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INTRODUCCIÓN
Dicen que en la Guerra de los Países Bajos la Monarquía Hispánica ganó en las batallas y perdió en el papel. Es cierto, sí, pero no del todo: se perdieron batallas (pocas) y se trabajó en la propaganda (no lo suficiente). En este artículo pretendo describir el entorno en el que se desarrolló esta última faceta, la propagandística, durante el último tercio del siglo XVI, relacionándola, como no puede ser de otra manera, con los aspectos políticos y, sobre todo, militares de esta contienda. Para ello, voy a dividir la explicación en tres partes:
Presentación de la situación política y bélica en ambos bandos y en ese periodo.
Presentación de los aspectos propagandísticos de ambos bandos: características principales.
Aplicación de estos conceptos al caso concreto del “Saco de Amberes”: justificación española y utilización rebelde.
Verdaderamente, nos encontramos en un escenario que se puede considerar como novedoso. Está claro que la influencia de la información y desinformación por medio de la propaganda se remonta a los albores de la humanidad, pero es quizás en esta contienda donde adquiere unas dimensiones superiores que la hacen determinante en el desenlace final de la confrontación. Esto es debido a diferentes factores, pero quizá el más determinante sea la capacidad de difusión que ofrece la reciente aparición de la imprenta. De esta manera, las ideas correctas o incorrectas, nobles o infames, basadas en la ley o no, alcanzan una cobertura nunca lograda anteriormente, que suponen una influencia decisiva en los aspectos político y militar. La llamada “Guerra de Papel” es una verdadera guerra, una guerra que no produce bajas inicialmente, pero que es capaz de introducirse en el ideario de las personas, en la voluntad de los pueblos, en la definición de alianzas entre naciones. Que produce euforias, indignaciones, humillaciones, casus belli, etcétera. Todo esto fue especialmente bien dirigido por el bando rebelde, aprovechando las debilidades en este campo de la Monarquía Hispánica y explotando sus propias capacidades que llegaron a ser definitivas. Pasemos pues a explicar estos acontecimientos.
SITUACIÓN POLÍTICA Y BÉLICA EN LOS PAÍSES BAJOS DE LA MONARQUÍA
En 1555 Felipe II hereda de su padre, entre otros dominios, la titularidad de las diez y siete provincias de los llamados Países Bajos. Esta medida se materializó definitivamente el año siguiente con la abdicación de la Corona de España por Carlos I. Vayamos algunos años atrás para ver cuál es el estatus político de estos territorios. El Tratado de Borgoña de 1548 proclama la unidad política de las provincias y Carlos V consigue que la dieta del Sacro Imperio Romano reconozca esta situación, por lo que se utilizaba la denominación de “Provincias Unidas”. También consigue que la autoridad de su hijo sea aceptada. Al frente de estos gobiernos, estaba el gobernador, equivalente al virrey en otros dominios de la Monarquía.
En esta época, algunas de la Provincias Unidas se hallaban a la cabeza del desarrollo industrial y cultural de Europa. De entre la gran densidad de población de este territorio, sobresalía Amberes, en la desembocadura del río Escalda, como metrópoli financiera, muy vinculada a la economía imperial española, cuyo negocio era muy superior al de las rentas de la Corona de Castilla.
Felipe II nombra a su hermanastra Margarita de Parma como gobernadora del país, con la instrucción real de seguir el consejo de Antonio Perrenot Granvela, cardenal desde 1561. Deja una guarnición de soldados españoles en previsión de posibles altercados, bien con Francia, bien con los naturales del país. Luego crea catorce nuevos obispados, medida que no sería bien aceptada porel alto clero al considerar afectados sus intereses, además establecía inquisidores en cada una de las nuevas sedes para perseguir la herejía. La exclusión de los líderes holandeses de las principales esferas de poder fomentó sentimientos hostiles contra el que consideraban un “monarca extranjero”. La ausencia del Rey Felipe de estas tierras no ayudaba a mejorar la situación. Hay tres figuras especialmente afectadas: los Condes de Horn y Egmont y Guillermo de Nassau, príncipe de Orange. Éstos habían estado en muy alta consideración en el reinado de Carlos V y el principio del de Felipe. Los tres, por ejemplo, eran caballeros de la Orden del Toisón de Oro y Egmont fue el héroe de la caballería hispana en la batalla de San Quintín.
Para evitar este descontento y forzado por la presión de la aristocracia, el monarca decide retirar la guarnición militar española en 1561 y paralizar la organización de los nuevos obispados en 1563. Como ocurrirá en diferentes ocasiones posteriores, las medidas tendentes a suavizar tensiones se consideraron debilidades del monarca, que en este caso se veían aumentadas por el incremento de tensiones en el Mediterráneo contra los turcos. Así, se impuso también la retirada de Granvela.
Desde el punto de vista religioso, en los años 30 del siglo XVI habían aparecido obras luteranas en holandés que el emperador Carlos reprimió enérgicamente, aunque luego se llegó a una época de cierta tolerancia. Esta calma se rompió en 1565 cuando Felipe se empeñó en implantar los decretos surgidos del Concilio de Trento que suponían la persecución de cualquier herejía con respecto a la fe católica. El rey se muestra intransigente: “…antes preferiría perder mis Estados y cien vidas que tuviese que reinar sobre herejes”. No obstante, al año siguiente, y liderados entre otros por el hermano de Guillermo, Luis de Nassau, un grupo de individuos presenta a Margarita un documento firmado por 400 aristócratas donde piden la abolición de la Inquisición y la moderación de las leyes contra la herejía. Al no contar con tropas, la duquesa de Parma no tiene más remedio que acceder a esta petición a pesar del comentario de su consejero Berlaymont diciendo de forma despectiva: “qué había que temer de aquellos mendigos (gueux)”. Este comentario acabaría uniendo a los rebeldes, siendo muy importante en la propaganda posterior, dando lugar a la unión de personas de diferentes rangos y creencias, calvinista, luteranos e incluso católicos que defendían la libertad religiosa.
La tensión religiosa coincidía con una crisis económica por la falta de trabajo en la industria textil provocada por la emigración de muchos protestantes artesanos del gremio que se llevaron sus técnicas a Inglaterra o Alemania. Así se produjo una carencia de productos básicos y la consiguiente hambruna en muchas ciudades de los Países Bajos.
Finalmente, esta situación desembocó en furibundos ataques iconoclastas descontrolados contra las iglesias por parte de las clases media y baja. La aristocracia, principalmente católica, no estaba contenta con estos ataques, e intentó mediar con la gobernadora Margarita con la intención de que tolerara la celebración de servicios religiosos protestantes. La tensión política se incrementó con el ultimátum de Horn, Egmont y Guillermo de Orange exigiendo a la gobernadora que les otorgara mayores facultades en el Gobierno. Margarita, de nuevo tuvo que ceder.
Esta furia iconoclasta desemboca en una alarma en Madrid, donde se entiende que solo una intervención armada puede frenar esta corriente que desembocaría en una rebelión generalizada. Así que se redactan desde el gobierno central unas disposiciones por las que se obliga a la aristocracia de los Estados a renovar su juramento de lealtad a Felipe. Muchos nobles se negaron, entre otros Guillermo que decide exiliarse a su castillo de Dillenburg en Alemania. El rey, ante lo que considera abierto desacato, le separa de todos sus cargos, incluyendo la gobernación de Amberes que ostentaba.
Viendo que el camino de la tolerancia no conduce a solucionar nada, Felipe II decide enviar a los Países Bajos un gran ejército de 10.000 soldados españoles de los Tercios mandados por el III duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, inaugurando el Camino Español. En principio don Fernando iba solamente como Capitán General, pero con instrucciones de ejercer las funciones de gobernador desde su llegada a Bruselas el 22 de agosto de 1567. Margarita no dejará su puesto hasta octubre, pero ya el 5 de septiembre, el duque instaura el llamado “Tribunal de Tumultos” para juzgar a los rebeldes de forma sumaria sin respetar la legislación local. Los condes de Egmont y Horn son ajusticiados en virtud de sentencias de este tribunal el 5 de junio de 1568. Esto conmovió a la opinión pública de todo el continente. El tribunal fue conocido popularmente por el de la Sangre. Éste de 1568 fue un annus horribilis para el rey: la muerte de su esposa Isabel y de su hijo, la rebelión de las Alpujarras y la de Flandes así lo hicieron. No solo la dura represión del Duque de Alba provocó el desencuentro definitivo entre los Estados Generales y el Rey, también el profundo choque cultural entre ambos conceptos vitales fue decisivo en este sentido. Así las cosas, los Gueux iniciaron el levantamiento armado. Ya no había marcha atrás.
Guillermo busca apoyo de los príncipes alemanes y organiza un ejército de mercenarios, uniéndose a ellos el líder hugonote francés Coligny. El duque de Alba consigue victoria tras victoria: a pesar de la primera derrota en Heiligerlee, se produce una reacción con victoria absoluta en Jemmingen contra Luis de Nassau. El propio Guillermo sufriría la misma suerte en otoño de ese año de 1568 en una incursión a lo largo del eje del Mosa. La táctica de Fernando Álvarez de Toledo consistía en evitar el combate directo, pero acosando a los rebeldes con golpes de mano que iban minando sus fuerza y, sobre todo, su moral. Finalmente, en febrero del año siguiente, Guillermo tiene que refugiarse en Francia y disolver su ejército.
Solucionado, al menos temporalmente, el problema militar, Fernando puede implantar la observancia de los decretos de Trento, imponiendo nuevos impuestos y normalizando los códigos civiles y penales de las diferentes provincias. De estas medidas, quizá la más impopular fueron los impuestos, se imponía el 1% sobre el patrimonio, el 5% sobre los ingresos y, lo que causó más indignación, el 10% sobre transacciones comerciales. Esto hizo que se reavivaran los odios contra la política del Duque produciéndose nuevos disturbios. A esto se unió en 1571 una epidemia de peste que asoló el país produciendo una gran inflación. Se volvieron a oír clamores para la vuelta del de Orange.
Desde el punto de vista militar, el duque de Alba decidió llevar a cabo el control del territorio por medio de construcción de ciudadelas en las principales ciudades de los Países Bajos. La más importante de ellas fue, desde luego, la de Amberes, destinando como castellano de la misma a Sancho Dávila, uno de sus principales generales con el que tenía una gran afinidad. No obstante, a pesar de este control absoluto de la situación, tanto en lo civil como en lo militar, se produce un hecho que marcaría enormemente el desarrollo del conflicto, éste fue la toma del puerto de Brielle, lo que proporcionaba a los Mendigos una base de operaciones de primera categoría y de la que carecían hasta entonces. Apoyados de nuevo por los franceses, se reactiva el movimiento rebelde con ataques sucesivos de Luis de Nassau desde el sur y de Guillermo desde Alemania. Los Mendigos, por su parte, conquistaban varios puertos que cerraban la salida al mar. Estos movimientos se vieron trastocados por el asesinato de hugonotes en Francia en la noche de San Bartolomé, el 23 de agosto de 1572. La reconquista de las tropas de Alba se llevó a cabo a lo largo de 1573, produciéndose grandes matanzas en cada ciudad reconquistada.
Tanto odio produjeron estas acciones que Felipe II decidió relevar al duque de Alba, el cual abandonó los Países Bajos en 1573, dejando una imagen indeleble que serviría de base a la propaganda posterior.
La autoridad designada para el relevo fue Luis de Requeséns, persona de plena confianza de Felipe pero que no gozaba de muy buena salud. Aunque en principio el relevo se produjo con ánimo de suavizar el conflicto, la situación militar no cambió sustancialmente. Don Luis ofrece una amnistía a los rebeldes que aceptasen la religión católica, pero no fue suficiente. Por otro lado, el mantenimiento de un ejército de cerca de 55.000 soldados, de los cuales 8.000 eran españoles, suponía un gasto excesivo para las exiguas arcas del reino.
Se produjo un motín en 1574 que se extendió a la ciudadela de Amberes. Aunque Requeséns consiguió solucionarlo, el peligro de un colapso militar fue una amenaza constante.
Se desarrollan las acciones con suerte dispar: la batalla de Mook es ganada por el ejército de Requeséns pero, por contra, la ciudad de Leiden, punto estratégico de unión entre Holanda y Zelanda, aguanta el cerco a que es sometida y asegura una Federación entre estas provincias, nombrando a Guillermo como gobernador. Se va formando la idea de patria neerlandesa.
A esta situación de gran incertidumbre se unen dos hechos decisivos: en septiembre de 1575 Felipe II declara la bancarrota nacional, además en marzo del siguiente año muere Luis de Requeséns, provocando un vacío de poder inesperado. Tras el sitio de Zierikzee, las tropas españolas se amotinan y se establecen en Alost. Como inciso, cabe decir que las tropas españolas se amotinaban siempre después de una victoria. Pero la consecuencia más importante de este motín no será la económica contra lo que podría suponerse, sino la repercusión política de la amenaza, que el Consejo de Estado interpreta como una rebelión. El Consejo de Estado, afincado en Bruselas, se hace cargo de la gobernación del país, pero aprovecha esta circunstancia para tomar decisiones siempre en contra de las tropas españolas. Declara fuera de la ley en primer lugar a las tropas amotinadas y, posteriormente, extiende este decreto contra todas las españolas. Éstas solo encuentran amparo en la fortaleza de Amberes, a donde se dirigen en gran cantidad, incluyendo los amotinados de Alost. Pero, ¿qué ocurre en el bando contrario, qué pasa mientras tanto en la ciudad de Amberes? Se produce allí una gran concentración de fuerzas de los Estados Generales con los auspicios del Consejo de Estado. La lidera nada menos que Federico Perrenot, señor de Champagney y hermano del cardenal Granvela.
Estamos a principios de noviembre de este fatídico año de 1576. Las fuerzas del Consejo de Estado han cercado la ciudadela. Los efectivos españoles allí concentrado, y algunas tropas alemanas, se consideran con suficiente fuerza para acometer el asalto y éste se produce el 4 de noviembre. El ataque es demoledor. Toda la tensión acumulada en estos meses, las infamias recibidas, el odio de la población, las miserables condiciones de vida, las penurias morales y económicas…Todo se concentra en la cabeza y en los cuerpos de estos soldados que unen la seguridad de la victoria a la venganza. Ésta es absoluta, desde luego, lo mismo que su furia, la que pasaría a escribirse con mayúsculas: “La Furia Española, De Spaansche Furie”. La ciudad quedó devastada.
Esta es la base de la situación política y militar que considero imprescindible para comprender el conflicto. Pasaré ahora a exponer los aspectos propagandísticos de ambos bandos: sus características y desarrollo.
ASPECTOS PROPAGANDÍSTICOS DE AMBOS BANDOS: CARACTERÍSTICAS
Debo encuadrar ahora los dispares puntos de vista de los dos bandos para entender el desarrollo propagandístico de éstos. En la imagen de los españoles, ésta es una rebelión extraña, puesto que se dirigía contra un soberano clemente y benigno; en ojos neerlandeses, un acto de justificada resistencia y rebeldía. Mientras que la Monarquía Hispánica contemplaba esos territorios septentrionales como patrimonio legítimo, un grupo de rebeldes neerlandeses encabezados por Guillermo de Orange comenzaron a cuestionar la falta de respeto a los privilegios locales y de libertad religiosa. Esta diferencia esencial de perspectiva marca el origen de las guerras en Flandes y determina la distinta interpretación que este conflicto bélico recibirá a lo largo de los siglos en ambas narrativas nacionales.
No obstante, los neerlandeses, en su necesidad de legitimar internacionalmente su revuelta y convencer a amplios sectores de sus propios compatriotas, desplegaron un incomparable arsenal de recursos visuales y textuales, convirtiendo a los españoles y a sus líderes en el “Otro”, en un enemigo despiadado y amenazador cuya cargada visión histórica resuena hasta la actualidad. Además, en su repudio de Felipe II y de la monarquía como forma idónea de gobierno, los neerlandeses llegarían a desarrollar una muyN abundante literatura anti-monárquica, enfatizando los peligros de la tiranía, y el legítimo derecho a la libertad. En su búsqueda de modelos políticos, los habitantes de las provincias del norte se decantarían finalmente por la república, rechazando la monarquía en una de las formas más dramáticas en la época moderna
En contra, los españoles, quizá porque los medios principales de difusión no se encostraban en el territorio objeto de litigio, dieron más importancia a la narración de los hechos de acuerdo a la “verdad”, exagerando las tergiversaciones de la propaganda enemiga y suavizando los errores y excesos propios.
La base de la propaganda neerlandesa se encuentra en el famoso panfleto de Guillermo de Orange llamado “Apología” escrito en 1581, en el que se defiende del edicto de proscripción que había declarado Felipe II sobre él. Oponiéndose a esta obra, se encuentra la “Antiapología” de Pedro Cornejo. En general, las obras españolas que rebaten esta “Leyenda Negra” neerlandesa, dan una explicación del conflicto basada en las indudables connotaciones de guerra civil que éste tenía, al estar escindiendo y enfrentando a la población local.
Al final, ambas estrategias de información a sus correligionarios se basan en la explicación de una idea mesiánica: a los líderes de ambos bandos, el poder les ha sido conferido por Dios y todas sus actuaciones están refrendadas y justificadas por la Autoridad Divina. En el caso de la Monarquía Hispánica, se considera autorizada por la Universitas Christiana, siendo la lucha contra el hereje uno de los principales elementos en la forja de una identidad colectiva hispánica en la edad moderna. Los neerlandeses, por su parte, se apoyaron para justificar su revuelta en un discurso basado en el lema haec libertatis, haec religio, por la defensa de la libertad y de la religión, presentándose en su lucha contra la tiranía igualmente como los heroicos elegidos de Dios. Además, el ideario neerlandés encontraba otra justificación en el concepto de lucha contra lo que consideraban Monarquía Universalis, presentándose ante otros pueblos como defensor del expansionismo hispánico. Este concepto nunca fue reconocido por Felipe II que se consideraba únicamente defensor de su legado, transmitido por su padre y abuelos.
Es muy abundante la vinculación que se quiere ofrecer entre Felipe II y Salomón para contextualizar su ascendiente bíblico. Citaré tan solo uno de los primeros ejemplos (y más curioso porque se presenta en los Países Bajos) que se centra en el viaje que llevó a cabo Felipe con su padre en 1548-49 para darle a conocer a sus futuros súbditos. Se le representaba como un sabio y justo Salomón hijo del guerrero rey David, Carlos V. Otro ejemplo significativo es un cuadro de la catedral de Gante que data de 1559. El margen del cuadro menciona: “Igualmente el otro Salomón, Felipe el más pío entre los soberanos, dio muestras de su impresionante sabiduría tanto aquí como en el extranjero.” Esta imagen filipina iría perdiendo fuerza en los Países Bajos y ganándola en España, manifestándose principalmente en la expresión arquitectónica más característica de la hispanidad: el monasterio de El Escorial. Las medidas de este imponente edificio coinciden con las del templo del rey bíblico, y en la fachada, san Lorenzo está flanqueado por David y Salomón.
De la misma manera, los cerebros propagandistas de la Revuelta se inspiraron en el Antiguo Testamento, encontrando paralelismo con el pueblo de Israel, oprimidos por un tirano pero con conciencia de que ellos son superiores y tocados por la mano divina, guiados por un segundo Moisés o David: Guillermo de Orange. Quizá el ejemplo más conocido de identificación entre los neerlandeses y el pueblo de Israel se encuentra en el himno nacional neerlandés, uno de los más antiguos que se conservan: El Wilhelmus (el Guillermo, nombrado obviamente en honor del padre de la patria, Guillermo de Orange). La fecha de composición se calcula alrededor de 1568/1569, inicio de la Revuelta y guerras de Flandes. En la primera estrofa, el propio Guillermo de Orange, declara en primera persona que siempre ha sido leal al rey de España, pero que en un cierto momento se vio en la obligación de escuchar a un Señor de aún más peso. Con este comentario, el de Orange se excusa de su rebeldía, puesto que al tener que seguir un mandato divino, su falta de obediencia hacia un señor terrenal pierde relevancia, y sus acciones culpabilidad. En la octava estrofa profiere: “como David, tuve que huir de Saúl el tirano”. La máquina de propaganda iniciada por el príncipe de Orange continuó utilizando y expandiendo esta narrativa providencialista y antitiránica, es decir, antiespañola.
APLICACIÓN DE ESTOS CONCEPTOS AL CASO CONCRETO DEL “SACO DE AMBERES”. JUSTIFICACIÓN ESPAÑOLA Y UTILIZACIÓN REBELDE
El saco de Amberes, como ya he explicado en la presentación política y bélica, se llevó a cabo el 4 de noviembre de 1576, y representa uno de los mejores ejemplos de eficacia propagandística sobre un hecho que cambió sustancialmente el curso de la guerra. Esto lo digo sin entrar en consideraciones de la justificación tanto del hecho en sí como de la propaganda consecuente. Aunque los cambios que se produjeron como consecuencia del saco fueron, efectivamente, importantísimos, éstos fueron efímeros, ya que la guerra continuó poco después con la misma virulencia anterior, si no mayor.
En primer lugar, hay que decir que la conquista de la ciudadela de Amberes suponía para los rebeldes una ocasión inmejorable: tenían el poder político local de su lado, las fuerzas reales estaban desperdigadas y sin moral por la falta de pagas y las condiciones de vida y, finalmente, la conquista de la ciudadela supondría un éxito de repercusiones mediáticas extraordinarias.
Estas consideraciones hacen creíble la respuesta de Sancho Dávila a una carta que le dirige don Juan de Austria inmediatamente después del saqueo: en su carta, don Juan dice “Señor Sancho Dávila, la revuelta que ha tenido
lugar en Amberes me ha causado un gran dolor y sería peor si supiera que ha sucedido por usted o por los soldados españoles allí presentes”. A lo que Sancho responde enseguida: “cuando se le informe, comprenderá que nuestra gente se había visto obligada a actuar por su propia salud y seguridad y que siempre habían tratado de evitarlo” De la carta y de su contestación se obtienen dos consideraciones:
La primera es que los españoles no debían ser tan malos, porque el nuevo gobernador se preocupa y se apiada por las víctimas
La segunda es que don Sancho Dávila considera que ha hecho el menor mal posible.
Por supuesto, desde el punto de vista enemigo, no se observa esta realidad de la misma manera. Las fuentes usadas más frecuentemente en la propaganda de la furia española de Amberes son una serie de grabados hechos por Frans Hogenberg y las descripciones a estos del inglés George Gascoigne en su obra “El espolio de Amberes” que lleva el siguiente subtítulo claramente antiespañol: “La descripción veraz de la toma de Amberes y del inhumano y horripilante asesinato, incendio, saqueo y la violación inaudita de mujeres y niñas por parte de los españoles y sus coaligados el 4 de noviembre de 1576 y varios días después, escrito por uno que había estado presente él mismo”.
El saqueo de Amberes fue una acción lamentable, desde luego, encuadrada en una guerra lamentable como son todas. Una guerra en la que la clemencia era una virtud muy escasa. Los crímenes horrendos que se cometieron en el saqueo de Amberes fueron de una magnitud terrorífica. Pero lo que intento describir es la situación, independientemente de cualquier justificación moral. Otra atrocidad similar en la misma época fue el saqueo de Maastricht, por ejemplo, que no ha tenido ni tuvo tanta repercusión. Cabe preguntarse ¿Por qué Amberes sí? La respuesta es inmediata, casi intuitiva: Esta ciudad era el gran objeto de deseo de ambos bandos. Las tropas del Consejo de Estado de Bruselas consideraban rebeldes a los soldados españoles acantonados en la ciudadela, y consideraban lícito su ataque y conquista. De la misma manera, y precisamente ante esta amenaza, las fuerzas de Dávila alegaban su derecho de autodefensa, autodefensa que se convierte en ataque y saqueo propugnando igualmente su derecho de guerra.
Lo característico de la propaganda rebelde relativa a Amberes en 1576 es el hecho de convertir la derrota en victoria, a pesar del colapso rebelde sin paliativos en el combate real. Efectivamente, al saqueo de Amberes sigue la llegada del nuevo gobernador general. La abrumadora propaganda que recibe a su llegada, hace que considere la necesidad de un cambio de orientación en la política de guerra, admitiendo la necesidad de firmar el famoso “Edicto Perpetuo” por el cual los tercios españoles abandonarán Flandes. Incluso en Madrid consideran razonable esta medida.
No obstante, esta victoria de la propaganda será efímera, como digo. Los tercios volverán desde Italia para reanudar la guerra. Teniendo esto en cuenta, ¿podríamos pensar que fue un error la decisión tomada tras el saqueo?, ¿ganó algo la monarquía española retirando los tercios?, ¿ganaron algo los rebeldes con la vuelta casi inmediata de los mismos? Las cosas ocurrieron así, y las respuestas a estas preguntas no son procedentes, porque nunca existió el hecho que nos las proporcionaría.
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