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En la niñez y adolescencia todo el mundo nos preguntaba, al menos en mi época, que queríamos ser de mayores. Algunos políticos como Arturo Mas, que siguen siendo jóvenes inmaduros, aspiran a ser presidentes de un pequeño estado llamado Cataluña.

Un primo hermano, seminarista, igual que yo, yo, decía que quería ser “Bispe”, es decir, Obispo (vivía en Lérida, ahora Lleida, por lo que se expresaba en catalán). Actualmente es magistrado, por lo que tampoco le ha ido tan mal en la vida. Yo quería ser gobernador civil, pero me quedé en graduado social, y es que es preferible tener altas aspiraciones, pues la realidad siempre nos sitúa en lugares muy inferiores a aquellos a los que aspiramos.

Hoy, ya de  mayor, tengo dos aspiraciones: ser insolvente y ser extranjero. La primera voy camino de conseguirla, con la situación de auténtica confiscación fiscal a la que nos somete el gobierno. 

Respecto a la segunda, dada la emigración de los españoles al extranjero para buscarse la vida y la gran cantidad de extranjeros que tenemos aquí, también estoy en vías de conseguirla, pues cada vez me considero más extranjero en mi propio país. 

Y la tercera aspiración, ser delincuente, le pido a Dios que me ayude a no serlo, aunque ganas no me faltan, ante la oleada de injusticias que veo, un día sí y otro también… A veces pienso en tomarme la justicia por mi mano, ante el penoso funcionamiento de la administración de justicia.

En efecto, hoy en día quienes mejor viven en España, por no decir los únicos, son los extranjeros, los delincuentes y los insolventes. Situaciones que pueden ir unidas en una misma persona, las tres, dos o solo una. Y con esto no pretendo criminalizar a los extranjeros, o asociar la insolvencia con la delincuencia, ya que nada tiene que ver una situación con la otra.

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Pero lo que quiero decir y digo es que al honrado padre de familia, a la persona solvente, al pequeño empresario o autónomo, al parado, al jubilado, en fin, al ciudadano normal y corriente, le llueven los palos por todas partes. Multas, sanciones, recargos…

El Estado y las diversas y numerosas administraciones públicas se han sentado como en una albarda sobre nuestras cabezas, cual burros de carga, y no paran de exprimirnos, como si fuésemos un limón. Únicamente se salvan los tres colectivos citados: delincuentes –con más derechos que las víctimas-, extranjeros –mejor tratados que los españoles- e insolventes –a los que todo les da igual-.

          Un país no puede funcionar bien mientras que estos individuos, que son varios millones de personas, tengan más derechos que las honrados, que pagan sus deudas, aunque no tengan para comer.

Autor

Ramiro Grau Morancho