Este lunes se vuelven a reunir las partes para intentar un alto el fuego. Mientras, Putin amenaza con usar armamento nuclear de un poder devastador nunca visto, lo que dibuja un escenario de holocausto global aterrador. Las espirales del odio funcionan así: se sabe cómo empiezan pero no cómo pueden terminar. Y esta nueva guerra europea en el siglo XXI, al igual que la pandemia mundial que todavía no hemos dejado atrás, nos pone en peligro a todos. La frontera de Ucrania está mucho más cerca que la frontera de la prudencia y la sensatez, ese lugar al que ya no acuden los dirigentes políticos porque no les hace falta para someter a sus pueblos.
Nosotros, los cristianos, debemos estar naturalmente por la paz. No una paz ñoña y vacía, hueca de significado como tantas cosas hoy, sino una paz auténtica y duradera basada en la justicia y en el respeto a la identidad. Una paz que apague el fuego de hoy pero que no ignore los acuerdos de Minsk que fueron olvidados durante ocho largos años. Una paz que se pueda fraguar en una mesa de negociación, con toda la crudeza que haga falta, sin que tengan que morir niños inocentes para que los poderosos lo sean un poquito más. Una paz donde reine Cristo, que es la Verdad y la Justicia verdaderas.
Que esta Cuaresma nos permita a todos ver el final de este desastre cuanto antes. Dios lo quiera.
Autor
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Nació en Madrid en 1975. Es Doctor en Periodismo por la Universidad San Pablo CEU. Ha dedicado casi toda su vida profesional a la radio, primero en Radio España y desde 2001 en Radio Inter, donde dirige y presenta distintos programas e informativos, entre ellos "Micrófono Abierto", los Domingos a las 8,30 horas. Ha dirigido la versión digital del Diario Ya y es columnista habitual de ÑTV en Internet. Ha publicado los libros "España no se vota" y "Defender la Verdad", "Sin miedo a nada ni a nadie", "Autopsia al periodismo". Esta casado y tiene un hijo.